“Este es mi evangelio” — “Esta es mi iglesia”
Este es el Evangelio del Salvador y esta es Su Iglesia (véanse 3 Nefi 27:21; Mosíah 26:22; 27:13). La combinación de ambos es algo poderoso y transformador.
Durante siglos, la pólvora fue el explosivo más potente que había disponible. Con ella se podían lanzar balas de cañón, pero no era eficaz en proyectos de minería y de construcción de carreteras; era simplemente demasiado débil para desmenuzar rocas.
En 1846, un químico italiano, llamado Ascanio Sobrero, sintetizó un explosivo nuevo: la nitroglicerina. Este fluido aceitoso era al menos mil veces más potente que la pólvora y podía desmenuzar rocas con facilidad. Desafortunadamente, la nitroglicerina era inestable; si se la dejaba caer desde una pequeña altura, explotaba; si alcanzaba altas temperaturas, explotaba; si se enfriaba demasiado, explotaba; incluso si se la dejaba quieta en una sala fresca y oscura, finalmente explotaba. La mayoría de los países prohibieron su transporte y muchos incluso su fabricación.
En 1860, un científico sueco, llamado Alfred Nobel, comenzó a intentar estabilizar la nitroglicerina. Después de siete años de experimentación, alcanzó su objetivo al absorber la nitroglicerina en una sustancia sin ningún valor llamada tierra de diatomeas o diatomita. La diatomita es una roca porosa que se puede machacar hasta convertirla en polvo fino. Al mezclarla con nitroglicerina, la diatomita la absorbe y la pasta resultante se puede moldear en forma de “cartuchos”. De este modo, la nitroglicerina era mucho más estable; se la podía almacenar de forma segura, transportar y utilizar sin que perdiera su poder de explosión. Nobel llamó a la combinación de nitroglicerina y diatomita “dinamita”.
La dinamita cambió el mundo y también hizo muy rico a Nobel. Sin un estabilizador, la nitroglicerina era sencillamente demasiado peligrosa para ser valiosa comercialmente, como lo descubrió Ascanio Sobrero; y por sí misma, como mencioné, la diatomita, tenía poco valor. Sin embargo, la combinación de ambos componentes hizo que la dinamita se convirtiera en algo transformador y preciado.
De manera similar, la combinación del Evangelio de Jesucristo y La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días nos proporciona beneficios poderosos y transformadores. El Evangelio es perfecto, pero requiere de una Iglesia con mandato divino para predicarlo, mantener su pureza y administrar sus santas ordenanzas con el poder y la autoridad del Salvador.
Consideren la combinación del Evangelio del Salvador y Su Iglesia, tal como la estableció el profeta Alma del Libro de Mormón. La Iglesia era responsable de no predicar nada, salvo el arrepentimiento y la fe en el Señor, que iba a redimir a Su pueblo. Utilizando la autoridad de Dios, la Iglesia era responsable de administrar la ordenanza del bautismo en el nombre del Señor, como testimonio de que habían concertado un convenio con Él de que le servirían y guardarían Sus mandamientos. Las personas que fueron bautizadas tomaron sobre sí el nombre de Jesucristo, se unieron a Su Iglesia y recibieron la promesa de un gran poder a través del derramamiento del Espíritu.
Las personas se congregaron en las aguas de Mormón para escuchar a Alma predicar el Evangelio. Aunque contemplaron con veneración esas aguas y los bosques circundantes, la Iglesia del Señor no era ni un lugar ni un edificio, ni lo es en la actualidad. La Iglesia es, sencillamente, personas normales, discípulos de Jesucristo, congregados y organizados en una estructura divinamente designada que ayuda al Señor a llevar a cabo Sus propósitos. La Iglesia es el instrumento mediante el cual aprendemos la función central de Jesucristo en el plan del Padre Celestial. La Iglesia proporciona el modo autorizado para que las personas participen en las ordenanzas y hagan convenios perdurables con Dios. Guardar esos convenios nos acerca más a Dios, nos da acceso a Su poder y nos transforma en lo que Él desea que lleguemos a ser.
Al igual que la dinamita sin la nitroglicerina no es nada especial, la Iglesia del Salvador es especial solo si se fundamenta en Su Evangelio. Sin el Evangelio del Salvador y la autoridad para administrar sus ordenanzas, la Iglesia no es extraordinaria.
Sin el efecto estabilizador de la diatomita, la nitroglicerina tenía un valor limitado como explosivo. Como la historia lo ha demostrado, sin la Iglesia del Señor, el entendimiento por parte del ser humano respecto al Evangelio ha sido igualmente inestable, ha tendido a desviarse doctrinalmente y ha estado sujeto a la influencia de religiones, culturas y filosofías diferentes. Una amalgama de tales influencias se ha puesto de manifiesto en cada dispensación que ha precedido a esta última. Aunque inicialmente el Evangelio les fue revelado en su pureza, la interpretación y la puesta en práctica de ese Evangelio gradualmente se convirtió en devoción que carecía de poder, porque el marco divinamente autorizado ya no estaba presente.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días habilita el acceso al poder de Dios porque está autorizada por Él, tanto para enseñar la doctrina de Cristo como para ofrecer las ordenanzas de salvación y exaltación del Evangelio. El Salvador anhela perdonar nuestros pecados, ayudarnos a acceder a Su poder y transformarnos. Él sufrió por nuestros pecados y ansía evitarnos el castigo que, de otro modo, mereceríamos. Él quiere que lleguemos a ser santos y que seamos perfeccionados en Él.
Jesucristo tiene el poder para hacer eso. Él no se limitó a empatizar con nuestras imperfecciones y a lamentar nuestra condenación eterna como consecuencia del pecado. No, Él fue más allá, infinitamente más allá, y restauró Su Iglesia para habilitar el acceso a Su poder.
La esencia del Evangelio que enseña la Iglesia es que Jesucristo llevó “nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores”, se “cargó en él la iniquidad de todos nosotros”. Él “sufrió la cruz”, quebrantó “las ataduras de la muerte”, “ha subido a los cielos, y se ha sentado a la diestra de Dios para reclamar del Padre sus derechos de misericordia”. El Salvador hizo todo esto porque ama a Su Padre y nos ama a nosotros. Él ya ha pagado el precio infinito, por lo tanto, Él puede “reclama[r] a todos los que tienen fe en él; y […] aboga[r]” por ellos, por nosotros. Jesucristo tan solo quiere que nos arrepintamos y vengamos a Él para que Él pueda justificarnos y santificarnos. En ese deseo, Él es implacable e inmutable.
El acceso al poder de los convenios de Dios y a Su amor por convenio se obtiene a través de Su Iglesia. La combinación del Evangelio del Salvador y Su Iglesia transforma nuestra vida. Transformó la vida de mis abuelos maternos. Mi abuelo, Oskar Andersson, trabajó en un astillero en Högmarsö, una isla del archipiélago de Estocolmo. Su esposa, Albertina, y sus hijos vivían en la Suecia continental. Cada dos semanas, en sábado, Oskar remaba en su bote hasta su hogar para pasar el fin de semana antes de volver a Högmarsö el domingo por la noche. Un día, mientras se encontraba en Högmarsö, él escuchó a dos misioneros americanos predicar el Evangelio restaurado de Jesucristo. Oskar sintió que lo que había escuchado era la verdad pura y se sintió lleno de un gozo indescriptible.
La siguiente vez que volvió a casa, Oskar le habló a Albertina con entusiasmo todo acerca de los misioneros. Él le explicó que creía lo que ellos habían enseñado. Le pidió a ella que leyera los folletos que los misioneros le habían entregado y le dijo que no pensaba que ninguno de sus futuros hijos debía ser bautizado de niño. Albertina se indignó mucho y tiró los folletos al montón de la basura. No hablaron mucho más antes de que Oskar regresara al trabajo el domingo por la noche.
Tan pronto él se marchó, Albertina recuperó los folletos. Comparó detenidamente la doctrina de estos con las enseñanzas de su gastada Biblia. Estaba asombrada de sentir que lo que había leído era verdadero. La siguiente vez que Oskar vino a casa, fue recibido con una cálida bienvenida, al igual que la copia del Libro de Mormón que él traía consigo. Albertina lo leyó con gran interés, comparándolo de nuevo con la doctrina de su Biblia. Al igual que Oskar, ella reconoció la verdad pura y se sintió llena de un gozo indescriptible.
Oskar, Albertina y sus hijos se mudaron a Högmarsö para estar cerca de los pocos miembros de la Iglesia que allí había. Una semana después de que Oskar y Albertina fueran bautizados en 1916, Oskar fue llamado a ser el líder del grupo de Högmarsö. Como muchos nuevos conversos, Oskar y Albertina enfrentaron críticas debido a su nueva fe. Los granjeros locales se negaron a venderles leche, así que Oskar cruzaba el fiordo remando cada día para comprar leche de un granjero más tolerante.
Sin embargo, durante los siguientes años, la cantidad de miembros de la Iglesia en Högmarsö aumentó, en parte debido al poderoso testimonio y ardiente fervor misional de Albertina. Cuando el grupo llegó a ser una rama, Oskar fue llamado como presidente de rama.
Los miembros de esa rama de Högmarsö sentían veneración por esa isla, era para ellos sus aguas de Mormón, porque fue allí donde llegaron al conocimiento de su Redentor.
A lo largo de los años, conforme guardaban su convenio bautismal, Oskar y Albertina fueron transformados por el poder de Jesucristo. Ellos anhelaban hacer más convenios y recibir las bendiciones del templo. Para obtener esas bendiciones, emigraron permanentemente desde su hogar en Suecia hasta Salt Lake City en 1949. Oskar había servido como líder de los miembros de Högmarsö durante treinta y tres años.
La combinación de nitroglicerina y diatomita hizo que la dinamita tuviera valor; la combinación del Evangelio de Jesucristo y Su Iglesia es incalculable. Oskar y Albertina escucharon el Evangelio restaurado porque un profeta de Dios había llamado, asignado y enviado misioneros a Suecia. Por mandato divino, los misioneros enseñaron la doctrina de Cristo y, con la autoridad del sacerdocio, bautizaron a Oskar y a Albertina. Como miembros, Oskar y Albertina siguieron aprendiendo, desarrollándose y sirviendo a otros. Se convirtieron en Santos de los Últimos Días porque guardaron los convenios que habían hecho.
El Salvador se refiere a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días como “mi Iglesia” porque Él le ha dado el mandato a ella de llevar a cabo Sus propósitos: predicar Su Evangelio, proporcionar Sus ordenanzas y convenios, y hacer posible que Su poder nos justifique y santifique. Sin Su Iglesia, no hay autoridad, no hay predicación de las verdades reveladas en Su nombre, no hay ordenanzas ni convenios, no hay manifestación del poder de la divinidad, no hay transformación en quien Dios quiere que lleguemos a ser y el plan de Dios para Sus hijos es desdeñado. La Iglesia en esta dispensación es esencial para Su plan.
Los invito a comprometerse más plenamente con el Salvador, Su Evangelio y Su Iglesia. Al hacerlo, descubrirán que la combinación del Evangelio del Salvador y Su Iglesia trae poder a sus vidas. Este poder es mucho mayor que el de la dinamita; este desmenuzará las rocas en su camino y los transformará en herederos del Reino de Dios y serán “llenos de ese gozo que es inefable y lleno de gloria”. En el nombre de Jesucristo. Amén.