2021
Lugar en el mesón
Mayo de 2021


Lugar en el mesón

En esta época de Pascua de Resurrección, Jesucristo nos invita a llegar a ser, como Él, un buen samaritano; a hacer de Su mesón (Su Iglesia) un refugio para todos.

Queridos hermanos y hermanas, aunque él falleció hace veinte años, hay momentos en los que extraño a mi padre. La Pascua de Resurrección promete que lo volveré a ver.

Cuando yo estaba en la escuela de postgrado en Inglaterra, mi padre fue a visitarme. Su corazón de padre sabía que yo extrañaba mi hogar.

A mi padre le encantaban las aventuras, excepto cuando se trataba de la comida. Incluso en Francia, célebre por su cocina, decía: “Comamos comida china”. Como patriarca que sirvió durante mucho tiempo en la Iglesia, mi padre era espiritual y compasivo. Una noche, mientras los vehículos de servicios de emergencia pasaban por París a toda velocidad con sus ruidosas sirenas, dijo: “Gerrit, esos llantos son las heridas de una ciudad”.

En ese viaje, sentí otros llantos y heridas. Una joven vendía helado en un pequeño carrito. Los cucuruchos eran justo del tamaño de una bola de helado. Por alguna razón, un hombre corpulento confrontó a la joven. Con gritos y empujones, tumbó el carrito, tirando los cucuruchos. No había nada que yo pudiera hacer mientras él destrozaba los cucuruchos con las botas. Todavía puedo ver a la joven de rodillas en la calle, intentando rescatar trozos de cucuruchos, con lágrimas de angustia rodándole por el rostro. Su imagen me persigue; es un recuerdo de la falta de compasión, de cariño y de entendimiento que muy a menudo nos infligimos unos a otros.

Otra tarde, cerca de París, mi padre y yo visitamos la gran catedral de Chartres. Malcolm Miller1, un experto mundial de la catedral, señaló tres juegos de vitrales en Chartres. Él dijo que en ellos se cuenta una historia.

En el primero se muestra a Adán y Eva saliendo del Jardín de Edén.

En el segundo se cuenta la parábola del Buen Samaritano.

En el tercero se representa la segunda venida del Señor.

Si se ven juntos, estos vitrales pueden describir nuestro trayecto eterno. En ellos se nos invita a dar la bienvenida a todos a Su mesón, donde hay lugar2.

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Ventana de la catedral de Chartres

iStock.com/digitalimagination

Como Adán y Eva, venimos a un mundo de espinas y cardos3.

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Ventana de la catedral de Chartres

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En nuestro polvoriento camino a Jericó, nos atacan, nos lastiman y nos dejan doloridos4.

Aunque nos debemos ayudar mutuamente, con demasiada frecuencia cruzamos al otro lado del camino, por alguna razón.

Sin embargo, con compasión, el Buen Samaritano se detiene y cura nuestras heridas con vino y aceite, símbolos de la Santa Cena y de otras ordenanzas; el vino y el aceite nos dirigen a la sanación espiritual en Jesucristo5. El Buen Samaritano nos coloca sobre su asno o, en algunas representaciones en vitrales, nos lleva sobre Sus hombros. Nos lleva al mesón, el cual puede representar Su Iglesia. En el mesón, el Buen Samaritano dice: “Cuídamelo, […] yo te lo pagaré cuando vuelva”6. El Buen Samaritano, un símbolo de nuestro Salvador, promete regresar, esta vez con majestuosidad y gloria.

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Ventana de la catedral de Chartres

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En esta época de Pascua de Resurrección, Jesucristo nos invita a llegar a ser, como Él, un buen samaritano; a hacer de Su mesón (Su Iglesia) un refugio para todos contra los golpes y las tormentas de la vida7. Nos preparamos para Su prometida segunda venida en cuanto cada día hacemos a los “más pequeños”8 lo que a Él haríamos. Los “más pequeños” somos cada uno de nosotros.

Al entrar al mesón con el Buen Samaritano, aprendemos cinco cosas sobre Jesucristo y sobre nosotros mismos.

Primero, llegamos al mesón tal y como somos, con las flaquezas y las imperfecciones que todos tenemos; no obstante, todos tenemos una contribución que es necesaria. A menudo encontramos juntos nuestro trayecto hacia Dios. Pertenecemos a una comunidad unida, ya sea al afrontar pandemias, tormentas, incendios y sequías, o al satisfacer en silencio las necesidades cotidianas. Recibimos inspiración al deliberar en consejo, escuchando a cada persona, incluyendo a cada hermana, y al Espíritu.

A medida que cambia nuestro corazón y recibimos Su imagen en nuestro rostro9, lo vemos a Él y a nosotros en Su Iglesia. En Él encontramos claridad, no disonancia. En Él encontramos una razón para hacer el bien, para ser buenos, y una mayor capacidad para llegar a ser mejores. En Él descubrimos una fe duradera, una abnegación liberadora, un cambio afectuoso y confianza en Dios. En Su mesón encontramos y profundizamos nuestra relación personal con Dios, nuestro Padre, y con Jesucristo.

Él confía en que ayudemos a hacer del mesón el lugar que Él necesita que sea. Al ofrecer nuestros talentos y nuestros mejores esfuerzos, Sus dones espirituales también nos fortalecen y bendicen10.

Un intérprete de español me dijo: “Élder Gong, yo sabía por el Espíritu lo que usted iba a decir para yo poder traducir”, así dijo este hermano fiel, “por el don de lenguas”.

Los dones de la fe y la certeza llegan y se manifiestan de un modo diferente en diversas situaciones. Una querida hermana recibió consuelo espiritual cuando su esposo falleció del COVID-19. Ella dijo: “Sé que mi querido esposo y yo volveremos a estar juntos”. En una situación del COVID diferente, otra querida hermana dijo: “Sentí que debía suplicar al Señor y a los médicos que le dieran a mi esposo un poco más de tiempo”.

Segundo, Él nos suplica que hagamos de Su mesón un lugar de gracia y espacio, donde cada persona se pueda reunir y haya lugar para todos. Como discípulos de Jesucristo, todos somos iguales, no hay grupos de segunda clase.

Todas las personas son bienvenidas a las reuniones sacramentales, a otras reuniones dominicales y a eventos sociales11. Con reverencia adoramos a nuestro Salvador, siendo amables y considerados los unos con los otros. Vemos a cada persona y la reconocemos; sonreímos, nos sentamos con los que están solos, aprendemos nombres, incluso los de los nuevos conversos, hermanos y hermanas que regresan, de hombres y mujeres jóvenes y de cada amado niño de la Primaria.

Al imaginarnos a nosotros mismos en su lugar, damos la bienvenida a amigos, visitantes, personas que se mudan al barrio, personas ocupadas que tienen que estar en demasiados asuntos al mismo tiempo. Lloramos la muerte de las personas, nos regocijamos y nos apoyamos el uno al otro. Cuando no alcanzamos nuestros ideales y nos apresuramos, somos inconscientes, críticos o prejuiciosos, buscamos el perdón de los demás y hacemos mejor las cosas.

Una familia de África que ahora vive en los Estados Unidos dijo: “Desde el primer día, los miembros de la Iglesia fueron amigables y acogedores. Todos nos hicieron sentir a gusto, y nadie nos menospreció”. El padre dijo: “En la Santa Biblia se enseña que los frutos del Evangelio provienen de las raíces del Evangelio”. “Y los misioneros”, dijeron el padre y la madre, “queremos que nuestro hijo y nuestra hija lleguen a ser como esos misioneros”. Hermanos y hermanas, ruego que cada uno de nosotros dé una cálida bienvenida a todos a Su mesón.

Tercero, en Su mesón aprendemos que la perfección está en Jesucristo, no en el perfeccionismo del mundo. El perfeccionismo filtrado del mundo “instaperfecto”, irreal y poco realista, nos puede hacer sentir inadecuados, cautivos de hacer deslices en una pantalla, clics en Me gusta o pulsar dos veces. Por el contrario, nuestro Salvador, Jesucristo, sabe todo lo que no queremos que los demás sepan sobre nosotros, y aun así nos ama. Su Evangelio es uno de segundas y terceras oportunidades que se hizo posible gracias a Su sacrificio expiatorio12. Él nos invita a cada uno a ser un buen samaritano, a juzgar menos y a perdonarnos más a nosotros mismos, así como a los demás, incluso al esforzarnos por guardar más plenamente Sus mandamientos.

Nos ayudamos a nosotros mismos cuando nos ayudamos unos a otros. Una familia que conozco vivía cerca de una calle muy transitada, y los viajeros a menudo se detenían para pedir ayuda. Una madrugada, la familia escuchó fuertes golpes a la puerta. Cansados y preocupados de quién sería a las 2:00 de la mañana, se preguntaron si, solo por esa vez, alguien más podría ayudar. Junto con los persistentes golpes, escucharon: “Fuego; ¡hay fuego detrás de su casa!” Los buenos samaritanos se ayudan los unos a los otros.

Cuarto, en Su mesón llegamos a formar parte de una comunidad del Evangelio centrada en Jesucristo, anclada en la verdad restaurada, los profetas y apóstoles vivientes y en otro testamento de Jesucristo: el Libro de Mormón. Él nos lleva a Su mesón y también a Su casa, el santo templo. La Casa del Señor es un lugar donde, como en el caso del hombre herido en el camino a Jericó, el Buen Samaritano puede limpiarnos y vestirnos, prepararnos para regresar a la presencia de Dios y unirnos eternamente a la familia de Dios. Sus templos están abiertos para todos los que viven Su evangelio con fe y obediencia.

El regocijo del templo incluye la unidad del Evangelio entre diversos patrimonios, culturas, idiomas y generaciones. En la palada inicial del Templo de Taylorsville, Utah, Max Harker, de 17 años, compartió un legado de fe familiar que seis generaciones antes había iniciado su antepasado Joseph Harker y su esposa, Susannah Sneath. En el evangelio restaurado de Jesucristo, cada uno de nosotros puede convertirse en un vínculo fuerte en las generaciones de nuestra familia.

Por último, en quinto lugar, nos regocijamos porque Dios ama a Sus hijos, con nuestros orígenes y circunstancias diversas, en cada nación, tribu y lengua, y hay lugar para todos en Su mesón.

A lo largo de los últimos 40 años, los miembros de la Iglesia se han vuelto cada vez más internacionales. Desde 1998, más miembros de la Iglesia han vivido fuera que dentro de los Estados Unidos y Canadá. Para el 2025, prevemos que habrá tantos miembros de la Iglesia en América Latina como en los Estados Unidos y Canadá. Se está cumpliendo la profecía del recogimiento de los fieles descendientes del padre Lehi. Los santos fieles, incluso en la región donde se establecieron los pioneros, siguen siendo una reserva de devoción y servicio para la Iglesia en todo el mundo.

Además, la mayoría de los miembros adultos de la Iglesia ahora son solteros, viudos o divorciados. Este es un cambio significativo; incluye a más de la mitad de nuestras hermanas de la Sociedad de Socorro y a más de la mitad de nuestros hermanos adultos del sacerdocio. Este patrón demográfico ha sido el caso en la Iglesia a nivel mundial desde 1992 y en la Iglesia en los Estados Unidos y Canadá desde 2019.

Nuestra posición ante el Señor y en Su Iglesia no es una cuestión de nuestro estado civil, sino de llegar a ser discípulos fieles y valientes de Jesucristo13. Los adultos quieren ser vistos como adultos, y ser responsables y contribuir como adultos. Los discípulos de Jesucristo vienen de todas partes, de toda forma, tamaño, color y edad; cada uno con talentos, deseos justos e inmensas capacidades para bendecir y servir. Procuramos seguir diariamente a Jesucristo con fe para arrepentimiento14 y con gozo perdurable.

En esta vida, a veces esperamos en el Señor. Puede que todavía no estemos donde esperamos o queremos estar en el futuro. Una hermana devota dice: “Esperar fielmente en el Señor para recibir Sus bendiciones es una posición santa. No debe realizarse con lástima, condescendencia ni juicio, sino con un honor sagrado”15. Mientras tanto, vivimos ahora, sin esperar a que comience la vida.

Isaías promete que “los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán las alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán”16.

Nuestro Buen Samaritano promete regresar. Los milagros acontecen cuando nos cuidamos los unos a los otros como Él lo haría. Cuando venimos con un corazón quebrantado y un espíritu contrito17, en Jesucristo podemos descubrir que se valora nuestra opinión y que estamos ceñidos con Sus comprensivos brazos de seguridad18. Las ordenanzas sagradas ofrecen un sentido de pertenencia por convenio y “el poder de la divinidad”19 para santificar las intenciones internas y las acciones externas. Con su amorosa bondad y Su longanimidad, Su Iglesia llega a ser nuestro mesón.

Mientras hacemos lugar en Su mesón y recibimos a todos, nuestro Buen Samaritano nos puede sanar en nuestros polvorientos caminos terrenales. Con un amor perfecto, nuestro Padre y Su Hijo, Jesucristo, prometen “la paz en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero”20, “para que donde yo estoy vosotros también estéis”21. De ello testifico con gratitud, en el sagrado y santo nombre de Jesucristo. Amén.