Bienvenidos a la Iglesia de gozo
Debido a la vida y misión redentoras de nuestro Salvador, Jesucristo, ¡podemos —y debemos— ser el pueblo con más gozo de la tierra!
Fui bautizado en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en la Nochebuena de 1987, hace casi treinta y siete años. Ese fue un día verdaderamente maravilloso en mi vida y en mi travesía eterna, y estoy profundamente agradecido a los amigos que prepararon el camino y me llevaron a las aguas de ese nuevo nacimiento.
Ya sea que el bautismo de ustedes haya sido ayer o hace años, ya sea que se reúnan en un gran edificio de la Iglesia para varios barrios o bajo un toldo de paja, o si reciben la Santa Cena en memoria del Salvador en tailandés o suajili, quisiera decirles ¡bienvenidos a la Iglesia de gozo! ¡Bienvenidos a la Iglesia de gozo!
La Iglesia de gozo
Debido al amoroso plan de nuestro Padre Celestial para cada uno de Sus hijos, y debido a la vida y misión redentoras de nuestro Salvador, Jesucristo, ¡podemos —y debemos— ser el pueblo con más gozo de la tierra! Aun cuando nos azoten las tormentas de la vida en este mundo a menudo atribulado, podemos cultivar un sentido de gozo creciente y duradero, y de paz interior debido a nuestra esperanza en Cristo y a que comprendemos nuestro lugar en el hermoso plan de felicidad.
El apóstol del Señor de más antigüedad, el presidente Russell M. Nelson, ha hablado del gozo que proviene de una vida centrada en Jesucristo en casi cada discurso que ha dado desde que llegó a ser el Presidente de la Iglesia. Él lo resumió tan concisamente: “El gozo proviene de Él, y gracias a Él […]. Para los Santos de los Últimos Días, ¡Jesucristo es gozo!”.
Somos miembros de la Iglesia de Jesucristo. ¡Somos miembros de la Iglesia de gozo! Y en ningún lugar debe ser más evidente nuestro gozo como pueblo que cuando nos reunimos cada día de reposo en nuestras reuniones sacramentales para adorar a la fuente de todo gozo. ¡Ahí nos reunimos con las familias de nuestros barrios y ramas para celebrar el sacramento de la Santa Cena del Señor, nuestra liberación del pecado y la muerte, y la gracia poderosa del Salvador! ¡Vamos ahí a experimentar el gozo, el refugio, el perdón, la acción de gracias y el sentido de pertenencia que hallamos a través de Jesucristo!
¿Es este espíritu de regocijo colectivo en Cristo lo que ustedes encuentran? ¿Es eso lo que ustedes traen? Quizás piensen que esto no tiene mucho que ver con ustedes, o quizás estén sencillamente acostumbrados a cómo se han hecho siempre las cosas. Sin embargo, todos podemos aportar, sin importar nuestra edad o llamamiento, para hacer de nuestra reunión sacramental la hora acogedora, llena de gozo, centrada en Cristo que puede ser, vivificada con un espíritu de gozosa reverencia.
Gozosa reverencia
¿Gozosa reverencia? “¿Es eso posible?”, quizá se pregunten. Bueno, ¡sí, lo es! ¡Amamos, honramos y respetamos profundamente a nuestro Dios, y nuestra reverencia fluye de un alma que se regocija en el abundante amor, misericordia y salvación de Cristo! Esta gozosa reverencia hacia el Señor debe caracterizar nuestras sagradas reuniones sacramentales.
Sin embargo, para muchos, la reverencia solo significa esto: cruzar los brazos con firmeza, inclinar la cabeza, cerrar los ojos y mantenerse quietos ¡indefinidamente! Eso podría ser útil para enseñar a los niños muy activos, pero a medida que crecemos y aprendemos, debemos ver que la reverencia es mucho más que eso. ¿Estaríamos así si el Salvador estuviese con nosotros? No, ya que “en [Su] presencia hay plenitud de gozo”.
Bueno, para muchos de nosotros esta transformación en los servicios sacramentales necesitará práctica.
Asistir versus adorar
No nos reunimos en el día de reposo simplemente para asistir a la reunión sacramental y marcarlo en una lista; nos reunimos para adorar. Existe una diferencia significativa entre las dos cosas. Asistir significa estar físicamente presente. ¡Pero adorar es alabar y venerar intencionalmente a nuestro Dios de una forma que nos transforma!
En el estrado y en la congregación
Si nos reunimos en memoria del Salvador y de la redención que Él hizo posible, ¡nuestros rostros deberían reflejar nuestro gozo y gratitud! El élder F. Enzio Busche contó en una ocasión la historia de cuando él era presidente de rama y un niño en la congregación lo miró en el estrado y preguntó en voz alta: “¿Qué está haciendo allí arriba ese hombre con cara de malo?”. Quienes se sientan en el estrado —los discursantes, los líderes, el coro— y quienes se sientan en la congregación comunican el uno al otro esta “bienvenida a la Iglesia de gozo” a través de la expresión de sus rostros.
Cantar himnos
Al cantar, ¿nos unimos para alabar a nuestro Dios y Rey sin importar la calidad de nuestras voces, o solo mascullamos las palabras o nos quedamos sin cantar? Las Escrituras registran que “la canción de los justos es una oración para [Dios]”, en la cual Su alma se deleita. Así que, ¡cantemos y alabémosle!.
Discursos y testimonios
Centramos nuestros discursos y testimonios en el Padre Celestial, en Jesucristo y en los frutos de vivir humildemente Su Evangelio, frutos que son “más dulce[s] que todo lo dulce”. Entonces verdaderamente “comere[mos] […] hasta quedar satisfechos, de modo que no tendre[mos] hambre ni […] sed” y serán ligeras nuestras cargas mediante el gozo del Hijo.
La Santa Cena
El glorioso punto central de nuestros servicios religiosos es que se bendiga y recibamos la Santa Cena, el pan y el agua que representan el don expiatorio de nuestro Señor y todo el propósito de reunirnos. Este es un “momento sagrado de renovación espiritual”, cuando damos testimonio de una manera diferente, de que estamos dispuestos a tomar sobre nosotros el nombre de Jesucristo y hacemos nuevamente el convenio de recordar al Salvador siempre y guardar Sus mandamientos.
En ciertas etapas de la vida, quizás venimos a la Santa Cena con corazones afligidos y cargas abrumadoras. En otras ocasiones, venimos libres y sin el peso de preocupaciones y problemas. Al escuchar con intención la bendición del pan y del agua y participar de esos sagrados emblemas, podríamos reflexionar en el sacrificio del Salvador, Su agonía en Getsemaní, Su angustia en la cruz y las penas y los dolores que sobrellevó por nosotros. Eso será lo que dará alivio a nuestra alma, conforme conectemos nuestro sufrimiento al Suyo. En otros momentos, querríamos maravillarnos con asombro y gratitud al intenso y dulce gozo que el don magnífico de Jesús ha hecho posible en nuestras vidas y nuestra eternidad. Nos regocijaremos por lo que aún está por venir: nuestra preciada reunión con nuestro Padre amado y Salvador resucitado.
Puede que se nos haya condicionado a suponer que el propósito de la Santa Cena es sentarnos en el banco pensando únicamente en todas las maneras en que nos equivocamos la semana anterior, pero cambiemos esa práctica. En la quietud, podemos meditar las muchas maneras en que vimos al Señor venir en pos de nosotros incesantemente con Su maravilloso amor esta semana. Podemos reflexionar en lo que significa “descubr[ir] el gozo del arrepentimiento diario”. Podemos agradecer las muchas veces que el Salvador participó en nuestros desafíos y triunfos, y en las ocasiones cuando sentimos Su gracia, perdón y poder dándonos fortaleza para superar nuestras dificultades y soportar nuestras cargas con paciencia, incluso de buen ánimo.
Sí, meditamos en los sufrimientos y en las injusticias infligidos a nuestro Redentor por nuestros pecados, y eso causa reflexión seria y profunda. Sin embargo, a veces nos quedamos estancados ahí: en el jardín, en la cruz, en la tumba. No logramos elevarnos al gozo de la tumba que aparece abierta, la derrota de la muerte y la victoria de Cristo sobre todo lo que nos impide obtener paz y regresar a nuestro hogar celestial. Ya sea que derramemos lágrimas de tristeza o lágrimas de gratitud durante la Santa Cena, ¡hagámoslo con maravilloso asombro por las buenas nuevas de la dádiva que el Padre nos dio, Su Hijo!.
Padres con hijos pequeños o con necesidades especiales
Ahora bien, para los padres con hijos pequeños o con necesidades especiales, a menudo no hay tal cosa como un momento de quietud y reflexión tranquila durante la Santa Cena. Sin embargo, en breves momentos durante la semana, ustedes pueden enseñar por medio del ejemplo el amor, la gratitud y el gozo que sienten por el Salvador y de parte de Él, al cuidar constantemente de Sus ovejitas. Ningún esfuerzo en este cometido pasa desapercibido. Dios los tiene muy presentes a ustedes.
Consejos de familia, de barrio y de rama
Al igual que en el hogar, podemos comenzar a mejorar nuestras expectativas y esperanza con respecto a nuestro tiempo en la iglesia. En los consejos de familia podemos hablar de cómo cada persona puede contribuir de maneras significativas a dar la bienvenida a todos a la Iglesia de gozo. Podemos planear y esperar tener una experiencia gozosa en la iglesia.
Los consejos de barrio y de rama pueden visualizar y crear una cultura de gozosa reverencia para nuestra hora sacramental, identificando pasos prácticos y señales visuales para ayudar.
Gozo
El gozo es diferente para cada persona. Para algunos podría consistir en saludos exuberantes en la puerta. Para otros podría ser ayudar discretamente a las personas a sentirse cómodas al sonreírles y sentándose a su lado con amabilidad y un corazón sincero. Para aquellos que se sienten dejados de lado o al margen, la calidez de esta bienvenida será crucial. Básicamente, podemos preguntarnos cómo querría el Salvador que fuera nuestra hora sacramental. ¿Cómo querría Él que cada uno de Sus hijos fuese bienvenido, cuidado, nutrido y amado? ¿Cómo querría Él que nos sintiéramos cuando venimos a ser renovados mediante el recordarlo y adorarlo a Él?
Conclusión
Al comienzo de mi viaje de fe, el gozo en Jesucristo fue mi primer gran descubrimiento y eso cambió mi mundo. Si todavía no han descubierto ese gozo, embárquense en su búsqueda. Esta es una invitación a recibir el don de la paz, de la luz y del gozo del Salvador, para deleitarse en ello, maravillarse y regocijarse por ello cada día de reposo.
En el Libro de Mormón, Ammón expresa los sentimientos de mi corazón cuando dice:
“Ahora bien, ¿no tenemos razón para regocijarnos? Sí, os digo que desde el principio del mundo no ha habido [un pueblo] que tuviese[] tan grande razón para regocijarse como nosotros la tenemos; sí, y mi gozo se desborda, hasta el grado de gloriarme en mi Dios; porque él tiene todo poder, toda sabiduría y todo entendimiento; él comprende todas las cosas, y es un Ser misericordioso, aun hasta la salvación, para con aquellos que quieran arrepentirse y creer en su nombre.
“Ahora bien, si esto es jactancia, así me jactaré; porque esto es mi vida y mi luz, […] mi gozo y mi gran agradecimiento”.
¡Bienvenidos a la Iglesia de gozo! En el nombre de Jesucristo. Amén.