Permanezcan alerta
Tengo muchos remordimientos respecto a los últimos cuatro años de mi vida. Me crié en la Iglesia y muchos familiares y amigos me han dado buenos ejemplos; sin embargo, a pesar de estas bendiciones, no me mantuve lo suficientemente atento, lo cual me causó una serie de problemas.
Todo empezó cuando tenía 13 años y me volví adicto a los medios de comunicación. Veía la televisión sin parar y actuaba como si fuera a morirme si no tenía videojuegos. Mi adicción a los medios de comunicación me condujo a otro problema: no tenía buenos amigos porque no me había esforzado lo suficiente por relacionarme con los jóvenes de mi quórum. Al intentar encontrar amigos, busqué en sitios equivocados y llegué a formar parte de un grupo de chat en línea en el que alguien siempre compartía pornografía. A causa de la debilidad que había resultado de mis otros problemas, caí fácilmente en la trampa de la pornografía.
Traté de justificar mi comportamiento mediante excusas: no le hago daño a nadie, no puede ser tan malo. Detestaba ver pornografía desde la primera vez, pero quedé atrapado. Deseaba ser un buen miembro de la Iglesia, pero había cometido una serie de errores y no los corregí adecuadamente por mucho tiempo.
Tardé año y medio en ir a ver a mi obispo. Él me ayudó a sobreponerme al deseo de ver pornografía. Con el tiempo, también empecé a hacer amigos entre la gente del barrio, de la estaca y la clase de seminario. Ahora tengo 17 años y sólo hace poco he logrado sentirme libre. Sólo en meses recientes he vencido mi adicción a los medios de comunicación, he comenzado a orar sinceramente a diario y a leer las Escrituras con regularidad.
No dejen que ninguno de estos problemas se arraigue en su corazón. Testifico que el Señor perdona a quienes han pecado, pero la vida de ustedes será mucho menos dolorosa si no tienen que arrepentirse como yo. Les suplico que, para librarse de tanto dolor como les sea posible, conozcan las consecuencias del pecado de tal modo que lo teman y lo eviten. Digo esto porque el pecado destruye el alma, y si pecan, sentirán dolor. El diablo nos odia, busca nuestra desdicha y tiene poder para influir en nosotros si lo dejamos; pero yo les testifico que podemos hallar gracia, caridad, bondad y seguridad en la expiación de Jesucristo.