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Oración familiar, estudio de las Escrituras en familia y noche de hogar para la familia
Ideas para poner en práctica
De acuerdo con sus propias necesidades y circunstancias, siga una o más de las siguientes sugerencias:
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Si su familia lleva a cabo en forma regular la oración familiar, el estudio de las Escrituras en familia y la noche de hogar, consideren con espíritu de oración formas en que puedan mejorar en una de esas actividades. Si su familia no está llevando a cabo esas actividades, considere lo que hará para establecerlas en su hogar.
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En familia, planifiquen una actividad que puedan hacer juntos. Considere consultar las ideas que se encuentran en las páginas 295–370 del Manual de sugerencias para la noche de hogar (31106 002).
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Repase el material que se encuentra en las páginas 154–157 de La enseñanza: El llamamiento más importante (36123 002).
Asignación de lectura
Estudie los siguientes artículos. Si está casado, léalos y analícelos con su cónyuge.
Las bendiciones de la oración familiar
Presidente Gordon B. Hinckley
Primer Consejero de la Primera Presidencia
El apóstol Pablo le declaró a Timoteo:
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos.
“Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobe-dientes a los padres, ingratos, impíos,
“sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno,
“traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:1–4).
En esta época se debe dar un nuevo énfasis a la honradez, al carácter personal y a la integridad. Sólo al concentrarnos en estas virtudes, que son la esencia de una civilización verdadera, y hacerlas parte pri-mordial de nuestra vida, nuestro mundo cambiaría por completo. La pregunta que surge en este caso es: ¿en dónde podemos comenzar?
No me cabe duda de que debemos empezar por reconocer que Dios es nuestro Padre Eterno y que nosotros somos Sus hijos; debemos comunicarnos con Él y darnos cuenta de Su posición como nuestro Soberano y pedirle Su ayuda y protección en todos los pasos de nuestra vida.
Considero que el volver nuestros corazones a Dios en el seno de nuestras familias es una de las medicinas básicas que detendrían la horrible enfermedad que está destruyendo el carácter de nuestra sociedad. Sé que no podemos esperar que ocurra un cambio de un momento a otro, pero sí sé que si lo hacemos, ese cambio se logrará en una generación.
Hace una o dos generaciones que en los hogares cristianos en todo el mundo se oraba como familia. La oración familiar era una actividad tan natural cada día como lo era el sentarse a comer. Pero a medida que esa práctica ha cesado, el deterioro moral del que habló el apóstol Pablo ha surgido como consecuencia lógica.
Estoy convencido de que no hay nada que pueda substituir la práctica de la oración familiar tanto por la mañana como por la noche, en que el padre, la madre y los hijos se dirigen de rodillas a su Padre Celestial. Es este humilde acto, y no las hermosas alfombras que hacen juego con las cortinas, ni los colores delicadamente escogidos del mobiliario, el que contribuye a la existencia de hogares mejores y más hermosos.
Hay algo en la acción de postrarse que contradice las actitudes que Pablo mencionó: “soberbios… impetuosos, infatuados”.
Y algo que la escena de un padre y una madre arrodillados con sus hijos elimina totalmente, y ésas son las demás condiciones descritas por él: “desobe-dientes a los padres… sin afecto natural”.
También el acto de dirigirse a la Deidad elimina la tendencia a blasfemar y a convertirse en “amadores de los deleites más que de Dios”.
Las tendencias a ser impíos e ingratos desaparecen cuando los miembros de la familia le agradecen a Dios su vida y la paz que disfrutan, y al expresar el agradecimiento que sienten por cada uno, la familia desarrolla un nuevo sentir, mayor respeto y nuevos sentimientos de aprecio mutuo.
Dicen las Escrituras: “Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas” (D. y C. 59:7), y vuelven a repetir: “Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas” (D. y C. 59:21).
Cuando las familias se arrodillan ante Dios y en sus oraciones recuerdan al pobre, al necesitado y al afligido, su amor y respeto por ellos aumenta, dejando a un lado su propio orgullo. Uno no puede pedirle a Dios que ayude a su prójimo sin sentir el deseo de prestarle ayuda. Cuán grandes serían los milagros que ocurrirían en la vida de las personas si, olvidándose de sí mismos, se dedicaran a servir a los demás. Estos milagros pueden hacerlos realidad las súplicas diarias de las familias.
No sé de otra forma mejor en que los padres podrían inspirar y enseñar el amor a la patria, que cuando, al orar con sus hijos, pidan por su propio país e invoquen las bendiciones del Todopoderoso para que lo preserve con libertad y paz. No sé en qué otra forma podrían los hijos aprender mejor a respetar a las autoridades, lo cual es tan necesario, que la de recordar en nuestras oraciones diarias a los que llevan la carga del gobierno.
Recuerdo haber visto en algunas ciudades carteleras de anuncios que decían: “La nación que ora se mantiene en paz”. Yo estoy muy de acuerdo.
El orar juntos puede suavizar las tensiones familiares y hacer que los hijos respeten a los padres, resultando en la obediencia. También puede suscitar el espíritu de arrepentimiento, el que a su vez erradicará las causas del divorcio y la ruptura del hogar. Cuando oramos juntos, reconocemos ante Dios nuestras debilidades e invocamos Sus bendiciones sobre nuestros hogares y sobre los que en ellos moran.
James H. Moyle, quien murió hace ya mucho tiempo, dijo algo que me impresionó bastante. En una de sus misivas dirigida a sus nietos, en la que hablaba sobre la oración familiar en su propio hogar, expresó: “Nunca nos hemos acostado sin antes habernos arrodillado para suplicar la guía y la aprobación de Dios. Aun en los hogares más organizados surgen desavenencias, mas éstas desaparecen por medio del espíritu de la oración… La oración en sí tiende a promover entre los hombres una vida más digna y fomenta la unidad, el amor, el perdón y el servicio”.
En el año 1872, el coronel Thomas L. Kane, quien era gran amigo de los miembros de la Iglesia durante su evacuación de Iowa y durante la marcha del ejército de los Estados Unidos hacia el valle de Salt Lake, se dirigió al oeste junto con su esposa y sus dos hijos. Ellos viajaron a Saint George con Brigham Young, deteniéndose cada noche a descansar en los hogares de algunos miembros de la Iglesia. La esposa del coronel le escribió varias cartas a su padre, en Filadelfia, y en una de ellas le dijo:
“En cada uno de los hogares donde nos detuvimos para pasar la noche, oramos inmediatamente después de la cena y de nuevo antes del desayuno. Se esperaba que todos estuvieran presentes… Los mormones… se arrodillan juntos, mientras que el cabeza del hogar o algún invitado de honor ora en voz alta… No hacen muchas alabanzas, sino que piden lo que necesitan y le agradecen a Dios lo que les ha dado… Ellos dan por sentado que Dios ya sabe nuestros propios nombres y nuestros títulos, y piden una bendición para alguna persona en particular…Eso me agradó cuando me acostumbré a ello”.
Ojalá que todos desarrolláramos la costumbre de orar como familia, cualidad que era tan importante para nuestros antepasados pioneros. Para ellos la oración familiar era tan importante en su adoración como lo fueron sus reuniones en el Tabernáculo. Con esa fe tenaz, que surgía de sus oraciones diarias, pudieron limpiar y cultivar la tierra, irrigar el terreno reseco, hacer que el desierto floreciera, dirigir a sus familias con amor, vivir en paz los unos con los otros y lograr la inmortalidad de sus nombres al perderse a sí mismos en el servicio de Dios.
La familia es la unidad básica de la sociedad y la familia que ora es la esperanza de una sociedad mejor. “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado” (Isaías 55:6).
¿Podemos embellecer más nuestros hogares? Sí, dirigiéndonos como familia a la fuente de la verdadera belleza. ¿Podemos darle fuerza a la sociedad y convertir este mundo en un lugar mejor para vivir? Sí, fortale-ciendo la vida familiar al arrodillarnos juntos para suplicarle al Todopoderoso Sus bendiciones en el nombre de Su Hijo Amado.
Si en toda la tierra hubiera un consenso de volver a la práctica de la oración familiar, sin lugar a dudas desaparecería en una generación la seria amenaza de destrucción que se cierne sobre nosotros. Se restau-raría la integridad, el respeto mutuo y un espíritu de agradecimiento en el corazón de las personas.
Estas fueron las palabras del Maestro: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá” (Mateo 7:7).
Doy mi testimonio de que si con toda sinceridad hacen la oración familiar, no será en vano. Puede que los cambios no se noten de inmediato y que sean casi imperceptibles, pero serán cambios verdaderos, por-que Dios “es galardonador de los que le buscan” (Hebreos 11:6).
Que seamos verdaderos ejemplos ante el mundo de que en nuestros hogares se lleva a cabo la oración familiar para que así instemos a otros a hacer lo mismo.
Del ejemplar de septiembre de 1991 de la revista Liahona, páginas 3–6.
“Recibí, por tanto, alguna instrucción”
Élder L. Tom Perry
del Quórum de los Doce Apóstoles
Buenos padres
El Libro de Mormón comienza con las siguientes palabras: “Yo, Nefi, nací de buenos padres y recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre” (1 Nefi 1:1). ¡Cuán diferente sería el mundo si el diario personal de cada uno de los hijos de nuestro Padre Celestial comenzara con una frase similar, diciendo que se ha tenido buenos padres y que ellos les han enseñado!
Estamos viviendo en una época muy especial, en la que el Evangelio del Señor ha sido restaurado en su plenitud. Nuestro ejército misional está acrecen-tándose en calidad y en cantidad; en consecuencia, se predica el Evangelio en más idiomas y naciones, y a un número mucho mayor que nunca de oídos atentos. A medida que se establecen nuestros barrios y estacas en la mayor parte del mundo, la mente creativa del hombre ha estado recibiendo la inspira-ción para desarrollar los instrumentos de comunicación necesarios a fin de hacer llegar al oído de esos pueblos las instrucciones de los profetas. Las buenas nuevas del Evangelio pueden ahora extenderse más rápida-mente, llevando consigo la esperanza de una paz sempiterna al corazón de los seres humanos.
La vida familiar en crisis
Uno de los principales mensajes del Evangelio es la doctrina de que la familia es de naturaleza eterna. Nosotros proclamamos al mundo el valor y la impor-tancia de la vida familiar, en tanto que la confusión y las dificultades que existen en la actualidad se deben, en gran medida, al deterioro de la vida familiar. Las experiencias del hogar en que los padres enseñan y adiestran a sus hijos son cada vez menores.
La vida familiar en que hijos y padres se mantie-nen en comunicación mediante el estudio, el entre-tenimiento y el trabajo, ha sido reemplazada con una cena rápida, individual y recalentada, frente al televisor. En 1991 la Asociación Nacional de Distritos de Estados Unidos consideró que la falta de la buena influencia del hogar había alcanzado un nivel crítico en el país y llevó a cabo una reunión para que sus miembros analizaran el problema. Y así reconocieron cinco conceptos básicos que podrían aumentar las posibilidades de éxito en la familia.
Primero, fortalecer las relaciones mediante actividades de familia; segundo, establecer normas y aspiraciones razonables; tercero, fomentar la propia estimación; cuarto, establecer metas asequibles; y quinto, evaluar con regularidad las virtudes y necesidades de la familia.
De pronto, la voz apremiante y amonestadora de nuestros profetas desde el principio de los tiempos adquiere especial importancia. Tal como se nos ha aconsejado y alentado a que lo hagamos, debemos prestar atención a nuestra propia familia e incrementar nuestro esfuerzo misional a fin de que otras personas tengan un conocimiento de la verdad y se den cuenta de la importancia que tiene la unidad familiar.
Adán y Eva aprenden sus responsabilidades como padres
Las instrucciones que en el principio dio el Señor a Adán y Eva establecieron claramente sus responsabi-lidades de padres; sus funciones quedaron bien definidas. Después de recibir las instrucciones del Señor, respondieron de esta manera a Su consejo:
“Y Adán bendijo a Dios en ese día y fue lleno, y empezó a profetizar concerniente a todas las familias de la tierra, diciendo: Bendito sea el nombre de Dios, pues a causa de mi transgresión se han abierto mis ojos, y tendré gozo en esta vida, y en la carne de nuevo veré a Dios.
“Y Eva, su esposa, oyó todas estas cosas y se regocijó, diciendo: De no haber sido por nuestra transgresión, nunca habríamos tenido posteridad, ni hubiéramos conocido jamás el bien y el mal, ni el gozo de nuestra redención, ni la vida eterna que Dios concede a todos los que son obedientes.
“Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas” (Moisés 5:10–12).
Enseñar y capacitar a los hijos
En efecto, la responsabilidad que los padres tienen de enseñar a sus hijos fue una de las instrucciones que el Señor dio desde el principio a nuestros primeros padres terrenales.
Al restaurarse la Iglesia en nuestros días, se han recibido revelaciones encomendando nuevamente a los padres la obligación de enseñar y educar a sus hijos. En la sección 93 de Doctrina y Convenios, el Señor reprendió a algunos hermanos que no habían cumplido sus responsabilidades para con sus familias. Las Escrituras nos dicen:
“Pero yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad…
“no has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad, conforme a los mandamientos; y aquel inicuo todavía tiene poder sobre ti, y ésta es la causa de tu aflicción.
“Y ahora te doy un mandamiento: Si quieres verte libre, has de poner tu propia casa en orden, porque hay en tu casa muchas cosas que no son rectas” (D. y C. 93:40, 42–43).
La importancia de la noche de hogar
Hace muchos años la Iglesia exhortó a todos los padres a tener semanalmente la noche de hogar. Esta recomendación se pone en práctica en los hogares de los miembros de la Iglesia en la actualidad; el lunes por la noche se ha reservado para que la familia se junte. La Iglesia no debe realizar ninguna actividad ni auspiciar reuniones sociales en esa noche de la semana. Se nos ha prometido que, si somos fieles en tal sentido, recibiremos grandes bendiciones.
El presidente Harold B. Lee nos aconsejó hace tiempo:
“Tengamos en cuenta estas cosas, que cuando la misión de Elías el profeta se entienda cabalmente, el corazón de los hijos se volverá hacia los padres y el de los padres a los hijos. Esto parece suceder tanto de este lado del velo como del otro. Si descuidamos a nuestra familia en cuanto a la noche de hogar y fracasamos en nuestras responsabilidades aquí, ¿cómo nos parecería el cielo si perdiéramos a alguien a causa de nuestro descuido? El cielo no será tal hasta que hayamos hecho todo lo que podamos por salvar a aquellos que el Señor ha enviado a través de nuestro linaje”.
Y continuó diciendo:
“Así que el corazón de ustedes, padres y madres, si tienen el verdadero espíritu de Elías, debe volverse hacia sus hijos ahora mismo y no creer que esto se refiere simplemente a los que están del otro lado del velo. Hagan que su corazón se vuelva hacia sus hijos y enséñenles. Pero deben hacerlo mientras sean pequeños y dóciles para enseñarles debidamente; y si descuidan la noche de hogar, estarán descuidando el comienzo de la misión de Elías de la misma manera que si estuvieran desatendiendo la investigación de su historia familiar” (véase el Manual de la Sociedad de Socorro, 1977–1978, pág. 2; cursiva agregada).
A menudo he pensado acerca de los momentos felices que pasábamos cuando nuestra familia era joven y teníamos a nuestros hijos en casa. He hecho un análisis mental de aquellos días, considerando los cambios que haría en cuanto a la organización y administración de nuestra familia si tuviéramos la oportunidad de revivir esa época. Hay dos aspectos que me dispondría a mejorar si se me concediera el privilegio de tener hijos menores nuevamente en el hogar.
En primer lugar, dedicaría un tiempo mayor para reunirme con mi esposa, como comité ejecutivo, a fin de aprender, comunicarnos, planear y organizarnos para cumplir mejor con nuestros deberes de padres.
En segundo lugar, si pudiera vivir de nuevo esos años, me gustaría dedicar más tiempo a mi familia, teniendo incluso noches de hogar con mayor regularidad y significado.
Los jóvenes contribuyen al éxito
La responsabilidad de planear y preparar la noche de hogar no debiera encomendarse solamente a los padres; las de mayor éxito que he presenciado han sido aquellas en que toman parte activa los miembros jóvenes de la familia.
Les recomiendo, excelentes diáconos, maestros y presbíteros, y a ustedes, Abejitas, Damitas y Laureles, que aporten sus mejores contribuciones para que las noches de hogar de su familia tengan el mayor de los éxitos. En su hogar, muchos de ustedes podrían ser la verdadera conciencia familiar; al fin y al cabo, son ustedes quienes obtendrán el mayor beneficio de esas experiencias. Si quieren vivir en un mundo de paz, de seguridad y de oportunidades, la familia a cuyo éxito contribuyan quizás incremente el bienestar del mundo entero.
Recuerdo un ejemplo de esto que ocurrió hace años, durante las fiestas navideñas, en un paseo que hicimos con nuestros nietos. A fin de gozar de una verdadera unión familiar, hicimos los planes para viajar en una camioneta todos juntos. En el vehículo íbamos nosotros, mi hijo y sus tres hijos mayores; mi nuera había permanecido en casa con sus hijitos menores. Manejaba yo en esos momentos, mientras mi esposa iba sentada junto a mí oficiando de “copiloto”. De pronto, desde el asiento de atrás, oí que Audrey, la mayor de mis nietas, consultaba con su padre, diciéndole: “Papá, una de nuestras metas este año era terminar el Libro de Mormón en nuestro estudio familiar. Éste es el último día del año. ¿Por qué no lo completamos ahora y así cumplimos la tarea?”
¡Qué grata experiencia fue aquélla al escuchar a mi hijo y sus tres hijos mientras se turnaban para leer los últimos capítulos de Moroni, completando así su meta de leer el Libro de Mormón! Y no olvidemos que fue una jovencita, no uno de los padres, quien hizo la sugerencia.
Cometido para la juventud
Ustedes son una generación escogida, reservada para esta época tan especial en la historia de la humanidad. Es mucho lo que pueden contribuir al progreso y desarrollo de la familia a la que pertenecen. Les exhorto a tomar parte activa en su familia con ese espíritu tan especial y entusiasta de la juventud para hacer del Evangelio un elemento primordial en su hogar. Recuerden el consejo del presidente Joseph F. Smith, cuando dijo:
“Quisiera que mis hijos y todos los niños y jóvenes de Sión supieran que no hay nada en este mundo que tenga tanto valor para ellos como el conocimiento del Evangelio tal como ha sido restaurado en la tierra en estos postreros días por medio del profeta José Smith; nada puede compensar su pérdida. No hay nada en la tierra que pueda compararse con la excelencia del conocimiento de Jesucristo. Por lo tanto, todos los padres de Sión deben ocuparse de velar por sus hijos, de enseñarles los principios del Evangelio y esforzarse en todo lo posible por lograr que cumplan su deber, no automáticamente porque se les inste a hacerlo, sino que deben tratar de inculcar en ellos el espíritu de verdad y un amor perdurable por el Evangelio, a fin de que cumplan con su deber no solamente por complacer a los padres sino porque el hacerlo les complazca a ellos mismos” (en Brian H. Stuy, compilador, Collected Discourses Delivered by President Wilford Woodruff, His Two Counselors, the Twelve Apostles, and Others, 5 tomos, 1987–1992, tomo V, pág. 436).
Vigorizar la noche de hogar
La noche de hogar es para todos, ya sea en el hogar donde estén ambos padres, o en el que cuenten con uno solo de ellos o en el compuesto por una sola persona. A los maestros orientadores recomendamos que, al visitar a las familias, las alienten y estimulen para que realicen la noche de hogar.
El presidente Ezra Taft Benson nos ha hecho notar una vez más la necesidad de efectuar la noche de hogar, como también cuáles son los elementos que contribuyen a su eficacia; él dijo:
“Habiéndose concebido para el fortalecimiento y la seguridad de la familia, el programa de la noche de hogar de la Iglesia dispone que una noche por semana se reserve para que los padres reúnan con ellos a sus hijos en el hogar. Juntos entonces ofrecen una oración, cantan himnos y otras canciones, leen las Escrituras, analizan temas de interés particular, hacen demostraciones de talento, enseñan los principios del Evangelio y a menudo participan en juegos y se sirve un refrigerio hecho en casa” (en “Conference Report”, Conferencia de Área de las Islas Filipinas, 1975, pág. 10).
Quisiera que tomen nota de cada una de esas sugerencias hechas por el Profeta en cuanto a lo que debiera formar parte de la noche de hogar.
Él continuó diciendo: “He aquí las bendiciones que promete un profeta de Dios a todos los que realicen semanalmente la noche de hogar. Si los santos obedecen este consejo, les prometemos que recibirán grandes bendiciones. Aumentarán el amor en el hogar y la obediencia a los padres; se desarro-llará la fe en el corazón de la juventud de Israel y obtendrán así el poder para combatir la influencia y las tentaciones de la maldad que les acosan” (en “Conference Report”, Conferencia de Área de las Islas Filipinas, 1975, pág. 10; véase también Improvement Era, junio de 1975, pág. 734).
Exhortamos a cada uno de ustedes a seguir el consejo del Profeta. Todas las familias de la Iglesia deben evaluar otra vez el progreso que están teniendo al observar con regularidad la noche de hogar. El cumplimiento de este programa será para ustedes un escudo y una protección contra las maldades de esta época y les proporcionará, individual y colectivamente, un gozo mayor y más abundante en esta vida y en las eternidades.
Que Dios nos bendiga para que en nuestras familias, al deliberar en consejo, podamos restablecer y fortalecer este programa tan importante.
De un discurso pronunciado por el élder Perry en la conferencia general de la Iglesia de abril de 1994 (véase Liahona, julio de 1994, páginas 42–44).