Voces de los Santos de los Últimos Días
Ángeles que se llamaban señor y señora Dunn
Estaba mirando la televisión cuando mi madre llamó para decirme que su hermano, mi tío Floyd, de noventa y dos años, y su esposa, la tía Millie, estaban enfermos con gripe y no tenían comida en casa. Ninguno de los dos se sentía lo suficientemente bien como para ir a comprar algo. El tío Floyd y la tía Millie no tenían ningún familiar que viviera cerca, así que no tenían a nadie que pudiera ayudarlos.
Mi madre me preguntó si yo podría ayudar. Soy la única miembro de la Iglesia de ese lado de la familia y me habían pedido ayuda en otras situaciones antes; el problema era que yo vivía en Utah, EE. UU., y mis tíos vivían en Hemet, California, EE. UU.
Le dije a mi madre que me diera unos minutos para pensar qué hacer. Tenía una amiga que vivía cerca de Hemet, de modo que la llamé y le pregunté si conocía a alguien que viviera allí. Me habló de una señora con quien servía en el Templo de Redlands, California, que se llamaba hermana Dunn y que era la presidenta de la Sociedad de Socorro allí.
Cuando la hermana Dunn contestó el teléfono, le dije: “Hola hermana Dunn. Usted no me conoce; me llamo Nancy Little y vivo en Utah. Soy miembro de la Iglesia, pero mi tío y mi tía, que viven en Hemet, no lo son. Están enfermos y no tienen comida en la casa”. Le dije dónde vivían, que era lejos de donde ella estaba, y le expliqué que solo deseaba información acerca de algún restaurante que estuviera cerca de donde ellos vivían y que hiciera repartos de comida a domicilio.
En lugar de eso, la hermana Dunn insistió en que ella y su esposo les llevarían comida a mis tíos; daba la casualidad de que tenían sopa y pan caseros y que su madre acababa de hornear unas galletas. Protesté, pero ella insistió.
Unas horas después, la hermana Dunn me llamó y me aseguró que todo estaba bien. Más tarde, mi madre me llamó para contarme lo que el tío Floyd había dicho de la visita. Él dijo: “Llegaron a casa unos ángeles que se llamaban señor y señora Dunn. Vinieron con los brazos llenos de comida: fruta, verduras, y sopa, pan y galletas caseros. ¡Son las galletas más ricas que he comido!”. El matrimonio Dunn conversó con mi tío, los ayudaron con lo que necesitaban y el hermano Dunn cargó a mi delicada tía Millie, que padecía Alzheimer, desde su cama a la cocina para que la hermana Dunn pudiera darle de comer.
Cuando mi tío Floyd llamó a mi mamá para contarle acerca de la visita, lloró. Dijo que no había conocido nunca a personas tan amables y cariñosas. Le dijo que ella tenía suerte de vivir en Utah, rodeada de “todos esos mormones”.
Cuatro días después de esa visita, el tío Floyd salió a buscar el correo al buzón, se resbaló y se cayó; se golpeó la cabeza y cuatro días más tarde, falleció. Con excepción de la enfermera que los cuidaba en su casa, el hermano y la hermana Dunn fueron las últimas personas que mi tío vio antes de morir.
Estoy agradecida por el ejemplo cristiano de una de mis hermanas de la Sociedad de Socorro que vivía a cientos de kilómetros de distancia, a quien aún no he conocido, y que ayudó a mis tíos.