2021
Las injusticias exasperantes
Mayo de 2021


14:51

Las injusticias exasperantes

Jesucristo comprende la injusticia y tiene el poder de proporcionar la solución.

En 1994, en Ruanda, un país del este de África, se produjo un genocidio que se debió en parte a las tensiones tribales profundamente arraigadas. Se estima que se dio muerte a más de medio millón de personas1. Notablemente, el pueblo de Ruanda, en gran medida, ha hecho las paces2, aunque esos eventos continúan teniendo repercusiones.

Hace una década, mientras visitábamos Ruanda, mi esposa y yo entablamos una conversación con otro pasajero en el aeropuerto de Kigali, Quien lamentó la injusticia del genocidio y preguntó de manera conmovedora: “Si hubiera un Dios, ¿no habría hecho algo al respecto?”. Para aquel hombre —y para muchos de nosotros—, el sufrimiento y las injusticias brutales pueden parecer incompatibles con la realidad de un Padre Celestial bondadoso y amoroso. Sin embargo, Él es real, es bondadoso y ama a cada uno de Sus hijos de manera perfecta. Esta dicotomía es tan antigua como la humanidad y no se puede explicar con un breve eslogan ni con una pegatina en un parachoques.

Para empezar a darle algún sentido, examinemos diversos tipos de injusticias. Consideren una familia en la que cada hijo recibió semanalmente una mesada por hacer los quehaceres domésticos comunes. El hijo, John, compraba dulces, mientras que la hija, Anna, ahorraba el dinero. Con el tiempo, Anna se compró una bicicleta. John consideró que era totalmente injusto que Anna obtuviera una bicicleta y él no. Sin embargo, lo que creó la desigualdad fueron las decisiones de John y no las acciones de los padres. La decisión de Anna de pasar por alto la satisfacción inmediata de comer dulces no infligió ninguna injusticia a John, ya que él tuvo la misma oportunidad que su hermana.

Asimismo, nuestras decisiones también pueden producir ventajas o desventajas a largo plazo. Como reveló el Señor: “… si en esta vida una persona adquiere más conocimiento e inteligencia que otra, por medio de su diligencia y obediencia, hasta ese grado le llevará la ventaja en el mundo venidero”3. Cuando otras personas se benefician debido a sus decisiones concienzudas, no podemos concluir de manera correcta que se nos haya tratado injustamente si hemos tenido la misma oportunidad.

Otro ejemplo de injusticia proviene de una situación que afrontó mi esposa Ruth cuando era niña. Un día, Ruth se enteró de que su madre llevaría a una hermana menor, Merla, a comprar zapatos nuevos. Ruth se quejó: “¡Mamá, es muy injusto! Fue Merla quien recibió el último par de zapatos nuevos”.

La madre preguntó: “Ruth, ¿te quedan bien tus zapatos?”.

Ruth respondió: “Pues, sí”.

Entonces la madre dijo: “A Merla ya no le quedan los zapatos”.

Ruth estuvo de acuerdo en que cada hijo de la familia debería tener zapatos que le quedasen bien. Aunque a Ruth le hubiera gustado tener zapatos nuevos, su percepción de que la trataban injustamente se disipó cuando vio las circunstancias desde el punto de vista de su madre.

Algunas injusticias no se pueden explicar; las injusticias inexplicables son exasperantes. Hay injusticias que provienen de vivir con un cuerpo que es imperfecto, que está lesionado o enfermo. La vida terrenal, por naturaleza, es injusta; Algunas personas nacen en la abundancia, otras no; algunas tienen padres amorosos, otras no; algunas viven muchos años, otras pocos; etcétera, etcétera, etcétera. Algunas personas cometen errores perjudiciales incluso cuando intentan hacer el bien. Algunas otras optan por no mitigar las injusticias, cuando podrían hacerlo. Lamentablemente, algunas personas utilizan el albedrío que Dios les ha dado para herir a otras cuando nunca deberían hacerlo.

Los diferentes tipos de injusticias pueden combinarse y crear un tsunami de injusticias abrumadoras. Por ejemplo, la pandemia del COVID-19 afecta de manera desproporcionada a quienes ya están sujetos a muchas desventajas subyacentes. Compadezco a quienes afrontan tal injusticia, pero declaro sinceramente con todo mi corazón que Jesucristo comprende la injusticia y tiene el poder de proporcionar la solución. Nada se compara con la injusticia que Él sufrió, no fue justo que Él experimentara todos los dolores y las aflicciones de la humanidad; no fue justo que Él sufriera por mis pecados y errores, ni por los de ustedes, pero Él eligió hacerlo debido a Su amor por nosotros y por el Padre Celestial. Él entiende a la perfección aquello por lo que estamos pasando4.

En las Escrituras se registra que los antiguos israelitas se quejaron de que Dios los estaba tratando injustamente. En respuesta, Jehová preguntó: “¿Acaso se olvidará la mujer de su niño de pecho y dejará de compadecerse del hijo de su vientre?”. Por improbable que sea que una madre amorosa olvide a su bebé, Jehová declaró que Su devoción es incluso más inamovible. Él afirmó: “… Pues, aunque se olviden ellas, yo no me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de mis manos te tengo grabada; delante de mí están siempre tus muros”5. Debido a que Jesucristo soportó el sacrificio expiatorio infinito, Él nos comprende a la perfección6. Siempre está al tanto de nosotros y de nuestras circunstancias.

En la vida terrenal, podemos “acercarnos confiadamente” al Salvador y recibir compasión, sanación y ayuda7. Incluso cuando suframos inexplicablemente, Dios puede bendecirnos de maneras simples, comunes y significativas. A medida que aprendamos a reconocer esas bendiciones, nuestra confianza en Dios aumentará. En las eternidades, el Padre Celestial y Jesucristo resolverán toda injusticia. Es comprensible que deseemos saber cómo y cuándo. ¿Cómo van a hacerlo? ¿Cuándo lo van a hacer? Que yo sepa, Ellos no han revelado cómo ni cuándo8. Lo que sí sé es que Ellos lo harán.

En situaciones injustas, una de nuestras tareas es confiar en que “[t]odo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo”9. Jesucristo venció al mundo y “absorbió” toda injusticia. Gracias a Él, podemos tener paz en este mundo y ser de buen ánimo10. Si se lo permitimos, Jesucristo consagrará las injusticias para nuestro provecho11. No solo nos consolará y restaurará lo que se haya perdido12; Él utilizará las injusticias para nuestro beneficio. En cuanto al cómo y al cuándo, debemos reconocer y aceptar, como lo hizo Alma, que “nada importa; pues Dios sabe todas estas cosas; y bástame saber que tal es el caso”13.

Podemos tratar de guardar nuestras preguntas sobre cómo y cuándo para más adelante, y centrarnos en cultivar la fe en Jesucristo, en que Él tiene el poder de rectificar las cosas y en que anhela hacerlo14. El que insistamos en saber cómo o cuándo es en vano y, al fin y al cabo, [implica] ser miope15.

Al cultivar la fe en Jesucristo, también deberíamos esforzarnos por llegar a ser como Él. Luego nos acercamos a los demás con compasión e intentamos mitigar las injusticias que encontramos16; podemos intentar rectificar las cosas dentro de nuestra esfera de influencia. De hecho, el Salvador indicó que “debe[mos] estar anhelosamente consagrados a una causa buena, y hacer muchas cosas de [nuestra] propia voluntad y efectuar mucha justicia”17.

Alguien que ha estado anhelosamente consagrado a combatir la injusticia es el abogado Bryan Stevenson. Su estudio jurídico en los Estados Unidos se dedica a defender a quienes se ha acusado injustamente, a poner fin a castigos excesivos y a proteger los derechos humanos básicos. Hace algunos años, el señor Stevenson defendió a un hombre que había sido falsamente acusado de asesinato y condenado a muerte. El señor Stevenson pidió apoyo a la iglesia cristiana local de ese hombre, a pesar de que aquel no era activo en ella y se le menospreciaba en la comunidad debido a una relación extramarital ampliamente conocida.

Para que la congregación se centrara en lo que realmente era importante, el señor Stevenson les habló de la mujer acusada de adulterio que fue llevada ante Jesús. Los que la acusaban querían apedrearla hasta la muerte, pero Jesús dijo: “… El que […] esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”18. Los que la acusaban se retiraron. Jesús no condenó a la mujer, pero le mandó que no pecara más19.

Luego de relatar ese episodio, el señor Stevenson señaló que la arrogancia moral, el temor y la ira han hecho que incluso los cristianos arrojen piedras a las personas que tropiezan. Luego dijo: “No podemos limitarnos a tan solo mirar mientras sucede” e instó a los allí presentes a ser “quienes atrapan las piedras”20. Hermanos y hermanas, el no arrojar piedras es el primer paso para tratar a los demás con compasión. El segundo paso es tratar de atrapar las piedras que lancen otras personas.

La forma en que lidiamos con las ventajas y las desventajas es parte de la prueba de la vida. Se nos juzgará, no tanto por lo que digamos, sino por cómo tratemos a los vulnerables y a los desfavorecidos21. Como Santos de los Últimos Días, procuramos seguir el ejemplo del Salvador de andar haciendo bienes22. Demostramos amor por nuestro prójimo al esforzarnos por garantizar la dignidad de todos los hijos del Padre Celestial.

Teniendo en cuenta nuestras propias ventajas y desventajas, el reflexionar es saludable. Para John, el entender por qué Anna obtuvo la bicicleta fue revelador. Para Ruth, el ver desde el punto de vista de su madre que Merla necesitaba zapatos fue instructivo. El tratar de ver las cosas desde una perspectiva eterna puede ser esclarecedor. A medida que nos volvemos más semejantes al Salvador, desarrollamos más empatía, comprensión y caridad.

Vuelvo a la pregunta que planteó nuestro compañero de viaje en Kigali cuando se lamentaba de la injusticia del genocidio en Ruanda y preguntaba: “Si hubiera un Dios, ¿no habría hecho algo al respecto?”.

Sin minimizar el sufrimiento causado por el genocidio, y tras reconocer nuestra incapacidad de comprender tal sufrimiento, respondimos que Jesucristo ha hecho algo con respecto a las injusticias exasperantes23. Le explicamos muchos preceptos del Evangelio concernientes a Jesucristo y a la restauración de Su Iglesia24.

Después, con lágrimas en los ojos, nuestro compañero preguntó: “¿Quieren decir que hay algo que puedo hacer por mis padres y mi tío muertos?”.

Dijimos: “¡Oh, sí!”. Luego testificamos que todo lo que es injusto en la vida se puede enmendar por medio de la expiación de Jesucristo y que, por medio Su autoridad, las familias pueden unirse para siempre.

Cuando afrontamos injusticias, podemos distanciarnos de Dios o podemos ser atraídos a Él en busca de ayuda y apoyo. Por ejemplo, la prolongada guerra entre los nefitas y lamanitas afectó a las personas de manera diferente. Mormón observó que “muchos se habían vuelto insensibles” mientras otros “se ablandaron a causa de sus aflicciones, al grado de que se humillaron delante de Dios”25.

No permitan que la injusticia los endurezca o que corroa su fe en Dios. En vez de ello, pidan ayuda a Dios y aumenten su aprecio por el Salvador y la confianza en Él. En lugar de amargarse, permítanle que los ayude a ser mejores26. Permítanle que los ayude a perseverar, a dejar que sus aflicciones sean “consumidas en el gozo de Cristo”27; únanse a Él en Su misión de “sanar a los quebrantados de corazón”28, esfuércense por mitigar la injusticia y sean quienes atrapan las piedras29.

Testifico que el Salvador vive, Él entiende la injusticia. Las marcas en las palmas de Sus manos le recuerdan continuamente de ustedes y sus circunstancias. Él les ministra en todas sus angustias. Para quienes vienen a Él, una corona de hermosura reemplazará las cenizas del duelo; el gozo y la alegría reemplazarán el dolor y la tristeza; el agradecimiento y el regocijo reemplazarán el desánimo y la desesperación30. Su fe en el Padre Celestial y en Jesucristo se verá recompensada con más de lo que puedan imaginarse. Toda injusticia, especialmente las injusticias exasperantes, será consagrada para el provecho de ustedes. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase John Reader, Africa: A Biography of the Continent, 1999, págs. 635–636, 673–679.

  2. Aunque es factible, la reconciliación en Ruanda es compleja. Algunos cuestionan su alcance y durabilidad. Véase, por ejemplo, “The Great Rwanda Debate: Paragon or Prison?”, Economist, 27 de marzo de 2021, págs. 41–43.

  3. Doctrina y Convenios 130:19; cursiva agregada.

  4. Véase Hebreos 4:15.

  5. 1 Nefi 21:15–16.

  6. Véase Alma 7:11–13.

  7. Véase Hebreos 4:16; véanse también Isaías 41:10; 43:2; 46:4; 61:1–3.

  8. Algunas palabras de consejo: debemos resistir la tentación de crear nuestras propias teorías sobre el cómo y el cuándo, independientemente de cuán factible o razonable nos parezca. No podemos deducir de manera justificada lo que Dios aún no ha revelado.

  9. Predicad Mi Evangelio: Una guía para el servicio misional, 2018, pág. 52; véanse también Isaías 61:2–3; Apocalipsis 21:4. “Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar” probablemente significa que las consecuencias de la injusticia infligida en nosotros se resolverán, mitigarán o quitarán. En su último discurso de conferencia general, “Venga lo que venga, disfrútalo”, el élder Joseph B. Wirthlin dijo: “… toda lágrima de hoy, con el tiempo, será compensada cien veces con lágrimas de regocijo y de gratitud […]; prevalece el principio de la compensación” (Liahona, noviembre de 2008, pág. 28).

  10. Véase Juan 16:33.

  11. Véase 2 Nefi 2:2.

  12. Véanse Job 42:10, 12–13; Jacob 3:1.

  13. Alma 40:5.

  14. Véase Mosíah 4:9.

  15. Véase Russell M. Nelson, “Que Dios prevalezca”, Liahona, noviembre de 2020, pág. 93. Miope significa corto de vista.

  16. Por ejemplo, el capitán Moroni afirmó que no está bien que las personas se mantengan al margen sin “hacer nada” cuando pueden ayudar a los demás (véase Alma 60:9–11; véase también 2 Corintios 1:3–4).

  17. Doctrina y Convenios 58:27; véanse también los versículos 26, 28–29.

  18. Juan 8:7.

  19. Véase Juan 8:10–11; la Traducción de José Smith del versículo 11 incluye además: “Y la mujer glorificó a Dios desde aquella hora, y creyó en su nombre”, lo que sugiere que el hecho de que el Salvador no la hubiese condenado y Su mandamiento de “no pe[car] más” influyeron por el resto de la vida de la mujer.

  20. Bryan Stevenson, Just Mercy: A Story of Justice and Redemption, 2015, págs. 308–309.

  21. Véase Mateo 25:31–46.

  22. Véase Hechos 10:38; véase también Russell M. Nelson, “El segundo gran mandamiento”, Liahona, noviembre de 2019, págs. 98–100.

  23. Véase Doctrina y Convenios 1:17, 22–23.

  24. Estos preceptos se expresan claramente en “La Restauración de la plenitud del evangelio de Jesucristo: Una proclamación para el mundo en el bicentenario”, LaIglesiadeJesucristo.org.

  25. Alma 62:41.

  26. Véase Amos C. Brown, en Boyd Matheson, “‘It Can Be Well with This Nation’ If We Lock Arms as Children of God”, Church News, 25 de julio de 2019, thechurchnews.com.

  27. Alma 31:38.

  28. Véase Lucas 4:16–19. Sanar a los quebrantados de corazón es restaurar a aquellos cuya mente, voluntad, intelecto o yo interior hayan sido devastados u oprimidos (véase James Strong, The New Strong’s Expanded Exhaustive Concordance of the Bible, 2010, sección del diccionario hebreo, págs. 139 y 271).

  29. Véanse, por ejemplo, Russell M. Nelson, “Que Dios prevalezca”, Liahona, noviembre de 2020, pág. 92; Dallin H. Oaks, “Amad a vuestros enemigos”, Liahona, noviembre de 2020, págs. 26–29. El presidente Nelson exhortó: “Hago un llamado a nuestros miembros de todas partes para que pongan el ejemplo de abandonar las actitudes y acciones de prejuicio. Les ruego que promuevan el respeto hacia todos los hijos de Dios”. Aquello es más que simplemente oponerse a las actitudes y acciones de prejuicio. El presidente Oaks citó a la reverenda Theresa A. Dear: “… el racismo florece en el odio, la opresión, la confabulación, la pasividad, la indiferencia y el silencio”. Después dijo: “… como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, debemos mejorar para ayudar a erradicar el racismo”.

  30. Véase Isaías 61:3. Recibir una corona de hermosura significa que nos convertimos en coherederos con Jesucristo en el Reino de Dios. Véase también Donald W. Parry, Jay A. Parry y Tina M. Peterson, Understanding Isaiah, 1998, págs. 541–543.