No como el mundo la da
Los instrumentos que necesitamos para crear un día más brillante y desarrollar la economía de la bondad genuina los proporciona el evangelio de Jesucristo en abundancia.
Antes de aquella primera Pascua de Resurrección, mientras Jesús concluía la nueva ordenanza de la Santa Cena que había administrado a los Doce, Él comenzó Su solemne discurso de despedida para dirigirse a Getsemaní, a la traición y a la crucifixión. Sin embargo, al percibir la preocupación y, quizás incluso, el temor absoluto que algunos de esos hombres deben haber manifestado, Él les dijo a ellos (y a nosotros):
“No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí […].
“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros […].
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”1.
En este mundo terrenal surgen momentos desafiantes, incluso para los fieles, pero el mensaje tranquilizador de Cristo es que Él, el Cordero Pascual, iría como “oveja delante de sus trasquiladores”2. No obstante, Él se levantaría, como dijo el salmista, para ser “nuestro refugio y fortaleza, nuestro pronto auxilio en [tiempos de] tribulaciones”3.
Teniendo en mente las difíciles horas que le aguardaban a Cristo, conforme se acercaba a la cruz, y a Sus discípulos, quienes llevarían Su evangelio al mundo en el meridiano de los tiempos, consideremos ahora juntos un mensaje relacionado dirigido a los miembros de la Iglesia del Salvador en los últimos días. Se encuentra en el sorprendente número de versículos del Libro de Mormón dedicados a conflictos de uno u otro tipo, desde el comportamiento constantemente irritante de Lamán y Lemuel hasta las batallas finales en las que participaron cientos de miles de soldados. Una de las razones obvias de tal énfasis en la guerra es que, dado que el Libro de Mormón fue escrito para una audiencia de los últimos días, esos autores (que vivieron tantas guerras) nos advierten de manera profética que la violencia y los conflictos serán una característica distintiva de las relaciones en los últimos días.
Por supuesto que mi teoría acerca de la contención de los últimos días no es muy original. Hace dos mil años, el Salvador advirtió que en los últimos días habría “guerras y rumores de guerras”4 y más tarde agregó que “la paz ser[ía] quitada de la tierra, y el diablo tendr[ía] poder sobre su propio dominio”5. Con toda seguridad, este Príncipe de Paz, quien enseñó enérgicamente que la contención es del diablo6, debe llorar junto con Su Divino Padre por aquellos de la familia humana que en nuestros días “no tienen afecto”, como leemos en las Escrituras, y que no pueden encontrar la forma de vivir juntos en amor7.
Hermanos y hermanas, vemos demasiado conflicto, ira y falta de cortesía a nuestro alrededor. Afortunadamente, la generación actual no ha tenido que combatir en una Tercera Guerra Mundial, ni hemos vivido una crisis económica mundial como la de 1929, que condujo a la Gran Depresión. Sin embargo, afrontamos un tipo diferente de Tercera Guerra Mundial que no es una lucha por aplastar a nuestros enemigos, sino un reclutamiento que dispone a los hijos de Dios a cuidar más los unos de los otros y a ayudar a sanar las heridas que hallamos en un mundo en conflicto. La Gran Depresión a la que nos enfrentamos ahora no es tanto un asunto de una pérdida externa de nuestros ahorros, sino una pérdida interna de confianza en uno mismo, junto con déficits reales de fe, esperanza y caridad a nuestro alrededor. Sin embargo, los instrumentos que necesitamos para crear un día más brillante y desarrollar la economía de la bondad genuina en la sociedad los proporciona el evangelio de Jesucristo en abundancia. No podemos darnos el lujo —y este mundo no puede darse el lujo— de que fracasemos en la implementación plena de estos conceptos y convenios fortalecedores del Evangelio para el uso personal y público.
Entonces, en un mundo “azotad[o] por la tempestad, sin consuelo”, como dijo Jehová que sería, ¿cómo encontramos lo que Él llamó “el convenio de […] paz”? Lo hallamos al volvernos a Aquel que dijo que tendría compasión de nosotros y “con misericordia eterna” otorgaría paz a nuestros hijos8. A pesar de las profecías aterradoras y de los inquietantes pasajes de las Escrituras que declaran que en general la paz será retirada de la tierra, los profetas, entre ellos, nuestro querido Russell M. Nelson, nos han enseñado que ¡no tiene por qué retirársenos la paz de manera individual!9. Por lo tanto, en esta Pascua de Resurrección tratemos de establecer la paz de un modo personal, aplicando la gracia y el bálsamo sanador de la expiación del Señor Jesucristo a nosotros mismos y a nuestras familias y a todos a quienes podamos tender una mano a nuestro alrededor. Afortunada e incluso asombrosamente este bálsamo sanador se pone a nuestra disposición “sin dinero y sin precio”10.
Esa ayuda y esperanza son realmente necesarias porque en esta congregación mundial hay muchos que hoy luchan con cualquier cantidad de desafíos: físicos o emocionales, sociales o económicos, o una docena de otros tipos de problemas. Y para muchos de esos desafíos no somos lo suficientemente fuertes como para enfrentarlos por nosotros mismos, ya que la ayuda y paz que necesitamos no es “como el mundo la da”11. No, para los problemas verdaderamente difíciles necesitamos lo que las Escrituras llaman “los poderes del cielo” y para obtener esos poderes debemos vivir de acuerdo con lo que esas mismas Escrituras llaman los “principios de la rectitud”12. Ahora, ¡el entender esa conexión entre los principios y el poder es la lección única que la familia humana nunca parece ser capaz de aprender, dice el Dios del cielo y de la tierra!13.
¿Y cuáles son esos principios? Bien, se los menciona repetidamente en nuestros libros sagrados, se enseñan una y otra vez en conferencias como esta y, en nuestra dispensación, al profeta José Smith se los enseñaron en respuesta a su propia versión del clamor “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?”14. En el frío y hostil confinamiento de la cárcel de Liberty, se le enseñó que los principios de la rectitud incluyen virtudes tales como la paciencia, la longanimidad, la benignidad y el amor sincero15. En ausencia de esos principios, era seguro que en algún momento haríamos frente a la discordia y la enemistad.
Con respecto a esto, permítanme hablar por un momento acerca de la ausencia de algunas partes de estos principios de rectitud en nuestra época. Por lo general, soy un hombre animado, alegre y hay tanto que es bueno y bello en nuestro mundo. Ciertamente, contamos con mayores bendiciones materiales que ninguna otra generación de la historia, pero en la cultura del siglo XXI, en general y, con demasiada frecuencia, también en la Iglesia, aún vemos personas con problemas, transigiendo y dando como resultado demasiados convenios rotos y demasiados corazones rotos. Consideren la permanente presencia de un lenguaje vulgar que va en paralelo a la transgresión sexual, ambos tan presentes en películas y en la televisión; o fíjense en el acoso sexual y otras formas de indecencia en los lugares de trabajo sobre los cuales leemos tanto en estos días. En temas de la pureza por convenio, con demasiada frecuencia lo sagrado es tratado como ordinario y, con demasiada frecuencia, lo santo es profanado. A cualquiera que se sienta tentado a andar, hablar o comportarse de esta manera —“como el mundo la da”—, que no espere que eso lo lleve a una experiencia pacífica; yo le aseguro en el nombre del Señor que no será así. “La maldad nunca fue felicidad”16, como lo expresó un antiguo profeta. Cuando la diversión se acabe, siempre habrá que pagar las consecuencias y, la mayoría de las veces, la moneda con que se paga son lágrimas y remordimiento17.
O quizás vemos otras formas de abuso e indignidad. Cuánto mayor cuidado debemos tener los discípulos del Señor Jesucristo para no incurrir en tales conductas. En ningún caso debemos ser culpables de ejercer abuso o injusto dominio o coerción inmoral, ni física, emocional, eclesiástica ni de cualquier otro tipo. Hace unos años, recuerdo que sentí el fervor con el que el presidente Gordon B. Hinckley habló a los hombres de la Iglesia acerca de aquellos que él llamó “tirano[s] en su propio hogar”18.
“Qué fenómeno tan trágico y absolutamente repugnante es el abuso de la esposa”, dijo. “Cualquier hombre de esta Iglesia que abuse a su esposa, la degrade, la insulte, que ejerza injusto dominio sobre ella, es indigno de poseer el sacerdocio […] es indigno de poseer una recomendación para el templo”19. Igualmente infame, dijo, era cualquier forma de abuso de niños, o cualquier otro tipo de abuso20.
En demasiadas ocasiones, hombres, mujeres e, incluso, niños que de otro modo serían fieles pueden ser culpables de hablar de manera poco amable, incluso destructiva, a aquellos con los que pueden estar sellados por una ordenanza sagrada en el templo del Señor. Todas las personas tienen el derecho de ser amadas, sentir paz y encontrar seguridad en el hogar. Les ruego que todos nos esforcemos por mantener allí esa clase de ambiente. La promesa de ser pacificadores es que tendrán el Espíritu Santo como su compañero constante y las bendiciones fluirán a ustedes “sin ser compelid[as]” para siempre jamás21. Nadie puede hacer uso de una lengua mordaz o de palabras descorteses y todavía “cantar la canción del amor que redime”22.
Permítanme concluir donde comencé. Mañana es Pascua de Resurrección, un tiempo para que los justos principios del evangelio de Jesucristo y de Su expiación nos ayuden a superar los conflictos y la contención, la desesperanza y la transgresión y, finalmente, la muerte. Es un tiempo para prometer total lealtad en palabras y hechos al Cordero de Dios, quien “llevó […] nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores”23 en Su determinación de consumar la obra de salvación a nuestro favor.
A pesar de la traición y del dolor, a pesar del maltrato y de la crueldad, y soportando los pecados acumulados de toda la familia humana, el Hijo del Dios viviente pudo ver la larga senda de la vida terrenal, mirarnos este fin de semana y decir: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”24. Que tengan una Pascua de Resurrección llena de bendiciones, gozo y paz. Las inconmensurables posibilidades de ella ya han sido pagadas por el Príncipe de Paz, a quien amo con todo mi corazón, cuya Iglesia esta es y de quien testifico indiscutiblemente; sí, el Señor Jesucristo. Amén.