Sesión Nueve
Cómo Aplicar la Disciplina
Los padres que protegen a sus hijos de las consecuencias negativas por mala conducta, no están ayudándoles, sino impidiéndoles que aprendan el valor de la obediencia.
Objetivos de la sesión
Durante esta sesión, ayude a los padres a hacer lo siguiente:
-
Entender el valor que tienen las consecuencias para la conducta aceptable y también la inaceptable.
-
Saber la diferencia que existe entre las consecuencias naturales y las lógicas y cómo y cuándo sirven para regir la conducta.
-
Saber cómo aplicar las consecuencias lógicas.
-
Entender cómo usar el “tiempo fuera” como consecuencia.
El valor de las consecuencias
Los hijos aprenden diariamente al elegir entre opciones y al experimentar las consecuencias de esas elecciones. Los que guardan los mandamientos de Dios, trabajan duro y obedecen las leyes de la sociedad, tienen más oportunidades de ser productivos y lograr el éxito. Los que son haraganes o desobedientes, a menudo llegan a ser adultos sin estar preparados para lograr el éxito. A fin de cuentas, todos experimentamos las consecuencias de nuestras acciones: los rectos recibirán la vida eterna, mientras que los que no se arrepientan serán expulsados (véase Mateo 25:46). Los padres pueden aplicar consecuencias en formas que ayuden a sus hijos aprender conductas responsables.
El obispo presidente, H. David Burton, observó que “los padres con más cosas del mundo suelen tener dificultades para decir no a las exigencias de hijos consentidos. Sus hijos corren el riesgo de no aprender valores importantes, como el trabajar arduamente, el posponer la recompensa, el ser honrados y el tener compasión”1.
Según William Damon, director del Stanford Center on Adolescence (Centro Stanford sobre la Adolescencia), muchos padres fomentan con sus hechos el egocentrismo y la irresponsabilidad de los hijos2. Dichos padres intentan levantar el concepto que los hijos tienen de sí mismos diciéndoles que son maravillosos sin requerirles nada significativo3. Esos elogios inmerecidos a menudo producen niños y adolescentes haraganes, exigentes, irrespetuosos e indisciplinados. Los padres indulgentes requieren muy poco de sus hijos e imponen pocas consecuencias, o ninguna, por la desobediencia o por no hacer lo que se espera de ellos.
El presidente Joseph F. Smith enseñó la importancia de tener por responsables a los hijos de su conducta inadecuada: “No permita Dios que haya uno de nosotros tan imprudentemente condescendiente, tan irreflexivo y tan superficial en nuestro cariño por nuestros hijos, que por temor de ofenderlos no nos atrevamos a marcarles el alto en un curso errado, en hacer las cosas malas y en su desatinado amor por las cosas del mundo más que por las cosas de la justicia”4.
David
David era un joven muy inteligente pero rebelde. Mientras su papá, un empresario adinerado, dirigía las reuniones de la Iglesia los domingos, David a menudo conducía el auto borracho y con imprudencia por todo el pueblo. Chocó dos autos mientras estaba bajo la influencia del alcohol, pero después de cada choque, su papá le compraba un auto nuevo.
El papá de David pensaba que estaba ayudándolo a su hijo cuando le daba lo que quería. David parecía estar probando para ver si había algún límite para su conducta, y al no encontrar ninguno, continuaba violando los mandamientos y desafiando las reglas de la sociedad. Unos años después, David fue hallado culpable de un delito y sentenciado a prisión. Algún tiempo después de salir, se suicidó. Aunque fue imposible saber exactamente lo que contribuyó a ese último acto autodestructivo, era claro para los que lo conocían que desde niño se le había protegido de sufrir las consecuencias de su mala conducta.
El desafío de criar a los hijos en tiempos difíciles
Algunos padres tal vez traten de influir en la conducta de sus hijos siendo generosos e indulgentes. Así era el papá de David. Pensaba que la mejor manera de demostrarle su amor era dándole todo lo que quería. Temía que si le negaba algo, David se enojaría o pensaría que su papá no lo amaba. Pero cuanto más le daba, David esperaba más y agradecía menos lo que recibía.
David necesitaba que sus padres demostraran su amor por él de otra manera. A fin de llegar a ser un adulto responsable, David necesitaba tener límites y responsabilidades; necesita que sus padres rehusaran sus peticiones inapropiadas y le permitieran sufrir las consecuencias de sus malas decisiones.
Muchos padres enfrentan desafíos difíciles con sus hijos e hijas. Los líderes de la Iglesia y los profesionales también están sumamente preocupados por los caminos que muchos niños y jóvenes escogen. Refiriéndose al relato de la bendición de los niños por parte del Salvador, el cual se encuentra en 3 Nefi 17, el élder Jeffrey R. Holland, del Quórum de los Doce, hizo esta observación:
“No podemos saber exactamente lo que el Salvador sentía en ese momento tan conmovedor, pero sabemos que estaba ‘turbado’ y que ‘gimió… dentro de sí’ a causa de las influencias destructoras que siempre están alrededor de los inocentes. Sabemos que sintió una gran necesidad de orar por los niños y de bendecirlos.
“…En ocasiones parece que un mar de tentaciones y transgresiones los inundan… Y con frecuencia por lo menos algunas de las fuerzas en operación parecen estar fuera de nuestro control personal”5.
Muchos de nuestros hijos regularmente se enfrentan a las drogas, el alcohol, la pornografía y la sexualidad. Las tentaciones son grandes. Los que no cuentan con la guía de sus padres, los valores espirituales y las consecuencias de la mala conducta, a menudo ceden ante esas tentaciones.
Los padres responsables dan a sus hijos guía, reglas y disciplina dentro de un contexto de amor y cariño. En el hogar de estos padres, las reglas tienen sentido y las consecuencias son lógicas y están ligadas a las infracciones. Los hijos que viven en ese ambiente aprenden de sus errores y sienten que las consecuencias son justas, aunque no siempre las aprueben enseguida.
La aplicación de las consecuencias
Los principios que se explican a continuación ayudarán a los padres a saber cómo usar las consecuencias debidamente con sus hijos.
Reconocer y admitir la conducta adecuada
Los hijos tienden a repetir las conductas que atraen la atención de sus padres. Según el especialista en la crianza de los hijos Glenn Latham, Santo de los Últimos Días, “Los padres usualmente ignoran entre el 95 y el 97 por ciento de las cosas buenas y adecuadas que hacen los hijos. Mas si el hijo se porta mal, hay entre 5 y 6 veces más probabilidades de que los padres le presten atención a esa conducta”6. Cuando los padres únicamente responden ante las cosas negativas que hacen sus hijos, no debe sorprenderle a nadie que éstos se comporten mal.
Los padres pueden reforzar la buena conducta si demuestran interés en lo que hacen sus hijos y si se relacionan con ellos de una manera positiva: sonriendo, expresando gratitud o elogiándolos. Los elogios deben ser sinceros y concentrarse en la conducta del hijo y en el valor que ella tiene para los padres y para otras personas. Por ejemplo: “Te agradezco tanto que me ayudes a limpiar la cocina. Me gusta pasar el tiempo contigo, y así terminamos el trabajo mucho más rápido”. Los elogios concentrados en los hijos (“Eres un buen niño”) pueden percibirse como falsos o manipuladores.
Permita que los hijos experimenten consecuencias adecuadas y naturales
Las consecuencias naturales siguen automáticamente a los hechos. Por ejemplo, el hijo que no estudia para un examen, generalmente obtienen notas bajas. Al adolescente que se le multa por exceso de velocidad tiene que pagarla. Las personas aprenden rápidamente cuando sufren consecuencias naturales porque éstas ocurren aunque protesten o discutan acerca de ellas. Si los padres protegen a sus hijos de las consecuencias naturales, como pagar las multas, los privan de lecciones valiosas.
Las consecuencias naturales pueden dañar a los niños que son demasiado pequeños para entenderlas. Por ejemplo: debe protegerse al niño pequeño de tocar una estufa caliente, de caminar solo al lado de un arroyo o de jugar en una calle muy transitada.
No obstante, los padres no pueden permitir que un niño pequeño experimente ciertas actividades menores, como romper un juguete al golpearlo enojado contra el suelo o arruinan un marcador de tinta por no haberlo tapado. En estos casos, los niños aprenderán, si se les ha enseñado normas y disciplinas, que esos actos incorrectos les traen consecuencias.
Aplicar consecuencias lógicas
Los padres imponen consecuencias lógicas de tal manera que estén ligadas a la conducta del hijo. Por ejemplo, al niño que se comporte mal durante la cena se le puede pedir que abandone la mesa hasta que esté dispuesto a comer tranquilo. Las consecuencias lógicas funcionan mejor cuando:
-
Tienen sentido para el hijo.
-
Demuestran respeto por el hijo.
-
Requieren que el hijo pague un precio.
Los padres deben imponerlas de manera firme y amable, no con ira, porque de otra manera el hijo resentirá las consecuencias. Por ejemplo: (1) Un hijo a menudo llega tarde a la cena, entonces sus padres guardan la comida y le dicen que esos alimentos se servirán otra vez para el desayuno al día siguiente; (2) Un adolescente que es arrestado por robar en una tienda llama a su casa y exige que lo recojan de inmediato, pero los padres permiten que pase la noche detenido.
En cada uno de los ejemplos, la consecuencia tiene sentido para el hijo (está ligada a la mala conducta) y requiere que él pague un precio (perderse la cena por llegar tarde, pasar la noche en la cárcel por cometer un delito). Aunque a ninguno de esos hijos le agrada la consecuencia, ésta demuestra respeto por el hijo si los padres la aplican firmemente y no tienen una actitud de venganza ni de crítica. Las consecuencias en cada caso representan lo que uno esperaría como resultado de cometer la infracción.
Los padres también pueden emplear consecuencias que parezcan menos lógicas, como eliminar el privilegio de ver la televisión cuando los hijos no hayan hecho los quehaceres asignados. La conexión en ese caso tiene que ver con trabajo y privilegios. Ver la televisión es un privilegio que se gana al ser responsable; por lo tanto, si el hijo es irresponsable, puede perder ese privilegio.
Al imponer consecuencias, los padres deben concentrarse en tener control de su propia conducta en lugar de concentrarse en controlar la del hijo. Deben decirle al hijo lo que ellos van a hacer y no lo que hará el hijo, lo cual no está bajo su control. Por ejemplo, podrían decirle a un adolescente rebelde: “El uso del auto familiar es un privilegio que damos a los integrantes de la familia que terminan su trabajo. Si decides no hacer los tuyos, el auto no estará disponible para tu uso”.
En todos los casos, se deben imponer consecuencias en un ambiente de amor y bondad. Consideren la declaración de Doctrina y Convenios 121:41–42: “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener… sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero; por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia”.
Esteban
Esteban era un niño alegre, obstinado e impulsivo, y desde que era muy pequeño sus padres sospechaban que algún día les causaría problemas. Le enseñaron afectuosamente el Evangelio y el respeto por las reglas de la familia y de la sociedad. Sin embargo, a Esteban le costaba ceñirse a esas normas. A la edad de nueve años, robó varios bolígrafos y un juego de barajas de una tienda en el centro del pueblo a varios kilómetros de la casa. La mamá de Esteban descubrió los artículos robados y le pidió una explicación. Esteban admitió que los había robado.
El papá llevó a Esteban con los artículos robados de regreso a la tienda. Le dio instrucciones a Esteban de que le explicara al gerente de la tienda lo que había hecho, que devolviera la mercancía, que pidiera disculpas por sus hechos y que aceptara las consecuencias que requiriera el gerente. Sintiéndose culpable y contrito, Esteban hizo lo que se le pidió. El gerente lo escuchó atentamente y le dio las gracias por admitir su falta y por devolver la mercancía. Dijo que esperaba que Esteban hubiera aprendido una lección valiosa, pero no le impuso ninguna consecuencia. Durante las dos semanas siguientes, sus padres dejaban a Esteban en la casa cada vez que iban al pueblo. Le pidieron que pensara en lo que había hecho y le aseguraron que volverían a llevarlo al pueblo para darle la oportunidad de demostrar que podía obedecer la ley.
Posteriormente hubo muchas infracciones más, como pelear con los hermanos, experimentar con tabaco y alcohol, violar la hora de llegada a la casa y faltar a la escuela. En cada caso, los padres de Esteban le impusieron consecuencias lógicas para ayudarlo a reconocer su mala conducta. Al aproximarse a la edad de 18 años, cesaron los problemas de conducta. Esteban sirvió en una misión, se recibió de la universidad, se casó en el templo y llegó a ser un padre responsable. En varias ocasiones, les dio las gracias a sus padres por la disciplina que le habían impuesto, disciplina que lo había ayudado a convertirse en un adulto responsable y respetuoso de la ley.
Asignar responsabilidades al hijo
Al enfrentar un problema de conducta y antes de imponer una sanción, a menudo es conveniente que los padres analicen el problema con su hijo y le pregunten cómo va a corregirlo. Esta pregunta es importante porque permite que el hijo asuma la responsabilidad de solucionar el problema. Es probable que los hijos mejoren su conducta cuando ellos mismos ayudan a determinar las medidas que deben tomar. Si el hijo rehúsa participar en ese tipo de conversación, entonces los padres deben seguir adelante con la conducta tomada.
Permitir que el hijo aprenda en cuanto a las consecuencias
Cuando los padres aplican normas, a veces sus hijos reaccionan con ira y quieren discutir. El máximo aprendizaje ocurre cuando los padres dicen muy poco pero siguen adelante con las reglas. Si es clara la conexión que existe entre la infracción y la consecuencia, el hijo se sentirá responsable y aprenderá de la experiencia. Sin embargo, si los padres imponen una norma o conducta y después discuten con el hijo, éste se concentrará en ganar la discusión y perderá de vista la razón de la misma. De igual manera, gritar y moralizar no suele funcionar; sólo provoca resentimiento por parte del hijo. Los padres deben permitir que su hijo aprenda las conductas.
El poder de enseñanza de las conductas se ilustra en el siguiente ejemplo de un niño de cuatro años de edad.
Mamá: |
Es hora de recoger los juguetes. En unos minutos van a venir a visitarnos unos amigos. |
Hijo: |
No quiero. Quiero ver los dibujos animados. |
Papá: |
(Con calma). Puedes recoger los juguetes o los recogeré yo. Si los recojo yo, no los volverás a ver hasta que hagas trabajos extras para ganarte el privilegio. ¿Cuál escoges? |
Hijo: |
Recógelos tú. |
El papá recoge los juguetes con calma y los pone en una bolsa, la cual guarda fuera del alcance del hijo. Al día siguiente:
Hijo: |
¿Dónde están mis juguetes? |
Papá: |
Los guardé. |
Hijo: |
Yo quiero jugar con ellos. |
Papá: |
Acuérdate que ayer, cuando te pedimos que los recogieras, no quisiste hacerlo. Ahora están guardados, tal como te dije. |
Hijo: |
Quiero que me los des. Quiero jugar con ellos. |
Mamá: |
(Con respeto). Entiendo. Son tus juguetes favoritos. |
Hijo: |
Quiero mis juguetes. Dámelos. |
Mamá: |
(Mostrando que entiende sus sentimientos.) Nos damos cuenta de que te sientes muy mal. (Hace una pausa, como si estuviera considerando lo que debe hacer.) Tal vez podamos pensar en algunos trabajos que puedas hacer. ¿Te gustaría eso? |
Hijo: |
(Grita enojado.) ¡No quiero ganármelos! ¡Dámelos ahora mismo! |
Papá: |
Te diré lo que voy a hacer. Cuando puedas hablar con calma, sin gritar ni enojarte, veremos si hay alguna manera de que te ganes los juguetes otra vez. Pero por ahora hay otras cosas que tenemos que hacer. |
Los padres se alejan del niño. Una hora después el hijo se acerca al papá y hace arreglos para hacer algunos trabajitos a fin de ganarse los juguetes. Durante varios días obedece cuando se le pide que recoja sus cosas.
Este ejemplo ilustra los muchos beneficios de imponer consecuencias lógicas:
-
El hijo aprende que sus padres hablan en serio.
-
El hijo experimenta las consecuencias de su conducta irresponsable.
-
Las consecuencias enseñan el mensaje de que el niño tiene que ser responsable si quiere disfrutar de privilegios, tales como jugar con los juguetes.
-
Al mantener la calma, los padres enseñan que los problemas se resuelven en paz y con cooperación en lugar de exhibiciones manipuladoras de ira.
-
La calma de los padres mantiene la atención concentrada en la conducta del hijo. Un regaño o una discusión hubieran distanciado la atención a los padres.
-
Al rehusarse a discutir, los padres terminan el asunto y evitan más discusiones y la intensificación de la ira.
El siguiente caso ilustra cómo un castigo verbal podría haber evitado que una jovencita aprendiera lecciones valiosas. Cuando los padres lograron demostrar amor y apoyo en lugar de rechazo, la hija pudo concentrarse en las formas naturales de su conducta.
Marla
Marla, de 17 años de edad, llevaba ocho semanas de embarazo. Se dio cuenta de que ya no podía demorarse en decirles a sus padres que estaba embarazada. El aborto no era una opción, ni tampoco casarse con Lalo, el padre de su bebé. Marla sabía que sus padres estarían muy enojados. Presintió la interminable desilusión de ellos, su regaño, el mal trato que le darían, el rechazo y la constante repetición de “Te lo advertí”. Acababan de cenar y Marla estaba asustada y sentía náuseas, casi al punto de vomitar. Aún así, hizo acopio de valor y anunció: “Mamá y papá, tengo que decirles algo. Estoy embarazada”.
Tal como Marla lo había supuesto, los padres reaccionaron con asombro, ira y desilusión. ¿Cómo pudo haber hecho eso? ¿Había sido en vano lo que le enseñaron? ¿No tenía valores ni principios morales? ¿Por qué no los había escuchado cuando le advirtieron que estaba pasando demasiado tiempo con Lalo?
Entonces comenzó a ocurrir lo inesperado. Las palabras de ira y dolor dieron lugar a expresiones de amor y compasión. A la mamá se le llenaron los ojos de lágrimas y abrazó a Marla. “Me imagino que te sientes muy mal”, le dijo. “Lamento tanto que esto haya ocurrido. Perdónanos por reaccionar así. ¿Cómo podemos ayudarte?”. El papá abrazó a las dos y agregó: “Marla, te queremos mucho. Haremos cualquier cosa para ayudarte en esta situación”. Marla empezó a llorar, casi abrumada por los sentimientos de amor y apoyo.
Poco después, Marla recibió un nuevo entendimiento. Durante semanas se había preocupada por la reacción de sus padres. Se había imaginado tener continuas discusiones, condenación, rechazo, incluso la posibilidad de irse de la casa, pero ahora ya no estaba preocupada. Empezó a darse cuenta de algo mucho más alarmante para ella. ¿Qué había hecho? ¿Qué consecuencias sufriría? ¿Qué iba a hacer? ¿Y qué consecuencias habría para el bebé que crecía dentro de ella? ¿Qué había ocurrido con la paz y la felicidad que una vez había sentido como miembro activa de la Iglesia? Al pensar en todo eso, se dio cuenta de que había sido más fácil preocuparse de sus padres, porque hasta podía culparlos a ellos por tener, según ella, un corazón malo, frío, insensible y vengativo. Ahora sabía que estaba equivocada, y sólo le quedaba pensar en sus propios problemas. Era difícil enfrentar la realidad, pero por lo menos sabía que no tendría que enfrentarla sola.
Usen el “tiempo para meditar”
La consecuencia del tiempo para meditar es más eficaz con los niños de tres a ocho años de edad. Lo que se hace es sacar al niño de una situación en la que está causando problemas y colocarlo en otro cuarto o lugar en donde no reciba atención.
El tiempo para meditar es especialmente útil para los niños que se distraen con facilidad. No sirve para los niños destructivos que mantienen una lucha constante de poder con sus padres porque pueden sentirse muy molestos para sentarse en una silla o permanecer en un cuarto. Si se les obliga a cumplir con el castigo, pueden dañar o destruir propiedad o muebles de la casa.
El tiempo para meditar enseña al niño una manera controlada y no violenta de resolver los problemas. Cuando los padres llevan al niño a un tiempo para meditar, deben permanecer calmados y ser amables, recordando que “la blanda respuesta quita la ira” (Proverbios 15:1). El tiempo que el niño pase apartado de la familia debe ser la única consecuencia.
Este método no debe usarse si los padres están enojados y tienen que arrastrar al niño al lugar designado para el tiempo para meditar. Cuando los padres utilizan conductas de irritación y dicen cosas que lastiman al niño, enseñan y refuerzan sin querer la conducta incorrecta. Pablo instó a los miembros de la Iglesia: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos” (Colosenses 3:21).
Dé estas instrucciones a los padres para ayudarles a usar eficazmente el tiempo para meditar. Los padres deben hacer lo siguiente:
-
Decirle al niño con anticipación qué conducta se espera de él o ella, qué conducta no se va a tolerar y mencionarle la consecuencia del tiempo para meditar y cómo se empleará.
-
Cuando el niño se porte mal, explicarle brevemente y con calma por qué tiene que tomar un tiempo para meditar. Deben mencionar sólo la conducta más inaceptable en lugar de enumerar cada infracción. (“Por haberle pegado a tu hermano, te quedarás en tu cuarto durante tres minutos para reflexionar…”).
-
Pedirle al niño que reflexione acerca de su conducta y cómo puede corregirla. Los padres también deben decirle al niño que al final del tiempo para meditar le preguntarán qué solución ha encontrado. (Los padres no deben usar el tiempo para meditar para un niño que no sea capaz de razonar.)
-
Dejar al niño en tiempo para meditar durante un mínimo de tiempo de reflexión, posiblemente la cantidad de minutos que equivalga a la edad del niño (un niño de cinco años se quedaría cinco minutos, etc.); empezar a contar cuando el niño se tranquilice.
-
Ir al lugar donde el niño se encuentre en tiempo para meditar una vez que haya estado tranquilo durante el tiempo acordado. Los padres no deben responder si el niño demuestra una conducta que tenga el propósito de captar su atención, tal como llorar o gritar.
-
Antes de permitir que el niño salga del tiempo para meditar, pedirle la solución al problema. En algunas circunstancias, puede servir si se le pide al niño que demuestre cómo se portará de otra manera para que el problema no vuelva a ocurrir. Si la situación parece ser satisfactoria, los padres permiten que el niño vuelva a unirse a la familia. Si no está listo para cumplir con lo que se espera de él o ella, los padres pueden hacer que vuelva a repetir lo que se describe en los puntos 3, 4 y 5.
-
Una vez que el niño esté dispuesto a cumplir con las expectativas, darle las gracias por hacer lo que se le pidió. Más adelante, los padres deben buscar la oportunidad de darle su aprobación y elogiarlo por su buena conducta, demostrando mayor amor como se indica en Doctrina y Convenios 121:43.
Muchos padres prefieren tener un cuarto de tiempo para meditar que tenga mínimas posibilidades de distracción y de destrucción (donde no haya televisión, juguetes, libros u otros objetos que entretuvieran al niño o que éste pudiera destruir). Si no se dispone de un cuarto así, podrían requerir que el niño se siente en una silla de tiempo para meditar en el mismo cuarto o en un cuarto contiguo, el cual pueda ver el padre o la madre. Algunos padres han tenido éxito con el tiempo para meditar cuando permiten que los niños lean, escuchen música, salgan a caminar o cuando el padre o la madre los toma entre los brazos sobre su regazo. Las necesidades individuales de cada niño deben ser tenidas en cuenta para determinar la mejor manera de administrar esta consecuencia.
Llegar a un acuerdo de antemano con respecto a las reglas y las consecuencias
Generalmente, los padres tendrán una mejor relación con sus hijos cuando éstos entiendan y acepten las reglas de la familia y las consecuencias por desobedecerlas. Los consejos familiares, la noche de hogar y las entrevistas personales son oportunidades excelentes para lograr que los hijos participen en una conversación acerca de las reglas de la familia, las razones de ellas y las consecuencias por desobedecerlas. Cuando el hijo acepte una regla y luego la desobedezca, los padres pueden hacérsela recordar como así también las consecuencias. Pueden expresar su angustia por los privilegios que su hijo haya perdido. Entonces es menos probable que el hijo considere éstas como un castigo, tal como se ve en el siguiente ejemplo.
Mamá: |
¿Recuerdas nuestro acuerdo acerca de la noche del sábado y la consecuencia por infringir las reglas? |
Hija: |
Sí. Se supone que tengo que estar en casa para la medianoche, o pierdo el privilegio de salir el siguiente sábado por la noche. |
Papá: |
Entonces, ¿qué significa eso? |
Hija: |
Que no podré salir el próximo sábado por la noche. |
Mamá: |
Así es. Sabemos que planeabas asistir a un concierto, y lamentamos que no puedas ir. Creo que lo habrías pasado muy bien. |
Una vez que los padres y sus hijos deliberen acerca de las reglas y las acepten, no es necesario hablar más ni negociar cuando ocurra la infracción, ya que puede instar a los hijos a usar medios manipuladores para evitar ser responsables de su conducta. Aunque los padres usualmente deben imponer las consecuencias que se hayan acordado, tienen que dejarse guiar por el sentido común y hacer ajustes cuando reciban información nueva y relevante.
Usar el sentido común
Una mala conducta de menor importancia no justifica el uso de una consecuencia. Puede ser adecuado conversar simplemente con el niño. Es mejor no hacer caso a los comportamientos molestos que no causan ningún daño, ya que los niños las abandonarán más rápidamente cuando no se les preste atención. La atención puede simplemente reforzar la conducta negativa.
Disciplinar con amor
El presidente James E. Faust de la Primera Presidencia enseñó la importancia del amor y de reconocer las diferencias entre los hijos al disciplinarlos: “La crianza de los hijos es individualista, porque cada uno de ellos es diferente y singular. Lo que funciona para uno quizás no funcione con otro. No sé quién será lo suficientemente sabio para determinar con precisión qué método disciplinario es demasiado severo o demasiado indulgente para los hijos, con la excepción de los padres, que son los que más los aman. Por cierto que el principio fundamental que se aplica en todos los casos es que la disciplina debe ser motivada por el amor más que por el castigo”7.
No se puede exagerar la responsabilidad tan importante que tienen los padres en la crianza de los hijos. Para concluir este curso, tal vez sea conveniente compartir esta declaración del presidente Faust, quien destaca la importancia de la enseñanza y de ser buenos padres:
“Si bien hay pocos desafíos que sean mayores que el de la paternidad, pocas son las cosas que ofrecen un grado mayor de gozo. Sin duda no hay trabajo más importante en este mundo que el de preparar a nuestros hijos para aprender el temor a Dios, ser felices, honrados y productivos. No hay felicidad mayor para los padres que lograr que sus hijos los honren a ellos y a sus enseñanzas. Ésa es en realidad la gloria de la paternidad. Juan testificó: ‘No tengo yo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad’ (3 Juan 1:4). En mi opinión, el enseñar, criar y capacitar a los hijos requiere más inteligencia, comprensión intuitiva, humildad, fortaleza, sabiduría, espiritualidad, perseverancia y mucho más trabajo que cualquier otra tarea que tengamos en la vida, en especial cuando las normas morales de honor y decencia decaen a nuestro alrededor. Para tener éxito en el hogar, se deben enseñar valores e imponerse reglas y normas constantes. Existen muchas sociedades que no apoyan mucho a los padres en lo que respecta a enseñar y honrar normas morales. Hay culturas que las han perdido por completo y muchos de sus jóvenes tienen una actitud cínica ante lo que es moral”.
“Ante el deterioro de la sociedad, la pérdida de identidad moral y la ruptura de tantos hogares, la mejor esperanza es prestar más atención y hacer un mayor esfuerzo para enseñar a la futura generación: nuestros hijos. Para ello, primero debemos fortalecer a sus maestros primordiales. Los educadores más importantes son los padres y demás familiares, y el hogar es la mejor escuela. De alguna manera debemos hacer un esfuerzo mayor por fortalecer el hogar para que éste sea como un santuario en contra de la dañina decadencia moral que nos rodea. La armonía, la felicidad, la paz y el amor en el hogar pueden ayudar a infundir en los hijos la fortaleza interior necesaria para lidiar con los problemas de la vida”8.