El poder de Jesucristo en nuestras vidas cada día
La fuente de nuestra fortaleza es la fe en Jesucristo, cuando intencionalmente buscamos venir al Él todos los días.
Queridos hermanos y hermanas, esta es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Qué gozo es estar reunidos como Su Iglesia. Agradezco lo que el presidente Russell M. Nelson nos recordó sobre usar el nombre correcto de la Iglesia del Señor a menudo para recordarnos de quién es esta Iglesia y de quién son las enseñanzas que seguimos.
El presidente Nelson declaró: “En los días venideros veremos las mayores manifestaciones del poder del Salvador que el mundo jamás haya visto […]. Él concederá innumerables privilegios, bendiciones y milagros a los fieles”1.
Uno de los mayores privilegios que mi esposa Renée y yo tenemos es reunirnos con los santos en los lugares donde servimos. Escuchamos sus historias, somos testigos de sus pérdidas, compartimos su dolor y nos regocijamos con sus éxitos. Hemos presenciado muchas de las bendiciones y milagros que el Salvador ha concedido a los fieles. Hemos conocido a personas que han padecido lo imposible y han sufrido lo impensable.
Hemos visto la manifestación del poder del Salvador en una viuda que perdió a su esposo mientras servían al Señor en Bolivia2. Lo vimos en una joven en Argentina a quien empujaron a las vías del tren y perdió una pierna, solo porque alguien quiso robarle el celular3; y en su padre soltero, quien ahora debe lidiar con las consecuencias y fortalecer a su hija después de tan inexplicable acto de crueldad. Lo vimos en las familias que perdieron sus casas y todas sus posesiones durante los incendios en Chile, solo dos días antes de la Navidad de 20224. Lo hemos visto en quienes sufren después de un divorcio traumático y en las víctimas inocentes del maltrato y el abuso.
¿Qué es lo que les otorga este poder para atravesar situaciones tan difíciles? ¿Qué es lo que les da una capa extra de fortaleza para seguir adelante cuando todo parece perdido?
He aprendido que la fuente de esa fortaleza es la fe en Jesucristo, cuando intencionalmente venimos al Él todos los días.
El profeta Jacob enseñó: “Y viene al mundo para salvar a todos los hombres, si estos escuchan su voz; porque he aquí, él sufre los dolores de todos los hombres, sí, los dolores de toda criatura viviente, tanto hombres como mujeres y niños, que pertenecen a la familia de Adán”5.
A veces, tener fe en Jesucristo parece algo imposible, casi inalcanzable. Podemos pensar que venir a Cristo requiere una fortaleza, un poder y una perfección que no tenemos y simplemente carecemos de la energía para hacerlo todo. Pero lo que yo he aprendido de estas personas es que la fe en Jesucristo es lo que les da la energía para comenzar el camino. En ocasiones podemos pensar: “Debo arreglar mi vida antes de venir a Jesús”, pero la verdad es que venimos a Jesús para arreglar nuestras vidas a través de Él.
No venimos a Cristo porque somos perfectos, venimos a Él porque somos imperfectos y en Él podemos ser perfeccionados6.
¿Cómo comenzamos a ejercer un poquito de fe cada día? Para mí comienza en la mañana, cuando me despierto; en lugar de mirar mi teléfono, digo una oración, aunque sea una simple oración. Entonces leo un pasaje de las Escrituras. Esto me ayuda a guardar mi convenio semanal, que hago al participar de la Santa Cena, de “recordarle siempre”7. Cuando comienzo el día con una oración y un pasaje de las Escrituras puedo “recordarle” cuando miro mi teléfono. Puedo “recordarle siempre” cuando me enfrento con problemas y conflictos y trato de enfrentarlos como Jesús lo haría.
Cuando lo recuerdo, siento un deseo de cambiar, de arrepentirme; encuentro la fuente de energía para guardar mis convenios y siento la influencia del Espíritu Santo en mi vida para “guardar los mandamientos que él [me] ha dado, para que siempre pued[a] tener su espíritu con[m]igo”8. Eso me ayuda a perseverar hasta el fin9. ¡O por lo menos hasta el final del día! Y en esos días en que no logro recordarlo todo el día, Él aún está ahí, amándome y diciéndome: “Todo está bien, puedes intentarlo nuevamente mañana”.
Aunque nosotros seamos imperfectos al recordarlo a Él, nuestro amoroso Padre Celestial nunca deja de recordarnos a nosotros.
Uno de los errores que cometemos a menudo es pensar que guardar los convenios es una transacción que hacemos con el Padre Celestial. Yo obedezco y El me protege para que nada malo me suceda jamás; pago mis diezmos y nunca perderé el trabajo, o el fuego no va a quemar mi casa. Pero después, cuando las cosas no suceden como esperábamos, clamamos al Señor diciendo: “¿No tienes cuidado que perecemos?”10.
Nuestros convenios no son simplemente una transacción, son una transformación11. Por medio de mis convenios recibo el poder santificador y fortalecedor de Jesucristo para transformarme en una persona nueva, para perdonar lo que parecía imperdonable, para superar lo que parecía insuperable. Intencionalmente recordar a Jesucristo siempre es poderoso, me da más fortaleza para “guardar sus mandamientos que él [me] ha dado”12. Me ayuda a ser más bueno, a sonreír sin motivo, a ser pacificador13, a evitar conflictos, a dejar que Dios prevalezca en mi vida14.
Cuando nuestro dolor o el dolor de alguien a quien amamos es tal que no lo podemos soportar, recordar a Jesucristo y venir a Él puede aliviar la carga, ablandar el corazón y disminuir el dolor. Este es el poder que hizo que este padre pueda, más allá de su propia capacidad, sostener a su hija a través del dolor físico y emocional de perder la pierna.
Cuando el élder Soares visitó Argentina el pasado mes de junio y le preguntó a Flavia acerca de su trágico accidente, ella respondió fielmente: “Experimenté confusión, amargura, ira y odio cuando [esto sucedió]. Algo que me ayudó fue no preguntar: ‘¿Por qué yo?’, sino ‘¿Para qué?’ […]. Esto fue algo que me acercó más a los demás y al Señor […]. En vez de distanciarme de Él, tuve que aferrarme a Él”15.
El presidente Nelson enseñó: “La recompensa por guardar los convenios con Dios es poder celestial, un poder que nos fortalece para soportar mejor nuestras pruebas, tentaciones y pesares […]. De ese modo, quienes guardan los convenios tienen derecho a un tipo especial de descanso”16. Este es el tipo de paz y de descanso que vi en los ojos de la viuda, a pesar de la desolación de extrañar a su esposo todos los días.
En el Nuevo Testamento, leemos de una ocasión en que Jesús y Sus discípulos estaban en una barca:
“Entonces se levantó una gran tempestad de viento, y echaba las olas en la barca […].
“Y él estaba […] durmiendo sobre un cabezal, y le despertaron y le dijeron: Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?
“Y levantándose, reprendió al viento y dijo al mar: ¡Calla, enmudece!
“Y a ellos les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?”17.
Siempre me ha intrigado esta historia. ¿Esperaba el Señor que usaran su fe para calmar la tempestad? ¿Para reprender al viento? La fe en Jesucristo es el sentimiento de paz que permite resistir la tormenta, sabiendo que no pereceremos porque Él está en la barca con nosotros.
Este es el tipo de fe que vimos cuando visitamos las familias después de los incendios en Chile. Sus casas se habían quemado completamente, lo habían perdido todo. Sin embargo, mientras caminábamos por lo que habían sido sus hogares y nos relataban sus experiencias, sentimos que estábamos pisando tierra santa. Una hermana le dijo a mi esposa: “Cuando vi que las casas cercanas se estaban quemando tuve la impresión de que nuestra casa se iba a quemar, que lo íbamos a perder todo, todo y, en lugar de desesperación, experimenté una indescriptible sensación de paz; sentí que de alguna manera todo iba a estar bien”. Confiar en Dios y guardar los convenios que hacemos con Él nos otorga poder para vencer nuestra debilidad y consuelo para soportar nuestro dolor.
Estoy agradecido por la oportunidad que Renée y yo hemos tenido de conocer a algunos de estos santos extraordinarios, por sus muchos ejemplos de fe, fortaleza y perseverancia. Por las historias de angustia y desilusión que probablemente nunca saldrán en las portadas de los diarios o que nunca se harán virales. Por las fotografías que nunca se toman de las lágrimas derramadas ni de las oraciones ofrecidas después de la pérdida de un ser querido o de un divorcio traumático; por las publicaciones que nunca se hacen del temor, de la desolación y del dolor que solo se puede sobrellevar gracias a la fe en Jesucristo y Su Expiación. Estas personas fortalecen mi fe y por eso estoy profundamente agradecido.
Sé que esta es la Iglesia de Jesucristo. Sé que Él está listo para investirnos con Su poder, si venimos a Él todo el día, todos los días. En el nombre de Jesucristo. Amén.