Por el bien de su posteridad
No sean el eslabón débil de esta bella cadena de fe que han comenzado o recibido como legado, sean el eslabón fuerte.
Hace unos años, cuando servía en el Área Sudamérica Noroeste y vivía en Perú, tuve una bella experiencia que quisiera compartir con ustedes.
Ocurrió cuando regresaba a casa después de un ajetreado fin de semana de asignaciones. Luego de finalmente terminar el proceso de inmigración en el aeropuerto, hallé a un amable taxista de nuestro habitual servicio de taxis esperándome. Me llevó al auto y me senté en la parte de atrás, listo para relajarme y disfrutar de un silencioso viaje a casa. Después de transitar algunas calles, el conductor recibió una llamada telefónica de su supervisor que le decía que yo había tomado el taxi equivocado. Había otro auto reservado para mí y el supervisor le pidió que me llevara de regreso al aeropuerto, si yo quería cambiar de auto. Le dije que no era necesario y que podíamos seguir adelante. Después de unos minutos de silencio, me miró a través del espejo retrovisor y preguntó: “Usted es mormón, ¿verdad?”.
Bueno, después de aquella irresistible pregunta, supe que mi momento de silencio había terminado. No pude resistirme a descubrir a dónde nos llevaría la pregunta.
Me enteré que su nombre era Omar, que el de su esposa era María Teresa y que tenían dos hijos: Carolina, de catorce años, y Rodrigo, de diez. Omar había sido miembro de la Iglesia desde pequeño. Su familia había sido activa, pero, en algún momento, sus padres habían dejado de asistir a la iglesia. Omar se inactivó por completo cuando tenía quince años; ahora tenía cuarenta.
En ese momento, comprendí que no había tomado el taxi equivocado. ¡No era una coincidencia! Le dije quién era yo y que estaba en su taxi porque el Señor lo llamaba de nuevo a Su redil.
Luego hablamos sobre la época en la que él y su familia fueron miembros activos de la Iglesia. Él tenía entrañables recuerdos de dulces momentos en las noches de hogar y de algunas canciones de la Primaria. Entonces, suavemente cantó algunas palabras de “Soy un hijo de Dios”1.
Después de obtener su dirección, su número telefónico y su permiso para compartirlos con su obispo, le dije que buscaría el modo de estar en la capilla el primer día que volviera a la Iglesia. Terminamos el trayecto del aeropuerto a mi casa, así como nuestro corto viaje a su pasado y cada uno siguió su camino.
Unas semanas después, su obispo me llamó para contarme que Omar pensaba asistir a la capilla cierto domingo. Le dije que allí estaría yo. Aquel domingo, Omar estuvo allí junto con su hijo. Su esposa y su hija aún no mostraban interés. Unos meses después, el obispo me llamó de nuevo, pero esta vez para decirme que Omar bautizaría a su esposa y a sus dos hijos y me invitó a estar presente. Esta fotografía es del domingo en que ellos fueron confirmados miembros de la Iglesia.
Ese mismo domingo, le dije a Omar y a su familia que, si se preparaban, en un año sería un honor para mí poder efectuar su sellamiento en el Templo de Lima, Perú. Esta fotografía es de ese momento memorable para todos nosotros, que se tomó un año después.
¿Por qué comparto esa experiencia con ustedes? La comparto con dos fines:
Primero, para dirigirme a aquellos buenos miembros quienes por alguna razón se han alejado del Evangelio restaurado de Jesucristo. Segundo, para dirigirme también a aquellos miembros que actualmente participan, pero que quizás no sean tan fieles a sus convenios como deberían. En ambos casos, sus generaciones futuras se verán afectadas y las bendiciones y promesas que están reservadas para su posteridad están en riesgo.
Comencemos por el primer caso: los buenos miembros que han dejado la senda de los convenios, como ocurría con mi amigo peruano, Omar. Cuando le pregunté por qué había decidido volver, dijo que fue porque él y su esposa sentían que sus hijos tendrían una vida más feliz con el Evangelio de Jesucristo. Él sintió que era hora de volver a la Iglesia por el bien de sus hijos.
Es muy triste cuando nos encontramos con miembros inactivos o personas que no son miembros de la Iglesia que alguna vez tuvieron el Evangelio en su familia y lo perdieron por la decisión de sus padres o abuelos de dejar la Iglesia por un tiempo. Tal decisión podría tener un impacto en su posteridad para siempre.
Sus hijos y nietos han quedado excluidos de la protección y de las bendiciones del Evangelio de Jesucristo en sus vidas. Lo que es incluso más desgarrador, han perdido las promesas de una familia eterna que anteriormente habían tenido. La decisión de una persona ha afectado a toda una cadena de descendientes. Se ha quebrantado el legado de fe.
Sin embargo, como sabemos, todo lo quebrantado puede enmendarse mediante Jesucristo. Por esa razón, les ruego que consideren esta invitación del presidente Russell M. Nelson: “Ahora bien, si se han apartado del camino, los invito con toda la esperanza de mi corazón a que por favor regresen. Cualesquiera que sean sus preocupaciones o desafíos, hay un lugar para ustedes en esta, la Iglesia del Señor. Ustedes y las generaciones aún por venir serán bendecidas por las acciones que tomen ahora para regresar al camino de los convenios”2.
Ahora hablemos del segundo caso: los miembros que hoy participan y que quizás no sean tan fieles como deberían ser. Así como las decisiones de ayer influyen en la realidad de hoy, las decisiones de hoy tendrán un impacto en nuestro futuro y en el de los miembros de nuestra familia.
El presidente Dallin H. Oaks nos enseñó:
“El Evangelio restaurado de Jesucristo nos alienta a pensar en el futuro […]; enseña grandes ideas sobre el futuro para guiar nuestras acciones en la actualidad.
“Por el contrario, todos conocemos personas a quienes les interesa solo el presente: gástalo hoy, disfrútalo hoy y no te preocupes por el futuro […].
“Al tomar las decisiones de hoy, siempre debemos preguntarnos: ‘¿A qué conducirá esto?’”3. ¿Nos conducirán nuestras decisiones actuales al gozo hoy y en la eternidad, o al pesar y a las lágrimas?
Algunos podrían pensar: “No tenemos que asistir a la capilla todos los domingos”, o “Pagaremos el diezmo cuando la situación mejore”, o “No apoyaré a los líderes de la Iglesia en cuanto a este asunto”.
Dicen: “Pero sabemos que la Iglesia es verdadera y nunca abandonaremos el Evangelio de Jesucristo”.
Quienes piensan de ese modo no comprenden el impacto negativo que ese tipo de “tibieza” como miembros tendrá en sus vidas y en las de su posteridad. Quizás los padres se mantengan activos, pero el riesgo de perder a sus hijos es alto, en esta vida y en la eternidad.
Respecto a quienes no heredarán la gloria celestial con sus familias, el Señor dice: “Estos son aquellos que no son valientes en el testimonio de Jesús; así que, no obtienen la corona en el reino de nuestro Dios”4. ¿Es eso lo que queremos para nosotros y para nuestros hijos? ¿No debemos ser más valientes y menos tibios por nuestro propio bien y por el de nuestra posteridad?
El presidente M. Russell Ballard también expresó una preocupación similar:
“Para algunas personas, la invitación de Cristo a creer y permanecer sigue siendo dura […]. Algunos discípulos tienen dificultad para entender una norma o una enseñanza de la Iglesia en particular; a otros les preocupan aspectos de nuestra historia o las imperfecciones de algunos miembros y líderes actuales o antiguos […].
“La decisión de ‘ya no anda[r]’ más con los miembros de la Iglesia y con los líderes escogidos por el Señor tendrá un efecto a largo plazo que de momento no siempre se podrá apreciar”5.
Vaya triste legado a transmitir, ¿y para qué? Sea lo que sea, no es suficiente como para ignorar el impacto espiritual negativo que eso tendrá en las generaciones futuras.
Mis queridos hermanos y hermanas, si están pasando por alguna de esas dos situaciones que he mencionado en mi mensaje, les ruego que reconsideren su curso de acción. Ustedes saben que hay un plan para nosotros en esta vida, saben que las familias pueden ser eternas, ¿por qué arriesgar la de ustedes? No sean el eslabón débil de esta bella cadena de fe que han comenzado o recibido como legado, sean el eslabón fuerte. Es su turno de hacerlo y el Señor puede ayudarlos.
Desde el fondo de mi corazón, los invito a que piensen al respecto, a que contemplen y evalúen: “¿A qué conducirá esto?” y, si es necesario, a que sean lo suficientemente valientes como para modificar su camino por el bien de su posteridad. En el nombre de Jesucristo. Amén.