Solo para la versión digital: Jóvenes adultos
¿Te sientes solo? Aquí tienes tres consejos que marcan una diferencia para mí
La autora vive en Cuneo, Italia.
Ser miembro de la Iglesia en Italia puede ser una experiencia solitaria, pero he aprendido que nunca estoy sola.
Vivo en un pequeño pueblo de Italia, donde solo hay cuatro jóvenes adultos solteros en mi rama.
La mayoría de las personas de aquí practican el catolicismo, por lo que están conectadas por las creencias que tienen en común. A menudo me siento fuera de lugar por ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Es fácil sentir que estoy sola a medida que me esfuerzo por llegar a ser más como el Salvador. Hago todo lo posible por seguirlo. Quiero aceptar las invitaciones del presidente Russell M. Nelson de “vencer al mundo1 y “pensar de manera celestial”2, pero a veces me desanimo cuando siento que estoy sola en lo que respecta a mi fe.
Sin embargo, cuando la soledad me invade, ciertas prácticas me ayudan a seguir adelante con fe. Aquí tienes tres consejos que me ayudan a superar esa soledad.
Convierte la lectura de las Escrituras en un hábito
Cuando me siento abrumadoramente sola, dedico un momento a buscar al Padre Celestial a través de la oración. Le digo cómo me siento y luego abro las Escrituras. De alguna manera, siempre encuentro las verdades que necesito escuchar en ese momento.
Aunque los versículos no siempre describen mis circunstancias exactas, las verdades que contienen llenan mi corazón de esperanza y consuelo. La soledad se desvanece cuando tengo momentos tranquilos para meditar en las palabras de los profetas de la antigüedad que testifican de Cristo.
Constantemente me recuerdan que se me ama, que Dios está al tanto de mis circunstancias y que las cosas van a estar bien.
El tener el hábito de leer las Escrituras y orar de manera constante, aun cuando sea difícil, me ayuda a sentirme más feliz, más segura y más conectada con el Espíritu.
Si invitamos al Salvador a nuestra vida al estudiar las Escrituras, Él siempre estará allí, recordándonos quiénes somos y conectándonos con nuestro Padre Celestial.
Recuerda el poder habilitador de Jesucristo
Siempre he acudido a Jesucristo para hallar perdón y paz, pero también he llegado a comprender que Él me puede brindar apoyo cuando me siento sola.
El élder Jeffrey R. Holland explicó que cuando el Salvador estaba sufriendo en el Jardín de Getsemaní, “exclam[ó] en suprema soledad: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ [Mateo 27:46; cursiva agregada]”.
El élder Holland continuó: “Mi creencia personal es que, durante todo el ministerio terrenal de Cristo, posiblemente el Padre nunca haya estado más cerca de Su Hijo que en esos últimos momentos de angustioso sufrimiento. No obstante, a fin de que el sacrificio supremo de Su Hijo fuera igualmente completo como lo fue voluntario y solitario, el Padre retiró brevemente de Jesús el consuelo de Su Espíritu, el apoyo de Su presencia personal […]. Fue necesario […] que este Hijo perfecto que nunca había dicho ni hecho nada malo, ni había tocado cosa inmunda, supiese cómo se sentiría el resto de la humanidad, o sea nosotros, todos nosotros, cuando cometiera esos pecados”3.
Debido a esto, Él sabe cómo socorrernos (véase Alma 7:11–12); sabe exactamente cómo nos sentimos.
Jesucristo recorrió solo ese camino para que nosotros no tengamos que hacerlo. Aprender acerca de Él y centrarme en Su poder habilitador me da consuelo, esperanza y fortaleza para seguir adelante con fe.
Sé bondadoso contigo mismo
Cuando me siento sola, ser bondadosa conmigo misma marca una gran diferencia. Nutro mi mente con pensamientos positivos porque me he dado cuenta de que ¡yo soy la persona con la que voy a pasar el resto de mi vida! Por lo tanto, debería tener una buena relación conmigo misma.
La soledad solo empeorará si no somos amables con nosotros mismos.
Me trato a mí misma como a una amiga. Me recuerdo quién soy y que, aunque no soy perfecta, siempre puedo arrepentirme y continuar tratando de seguir a Cristo. El élder Gary E. Stevenson nos invitó recientemente: “Hagan una pausa cuando se vean al espejo. Piensen o, si quieren, digan en voz alta: ‘¡Vaya, qué bien me veo! ¡Soy impresionante! ¡Soy hijo de Dios! ¡Él me conoce! ¡Él me ama! ¡Tengo un don, el don del Espíritu Santo como mi compañero constante!’”4.
Así que eso es lo que hago. Me miro al espejo y me digo esas cosas; luego me río porque me siento tonta, pero también siento más confianza, amor y conexión con el Espíritu.
Cuando eres tu propio amigo, nunca sentirás que no tienes ninguno.
Nunca estás solo
A veces siento que soy la única persona que pasa por ciertos desafíos, pero me recuerdo a mí misma que hay muchos jóvenes adultos en todo el mundo que están en la misma situación. Incluso si no sé quiénes son, ellos también se esfuerzan por permanecer con Cristo.
No estoy sola.
El élder Alan T. Phillips, de los Setenta, dijo recientemente: “Muchas personas se sienten abrumadas, solas, aisladas o exhaustas […]. El saber que todos somos hijos de Dios y miembros de Su familia eterna restaurará nuestro sentido de pertenencia y propósito”5.
El Padre Celestial nos ama y nos ha dado las herramientas para conectarnos con Él, con Su Hijo y los unos con los otros. Simplemente tenemos que acordarnos de usarlas.
Él te conoce y está contigo. No pierdas la esperanza. Llena tu vida con el Espíritu y recuerda que, como hijo o hija de Dios, perteneces a Su familia eterna.
Nunca estás solo.