Cómo sanar las trágicas heridas del abuso
Tomado de los discursos del élder Scott pronunciados en las conferencias generales de abril de 1992 y abril de 2008; Se han estandarizado el uso de las mayúsculas y la puntuación.
Puede que hayas sido herido por el abuso, pero esas heridas no tienen por qué ser permanentes.
Desde lo profundo de mi corazón hablo a cada uno de los que han sido heridos por el terrible pecado del abuso.
A menos que el Señor te sane, el abuso mental, físico o sexual puede causar graves consecuencias imperecederas. Como víctima del abuso tal vez hayas sufrido algunas de ellas; incluyen el temor, la depresión, el remordimiento, el odio hacia ti mismo, la pérdida de la autoestima y la dificultad para relacionarte con otras personas de forma normal. Al ser asediados por el abuso constante, surgen sentimientos potentes de rebelión, ira y odio. Esos sentimientos con frecuencia van dirigidos hacia uno mismo, hacia los demás, hacia la vida misma e incluso hacia nuestro Padre Celestial. Los esfuerzos frustrados por luchar en contra de esas consecuencias pueden degenerar en el consumo de drogas, la inmoralidad, el abandono del hogar y, trágicamente, en casos extremos, en suicidio. A menos que se corrijan, esos sentimientos llevan a vidas abatidas, matrimonios incompatibles e incluso a la transición de ser víctima a ser la persona que comete el abuso. Un resultado terrible es la profunda falta de confianza en los demás, lo cual se convierte en una barrera para sanar.
A fin de que se te pueda ayudar, es preciso que entiendas algunas cosas sobre la ley eterna. El abuso que has sufrido es el resultado del ataque injusto que otra persona cometió en contra de tu libertad. Puesto que todos los hijos de nuestro Padre Celestial gozan del albedrío, puede haber algunos que decidan arbitrariamente quebrantar los mandamientos y hacerte daño. Esos actos restringen temporalmente tu libertad. En justicia, y para compensar, el Señor ha proporcionado una manera para que puedas sobreponerte a los efectos destructivos de las acciones de otras personas en contra de tu voluntad. Ese alivio se obtiene al aplicar las verdades eternas con la ayuda del sacerdocio.
Debes saber que las decisiones perversas de otras personas no pueden destruir tu albedrío por completo a menos que tú lo permitas. Las acciones de esas personas pueden causarte dolor, angustia e incluso daño físico, pero no pueden destruir tus posibilidades eternas en esta etapa breve pero crucial de la vida en la tierra. Debes comprender que tienes la libertad de decidir sobreponerte a los resultados nocivos del abuso. Tu actitud puede determinar el cambio para bien en tu vida; te permite tener la ayuda que el Señor quiere que recibas. Al entender y vivir la ley eterna, nadie te puede quitar tus oportunidades supremas. Las leyes de tu Padre Celestial y la expiación del Señor han hecho posible que no se te despoje de las oportunidades que se otorgan a los hijos de Dios.
Quizás te sientas amenazado por alguien que tenga poder o control sobre ti; probablemente te sientas atrapado y no veas una salida. Ten la seguridad de que tu Padre Celestial no quiere que seas prisionero de la influencia perversa, de las amenazas de represalias o del temor de lo que pueda pasarle al familiar que abusa de ti. Confía en que el Señor te conducirá a una solución; pide con fe, sin dudar (véanse Santiago 1:6; Enós 1:15; Moroni 7:26; D. y C. 8:10; 18:18).
“Testifico solemnemente que cuando los actos ajenos de violencia, perversión o incesto te hieren profundamente y son contrarios a tu voluntad, tú no eres responsable y no debes sentirte culpable. Puede que hayas sido herido por el abuso, pero esas heridas no tienen por qué ser permanentes. En el plan eterno, en el debido tiempo del Señor, esas lesiones se curarán si haces tu parte; esto es lo que puedes hacer ahora:
Busca ayuda
Si alguien abusa de ti en este momento o lo ha hecho en el pasado, busca ayuda ahora mismo. Quizás no confíes en los demás y pienses que no existe ayuda fiable en ninguna parte. Comienza con el Padre Eterno y con Su Hijo amado, tu Salvador. Esfuérzate por comprender Sus mandamientos y síguelos; Ellos te conducirán a otras personas que te fortalecerán y te alentarán. Tienes a tu disposición un líder del sacerdocio, por lo general un obispo, o a veces un miembro de la presidencia de estaca, que pueden establecer un puente hacia una mayor comprensión y hacia la sanación. José Smith enseñó: “El hombre nada puede hacer por sí mismo a menos que Dios lo dirija por el camino debido; y el sacerdocio es para ese propósito” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág. 115).
Habla con tu obispo o presidente de rama en privado; su llamamiento le permite actuar como instrumento del Señor para tu beneficio. Él te dará un cimiento doctrinal para guiarte hacia la recuperación. El comprender y aplicar la ley eterna te proporcionará la sanación que necesitas. El obispo tiene derecho a recibir inspiración del Señor a tu favor y hacer uso del sacerdocio para bendecirte.
Él puede ayudarte a establecer amigos de confianza que te sostendrán; te ayudará a recuperar la confianza en ti mismo y tu autoestima para comenzar el proceso de renovación. En caso de que el abuso sea sumamente grave, él puede ayudarte a encontrar la protección adecuada y el tratamiento profesional que sea compatible con las enseñanzas del Salvador.
Los principios de la sanación
A continuación hallarás algunos principios de la sanación que llegarás a entender mejor:
Reconoce que eres un hijo amado de tu Padre Celestial. Él te ama con un amor perfecto y te ayudará como ningún padre terrenal, cónyuge o amigo devoto lo puede hacer. Su Hijo dio Su vida para que, mediante la fe en Él y la obediencia a Sus enseñanzas, seas sanado. Él es el sanador perfecto.
Aprende a confiar en el amor y la compasión de tu hermano mayor Jesucristo al meditar en las Escrituras. Al igual que con los nefitas, Él te dice a ti: “…tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia… porque veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane” (3 Nefi 17:7–8).
La mejor manera de comenzar la sanación es que ores sinceramente pidiendo a tu Padre Celestial que te ayude; el emplear tu albedrío de esa manera da lugar a la intervención divina. Si lo permites, el amor del Salvador te ablandará el corazón e interrumpirá el ciclo de abuso que puede transformar a la víctima en agresor. La adversidad, aun cuando la causan deliberadamente los apetitos desenfrenados de los demás, puede ser un medio de progresar cuando se contempla en la perspectiva de los principios eternos (véase D. y C. 122:7).
Como víctima, no malgastes tus esfuerzos en vengarte ni en castigar a tu agresor; concéntrate en la responsabilidad que tienes de hacer lo que puedas para corregir la situación. Deja al agresor en manos de las autoridades civiles y de la Iglesia; sea lo que fuere que ellos hagan, el culpable al final tendrá que enfrentarse al Juez Perfecto. En última instancia, el culpable de abuso que no se arrepienta será castigado por un Dios justo. Los depredadores que abusan del inocente y justifican su propia vida corrupta tentando a otras personas para que adopten sus hábitos depravados tendrán que dar cuentas de sus actos. En cuanto a ellos, el Maestro advirtió: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno y que se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18:6).
Comprende que el sanar puede llevar mucho tiempo. Generalmente la recuperación se logra en etapas; se acelera cuando se expresa gratitud al Señor por cualquier nivel de mejoría que se perciba.
El perdón
Durante un largo período de recuperación de una cirugía masiva, el paciente espera con paciencia la curación completa, confiando en los cuidados de los demás. No siempre entiende la importancia del tratamiento recomendado, pero el seguirlo obedientemente acelera su recuperación. Sucede lo mismo cuando luchas por sanar las heridas del abuso. El perdón, por ejemplo, puede ser difícil de entender, y aún más difícil de conceder. Empieza por no juzgar. No sabes lo que los abusadores hayan sufrido como víctimas inocentes. La vía del arrepentimiento debe quedar abierta para ellos; deja que otras personas se encarguen de los agresores. A medida que se aminore tu propio dolor, será más fácil perdonar por completo.
No puedes borrar lo que se ha hecho, pero puedes perdonar (véase D. y C. 64:10). El perdón sana heridas trágicas y terribles, porque permite que el amor de Dios elimine de tu corazón y de tu mente el veneno del odio; también te limpia la mente del deseo de venganza y da lugar al amor purificador, sanador y renovador del Señor.
El Maestro aconsejó: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen” (3 Nefi 12:44; cursiva agregada).
La amargura y el odio son nocivos y producen mucho de lo que es destructivo; demoran el alivio y la sanación que ansías; mediante la justificación y la autocompasión, pueden transformar a la víctima en agresor. Deja que Dios sea quien juzgue; Él lo hará mejor que tú.
El aconsejarte que te olvides del abuso no servirá; tienes que entender los principios que te ayudarán a sanar. El proceso de sanar puede comenzar con un obispo o presidente de estaca considerado, o con un sabio consejero profesional. Si tuvieras una pierna quebrada, no te la curarías tú mismo. En casos de abuso grave, la ayuda profesional también resultará beneficiosa. Hay muchas maneras de comenzar a sanar, pero recuerda que la cura completa se logra mediante el Salvador, el Señor Jesucristo, nuestro Maestro y Redentor. Ten fe en que con empeño, Su expiación perfecta, eterna e infinita sanará tu sufrimiento.
Aunque ahora te parezca imposible, con el tiempo, el alivio que recibirás del Salvador te permitirá perdonar de verdad a la persona que cometió el abuso. Cuando perdones el agravio, te sentirás libre del dolor y del sufrimiento que Satanás desea que tengas al alentarte a odiar a la persona abusiva y, como resultado, disfrutarás de mayor paz. Aun cuando sea una parte importante para sanar, si el pensar en perdonar te causa aún más dolor, deja de lado ese paso hasta que tengas más experiencia con el poder sanador del Salvador en tu propia vida.
Advertencia
Te advierto que no participes en dos prácticas de terapia inapropiadas que pueden causarte más daño que bien. Son: el análisis excesivo de los detalles más mínimos de tus experiencias pasadas, particularmente si se trata de diálogos indagatorios en terapia de grupo; y el culpar al agresor por todas tus dificultades.
La reparación del daño causado por el abuso debe hacerse en privado, en confianza, con un líder del sacerdocio en quien se confíe y, si es necesario, con un profesional competente a quien él recomiende. Debe haber suficiente análisis de la naturaleza general del abuso para permitir que recibas el consejo apropiado y evitar que el agresor cometa más violencia. Luego, con la ayuda del Señor, entierra el pasado.
Testifico humildemente que lo que te he dicho es verdad; se basa en principios eternos que he visto que el Señor emplea para brindar una vida plena a quienes han sido heridos por el abuso perverso.
Si piensas que sólo hay un hilo fino de esperanza, créeme que no es un hilo. Puede ser el eslabón inquebrantable que te conecte con el Señor y que coloque un salvavidas a tu alrededor. Él te sanará a medida que dejes de temer y pongas tu confianza en Él al esforzarte por vivir Sus enseñanzas.
Ahora pídele al Señor que te ayude (véanse Mormón 9:27; Moroni 7:26, 33). Decídete ahora mismo a hablar con el obispo. No veas todo lo que te sucede en la vida a través de cristales empañados por las heridas del abuso. Hay muchas cosas hermosas en la vida; abre las ventanas de tu corazón y deja que entre el amor del Salvador; y si vuelven a aparecer los horribles recuerdos del abuso sufrido en el pasado, recuerda Su amor y Su poder sanador. Tu depresión se convertirá en paz y tranquilidad; cerrarás un capítulo desagradable de tu vida y abrirás volúmenes de felicidad. ◼