Sesión Uno
Principios y Métodos para las Funciones de los Padres
“Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos con amor y rectitud… de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro”.
“La Familia: Una Proclamación para el Mundo”
Objetivos de la sesión
Durante esta sesión, ayude a los padres a hacer lo siguiente:
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Entender la responsabilidad sagrada que tienen en la crianza de los hijos.
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Entender los principios del Evangelio que forman la base para las prácticas de crianza de los hijos.
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Reconocer los puntos de vista que tiene la sociedad en cuanto a los hijos, los cuales han orientado mal a los padres y perjudicado a los hijos.
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Entender cómo los convenios ayudan a los padres a salvar a los hijos.
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Estar al tanto de las enseñanzas doctrinales sobre la manera de medir el éxito en la crianza de los hijos.
El proteger a la familia ante la desintegración
Nunca ha sido mayor la necesidad de contar con padres amorosos y eficaces. En 1997, el presidente Gordon B. Hinckley comentó que las familias se están “desmoronando en todo el mundo. En todas partes se están rompiendo los vínculos tradicionales que unen al padre, a la madre y a los hijos… Se quebrantan corazones, los hijos sufren”1.
Satanás ataca a la familia porque èsta es vital para el plan de felicidad y de salvación de los hijos del Creador. El Señor ha prescrito el remedio para los ataques de Satanás: “Yo os he mandado criar a vuestros hijos en la luz y la verdad” (D. y C. 93:40), porque “la luz y la verdad desechan a aquel inicuo” (D. y C. 93:37).
El presidente Hinckley recalcó la urgente necesidad de fortalecer, amar y proteger a los niños: “Mi súplica —y cuánto desearía ser más elocuente para expresarla— es el ruego ferviente de salvar a los niños. Demasiados de ellos viven con dolor y temor, en la soledad y en la desesperación. Los niños necesitan la luz del sol; necesitan felicidad; necesitan amor y cuidado; necesitan bondad, alimento y cariño. Todo hogar, no importa lo que cueste la vivienda que lo cobije, puede proporcionar un ambiente de amor que sea un ambiente de salvación”2.
Los hogares felices y armoniosos son una bendición para los padres y también para los hijos, y tales hogares también son una preparación para la vida eterna; de hecho, “la vida eterna es una vida de familia, con un amoroso Padre Celestial, en compañía de nuestros progenitores y de nuestra posteridad”3.
Las actitudes de la sociedad en cuanto a las funciones de los padres
Los puntos de vista de la sociedad en cuanto a los hijos influyen mucho en la conducta de los padres. La sociedad considera que los hijos son: (1) malos por naturaleza; (2) buenos por naturaleza; (3) una hoja en blanco; (4) moldeados por factores biológicos; o (5) capaces de interpretar su entorno, moldear su propia conducta y modificar o abandonar los valores de los padres.
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Malos por naturaleza. Algunas personas han pensado que los niños son malos por naturaleza debido a la caída de Adán y Eva. Sostienen que como consecuencia, los niños requieren castigos severos para “sacarles el demonio” a golpes. Los padres que se adhieren a este punto de vista raramente les demuestran afecto a los hijos y a veces hasta consideran que la bondad es perjudicial. Es posible que ciertas variaciones de esta manera de pensar existan en la mente de algunos padres que maltratan a los hijos4.
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Buenos por naturaleza. Otro punto de vista es que los niños son buenos por naturaleza y tienen buena motivación, pero “son corrompibles por la sociedad adulta corrupta”. El filósofo francés Jean-Jacques Rousseau propuso que si a los niños “se les dejara que se criaran solos, lograrían su máximo potencial”. Como consecuencia, los padres tratan de permitirles aprender por experiencia propia y seguir sus propias inclinaciones. Los psicólogos humanistas, como Carl Rogers y Abraham Maslow, tuvieron ideas similares5.
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Hoja en blanco. John Locke promovió el punto de vista de que los niños son como una hoja en blanco, ni buenos ni malos. Él opinó que los niños eran moldeados principalmente por sus experiencias. Los psicólogos conductuales, como John B. Watson y B.F. Skinner, se han inclinado a concordar y han afirmado que los padres pueden condicionar o moldear a un niño mediante el control y la alteración del ambiente que lo rodea, de manera que éste se convierta en cualquier tipo de persona que el adulto desee6.
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Biológico. Esta perspectiva, que tuvo su auge durante el siglo XX, abarca teorías evolucionistas, biológicas y de la disposición. Estas teorías proponen que al nacer, los niños son más que una hoja en blanco y que, hasta cierto punto, los factores biológicos pueden explicar las diferencias que se detectan entre las personas a temprana edad. Muchas versiones de esta perspectiva son deterministas y tienden a disminuir el papel del albedrío individual.
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Constructivista. Esta perspectiva, promovida por el psicólogo suizo Jean Piaget y otros, se centra en la capacidad de la persona para interpretar, e incluso construir, su propio entorno. Reconoce el albedrío más que otros puntos de vista y propone que las personas pueden modificar el efecto de las influencias biológicas y ambientales, pero no puede explicar de dónde se deriva esa capacidad, ni tampoco ayuda al padre ni al hijo a saber lo que es bueno y malo. Los proponentes de esta teoría creen que los niños aplican su propia interpretación a lo que se les enseña; como consecuencia, a menudo proponen que es probable que los niños abandonen natural e inevitablemente los valores que les enseñen los padres y otras personas.
La mayoría de estos puntos de vista, o todos ellos, contienen algún elemento de la verdad. Por ejemplo, aunque los niños son puros e inocentes, los humanos tienen una naturaleza caída, y tanto el ambiente como la biología y el albedrío personal influyen en nuestra vida sobre la tierra. Sin embargo, sin el conocimiento que recibimos de Dios, ninguna de esas perspectivas, ni la combinación de partes de ellas, llegan a ser completamente verdaderas.
Pero lo más importante es que ninguna de estas perspectivas ofrece normas estables para la conducta moral. Los padres que consideran que sus hijos son malos por naturaleza buscarán y encontrarán lo peor en ellos, incluso malinterpretarán y condenarán conductas inocentes. Dichos padres pueden pensar que tienen derecho a disponer de cualquier tipo de conducta paternal o maternal, por muy dañina que sea, porque se sienten moralmente superiores. La perspectiva de la hoja en blanco no sólo descarta el albedrío del niño al proponer que él o ella es solamente un producto del ambiente, sino que elude el proporcionar una guía moral. Los padres que consideran que sus hijos son buenos por naturaleza pueden sentir poca necesidad de guiarlos y disciplinarlos, aceptando cualquier conducta que surja del individuo. Si los padres tienen esa perspectiva, pueden aprobar y aceptar conductas que alguna vez se hayan considerado anormales o inapropiadas.
Los padres que piensan que la biología dictamina la conducta pueden fomentar un clima en el cual los hijos no sientan ninguna responsabilidad por sus actos. Los padres que tengan un punto de vista constructivista reconocen la capacidad que tienen los niños de tomar decisiones conscientemente, pero la única medida del bien y el mal que pueden brindarles es lo que sea aceptable ante la sociedad. Es más, cuando los hijos abandonan los valores de los padres para aceptar los de sus coetáneos (los de su propia edad), a menudo se considera que están razonando a un nivel más elevado. Con esa perspectiva, cualquier grupo de coetáneos puede definir sus propias normas del bien y del mal.
La luz de la verdad del evangelio
Por medio de la revelación, los Santos de los Últimos Días conocen la naturaleza divina del hombre y la forma en que los padres deben educar a sus hijos. En la Proclamación para la familia, la Primera Presidencia y el Quórum de los Doce declararon:
“Todos los seres humanos, hombres y mujeres, son creados a imagen de Dios. Cada uno es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos…
“… ‘Herencia de Jehová son los hijos’ (Salmos 127:3). Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, madres y padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones”7.
Las Escrituras indican que los niños son puros e inocentes en virtud de la expiación de Jesucristo. El profeta Mormón enseñó que “los niños pequeños son sanos, porque son incapaces de cometer pecado; por tanto, la maldición de Adán les es quitada” (Moroni 8:8). Sin embargo, “cuando empiezan a crecer, el pecado nace en sus corazones” (Moisés 6:55). El presidente David O. McKay comentó: “El hombre tiene una naturaleza doble: una, relacionada con la vida terrenal o animal; la otra, la vida espiritual, íntimamente relacionada con lo divino. El cuerpo del hombre es tan sólo el tabernáculo en el cual mora su espíritu”8. Los padres tienen la responsabilidad de reconocer la naturaleza divina de los hijos y de enseñarles a vivir rectamente y a elegir el bien (véase D. y C. 68:25).
Cada uno de los hijos espirituales de Dios es único. Cada espíritu entra en un cuerpo mortal que también es único en su composición genética. Como consecuencia, cada niño demuestra intereses, talentos, deseos y habilidades individuales. Los padres, los hermanos y otras personas también influyen en cada niño en pleno desarrollo.
La investigación científica indica que las características biológicas afectan “las inclinaciones y el temperamento de los niños”, incluso la “tendencia a la… timidez, la sociabilidad, la impulsividad… el nivel de actividad… [y] la emotividad”. Además, hasta cierto punto, los niños “seleccionan, modifican e incluso crean su propio ambiente de acuerdo con su predisposición biológica”9. Por ejemplo, un niño sociable buscará oportunidades de relacionarse con sus coetáneos, mientras que un niño tímido puede evitar las reuniones sociales; ambos refuerzan los modelos de conducta que pueden extenderse hasta la vida adulta.
Aunque los factores ambientales y biológicos pueden influir en el desarrollo del niño, cada hijo de Dios tiene el albedrío. El élder Neal A. Maxwell, del Quórum de los Doce Apóstoles, comentó: “Por supuesto que nuestros genes, las circunstancias y el medio ambiente tienen mucho que ver e influyen considerablemente en todos nosotros. Sin embargo, hay un territorio íntimo del que somos soberanos —a menos que abdiquemos el poder. En este territorio reside la esencia misma de nuestra individualidad y de nuestra responsabilidad personal”10.
Las diferencias que existen entre un niño y otro pueden requerir una variedad de respuestas por parte de los padres. Los niños muy activos pueden causar que los padres se preocupen, agreguen reglas adicionales y aumenten la supervisión. Los niños tímidos pueden necesitar menos supervisión o atención. Además, los niños responden a técnicas de crianza de acuerdo con sus propias percepciones singulares. Por ejemplo, un niño ansioso puede considerar amenazante el que el padre le mande hacer algo. Tal vez cumpla diligentemente con la petición, pero sintiéndose impotente y temeroso. Otro niño puede considerar la misma situación como un reto y reaccionar con rebeldía o no hacer lo que se le manda.
Los padres deben ser prudentes en la manera de responder a los hijos. Brigham Young instó a los padres: “Evalúen su disposición [la de los niños] y su temperamento y procedan de acuerdo con éstos”11.
El método de crianza autoritativo
Así como los niños tienen diferentes disposiciones y temperamentos, los padres también tienen distintas maneras de criar a los hijos, y algunos métodos dan mejores resultados que otros. A menudo, a los padres les resulta útil estudiar con actitud de oración los distintos métodos de crianza y determinar lo que funciona mejor y lo que parece ser menos eficaz.
Tres métodos de crianza de los hijos
Los métodos de crianza a menudo caben en una de estas categorías: autoritario, permisivo y autoritativo12.
Autoritario. “Los padres autoritarios tratan de moldear, controlar y evaluar el comportamiento y las actitudes del niño de acuerdo con una norma de conducta fija”. En sus intentos por dirigir la conducta del niño, estos padres no lo invitan a participar en un análisis de las reglas y de las expectativas, ya que “creen que los niños deben aceptar lo que los padres digan que es correcto”. Estos padres valoran el control firme de la conducta de los hijos y no suelen demostrar cariño. En raras ocasiones animan a los hijos a expresar lo que sienten o piensan, especialmente en situaciones disciplinarias13.
Permisivo. Los padres permisivos normalmente demuestran cariño y amor hacia los hijos pero les ofrecen poca guía y dirección. “Tratan de no castigar y de aceptar y afirmar… Se presentan a sí mismos como una fuente de información que los hijos pueden usar como deseen hacerlo, no como agentes activos y responsables de moldear o de alterar la conducta actual o futura de los hijos. Permiten que los hijos regulen sus propias actividades tanto como sea posible, evitan ejercer control y no insisten en que los hijos obedezcan normas definidas externamente”. Estos padres “evitan el uso del poder declarado”, pero puede ser que traten de reglamentar la conducta de los hijos de maneras menos obvias. Evitan la confrontación14.
Autoritativo. Los padres autoritativos demuestran las mismas expectativas elevadas para sus hijos que los padres autoritarios, pero también demuestran un alto grado de calidez y receptividad. Son amorosos y apoyan a los hijos. Al guiar a sus hijos, “fomentan el intercambio verbal y les expresan el razonamiento que forma la base de sus normas”. Estos padres “ejercen un control firme en los puntos de divergencia con los hijos, pero no los imponen con restricciones. Los padres autoritativos son exigentes en el sentido de que dirigen con firmeza y constancia las actividades de los hijos, pero requieren que éstos ayuden en los quehaceres del hogar para contribuir al funcionamiento de la familia. Están dispuestos a confrontarles a fin de obtener su conformidad, declaran claramente sus valores y esperan que respeten sus normas”. En los estudios que ha realizado a lo largo de varias décadas, la psicóloga Diana Baumrind encontró que los hijos criados en hogares autoritativos tenían mayores probabilidades de tener confianza social, de ser amigables, de tener autodisciplina, ser cooperativos y estar orientados a lograr el éxito15.
Los principios de la crianza de los hijos que se enseñan en este curso se asemejan más al método de crianza autoritativo, ya que dicho método concuerda más con las Escrituras y con las enseñanzas de los líderes de la Iglesia.
Según esta norma, los padres enseñan y guían a sus hijos mediante la persuasión, la paciencia y el amor (véase D. y C. 121:41–44). Están dispuestos a analizar sus decisiones con los hijos y a explicar las razones de esas decisiones. También están dispuestos a reprender a sus hijos cuando lo induzca el Espíritu y darles la guía que necesitan.
Los principios para tener éxito en la crianza de los hijos
La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce dieron nueve principios para guiar a los padres y las madres en sus responsabilidades de crianza de los hijos: “Los matrimonios y las familias que logran tener éxito se establecen y mantienen sobre los principios de la fe, la oración, el arrepentimiento, el perdón, el respeto, el amor, la compasión, el trabajo y las actividades recreativas edificantes”16. Los padres pueden enseñar y aplicar estos principios de muchas formas diferentes.
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La fe. Los padres deben enseñar a sus hijos a tener fe en Jesucristo y a valerse de su creciente fe en los principios del Evangelio para gobernar su vida personal (véase Mateo 17:20; Hebreos 11:6; 3 Nefi 18:20; D. y C. 68:25).
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La oración. Los hijos deben aprender a orar individualmente y como familia. Los niños pueden aprender a una edad temprana en cuanto al poder de la oración (véase Enós 1:1–5; Mosíah 27:8–14; Alma 34:17–27; 37:37; 3 Nefi 18:21).
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El arrepentimiento. Los padres deben reconocer, confesar y abandonar sus pecados para que puedan disfrutar de la influencia y de la guía del Espíritu Santo. Pueden ayudar a sus hijos a entender y aplicar estos principios en su propia vida (véase Alma 34:33; 3 Nefi 9:22; Moroni 10:32–33; D. y C. 6:9; 58:42–43).
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El perdón. Cuando los padres se perdonan a sí mismos y también perdonan a su cónyuge y a sus hijos por sus defectos, se convierten en un ejemplo de perdón (véase Mateo 6:14–15; Efesios 4:32; Mosíah 26:29–31; D. y C. 64:8–10).
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El respeto. Los miembros de la familia deben aprender a respetarse mutuamente. Los padres y sus hijos pueden aprender a tratarse con cortesía y ternura y a tenerse en gran estima (véase Marcos 9:42; D. y C. 121:41–46). Los padres deben tratar de eliminar pensamientos y palabras de crítica entre sí y acerca de sus hijos.
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El amor. Los padres deben amar a sus hijos de la manera descrita por Pablo, Alma y Mormón: con paciencia, bondad, docilidad y humildad y sin egoísmo (véase 1 Corintios 13; Alma 7:23–24; Moroni 7:45–48).
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La compasión. Los padres pueden demostrarse compasión entre sí y también a sus hijos. Deben sentir pesar por las adversidades que experimenten los miembros de la familia y tratar de comprenderles y apoyarles durante sus momentos difíciles (véase Rut 1:11–17; Zacarías 7:8–10; Lucas 15:11–32).
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El trabajo. El trabajo familiar da oportunidades a los hijos de aprender a apreciar el trabajo y a sentir la satisfacción de lograr algo (véase D. y C. 42:42; 58:27–28), especialmente cuando los padres y los hijos trabajan juntos. El trabajo se debe adaptar a la edad y la capacidad de los hijos a fin de fomentar en ellos sentimientos de éxito y confianza.
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La recreación edificante. Las familias se fortalecen y se revitalizan cuando se unen en actividades sanas y agradables.
El mayor de estos principios es el amor (véase Mateo 22:36–40; 1 Corintios 13:13; Moroni 7:46). Lo más importante que pueden hacer los padres por sus hijos es amarlos de manera similar a como Cristo nos ama. Cuando los hijos sienten y saben que se les ama, es más probable que escuchen las enseñanzas de sus padres, sigan su ejemplo y acepten la disciplina. Todo lo que hagan los padres en la crianza de los hijos debe ser motivado y guiado por el amor.
La norma del Evangelio en cuanto a la influencia de los padres
A través del Profeta José Smith, el Señor dio el consejo que establece la norma sobre la influencia de los padres:
“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;
“por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia;
“reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo;
“para que sepa que tu fidelidad es más fuerte que los lazos de la muerte” (D. y C. 121:41–44).
De conformidad con esta norma, los padres enseñan y guían a sus hijos con persuasión, paciencia y amor. Están dispuestos a analizar sus decisiones con sus hijos y a explicar los motivos de esas decisiones. Dan a sus hijos la guía que necesitan y les reprenden cuando lo induce el Espíritu. Después de reprenderles, demuestran mayor amor para que los hijos sepan que sus padres les aman.
El poder de los convenios
Los padres no están solos en su lucha por salvar a sus hijos. Nuestro Padre Celestial nos ha dado convenios sagrados mediante los cuales Sus hijos pueden recibir bendiciones. Cuando una pareja entra en el convenio del matrimonio eterno y cumple con los términos de ese convenio, el Padre les promete la vida eterna (véase D. y C. 132:20). José Smith, Brigham Young y Joseph Fielding Smith enseñaron que los hijos cuyos padres están sellados en el templo dentro del convenio del matrimonio reciben bendiciones adicionales que les ayudan a regresar a la presencia de su Padre Celestial17. Brigham Young dijo que los hijos de dicho convenio matrimonial se convierten en “herederos legales del reino y de todas sus bendiciones y promesas”18.
A veces los hijos se apartan del camino. El élder Orson F. Whitney, del Quórum de los Doce Apóstoles, instó a los padres a no darse por vencidos con esos hijos descarriados:
“Ustedes, padres de porfiados y rebeldes, no los abandonen. No están perdidos para siempre. El Pastor encontrará a sus ovejas, pues fueron de Él antes que fueran de ustedes… mucho antes de que se confiaran al cuidado de ustedes; y el amor que ustedes tienen por ellas ni siquiera se acerca al del Pastor. Sólo se han apartado del camino por ignorancia, mas Dios es misericordioso hacia la ignorancia. Sólo la plenitud de conocimiento requiere plenitud de responsabilidad. Nuestro Padre Celestial es mucho más misericordioso y caritativo que el mejor de Sus siervos, y Su Evangelio sempiterno tiene un poder salvador mucho mayor de lo que nuestra capacidad de razonamiento nos permita entender (véase “Nunca os déis por vencidos”, Liahona, enero de 1988, pág. 7).
“El profeta José Smith dijo —y jamás enseñó una doctrina más consoladora— que el sellamiento eterno de padres fieles a las divinas promesas que se les hayan hecho por su valiente servicio en la Causa de la Verdad los salvarán no sólo a ellos, sino también a su posteridad. Aunque algunas ovejas se descarríen, el ojo del Pastor está sobre ellas, y tarde o temprano sentirán los tentáculos de la Divina Providencia extenderse hacia ellas y acercarlas de nuevo al rebaño. Ellos volverán, ya sea en esta vida o en la vida venidera. Tendrán que pagar su deuda a la justicia; sufrirán por sus pecados y tal vez anden por caminos espinosos; pero si esto finalmente los conduce, como al hijo pródigo, al corazón y al hogar de un padre amoroso que perdona, la dolorosa experiencia no habrá sido en vano. Oren por sus hijos descuidados y desobedientes; manténganse cerca de ellos mediante su fe. Continúen con esperanza y confianza hasta que vean la salvación de Dios”19.
El presidente James E. Faust, de la Primera Presidencia, ofreció esta aclaración de la enseñanza del élder Whitney:
“Un principio que hay en esa declaración y que generalmente se pasa por alto es el que [los hijos desobedientes] deben arrepentirse plenamente, ‘[sufrir] por sus pecados’ y [pagar] la deuda a la justicia’…
“…El poder sellador de unos padres fieles sólo reclamará a los hijos perdidos con la condición de que se arrepientan y por la expiación de Cristo. Los hijos descarriados que se arrepientan disfrutarán de la salvación y de todas las bendiciones que acompañan a ésta, pero la exaltación es mucho más: hay que ganarla plenamente, en toda su medida. La cuestión de quién será exaltado corresponde al Señor y a Su misericordia.
“Hay muy pocos cuya rebelión y malas obras son tales que ‘han pecado más allá del poder del arrepentimiento’ (Alonzo A. Hinckley, en Conference Report, octubre de 1919, pág. 161). Este juicio también debe quedar en las manos del Señor. Él nos dice: ‘Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres’ (D. y C. 64:10)”20.
En el mismo discurso, el presidente Faust propuso que tal vez los mortales no entiendan “lo perdurables que son los vínculos del sellamiento de unos padres rectos con sus hijos”. Enseñó que “recursos más útiles de lo que creemos” pueden estar influyendo para atraer a los hijos descarriados de regreso a su Padre Celestial, incluso la ascendiente de amados antepasados desde el otro lado del velo21. Hay declaraciones proféticas que indican que el poder para salvar a los hijos es mayor cuando los padres hacen las promesas del convenio y las guardan.
Cómo medir el éxito de los padres
Algunos padres buscan indicadores para saber si están criando bien a los hijos. El presidente Howard W. Hunter dio esta guía: “Los padres que han tenido éxito son los que han amado, los que se han sacrificado, los que han cuidado, han enseñado y han atendido a las necesidades de sus hijos. Si [han] hecho todo eso y aún así [su] hijo es desobediente, contencioso o mundano, puede muy bien ser que, a pesar de ello, [hayan] sido buenos padres. Es posible que entre los jóvenes que han venido al mundo haya hijos que serían un problema para cualquier pareja de padres, bajo cualquier circunstancia. En la misma manera, quizás haya otros que serían una bendición y un gozo para cualquier padre o madre”22.
El presidente Faust enseñó que los buenos padres son “aquellos que amorosa, cuidadosa y dedicadamente se esfuerzan por enseñar a sus hijos, mediante el precepto y el ejemplo, a ‘orar y a andar rectamente delante del Señor’ (D. y C. 68:28). Eso es efectivo aunque algunos de sus hijos sean desobedientes o del mundo… Los padres que tienen éxito son aquellos que se han sacrificado y esforzado por dar lo mejor de sí mismos de acuerdo con sus circunstancias familiares”23.
Los padres que han tenido éxito en la crianza de sus hijos deben ser sensibles a los que puedan pensar que han fracasado. Los que sientan que han logrado el éxito deben sentirse agradecidos, y no jactanciosos de tal forma que causen que otros padres sientan mayor pesar. El presidente Faust aconsejó:
“Es muy injusto y cruel juzgar a padres concienzudos y fieles por el hecho de que algunos de sus hijos se hayan vuelto rebeldes o se hayan alejado de las enseñanzas y el amor de sus progenitores. Qué afortunados son los matrimonios cuyos hijos y nietos les brindan consuelo y satisfacción. Debemos ser considerados con los padres dignos y rectos que luchan y sufren por causa de sus hijos desobedientes”.
“Uno de mis amigos solía decir: ‘Si nunca has tenido problemas con tus hijos, espera y verás’”24.
Con respecto a los padres que piensan que están fracasando, el presidente Spencer W. Kimball aconsejó: “Cuando surjan problemas [con miembros de la familia], recuerden: ¡Sólo fracasan cuando dejan de esforzarse!”25. Los padres no deben condenarse a sí mismos cuando surjan problemas y se cometan errores, sino tratar de aprender de ellos y esforzarse por mejorar. La crianza de los hijos es una responsabilidad continua, aun después que los hijos dejan el hogar y crían a sus propios hijos. Los padres nunca deben darse por vencidos con los hijos. Deben seguir amándolos, orando por ellos y usando con prudencia toda oportunidad de ayudarles.
El presidente Faust ofreció este consuelo: “A los padres desconsolados que han sido rectos, diligentes y que han orado constantemente para enseñar a sus hijos desobedientes, decimos que el Buen Pastor cuida de ellos. Dios conoce y comprende sus grandes pesares. Hay esperanza. Busquen consuelo en las palabras de Jeremías: ‘Salario hay para tu trabajo’ y tus hijos ‘volverán de la tierra del enemigo’ (Jeremías 31:16)”26.