Caminar con Cristo en una relación por convenio
Aquel que fue magullado y quebrantado por nosotros permitirá que los efectos de la vida terrenal obren en nosotros, pero no nos pide que afrontemos esos desafíos solos.
Mi buen amigo Ilan me habló de un sendero en Israel. “Se llama el Sendero de Jesús”, me dijo, “porque es el camino entre Nazaret y Capernaúm por el que muchos creen que anduvo Jesús”. En ese instante decidí que quería recorrer ese sendero, así que comencé a planear un viaje a Israel.
Seis semanas antes de mi viaje, me rompí el tobillo. Mi esposo estaba preocupado por la lesión, pero mi mayor preocupación era cómo iba a recorrer, un mes más tarde, “el Sendero de Jesús”. Soy obstinada por naturaleza, así que no cancelé los boletos de avión.
Recuerdo la hermosa mañana de junio en la que conocí a nuestra guía israelí. Salté de la camioneta y saqué un par de muletas y un patinete de rodilla. Mya, nuestra guía, miró mi yeso y dijo: “No creo que puedas recorrer este sendero en ese estado”.
“Puede que no”, respondí, “pero nada me impide intentarlo”. Ella asintió levemente y comenzamos. Le tengo cariño por eso, por creer que yo podría recorrer el sendero estando lesionada.
Por un tiempo, caminé por la empinada senda y por las peñas yo sola, pero luego Mya, conmovida por la sinceridad de mi compromiso, sacó un cordel, lo ató al manillar de mi patinete y comenzó a tirar. Me llevó por las colinas, por huertos de limoneros y por las orillas del mar de Galilea. Al llegar a nuestro destino, expresé mi gratitud por la guía tan amable que me había ayudado a lograr algo que nunca habría podido lograr yo sola.
Cuando el Señor llamó a Enoc a ir por la tierra y dar testimonio de Él, Enoc dudó1. No era más que un muchacho y tardo en el habla. ¿Cómo podía recorrer esa senda en su estado? Lo cegaba aquello que tenía quebrantado en él. La respuesta del Señor a lo que representaba un impedimento para Enoc fue sencilla e inmediata: “Anda conmigo”2. Al igual que Enoc, debemos recordar que Aquel que fue magullado y quebrantado por nosotros3 permitirá que los efectos de la vida terrenal obren en nosotros, pero no nos pide que afrontemos esos desafíos solos4. Sea cual sea la gravedad de nuestra historia o del curso actual de nuestra senda, Él nos invitará a andar con Él5.
Piensen en el joven con problemas que se encontró con Jehová en un lugar desierto. Jacob se hallaba lejos de casa. En la oscuridad de la noche, tuvo un sueño en el que no solo había una escalera, sino también importantes promesas por convenio, incluidas las que yo llamo las promesas de los cinco dedos de la mano6. Esa noche Jehová se paró ante Jacob, le dijo que era el Dios del padre de Jacob y luego prometió:
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Yo estoy contigo.
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Te guardaré.
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Volveré a traerte a casa.
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No te dejaré.
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Cumpliré la promesa que te he hecho7.
Jacob debía tomar una decisión. Podía escoger una vida en la que el Dios de su padre fuera simplemente un conocido o vivir comprometido en una relación por convenio con Él. Años más tarde, Jacob testificó haber llevado una vida dentro de las promesas por convenio del Señor: “Dios […] me respondió en el día de mi angustia y […] ha estado conmigo en el camino que he andado”8. Al igual que hizo con Jacob, el Señor nos responderá a cada uno de nosotros en el día de nuestra angustia si escogemos sujetar nuestra vida a la de Él. Él ha prometido andar con nosotros en el camino.
Llamamos a esto caminar por la senda de los convenios, una senda que comienza con el convenio del bautismo y conduce a convenios más profundos que hacemos en el templo. Quizás escuchen estas palabras y piensen en casillas que hay que marcar; tal vez todo lo que vean sea una senda de requisitos, pero si miran más de cerca, verán algo más atrayente. Un convenio no solo consiste en un contrato, aunque eso es importante; consiste en una relación. El presidente Russell M. Nelson enseñó: “La senda de los convenios se trata ante todo de nuestra relación con Dios”9.
Piensen en un matrimonio por convenio. El día de la boda es importante, pero es igual de importante la relación que se forja a lo largo de la vida que se comparte después. Lo mismo sucede con una relación por convenio con Dios. Se han establecido las condiciones y a lo largo del camino habrá expectativas. Sin embargo, Él nos invita a cada uno a venir según nuestras posibilidades, con íntegro propósito de corazón, y a “seguir adelante”10 con Él a nuestro lado, confiando en que Sus bendiciones prometidas llegarán. En las Escrituras se nos recuerda que, a menudo, esas bendiciones llegan en Su propio tiempo y a Su propia manera: treinta y ocho años11, doce años12 o de inmediato13. Por difícil que sea el sendero, Su socorro es seguro14.
La Suya es una misión de condescendencia. Jesucristo se encontrará con nosotros allí donde estemos y como estemos. Ese es el porqué del jardín, de la cruz y del sepulcro. El Salvador fue enviado para ayudarnos a vencer15, pero permanecer donde estamos no nos brindará la liberación que buscamos. Así como no dejó a Jacob ahí, en la tierra, no es la intención del Señor dejar a ninguno de nosotros donde estamos.
La Suya es también una misión de ascensión. Él obrará en nuestro interior16 para elevarnos hasta donde Él está y, en el proceso, permitirnos llegar a ser como Él es. Jesucristo vino para levantarnos17. Él desea ayudarnos a llegar a ser como Él. Ese es el porqué del templo.
Debemos recordar: no es el camino por sí solo lo que nos exaltará, sino el compañero, nuestro Salvador. Y este es el porqué de la relación por convenio.
Cuando estuve en Israel, visité el Muro de las Lamentaciones. Para los judíos, ese es el lugar más sagrado de Israel, es todo lo que queda de su templo. La mayoría de ellos lleva sus mejores ropas cuando visita ese lugar sagrado; la elección de su atuendo es un símbolo de su devoción a su relación con Dios. Van al muro para leer las Escrituras, adorar y elevar sus oraciones. La súplica por tener un templo entre ellos ocupa cada uno de sus días, cada una de sus oraciones; anhelan tener una casa del convenio. Admiro su devoción.
Al regresar a casa desde Israel, escuché con más atención las conversaciones a mi alrededor en cuanto a los convenios. Noté que la gente preguntaba: ¿Por qué debería caminar por una senda de convenios? ¿Necesito entrar en una casa para hacer convenios? ¿Por qué llevo el santo gárment? ¿Debería invertir en una relación por convenio con el Señor? La respuesta a esas buenas e importantes preguntas es sencilla: depende del grado de relación que deseen tener con Jesucristo18. Cada uno de nosotros tendrá que encontrar su propia respuesta a esas preguntas profundamente personales.
Esta es la mía: Yo camino por esta senda como una “hija amada de padres celestiales”19, a la cual conocen20 divinamente y en quien confían profundamente21. Como hija del convenio, tengo derecho a recibir las bendiciones prometidas22. He escogido23 andar con el Señor. He sido llamada24 a ser testigo de Cristo. Cuando siento que la senda es abrumadora, soy fortalecida25 con gracia habilitadora. Cada vez que cruzo el umbral de Su casa, siento una relación por convenio más profunda con Él. Soy santificada26 con Su Espíritu, investida27 con Su poder y apartada28 para edificar Su reino. Mediante un proceso de arrepentimiento diario y la participación semanal de la Santa Cena, estoy aprendiendo a llegar a ser firme29 y a andar haciendo bienes30. Camino por esta senda con Jesucristo, esperando con anhelo el día prometido en que Él volverá de nuevo. Entonces seré sellada como Suya31 y levantada como una santa32 hija de Dios.
Por eso camino por la senda de los convenios.
Por eso me aferro a las promesas por convenio.
Por eso entro en Su casa del convenio.
Por eso llevo el santo gárment como un recordatorio constante.
Porque deseo vivir comprometida en una relación por convenio con Él.
Tal vez ustedes también lo hagan por eso. Comiencen desde donde estén33. No dejen que su estado les impida hacerlo. Recuerden que la velocidad y la ubicación en la senda no son tan importantes como el progreso34. Pidan a alguien de confianza, que esté en la senda de los convenios, que les muestre al Salvador que ha llegado a conocer. Aprendan más de Él, inviertan en esa relación concertando un convenio con Él. No importa su edad ni su estado: pueden caminar con Él.
Cuando acabamos de recorrer el Sendero de Jesús, Mya no retiró el cordel; lo dejó atado a mi patinete y en los días siguientes mis sobrinos adolescentes y su amigo se turnaron para llevarme por las calles de Jerusalén35. Se aseguraron de que no me perdiera las historias de Jesús. Eso me recordó la fortaleza de la nueva generación. Podemos aprender de ustedes. Tienen un deseo genuino de conocer al guía, Jesucristo; confían en la fuerza del cordel que nos sujeta a Él; tienen el don inusual de reunir a otras personas para llevarlas hacia Él36.
Menos mal que caminaremos este sendero juntos, alentándonos unos a otros en el camino37. A medida que compartamos nuestra experiencia personal con Cristo, vamos a fortalecer la devoción personal. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.