Lecciones de mi madre
Cuando era joven, cada vez que nos daban algo de dinero, mi madre tomaba los mejores billetes —los que estaban menos arrugados y sucios— y se los entregaba al ministro de la iglesia a la que asistíamos. Ella lo hizo durante toda su vida. Decía: “Esto pertenece a Dios”. Esas palabras han permanecido conmigo desde entonces. Cuando ya era adulto y fui bautizado en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no fue difícil para mí pagar el diezmo, porque mi madre me había enseñado a obedecer esa ley.
Mi madre también me enseñó a ser honrado, aun cuando significaba hacer cosas difíciles. Nuestro vecino cultivaba todo tipo de frutas y vegetales. A veces, sus árboles frutales crecían hasta nuestro lado de la cerca. Una vez, recogí algunas de las frutas y se las di a mi madre. Ella me miró y dijo: “Eso no nos pertenece”. Yo quedé asombrado. Dije: “¿A qué te refieres? ¡Están de nuestro lado de la cerca!”. De nuevo dijo: “Eso no nos pertenece”. Entonces me tomó de la mano, caminamos a la casa de nuestro vecino y le pedimos disculpas por haber tomado su fruta. Mi madre dijo que si queríamos algo, debíamos obtenerlo honradamente.
Quizás los padres de ustedes no sean miembros de la Iglesia, o ustedes no siempre estén de acuerdo con sus decisiones; aun así, pueden aprender principios verdaderos de ellos, tales como la honradez, la responsabilidad, el ser autosuficientes y el trabajo arduo. Esos principios serán grandes bendiciones en su vida.