Recursos para la familia
La función sagrada del padre y de la madre


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La función sagrada del padre y de la madre

Parte 2: La función de la madre

Ideas para poner en práctica

De acuerdo con sus propias necesidades y circunstancias, siga una o ambas de las siguientes sugerencias:

  • En la Proclamación para la familia, se nos aconseja que “el padre y la madre, como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente” (véase la página IV de esta guía de estudio). Junto con su cónyuge, repase las 10 sugerencias para los padres que da el presidente Ezra Taft Benson, las cuales se encuentran en las páginas 41–42 de esta guía de estudio, así como las 10 sugerencias para las madres, en las páginas 46–47. Analicen formas en que puedan trabajar juntos y apoyarse el uno al otro en esas responsabilidades.

    The Family Proclamation
  • Escriba una carta a su madre o a una de sus abuelas.

Asignación de lectura

Estudie los siguientes artículos. Si está casado, léalos y analícelos con su cónyuge.

“Porque ella es madre”

Élder Jeffrey R. Holland
del Quórum de los Doce Apóstoles

Tributo a las madres

Hay unas líneas que se le atribuyen al escritor Víctor Hugo que dicen:

“Ella rompió el pan en dos trozos y se lo dio a sus hijos, quienes lo comieron con avidez.

“—No se dejó nada para ella —refunfuñó el sargento.

“—Porque no tiene hambre —dijo un soldado

“—No —dijo el sargento—, porque ella es madre”.

En este año en que celebramos la fe y el valor de quienes realizaron el difícil viaje en carromato a través de los estados de Iowa, Nebraska y Wyoming, deseo rendir tributo a la versión moderna de esas madres pioneras que oraron por sus bebés, los cuidaron, y en demasiadas ocasiones tuvieron que enterrarlos en el camino. A las mujeres que me escuchan que desean de todo corazón ser madres y no lo son, les digo que no obstante las lágrimas que ustedes y nosotros derrame-mos por ello, sabemos que Dios, en algún día venidero, traerá esperanza al desolado corazón1. Tal como los profetas han enseñado en repetidas ocasiones desde este púlpito, a fin de cuentas “ninguna bendición [les] será retenida” a los fieles, aun cuando esas bendiciones no se reciban inmediatamente2. Mientras tanto, nos regocijamos de que el llamado de criar hijos no se limita sólo a los de nuestra propia sangre.

Al hablar de las madres, no es mi intención menoscabar la función decisiva y urgente de los padres, especialmente porque algunos consideran la falta del padre en el hogar contemporáneo como “el principal problema social de nuestra época”3. En verdad, la falta del padre puede ser un problema aun en el hogar en que haya un padre presente, si come y duerme allí, pero no forma parte del núcleo familiar. Pero ése es un mensaje para el sacerdocio del cual se hablará en otro momento. Hoy deseo elogiar las manos maternas que han mecido la cuna del niño y que, por haber enseñado rectitud a sus pequeños, se hallan en el centro mismo del propósito que el Señor tiene para nosotros en la vida mortal.

Con este mensaje hago eco de lo que Pablo escribió cuando alabó de Timoteo su “fe no fingida… la cual habitó primero” dijo él, “en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice”4. “Desde la niñez”, dijo Pablo, “has sabido las Sagradas Escrituras”5. Damos gracias por todas las madres y abuelas de quienes se han aprendido esas verdades desde una tierna edad.

Los sacrificios hechos por las madres jóvenes

Al hablar de las madres en general, deseo en especial elogiar y alentar a las madres jóvenes. La labor de una madre es ardua y muchas veces pasa desapercibida. Los primeros años son con frecuencia aquellos en que el esposo o la esposa, o ambos, se encuentran todavía estudiando o en esas primeras etapas de escasez en que el marido aprende la forma de ganarse el sustento. La economía familiar fluctúa diariamente entre poco y nada. Por lo general, la decoración del departamento se compone de uno o dos diseños: el de las tiendas de segunda mano o “a lo vacío”. El automóvil, si tienen, anda con las llantas lisas y el tanque vacío. Sin embargo, a menudo el problema más grande que enfrenta una joven madre que de noche tiene que alimentar al bebé o atenderlo porque le están saliendo los dientes, es la fatiga. En el transcurso de esos años, las madres hacen más con menos descanso y dan más a los demás, con menor recompensa, que ningún otro grupo del que yo tenga conocimiento, en cualquier otra etapa de la vida. No es de sorprenderse que tengan enormes ojeras.

La ironía, claro está, es que con frecuencia es ella a quien deseamos llamar, o necesitamos llamar, para servir en las organizaciones auxiliares de barrio y de estaca. Eso es comprensible. ¿Quién no desea la influencia ejemplar de esas Loidas y Eunices en formación? Pero seamos todos sabios. Recuerden que las familias son lo más importante de todo, especialmente en esos años formativos, y de todas maneras las madres jóvenes se las arreglarán magníficamente para servir fielmente en la Iglesia, así como otros les prestan servicio y las fortalecen a ellas y a sus familias.

Pongan su mejor esfuerzo durante esos atareados años, pero hagan lo que hagan, valoren esa función tan exclusivamente suya y por la cual el mismo cielo envía ángeles para velar por ustedes y sus pequeños. Esposos, en especial los esposos, al igual que los líderes de la Iglesia y los amigos de todas partes, sean serviciales, sensibles y prudentes. Recuerden que “todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora”6.

Madres, nosotros reconocemos y apreciamos su “fe en cada paso”. Por favor, sepan que su esfuerzo valió, vale y para siempre valdrá la pena. Y si por alguna razón están haciendo ese valeroso esfuerzo a solas, sin un marido a su lado, entonces serán más fervientes nuestras oraciones por ustedes y más resuelta nuestra determinación para extenderles una mano de ayuda.

Las madres hacen la obra de Dios

Hace poco una joven madre me escribió diciéndome que su angustia parecía tener tres orígenes. Uno era que cada vez que escuchaba un discurso sobre la maternidad en la Iglesia, se preocupaba porque sentía que no estaba a la altura de lo que se esperaba de ella o que iba a ser incapaz de llevar a cabo la labor. Segundo, sentía que el mundo esperaba que ella enseñara a los hijos lectura, escritura, decoración de interiores, latín, cálculo integral y la red Internet, todo antes de que el bebé siquiera balbuceara. Tercero, muchas veces sentía que la gente la trataba con aire condescendiente, casi siempre sin proponérselo, ya que el consejo e incluso los elogios que ella recibía parecían no reflejar la inversión mental, el esfuerzo espiritual y emocional, las exigencias intensas de toda la noche y todo el día que agotan la energía pero que a veces son necesarias si uno desea y trata de ser la madre que Dios espera que sea.

Pero dijo que había una cosa que la hacía seguir adelante. Según dijo: “A través de los altibajos y de las lágrimas que en ocasiones he derramado, sé muy dentro de mí que estoy llevando a cabo la obra de Dios. Sé que por medio de la maternidad participo con Él en una asociación eterna. Me conmueve profundamente que Dios considere la paternidad como Su máxima finalidad y satisfacción, aun cuando algunos de Sus hijos le hagan llorar.

“Es esa comprensión”, dice, “la que trato de recordar durante esos inevitables días difíciles cuando todo esto me abruma tanto. Quizá sea precisamente nuestra incapacidad e inquietud las que nos instan a acercarnos a Él y a intensificar Su facultad para acercarse a Su vez a nosotros. Es posible que Él tenga la secreta esperanza de que sintamos inquietud y que supliquemos humildemente Su ayuda. Creo que entonces Él podrá enseñar a esos niños directamente, por nuestro intermedio, sin que opongamos resistencia. Esa idea me gusta y me brinda esperanza”, concluye. “Si vivo con rectitud delante de mi Padre Celestial, tal vez la guía que Él les dé a nuestros hijos no sea obstruida. Acaso entonces pueda llevarse a cabo Su obra y Su gloria en el verdadero sentido de la palabra”7.

Sus hijos bendecirán su nombre

En vista de esa expresión, está claro que algunas de esas grandes ojeras no provienen solamente del cambio de pañales y de ser el chofer de los niños, sino de algunas noches en vela haciendo una evaluación del alma, buscando con ansias alcanzar la capacidad de criar a esos hijos para que lleguen a ser lo que Dios desea que sean. Conmovido ante esa devoción y determinación, quisiera decirles a todas las madres, en el nombre del Señor: Ustedes son magníficas. Están haciendo una excelente labor. El solo hecho de que se les haya dado esa responsabilidad es una evidencia eterna de la confianza que el Padre Celestial tiene en ustedes. Él sabe que el dar a luz no las pone inmediata-mente dentro del círculo de los omniscientes. Si ustedes y sus esposos se esfuerzan por amar a Dios y vivir el Evangelio; si ruegan por la guía y el consuelo del Santo Espíritu que se ha prometido a los fieles; si van al templo tanto para hacer como para reclamar las promesas de los convenios más sagrados que un hombre o una mujer puedan hacer en este mundo; si demuestran a los demás, incluyendo a sus hijos, el mismo amor, compasión y perdón que desean que el cielo les conceda; si hacen lo que esté a su alcance por ser buenos padres, habrán hecho todo lo humanamente posible y todo lo que Dios espera que hagan.

En ocasiones, la decisión que toma un hijo o nieto les romperá el corazón. Algunas veces, lo que deseamos no se cumple inmediatamente. Todo padre y madre se preocupa por eso. Aun el presidente Joseph F. Smith, que fue un amoroso y extraordinario padre, rogó: “¡Oh Dios, no permitas que pierda a los míos!”8. Ése es el ruego de todo padre y también su temor. Pero nadie que continúa esforzándose y orando ha fracasado. Ustedes tienen todo el derecho de recibir aliento y de saber que al final sus hijos bendecirán su nombre, al igual que las anteriores generaciones de madres, que tuvieron las mismas esperanzas y los mismos temores.

De ustedes es la grandiosa tradición de Eva, la madre de toda la familia humana, que comprendió que ella y Adán tenían que caer “para que los hombres [y las mujeres] existiesen”9 y para que hubiera gozo. Suya es la grandiosa tradición de Sara, de Rebeca y de Raquel. Sin ellas no hubieran existido esas extraordinarias promesas patriarcales dadas a Abraham, Isaac y Jacob que nos bendicen a todos. También [es de ustedes] la grandiosa tradición de Loida y Eunice y de las madres de los dos mil jóvenes guerreros, y la extraordinaria tradición de María, quien fuera elegida y preordenada, desde antes que el mundo fuese, para concebir, llevar en su vientre y dar a luz al Hijo del mismo Dios. A todas ustedes les damos las gracias, incluso a nuestras propias madres, y les decimos que no hay nada más importante en este mundo que el participar tan directamente en la obra y la gloria de Dios, al brindar la mortalidad y la vida terrenal a Sus hijos, para que la inmortalidad y la vida eterna puedan lograrse en los reinos celestiales.

Confíen en el Salvador para siempre

Cuando se acercan al Señor con mansedumbre y humildad de corazón y, cómo dijo una madre, “golpean a la puerta de los cielos para pedir, para rogar, para exigir guía, sabiduría y ayuda para realizar esa labor maravillosa”, la puerta se abre de par en par para proporcionarles la influencia y la ayuda de toda la eternidad. Reclamen las promesas del Salvador. Pidan el bálsamo sanador de la Expiación para cualquier problema que tengan ustedes o sus hijos. Sepan que con fe las cosas se pueden arreglar a pesar de ustedes, o mejor dicho, por causa de ustedes.

Es imposible lograrlo solas, pero tienen quién les ayude. El Maestro de los cielos y la tierra les bendecirá; Él, que resueltamente busca a la oveja perdida, que barre con diligencia en busca de la moneda perdida y que espera eternamente el regreso del hijo pródigo. De ustedes es la obra de salvación y por consiguiente serán magnificadas, recompensadas, serán hechas más de lo que son y de lo que jamás hayan sido al esforzarse honradamente, no obstante lo inadecuado que algunas veces piensen que es ese esfuerzo.

Recuerden todos los días de su maternidad: “He aquí… no habéis llegado hasta aquí sino por la palabra de Cristo, con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar”10.

Confíen en Él plenamente y para siempre. Y sigan “adelante con firmeza en Cristo, teniendo un fulgor perfecto de esperanza”11. Están haciendo la obra de Dios y la están haciendo maravillosamente bien. Él las bendice y las bendecirá, aun y especialmente, en los días y las noches más difíciles. Al igual que la mujer que en forma anónima, con humildad, quizá incluso con titubeo y vergüenza, se abrió paso entre la multitud para tocar solamente el borde del manto del Maestro, Cristo les dirá a las mujeres que se preocupan, dudan o a veces lloran debido a la responsabilidad que tienen como madres: “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado”12. Y esa fe salvará también a sus hijos.

De un discurso pronunciado por el élder Holland en la conferencia general de la Iglesia de abril de 1997 (véase Liahona, julio de 1997, páginas 38–40).

A las madres en Sión

Presidente Ezra Taft Benson
Decimotercer Presidente de la Iglesia

Madres en Sión, su cometido divino es sumamente vital para su exaltación y para la salvación y exaltación de su familia. Por encima de cualquier cosa que se pueda comprar con dinero, el niño necesita una madre, y dedicarle tiempo es el mayor de todos los regalos.

Con el corazón lleno de amor por las madres de Sión, quisiera sugerirles diez modos en que pueden dedicar a sus hijos un tiempo que resulte eficaz.

Estén siempre disponibles. Primero, dediquen tiempo a estar presentes y disponibles cuando sus hijos vayan y vengan: cuando salgan para la escuela y cuando vuelvan de ella, cuando salgan con otros jóvenes y cuando regresen del paseo, cuando lleven amigos a casa. Estén allí ya sea que tengan hijos de seis o dieciséis años. Entre los mayores problemas que enfrenta nuestra sociedad está el de los millones de niños que vuelven diariamente a una casa vacía y sin supervisión debido a que ambos padres trabajan.

Sean amigas de sus hijos. Madres, en segundo lugar, dediquen tiempo a ser verdaderas amigas de sus hijos. Escúchenlos con atención; hablen con ellos, hagan chistes y rían con ellos; canten, jueguen y lloren con ellos; abrácenlos; elógienlos sinceramente. Y dediquen regularmente un tiempo exclusivo, personal, a cada uno de ellos. Sean amigas verdaderas.

Léanles a menudo. Tercero, dediquen tiempo a leerles desde que están en la cuna. Piensen en las palabras de este poema:

“Puedes tener incontables tesoros,

piedras preciosas y cofres con oro.

Mas lo que yo tengo es perdurable:

Lo que cuando era niño me leyó mi madre”

(Strickland Gillilan, “The Reading Mother” [La madre que lee]).

Si les leen regularmente, inculcarán en sus hijos el amor por la buena literatura y por las Escrituras.

Oren con sus hijos. Cuarto, dediquen tiempo a orar con ellos. Bajo la dirección del padre, se debe tener una oración familiar de mañana y de noche. Cuando piden las bendiciones del cielo sobre ellos, háganlo de manera que sus hijos puedan percibir la fe que tienen. Parafraseando a Santiago dire: “La oración de la madre justa puede mucho” (véase Santiago 5:16). Enséñenles a participar en las oraciones familiares y a decir sus propias oraciones, y regocijen al escuchar sus dulces súplicas a nuestro Padre Celestial.

Lleven a cabo semanalmente la noche de hogar. Quinto, dediquen tiempo todas las semanas a tener una noche de hogar que sea de valor para su familia. Con su esposo presidiendo, contribuyan a la noche de hogar para que sea espiritual y edificante; den participación en ella a sus hijos; enséñenles principios correctos; hagan que esta reunión se convierta en una tradición familiar. Recuerden la maravillosa promesa del presidente Joseph F. Smith cuando la Iglesia estableció la práctica de las noches de hogar: “Si los santos obedecen este consejo, les prometemos que recibirán grandes bendiciones por ello. El amor en el hogar y la obediencia a los padres aumentarán; la fe crecerá en el corazón de los jóvenes de Israel y obtendrán el poder para combatir la influencia maligna y las tentaciones que los rodean” (en Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, comp. por James R. Clark, 6 tomos, 1965–1975, tomo IV, pág. 339). Esta maravillosa promesa sigue en vigor en la actualidad.

Estén con ellos a la hora de comer. Sexto, dediquen tiempo a estar con ellos a la hora de la comida. Esto se convierte en un problema después que los hijos crecen y tienen una vida más ocupada. Pero si los padres y los hijos hacen el esfuerzo por estar juntos a esa hora, alrededor de la mesa tienen lugar conversaciones agradables, planes compartidos acerca de las actividades diarias y oportunidades especiales de enseñar y aprender.

Lean diariamente las Escrituras. Séptimo, dediquen tiempo a leer las Escrituras juntos, todos los días en familia. Es importante que se lean individualmente; pero la lectura familiar es vital. El hecho de que la familia lea junta el Libro de Mormón traerá más espiritualidad a su hogar y les dará a todos el poder de resistir la tentación y de tener el Espíritu Santo como su constante compañero. Yo les prometo que el Libro de Mormón cambiará la vida de todos los miembros de la familia.

Tengan actividades de toda la familia junta. Octavo, dediquen tiempo a tener actividades con toda la familia. Hagan que los paseos y salidas especiales, comidas al aire libre, celebraciones de cumpleaños, viajes y cualquier otra actividad sean momentos especiales que creen en todos recuerdos felices para el futuro. Siempre que sea posible, asistan juntos a aconteci-mientos en los que un miembro de la familia participe, tales como una representación escolar, una competencia deportiva, un discurso, un recital. Asistan juntos a las reuniones de la Iglesia, y siéntanse juntos siempre que puedan. Las madres que influyen para que sus hijos oren y se entretengan juntos verán que la familia se mantiene unida y serán una bendición para todos ellos.

Enseñen a sus hijos. Noveno, madres, dediquen tiempo a enseñarles, aprovechando también toda oportunidad de enseñanza que se les presente. Puede ser en cualquier momento: a la hora de comer, en ocasiones de estar sentados juntos descansando, en el dormitorio al final del día o en una caminata en las primeras horas de la mañana. Ustedes son el mejor maestro que sus hijos tendrán. No entreguen esa valiosa responsabilidad a las niñeras o las guarderías. Los ingredientes más importantes de que dispone una madre para enseñar a sus hijos son el amor y el profundo interés que siente por ellos.

Enséñenles los principios del Evangelio; enséñenles las recompensas de ser buenos; enséñenles que en el pecado no existe la seguridad; enséñenles a sentir amor por el Evangelio de Jesucristo y a obtener un testimonio de su divinidad.

Enseñen a sus hijos a ser modestos y a respetar su condición de futuros hombres y mujeres; enséñenles la pureza sexual, las normas apropiadas del trato cuando salen con jóvenes del sexo opuesto; enséñenles sobre el casamiento en el templo, el servicio misional y la importancia de aceptar los llamamientos en la Iglesia y honrarlos.

Enséñenles a sentir amor por el trabajo y a reconocer el valor de una buena instrucción escolar.

Enséñenles la importancia de buscar formas apropiadas de entretenerse o divertirse, incluso en el cine, la televisión, la música, los libros y las revistas. Analicen con ellos los daños de la pornografía y del consumo de drogas y enséñenles el valor de llevar una vida limpia.

Sí, madres, enseñen a sus hijos el Evangelio en su propio hogar, en sus conversaciones con ellos. Ésta será la enseñanza más eficaz que ellos recibirán en su vida; es la enseñanza a la manera del Señor. La Iglesia no puede enseñar en la forma en que ustedes lo pueden hacer; ni puede hacerlo la escuela, ni la guardería. Ustedes pueden y el Señor las sostendrá en esta tarea. Sus hijos recordarán sus enseñanzas, y aun cuando sean viejos no se apartarán de ellas. Y las llamarán “bienaventuradas”, y serán un ángel para ellos.

Madres, esta enseñanza materna y divina lleva tiempo, mucho tiempo. No se puede llevar a cabo con eficacia si se efectúa de a ratos, sino que tienen que dedicarse a ella constantemente a fin de que sus hijos sean salvos y reciban su exaltación. Ése es su llamamiento divino.

Amen sinceramente a sus hijos. Décimo y por último, dediquen tiempo a amarlos sinceramente. El amor incondicional de una madre se asemeja al amor de Cristo.

Éste es un hermoso tributo que un hijo rindió a su madre: “No recuerdo muy bien cuál era su opinión con respecto al voto ni si tenía algún prestigio social; tampoco recuerdo sus ideas sobre pedagogía, nutrición ni genética. Lo que permanece en mi memoria a través de los muchos años pasados es el amor que me expresaba. Muchas veces se acostaba en la hierba conmigo para contarme cuentos, y le gustaba jugar a las escondidas con nosotros. Siempre estaba abra-zándome, y eso me gustaba. Tenía un rostro radiante. Para mí, era como estar con Dios y pensar en todas las cosas maravillosas que se dicen de Él. ¡Y sus canciones! De todas las sensaciones agradables que he experimentado, ninguna se compara con el éxtasis de subirme a su falda y dormirme en sus brazos mientras ella se mecía en la mecedora y me cantaba. Al pensar en mi madre, me pregunto si la mujer de hoy, con todas sus ideas modernas y sus planes, comprenderá la enormidad de la influencia que puede tener para moldear a sus hijos, ya sea para bien o para mal. Me pregunto si se dará cuenta de la importancia que tienen su amor y atención en la vida de un niño”.

Madres, sus hijos adolescentes también necesitan de amor y atención similares. Parece que a algunos padres les es fácil expresar y demostrar amor a sus hijos mientras éstos son pequeños, pero les es difícil hacerlo cuando son ya mayores. Esfuércense en esto orando al respecto. No tiene por qué haber nada que les separe de ellos, y el amor es la clave para el entendimiento. Nuestros jóvenes necesitan amor y atención, no libe-ralidad; necesitan de sus padres comprensión profunda, no indiferencia; necesitan que sus padres les dediquen tiempo. Las bondadosas enseñanzas de una madre y su amor y confianza en sus hijos adolescentes pueden salvarlos de un mundo de iniquidad.

De un discurso pronunciado por el presidente Benson en una charla fogonera para padres el 22 de febrero de 1987.

  1. Véase “Redeemer of Israel”, Hymns, Nº 6; 3 Nefi 22:1.

  2. Véase de Joseph Fielding Smith, Doctrina de Salvación, tomo II, pág. 71; Harold B. Lee, Ye Are the Light of the World: Selected Sermons and Writings of President Harold B. Lee, 1974, pág. 292; y Gordon B. Hinckley, “Lo que Dios ha unido”, Liahona, julio de 1991, pág. 77.

  3. Tom Lowe, “Fatherlessness: The Central Social Problem of Our Time”, Claremont Institute Home Page Editorial, enero de 1996.

  4. 2 Timoteo 1:5.

  5. 2 Timoteo 3:15.

  6. Eclesiastés 3:1.

  7. Correspondencia personal.

  8. Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 455.

  9. 2 Nefi 2:25.

  10. 2 Nefi 31:19.

  11. 2 Nefi 31:20.

  12. Mateo 9:22.