Mensaje del Área
El poder del sacerdocio
En la Santa Biblia leemos sobre un recién converso llamado Simón, en Hechos 8:18–20: “Y cuando vio Simón que por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo, les ofreció dinero, diciendo: Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero”. Pedro dejó claro que el dinero, la experiencia, el nivel de estudio, la posición social no es lo que califica a un hombre para recibir el sacerdocio.
La autoridad del sacerdocio es la autorización para representar a Dios y actuar en Su nombre en la tierra. Se recibe por medio de la imposición de manos por Sus siervos autorizados en la tierra. Esta es una característica de la Iglesia del Señor Jesucristo; los varones reciben la autoridad del sacerdocio por su dignidad, su deseo de servir y su buena disposición de edificar el Reino de Dios.
Continuando con la historia de Simón, Pedro, quien poseía las llaves del Santo Sacerdocio, lo exhortó en Hechos 8:21–22: “tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete”.
La rectitud es importante para recibir la autoridad, pero al mismo tiempo el vivir con rectitud cada día de nuestra vida es un requisito para incrementar el poder en el sacerdocio. Autoridad y poder funcionan juntos, pero esencialmente no son lo mismo.
El élder David A. Bednar enseñó: “Recibir la autoridad del sacerdocio por la imposición de manos es un comienzo importante, pero no es suficiente. La ordenación confiere autoridad, pero se requiere rectitud para actuar con poder al esforzarnos por elevar almas, enseñar y testificar, bendecir y aconsejar, y hacer avanzar la obra de salvación”1.
“Los hombres que poseen el sacerdocio no sólo deberían recibir la autoridad de dicho sacerdocio sino llegar a ser dignos y fieles canales del poder de Dios”2.
Siendo misionero, con mi compañero tuvimos la impresión de visitar al líder misional. Al llegar, su esposa nos dijo: “Los estábamos buscando, mi esposo está muy enfermo, ¿podrían darle una unción?”. Mi compañero y yo nos humillamos ante el Señor y oramos antes de dar la bendición para que el Señor nos concediera Su poder al ejercer el sacerdocio. Después de la bendición se levantó y, a pesar de estar muy mal, nos dio las gracias. Al llegar al hospital, los médicos se sorprendieron al verlo porque debería haber estado desmayado o en coma. He experimentado ese sagrado poder en mi vida, como amigo, como misionero, como padre, como esposo y como líder.
El Manual General nos enseña que el poder del sacerdocio es el poder por medio del cual Dios bendice a Sus hijos3. Este poder de Dios fluye a todos los miembros de la Iglesia —tanto varones como mujeres— conforme guardan los convenios que han hecho con Él. Entre las bendiciones del poder del sacerdocio que los miembros pueden recibir se encuentran las siguientes:
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Guía para sus vidas.
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Inspiración para saber cómo servir a los miembros de la familia y a otras personas.
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Fortaleza para sobrellevar y superar los desafíos.
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Dones del Espíritu para amplificar sus capacidades.
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Revelación para saber cómo realizar la obra para la que han sido ordenados, apartados o asignados.
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Ayuda y fortaleza para llegar a ser más como Jesucristo y el Padre Celestial.
El presidente Russell M. Nelson nos ha invitado a obtener este poder dedicando tiempo para aprender del Salvador y Su sacrificio expiatorio, elegir tener fe y seguirlo, esforzarnos por mirar hacia Él en todo pensamiento, hacer convenios sagrados y guardar dichos convenios con precisión, hacer un esfuerzo diligente y enfocado para acudir a Él con fe4.
Tanto en la Iglesia, en el trabajo y en cualquier lugar que estemos, recordemos ese bendito y feliz estado de aquellos que gozan del poder de Dios en sus vidas. Poder que permite que las bendiciones del cielo fluyan como rayos de sol en verano hacia sus vidas, sus familias, sus amigos y sus comunidades. Además, preparar al mundo para la venida del que ha hecho todo esto posible a través de Su sacrificio infinito, nuestro Señor Jesucristo, de quien es el poder, y lo confiere según Su voluntad a aquellos que lo aman y lo reconocen en todas las cosas. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.