Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
La vida y el ministerio de Spencer W. Kimball


La vida y el ministerio de Spencer W. Kimball

Una noche otoñal de principios del siglo XX, un señor llamado Orville Allen se detuvo en la casa de Andrew Kimball para entregarle unas calabazas; mientras los dos hombres las descargaban, oían a Spencer, hijo de Andrew, que cantaba en el establo al mismo tiempo que ordeñaba las vacas. El hermano Allen comentó: “Tu niño parece estar contento”. Andrew Kimball le contestó: “Sí, siempre está contento; es un niño limpio y obediente y siempre hace lo que le pido. Lo he dedicado al Señor y a Su servicio, y llegará a ser un hombre de gran influencia en la Iglesia” 1.

Spencer W. Kimball's family in 1897.

Andrew y Olive Kimball en 1897, con sus hijos (de izquierda a derecha): Ruth, Gordon, Alice, Clare, Spencer (en las rodillas del padre) y Delbert.

Después de años de preparación, Spencer W. Kimball sí llegó a ser un hombre de gran influencia. El Señor “no preparaba sólo a un hombre de negocios, ni a un líder civil, ni a un orador, ni a un poeta, ni a un músico, ni a un maestro, aunque él llegaría a ser todo eso, sino que preparaba a un padre, un patriarca de su familia, un apóstol y profeta, y un Presidente de Su Iglesia” 2.

Su patrimonio

La familia de Spencer W. Kimball tenía profundas raíces en la Iglesia restaurada. Tanto su abuelo paterno como el materno fueron personas prominentes en la historia de los principios de la obra de los últimos días. Heber C. Kimball fue llamado al Quórum de los Doce Apóstoles cuando éste se organizó en 1835, y posteriormente prestó servicio como Primer Consejero del presidente Brigham Young durante más de dos décadas, habiendo sido un fiel siervo del Señor a lo largo de todo su ministerio. Y Edwin D. Woolley, su abuelo materno, era un ex cuáquero de Pennsylvania que había abrazado el Evangelio en los días de José Smith y fue después un obispo respetado en el Valle del Lago Salado; además, también prestaba servicio, de cuando en cuando, como administrador de los negocios personales de Brigham Young. La preocupación del obispo Woolley por los necesitados y su inalterable fidelidad al Evangelio constituyeron un perdurable legado para sus descendientes.

La abuela paterna del presidente Kimball, Ann Alice Gheen Kimball, fue “una mujer fiel… socialmente tímida, alta y de rostro sencillo, compasiva para con los débiles y los enfermos” 3. Andrew Kimball fue su tercer hijo. La abuela materna, Mary Ann Olpin Woolley, era de Inglaterra y llegó a tener once hijos, el sexto de los cuales fue una niña a la que nombraron Olive.

Andrew Kimball se casó con Olive Woolley el 2 de febrero de 1882, en Salt Lake City, lugar donde establecieron su hogar. Unos tres años después, él recibió el llamamiento de ir a prestar servicio en la Misión del Territorio Indio, en lo que actualmente es el estado de Oklahoma. Pasados dos años y medio de servicio como misionero de tiempo completo, se le llamó para presidir esa misión; el nuevo llamamiento le permitía vivir en su propia casa, por lo que durante los diez años siguientes residió en Utah con su familia mientras dirigía la misión a través de correspondencia y viajes a la zona.

Tras los doce años de servicio que prestó Andrew Kimball en la Misión del Territorio Indio, siguió otro llamamiento: el de mudarse al Valle de Gila, en la región central del sur de Arizona, donde iba a ser presidente de estaca de las colonias de los Santos de los Últimos Días que había allá, las cuales fueron organizadas como la Estaca Saint Joseph. En 1898, Andrew y Olive Kimball y sus seis hijos (entre ellos el pequeño Spencer, de tres años) empaquetaron sus posesiones e hicieron la travesía de unos 960 kilómetros al sur de Salt Lake City.

Su infancia y adolescencia

Spencer Woolley Kimball nació el 28 de marzo de 1895 y era el sexto hijo de los once que tuvieron Andrew y Olive Kimball.

Refiriéndose al paisaje del lugar de Arizona donde pasó su infancia, escribió: “Era una tierra árida, pero aun así, fructífera en manos de trabajadores industriosos” 4. Y agregó: “Vivíamos en una pequeña granja, sobre el límite sur de Thatcher, Arizona. Nuestra casa estaba en una esquina y tenía campo abierto hacia el sur y hacia el este; en la parte de atrás se encontraban el pozo, la bomba, el molino de viento, un barril grande de madera que contenía el agua de consumo, el galpón [cobertizo] de herramientas y, un poco más atrás, una enorme pila de leña. Más allá estaban los corrales de los animales, los fardos de heno y el granero” 5.

A temprana edad, el pequeño Spencer aprendió de sus padres lecciones del Evangelio. “Recuerdo que cuando era niño”, dijo, “iba una vez con mi madre por el camino polvoriento que llevaba a la casa del obispo, en una época en la que acostumbrábamos pagar el diezmo de nuestros animales y productos de granja. Mientras caminábamos, le pregunté: ‘¿Por qué llevamos huevos a casa del obispo?’ Y ella me contestó: ‘Porque son los huevos del diezmo y él recibe el diezmo para el Padre Celestial’. Después me explicó que todas las noches, cuando se recogían los huevos, el primero se ponía en una canasta pequeña y los otros nueve en una más grande” 6.

El ejemplo de servicio dedicado de Andrew Kimball tuvo una gran influencia en Spencer, que más adelante comentó lo siguiente: “Tuve mis primeras impresiones de las labores de un presidente de estaca al observar a mi propio padre… Creo que con la forma de ministrar a su gente, se cumplió una bendición que mi padre había recibido del presidente Joseph F. Smith, en la que se le prometió que los habitantes del Valle Gila ‘lo buscarían como los hijos buscan a su padre’. Aunque estoy seguro de que entonces no apreciaba por completo su ejemplo, su conducta ejemplificaba la de cualquier buen presidente de estaca” 7.

La familia Kimball vivía modestamente. “No sabíamos que éramos pobres”, comentaba el presidente Kimball; “pensábamos que vivíamos muy bien” 8. Se vestían con prendas de hechura casera o ropa usada que les regalaban; sus comidas eran sencillas, hechas con carne y verduras cultivadas por ellos mismos en su propio huerto.

El presidente Kimball ayudaba desde niño en las tareas de la granja. “Bombeaba a mano el agua para regar el huerto”, contaba, “y también aprendí a ordeñar las vacas, a podar los árboles frutales, a reparar las cercas y todo lo demás. Tenía dos hermanos mayores que, según estaba convencido, se encargaban de todos los trabajos fáciles y me dejaban a mí los más difíciles. Pero no me quejo; eso me hizo fuerte” 9.

Cuando Spencer tenía once años, murió su madre, lo cual fue una de las grandes pruebas de su infancia y se preguntaba cómo podría la familia continuar sin ella. “Pero aprendí, como muchas veces lo he sabido desde entonces”, dijo, “que uno puede soportar casi cualquier penuria” 10. Con el tiempo, Andrew Kimball volvió a casarse y Josephine Cluff fue la madrastra de Spencer. “Jossie”, como la llamaban sus amigos, no llegó nunca a ocupar plenamente el lugar de su madre, pero su manera de ser apta y paciente llevó otra vez estabilidad a la familia.

Durante su infancia y adolescencia, Spencer no sólo aprendió las tareas básicas de una tierra escabrosa sino que también adquirió varios conocimientos prácticos que lo prepararon para prestar servicios importantes más adelante. Aprendió a cantar y a dirigir música, y a los quince años lo nombraron director de música de la estaca. Aunque tenía los dedos, según su propia descripción, “cortos y gruesos”11, se dedicó a aprender a leer música y a tocar el piano; con el tiempo, pudo tocar los himnos e incluso tomar parte en una pequeña orquesta. Años más tarde, se turnaba con el presidente Harold B. Lee para tocar la música en las reuniones semanales del Quórum de los Doce Apóstoles.

En cuanto a la asistencia a la escuela, empezó un poco más tarde que la mayoría de los niños, según se cuenta en el siguiente relato: “Su madre pensaba que hasta los siete años los niños no eran bastante maduros para la escuela, así que él comenzó a asistir con un año de atraso con respecto a los demás… a mediodía solía correr las tres calles (cuadras) que había entre su casa y la escuela para bombear agua para los animales, dar de comer a los cerdos y almorzar. Un día su madre le dijo: ‘¿Qué estás haciendo aquí a esta hora? No es mediodía todavía’. Asustado, corrió de regreso a la escuela donde encontró a sus compañeros ya dentro, después de un breve recreo; todos se rieron, excepto la maestra que anunció a la clase que Spencer estaba más avanzado que los demás alumnos del segundo grado y que lo adelantarían para que estuviera con los niños de su edad” 12.

Young Spencer

El pequeño Spencer W. Kimball (a la izquierda) con un amigo de la infancia, Clarence Naylor.

Después de haber terminado la escuela primaria, Spencer empezó a asistir a la Academia Gila, que pertenecía a la Iglesia, donde obtuvo siempre buenas notas, participó en deportes y fue oficial del estudiantado.

Al mismo tiempo, aumentó su experiencia en la Iglesia y tenía una asistencia casi perfecta. El cumplimiento de las asignaciones del sacerdocio tenía prioridad, según lo ilustra el siguiente relato: “Como parte de sus responsabilidades, todos los meses, antes del domingo de ayuno, los diáconos enganchaban un caballo a la calesa e iban de casa en casa recolectando las ofrendas para los pobres de la Iglesia; a continuación, llevaban al obispo lo recolectado: frascos de fruta envasada, harina, calabazas, miel, y de vez en cuando medio dólar en monedas. Tan ferviente era el deseo de Andrew Kimball de enseñar ese deber a su hijo que nada se interponía en la recolección de ese día; la calesa y el caballo de los Kimball no estaban nunca ocupados si los diáconos los necesitaban para cumplir con la obra de su quórum. Si el otro muchacho asignado para la recolección no se presentaba, el joven Spencer iba solo a realizar su tarea” 13.

Además de sus responsabilidades del hogar, de la escuela y de la Iglesia, trabajaba de secretario de su padre; Andrew Kimball escribía muchas cartas, un promedio de seis por día; Spencer anotaba lo que su padre le dictaba y luego lo copiaba a máquina.

Esas experiencias tempranas le enseñaron el valor del trabajo, una lección que aplicó y enseñó durante toda su vida. Años más tarde, cuando era Apóstol y ya septuagenario, había días en los cuales se sentía físicamente agotado. Refiriéndose a uno de esos días, escribió: “Me levanté sintiéndome muy mal y preguntándome si podría soportar la jornada, pero… me hundí en mi trabajo, me olvidé de mí mismo y tuve un día bueno”14.

Su servicio misional

En 1914, se graduó de la Academia Gila con la intención de entrar en la Universidad de Arizona en el otoño. Sin embargo, durante la ceremonia de graduación, Andrew Kimball anunció que su hijo Spencer iba a ser llamado a una misión.

A fin de prepararse para la misión, Spencer fue a trabajar en Globe, Arizona, como empleado de una lechería; ésa fue su primera experiencia de vivir alejado de las colonias de Santos de los Últimos Días del Valle Gila. Allí se dio cuenta de que, sin transigir en cuanto a sus normas, podía adaptarse a estar con gente cuyas normas de vida eran diferentes de las suyas; así se ganó el respeto de sus compañeros de trabajo. A finales del verano, su jefe, un hombre que no era miembro de la Iglesia y que fumaba cigarros, le hizo una fiesta de despedida en la cual le regaló un reloj de oro.

Desde octubre de 1914 hasta diciembre de 1916, Spencer W. Kimball prestó servicio en la Misión Estados Centrales, con sede en Independence, Misuri, la misma región donde habían sido misioneros su padre, su madrastra y uno de sus hermanos mayores.

El servicio de tiempo completo del élder Kimball en el campo misional fue un periodo de progreso y también de muchas dificultades físicas; el presidente de la misión dijo a los élderes que debían procurarse alimento y alojamiento entre las personas a las que predicaran; como resultado, el élder Kimball pasó muchas noches inquietas en pequeñas chozas de remotos bosques de Misuri, compartiendo la cama con pulgas y chinches mientras los mosquitos zumbaban a su alrededor. Hubo muchos días en los que pasó hambre y, cuando le ofrecían comida, comía cualquier cosa que le pusieran por delante.

La prédica de puerta en puerta era labor dura y de escaso éxito. Se cuenta de una vez en la que el élder Kimball utilizó cierta estratagema poco usual como método para hablar con la gente:

“Mientras repartía folletos en Saint Louis, por la abertura de la puerta notó un piano y le dijo a la mujer que ya se preparaba para cerrarle la puerta en la nariz: ‘Tiene un hermoso piano’.

“ ‘Acabamos de comprarlo’, contestó ella vacilando.

“ ‘Es un Kimball, ¿verdad? Ése es también mi apellido. Quisiera tocarle una canción que tal vez le guste’.

“Tomada de sorpresa, ella contestó: ‘Sí, pase’.

“Él se sentó en el banco y tocó y cantó ‘Oh mi Padre’.

“Nunca supo si la mujer se había unido a la Iglesia, pero no fue porque él no lo hubiera intentado”15.

La misión de Spencer reforzó lo que ya se le había inculcado durante sus años de crecimiento en Arizona: la fe en el Señor, el trabajo arduo, la dedicación, el dar servicio silencioso y el sacrificio.

Su matrimonio y su familia

En el verano de 1917, unos siete meses después de haber regresado de la misión, Spencer Kimball vio una noticia en el periódico local que anunciaba que Camilla Eyring, que en 1912 se había mudado con su familia al Valle Gila, iba a ser profesora de economía en la Academia Gila. Spencer leyó y releyó el artículo, y decidió que algún día se casaría con ella. Una vez la encontró “por casualidad” en la parada del autobús que había cerca de la academia y le habló; se sentó a su lado en el autobús y continuaron conversando, y él consiguió permiso para ir a visitarla.

La madre de Camilla simpatizó de inmediato con el joven Spencer Kimball y lo invitaba a cenar cada vez que iba a visitar a su hija; y el hermano Eyring, que era muy estricto en cuanto a las calificaciones de los pretendientes de ésta, no puso objeciones a la relación. Después de treinta y un días, el joven Kimball se encontraba con bastante frecuencia en casa de los Eyring. La pareja decidió casarse, pero sus planes se vieron afectados por la Primera Guerra Mundial, que continuaba; él se veía obligado a permanecer en Thatcher, Arizona, esperando una posible llamada al servicio militar, por lo que les era imposible hacer el largo viaje hasta uno de los templos de Utah. Así que se casaron por lo civil el 16 de noviembre de 1917 y quedaron con la anhelosa expectativa de obtener el sellamiento en el templo lo más pronto posible. Ese deseo se vio cumplido el siguiente mes de junio, en el Templo de Salt Lake.

Camilla and Spencer Kimball circa 1918.

Camilla Eyring y Spencer W. Kimball, poco antes de casarse.

Con el tiempo, Spencer y Camilla Kimball tuvieron cuatro hijos, tres varones y una mujer (Spencer LeVan, Andrew Eyring, Edward Lawrence y Olive Beth). Como padres, proveyeron para sus hijos un ambiente en el cual éstos no sólo se sentían queridos y apoyados, sino que también sabían que sus padres los consideraban dignos de confianza para tomar sus propias decisiones. Uno de los hijos contó una vez:

“Cuando cualquiera de los hijos tomábamos parte en algo de la escuela, de la Iglesia o en otro lugar, mis padres estaban presentes, aunque fuera a costa de algún sacrificio. Siempre nos demostraban su interés y lo orgullosos que estaban de nosotros.

“En nuestra familia había un sentido de sociedad, no de propiedad. La responsabilidad final de nuestros actos recaía en nosotros. Nuestros padres nos alentaban y nos guiaban, pero no nos mandaban”.

Ese mismo hijo dijo lo siguiente de su padre:

“No conozco a nadie de espíritu más generoso que mi padre. Es bondadoso y considerado, casi en demasía. Los hijos tienden a pensar en sus padres como potentes figuras de autoridad que no están sujetas a las necesidades comunes; pero yo sé lo mucho que mi papá agradece un elogio sincero o una palabra de gratitud. Y ninguna expresión de aprecio o afecto puede ser de mayor valor para él que las de su propia familia.

“Aparte de la impresión de que el Señor aprueba sus acciones, no hay nada que pueda darle mayor satisfacción que el ver que su familia sigue sus pasos, esforzándose por vivir con rectitud.

“Si pudiera elegir a quién tuviera que juzgarme en el último día, el primer ser humano al que elegiría sería mi padre”16.

Su vida profesional, sus llamamientos en la Iglesia y su servicio a la comunidad

Con su esposa Camilla a su lado y teniendo ante sí las responsabilidades de ser jefe de familia, Spencer W. Kimball comenzó su vida profesional como empleado de banco. Con el paso de los años, cambió su empleo de bancario a seguros de vida y a negocios inmobiliarios. Los trastornos económicos de la Gran Depresión (1929–1939) le causaron grandes dificultades en sus negocios, pero asimismo la familia pudo afrontar y superar esa adversidad.

En 1924 murió su padre, después de haber prestado servicio como presidente de estaca durante casi treinta años. Posteriormente, cuando el presidente Heber J. Grant, séptimo Presidente de la Iglesia, reorganizó la presidencia de la estaca, llamó a Spencer W. Kimball, que tenía entonces veintinueve años, como segundo consejero.

Aparte de la vida familiar, las labores profesionales y el servicio en la Iglesia, contribuía también activamente a la comunidad. Fue uno de los fundadores de la primera estación local de radio; era miembro activo del Club de Rotarios, una organización de servicio, llegando a ocupar en ella el cargo de gobernador de distrito.

En 1938 se dividió la Estaca Saint Joseph y lo llamaron a él como presidente de la recién organizada Estaca Mount Graham. Con la preocupación de que algunas de las personas que presidía pudieran tener malos sentimientos hacia él, fue con la esposa a visitar a cada uno de los posibles ofendidos para “aclarar la situación” 17.

En septiembre de 1941, mientras prestaba servicio como presidente de estaca, la localidad sufrió una gran inundación; las lluvias continuas hicieron crecer el río Gila hasta que se desbordó e inundó las calles de algunas de las colonias, arrastrando casas y granjas. Los habitantes, casi todos miembros de la Iglesia, quedaron en una situación desesperada en la que necesitaban ayuda. Al enterarse de la devastación, el presidente Kimball llenó su coche de alimentos provenientes de los recursos de la Iglesia y se encaminó hacia las comunidades afectadas por la inundación; hizo arreglos para que se lavara la ropa que se había ensuciado; ayudó a los granjeros a conseguir granos para alimentar al ganado. Muy pronto llegó un camión cargado de alimentos y ropa. Al cabo de una semana, los que habían sufrido más por la inundación ya se encontraban en camino a la recuperación. Los miembros de la Iglesia demostraron una generosidad sin límites. El presidente Kimball dirigió la evaluación de las necesidades y la distribución de suministros. Durante todo ese período, estuvo en constante contacto con el entonces élder Harold B. Lee, del Quórum de los Doce Apóstoles, entre cuyas responsabilidades se incluía el programa de bienestar.

Su Apostolado

El 8 de julio de 1943, el presidente J. Reuben Clark, hijo, de la Primera Presidencia, llamó a Spencer W. Kimball a su casa y le dijo que había sido elegido para ocupar uno de los dos cargos vacantes del Quórum de los Doce Apóstoles. La reacción de Spencer fue: “¡No, hermano Clark! ¡No puede ser! Tiene que haber algún error. No le he entendido bien, ¿no es así?… Me parece imposible. Soy tan débil e insignificante, tan limitado e inepto”18. Le aseguró al presidente Clark que podría haber una sola manera de responder a un llamamiento del Señor; pero aun así, su disposición a prestar servicio no venció de inmediato los sentimientos que tenía con respecto a su incapacidad y su falta de dignidad para el cargo.

Esos sentimientos se intensificaron en los días siguientes, durante los cuales Spencer casi no pudo dormir. Mientras se encontraba en Boulder, Colorado, visitando a uno de sus hijos, se fue a caminar por las colinas una mañana temprano. Al subir más y más alto, iba meditando sobre la magnitud del oficio apostólico, atormentado por la idea de que tal vez no estuviera a la altura del cargo, que quizás su llamamiento fuera producto de un error. Perdido en esos pensamientos, llegó a la cumbre del cerro, donde se arrodilló a orar y a reflexionar. “¡Cómo oré!”, recordaba después. “¡Cómo sufrí! ¡Cuánto lloré y cuánto luché!” En medio de ese sufrimiento, le vino el recuerdo de un sueño que había tenido con su abuelo Heber C. Kimball y “la gran obra que había realizado”. Ese recuerdo le calmó el corazón. “Me sobrevino un sereno sentimiento de tranquilidad y mis dudas e interrogantes se calmaron. Fue como si se me hubiese quitado de encima un gran peso. Me quedé sentado allí, en medio del tranquilo silencio, contemplando el hermoso valle y agradeciendo al Señor la respuesta satisfactoria y tranquilizadora a mis oraciones” 19. El 7 de octubre de 1943, Spencer W. Kimball fue ordenado Apóstol a la edad de cuarenta y ocho años.

El servicio prestado por el élder Kimball en el Quórum de los Doce Apóstoles se extendió durante treinta años. En ese tiempo, viajó muchísimo, fortaleciendo a los miembros y ayudando al progreso del reino. Por asignación especial del presidente George Albert Smith, se dedicó con particular interés a la causa de los descendientes del profeta Lehi, del Libro de Mormón, los nativos de las Américas; su voz se elevó con elocuencia a favor de ellos, tanto en los quórumes principales de la Iglesia como entre los miembros en general. Además, condenaba todo prejuicio racial y la opresión de los pobres.

Spencer w. Kimball was ordained to the Quorum of the Twelve Apostles on October 7, 1943.

El Quórum de los Doce Apóstoles en 1958. De pie, de izquierda a derecha: Delbert L. Stapley, Marion G. Romney, LeGrand Richards, Richard L. Evans, George Q. Morris y Hugh B. Brown. Sentados, de izquierda a derecha: Joseph Fielding Smith, Harold B. Lee, Spencer W. Kimball, Ezra Taft Benson, Mark E. Petersen y Henry D. Moyle.

En sus discursos, el élder Kimball podía expresarse poética y claramente a la vez. Con frecuencia se refería a temas delicados de interés práctico para los miembros de la Iglesia. Aparte de sus numerosos discursos, escribió el libro El Milagro del Perdón, inspirado por la vasta experiencia que tuvo como Apóstol aconsejando a los que habían cedido a transgresiones serias. En él explica lo que el Señor espera de nosotros, nuestro potencial divino y el camino que debemos seguir para arrepentirnos y obtener la seguridad de haber logrado el pleno perdón divino. También testifica al lector que el Señor es misericordioso y que perdonará a los que se arrepientan sinceramente.

Sus problemas de salud

A lo largo de su vida, Spencer W. Kimball sufrió diversas lesiones y enfermedades. Dos graves problemas de salud se destacan en sus años de Apóstol. El primero dejó en él una marca permanente que se hacía evidente cada vez que hablaba: a fines de 1956, se notó una ronquera en la voz y le diagnosticaron cáncer de garganta. En julio de 1957 se le hizo una intervención quirúrgica en la que le extrajeron una cuerda vocal y la mitad de otra; después tuvo que dejar descansar la voz a fin de tener las mejores posibilidades de curación. Durante muchas noches de vigilia, el élder Kimball se preguntaba si alguna vez podría volver a hablar.

Seis meses después de la operación, los médicos dijeron que la garganta había sanado. El élder Boyd K. Packer, del Quórum de los Doce Apóstoles, relató cómo empleó el presidente Kimball su sentido del humor para dar a conocer al público su nueva voz:

“Llegó el momento de la prueba. ¿Podría hablar? ¿Podría predicar?

“Para el ‘estreno’ de su nueva voz, regresó a su pueblo natal [en Arizona]… Allí, en una conferencia de la Estaca Saint Joseph… se puso de pie detrás del púlpito.

“ ‘He regresado aquí para estar entre mi gente’, dijo. ‘En este valle serví como presidente de estaca’. Tal vez pensara que, si fracasaba, allí estaría entre la gente que más lo amaba y que lo comprendería.

“El amor de todos se manifestó claramente. Y la tensión del momento se disolvió al continuar él diciendo: ‘Debo decirles lo que me ha sucedido; me fui para el Este y allá caí entre degolladores…’ Después de ese comentario ya no importaba lo que dijera. ¡El élder Kimball había regresado!” 20.

Su nueva voz era baja, profunda y áspera. Era, según las palabras del élder Packer, “una voz baja, persuasiva y apacible, una voz adquirida, una voz atrayente, una voz… amada por los Santos de los Últimos Días” 21.

El presidente Kimball sufrió también graves dolencias cardíacas. Después de haber llegado a ser Apóstol, tuvo una serie de ataques al corazón. En 1972, mientras servía como Presidente en Funciones del Quórum de los Doce Apóstoles, se sometió a una operación muy arriesgada; el Dr. Russell M. Nelson era el cirujano cardiólogo que atendía al presidente Kimball en esa época. Más adelante, cuando ya había pasado a integrar el Quórum de los Doce Apóstoles, el élder Nelson relató algo que sucedió durante la intervención: “Nunca olvidaré lo que sentí al ver que su corazón volvía a palpitar con latidos fuertes y vigorosos. En ese mismo momento, el Espíritu me hizo saber que aquel paciente especial viviría para llegar a ser el Profeta de Dios en la tierra” 22.

Presidente de la Iglesia

Por la noche del 26 de diciembre de 1973, el presidente Harold B. Lee, undécimo Presidente de la Iglesia, murió súbitamente. De acuerdo con el orden apostólico de sucesión de la Iglesia, el 30 de diciembre del mismo año, Spencer W. Kimball, miembro de mayor antigüedad del Quórum de los Doce Apóstoles, pasó a ser Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

El suceso causó sorpresa a los miembros de la Iglesia, y sobre todo al presidente Kimball; él había sido ordenado apóstol dos años y medio después de Harold B. Lee. Por ser cuatro años mayor que éste y, según parecía, tener un estado de salud más frágil, el presidente Kimball había dado por sentado que moriría antes que el presidente Lee y nunca llegaría a ser su sucesor. Como él mismo lo relató más adelante: “Estaba completamente seguro de que yo iba a morir, cuando me llegara el momento, como Presidente de los Doce… En el funeral del presidente Lee, dije que nadie habría podido orar con más fervor que mi esposa y yo por su recuperación cuando caía enfermo ni por su continua salud cuando estaba bien” 23.

El presidente Kimball fue sostenido por los miembros de la Iglesia en la conferencia general de abril de 1974. Era una posición a la que él no aspiraba, pero el Señor lo había escogido para ser Su Profeta, Vidente y Revelador, y para dirigir Su Iglesia y reino en la tierra.

Spencer W. Kimball became President of the Church on December 30, 1973.

El presidente Spencer W. Kimball, en el centro, con los Consejeros de la Primera Presidencia desde 1973 hasta 1981: los presidentes N. Eldon Tanner (izquierda) y Marion G. Romney (derecha).

En relación con esa conferencia general de abril, el presidente Kimball dio un discurso sobre la obra misional en una reunión para líderes de la Iglesia. El élder William Grant Bangerter, que fue posteriormente miembro de la Presidencia de los Setenta, era entonces representante regional y estuvo presente en esa reunión. Más adelante comentó lo que recordaba sobre el efecto que tuvieron las palabras del presidente Kimball:

“Nos dimos cuenta de que el presidente Kimball nos abría ventanas espirituales y nos invitaba a contemplar con él los planes de la eternidad. Fue como si descorriera las cortinas que cubrían el propósito del Todopoderoso y nos instara a observar con él el destino del Evangelio y la visión de su ministerio.

“Dudo de que ninguno de los que estaban allí aquel día llegue a olvidar nunca lo sucedido. Yo mismo he leído pocas veces su discurso desde entonces, pero la esencia de lo que dijo ha quedado tan vívidamente impresa en mi recuerdo que en este momento podría repetir de memoria la mayor parte de él.

“El Espíritu del Señor estaba con el presidente Kimball y se irradió de él a nosotros como una presencia tangible, que era a la vez conmovedora y asombrosa. Él descubrió ante nuestros ojos una visión gloriosa” 24.

El discurso del presidente Kimball en esa ocasión dio voz a un tema central de su ministerio como Presidente de la Iglesia:

“Mis hermanos, me pregunto si estaremos haciendo todo lo que podemos. ¿Estamos satisfechos con nuestra forma de enseñar a todo el mundo? Ya hemos estado predicando ciento cuarenta y cuatro años. ¿Estamos preparados para alargar el paso? ¿Para ampliar nuestra visión?

“No me engaño, hermanos, pensando que se trata de un asunto fácil y sin esfuerzo ni que podemos hacerlo de la noche a la mañana, pero tengo la fe de que nos es posible avanzar y expandir la obra mucho más rápidamente de lo que lo estamos haciendo

“…Creo que si todos somos uno en pensamiento, en corazón y en propósito, podremos avanzar y cambiar lo que parece ser idea general de que ‘todo va bien; no hay por qué hacer cambios’ ” 25.

Así comenzó una década extraordinaria de progreso y cambio. Aun cuando el hincapié principal se hizo en la obra misional, los miembros de la Iglesia pronto notaron que el presidente Kimball no tenía la intención de permanecer pasivo en ningún aspecto que tuviera que ver con la rectitud.

La obra misional

El presidente Kimball procuró que se abrieran las puertas de las naciones para la prédica del Evangelio. Las divisiones causadas por lo que se llamó “la guerra fría” entre los gobiernos democráticos y los comunistas impedían hacer proselitismo en muchas naciones de Europa y de Asia. Además, la norma de la Iglesia con respecto a la ordenación al sacerdocio limitaba los esfuerzos misionales en África y en algunas partes de Sudamérica y del Caribe. El presidente Kimball buscó toda oportunidad de expandir el alcance geográfico de la Iglesia.

Al mismo tiempo, hizo destacar el hecho de que el tener mayores oportunidades de enseñar a las naciones dependía de la disposición que tuvieran los miembros para aprovechar esas oportunidades. Los hombres jóvenes dignos y bien preparados no debían contemplar el servicio misional como optativo, sino como un deber y una oportunidad divinos; esa obligación era para todos los varones jóvenes, vivieran donde vivieran. Las mujeres jóvenes también podían servir como misioneras, pero no tenían la misma obligación que los muchachos. Además, se animó a los matrimonios mayores a prestar servicio en las filas misionales. Cuando Spencer W. Kimball comenzó su servicio como Presidente de la Iglesia, había diecisiete mil misioneros de tiempo completo por todo el mundo; unos doce años después, cuando murió, el número de misioneros había aumentado a cerca de treinta mil. El incremento en los esfuerzos misionales produjo abundante fruto: el número de miembros de la Iglesia aumentó de poco más de tres millones a casi seis millones.

En 1975, al dirigirse a un grupo de jóvenes miembros de la Iglesia, el presidente Kimball les dijo: “¿Saben lo que ha hecho el Señor por ustedes, jóvenes? Son muchachos bien parecidos; tienen aspecto fuerte, saludable y feliz. ¿Quién les ha dado la salud? ¿Quién les ha dado los ojos? ¿Quién les ha dado los oídos? ¿Quién les ha dado la voz? ¿Se les ha ocurrido alguna vez pensar en eso? Alguien tiene que haberles proporcionado esos bienes de valor inestimable”.

A continuación, describió su experiencia de la operación quirúrgica de la garganta y el resultado de que lo había dejado con sólo parte de la voz. Seguidamente dijo: “Les pregunto cuántos de ustedes estarían dispuestos a renunciar a su voz. ¿La compraron o la cambiaron por algo? ¿O alguien se la dio? ¿Les dio el Señor su voz a fin de que puedan expresarse? Entonces, ¿por qué no salen al mundo y cuentan la historia más grandiosa de la tierra y dicen a la gente que la verdad se ha restaurado; que el Señor ha tenido una sucesión de profetas desde Adán hasta ahora; que ustedes mismos tienen el santo sacerdocio y que lo magnificarán todos los días de su vida? ¡Digan eso al mundo! ¡Es algo que la gente necesita!

“Vuelvo a preguntarles: ¿Quién les ha dado la voz? ¿Y para qué? ¿Sólo para que canten o hablen o se diviertan con los demás? ¿O les ha dado esa voz para que puedan enseñar el Evangelio?…

“Por eso, pienso que sería mejor que fuéramos a la misión, ¿no les parece?… todo muchacho digno”26.

La obra del templo

Como Presidente de la Iglesia, Spencer W. Kimball supervisó un aumento considerable en la construcción de templos. Al principio de su administración, había quince templos en funcionamiento; cuando él murió, unos doce años más tarde, el número de templos había llegado a treinta y seis, más del doble. El presidente Gordon B. Hinckley, que era entonces Segundo Consejero de la Primera Presidencia, testificó lo siguiente: “Este gran ímpetu en la construcción de templos lo dio el presidente Kimball por revelación del Señor” 27.

Con respecto a la obra del templo, el presidente Kimball dijo: “Se acerca el día, y no está muy lejos, en que todos los templos de la tierra funcionarán día y noche… habrá un grupo de obreros que trabajarán día y noche, casi hasta el agotamiento, por motivo de la importancia de la obra y por el gran número de personas que han pasado a la eternidad y que anhelan y necesitan las bendiciones que puedan recibir” 28.

El gobierno de la Iglesia

Durante los años 1975 y 1976, el presidente Kimball dirigió la reorganización y la expansión del gobierno de la Iglesia a fin de seguir el ritmo de su crecimiento. Como parte del desarrollo de la organización y de las responsabilidades de las Autoridades Generales, se reconstituyó el Primer Quórum de los Setenta, que para octubre de 1976 contaba ya con treinta y nueve hermanos. “Con esa acción”, explicó el presidente Kimball, “los tres quórumes del gobierno de la Iglesia que se definen en las revelaciones —la Primera Presidencia, el Quórum de los Doce Apóstoles y el Primer Quórum de los Setenta— se han puesto en su lugar, tal como el Señor lo ha revelado. Ello hará posible atender eficientemente a la pesada carga de trabajo con que nos enfrentamos en la actualidad y prepararse para la creciente expansión y aceleración de la obra, con la expectativa del día en que el Señor vuelva a hacerse cargo personalmente de Su Iglesia y reino” 29. Esa revelación del Señor a Su Profeta ha conducido desde entonces a otros cambios en el gobierno de la Iglesia, según lo requiera “la obra de la viña” (D. y C. 107:96).

Las Escrituras

En 1976, por dirección del presidente Kimball, se agregaron al canon de las Escrituras dos revelaciones, una al profeta José Smith y la otra al presidente Joseph F. Smith (véase D. y C. 137 y 138). También bajo su dirección se publicó en 1979 una edición SUD en inglés de la versión del rey Santiago de la Biblia y una edición nueva de la combinación triple (el Libro de Mormón, Doctrina y Convenios y la Perla de Gran Precio), que salió a luz en 1981. Refiriéndose a la publicación de esas ediciones de los libros canónicos, el élder Boyd K. Packer comentó: “Al continuar pasando las generaciones, en la perspectiva de la historia esto se considerará el logro máximo de la administración del presidente Spencer W. Kimball” 30.

Durante ese período administrativo del presidente Kimball, las Escrituras también llegaron a ser la base de los cursos de estudio de la Escuela Dominical de la Iglesia.

La simplificación

Al crecer la Iglesia y extenderse su campo de acción, el presidente Kimball y otros de los líderes reconocieron que era necesario simplificar los diversos programas de la Iglesia a fin de que algún tipo de los más esenciales estuviera fácilmente a disposición tanto de los miembros de la rama más nueva como de aquellos de un barrio bien establecido. El presidente Kimball dijo:

“La misión de la Iglesia para con sus miembros es poner a su disposición los principios, los programas y el sacerdocio con los que puedan prepararse para la exaltación. La fidelidad con que nos concentremos en vivir el Evangelio en el hogar determinará en gran parte el éxito que logremos, tanto individualmente como de toda la Iglesia. Sólo cuando veamos claramente las responsabilidades de cada persona y la función que cumplen el hogar y la familia, podremos comprender bien que los quórumes del sacerdocio y las organizaciones auxiliares, incluso las estacas y los barrios, existen principalmente para ayudar a los miembros a vivir el Evangelio en el hogar. Entonces entenderemos que las personas son más importantes que los programas y que los programas de la Iglesia siempre deben apoyar las actividades familiares centradas en el Evangelio y nunca restarles importancia…

“Nuestro compromiso de vivir el Evangelio y de tenerlo como el centro de la vida familiar debe ser el claro mensaje de todo programa del sacerdocio y de las organizaciones auxiliares; y se deben reducir, cuando sea necesario, algunas de las actividades optativas que puedan restar importancia al hecho de concentrarse en la familia y el hogar” 31.

Una de las grandes modificaciones de la administración del presidente Kimball fue el comienzo del nuevo horario dominical de reuniones en un bloque de tres horas, en el que se combinaron varias reuniones de la semana y del domingo en un solo horario dominical más sencillo y conveniente. La introducción de este Programa Dominical Integrado en 1980 redujo considerablemente el gasto de tiempo y dinero de los miembros de la Iglesia a fin de que pudieran participar en la gama completa del programa del Señor.

La revelación sobre el sacerdocio

Uno de los cambios más importantes que ocurrió durante la presidencia de Spencer W. Kimball fue la revelación sobre el sacerdocio (véase la Declaración Oficial 2, en Doctrina y Convenios).

El 1º de junio de 1978, el presidente Kimball se reunió con otros miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles en una sala de un piso superior del Templo de Salt Lake. El presidente Gordon B. Hinckley, que estaba presente en esa ocasión como integrante del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo más adelante lo siguiente:

“El asunto de extender las bendiciones del sacerdocio a los varones de raza negra había estado en los pensamientos de muchas Autoridades Generales desde hacía varios años. Hubo Presidentes de la Iglesia que se refirieron a eso muchas veces, y se había convertido en un tema de preocupación particular para el presidente Spencer W. Kimball.

“Durante un tiempo considerable él había estado orando con respecto a esa cuestión tan seria y delicada. Había pasado muchas horas solo en aquella sala de un piso superior del templo, dedicado a la oración y a la meditación.

“En esa oportunidad presentó el asunto ante las Autoridades Generales presentes: sus Consejeros y los Apóstoles. Después de analizarlo, nos unimos para orar en circunstancias que eran en extremo sagradas. El presidente Kimball fue quien ofreció esa oración… El Espíritu de Dios estaba allí. Y por el poder del Espíritu Santo, el Profeta recibió la seguridad de que aquello por lo que oraba era correcto, de que había llegado el momento y de que las maravillosas bendiciones del sacerdocio debían extenderse a todo hombre digno, fuera cual fuese su linaje.

“Todos los hombres que estábamos en aquel círculo sentimos lo mismo por el poder del Espíritu Santo.

“Fue una situación tranquila y sublime…

“…Ninguno de los que estábamos presentes en esa oportunidad volvió a ser nunca la misma persona; y tampoco la Iglesia ha sido la misma” 32.

El anuncio de la revelación se hizo a través de una carta fechada el 8 de junio de 1978 y dirigida a todos los oficiales generales y locales de la Iglesia, poseedores del sacerdocio: “…todo varón que sea fiel y digno miembro de la Iglesia puede recibir el santo sacerdocio, con el poder de ejercer su autoridad divina, y disfrutar con sus seres queridos de toda bendición que de él procede, incluso las bendiciones del templo” (D. y C. Declaración Oficial 2).

El presidente Hinckley comentó: “La carta fue publicada para la Iglesia y para el mundo, y de más está contarles del efecto electrizante que causó, tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella. Hubo gran emoción, con lágrimas de gratitud no sólo de parte de aquellos a quienes previamente se había negado el sacerdocio y que se beneficiaron de inmediato con el anuncio, sino también de muchos hombres y mujeres de la Iglesia, por todo el mundo, que habían sentido lo mismo que nosotros sentíamos con respecto a ese asunto” 33.

Unos tres meses después, el presidente Kimball dijo, refiriéndose a la revelación: “Una de las Autoridades Generales dijo ayer que lo que ahora tenemos representa uno de los cambios y bendiciones más grandes que jamás se hayan conocido… Aparte de unas pocas personas que siempre quieren oponerse, la gente del mundo ha aceptado este cambio con gratitud… Por eso, estamos muy, muy contentos, especialmente por aquellos que hasta ahora se habían visto privados de esas bendiciones” 34.

Su amor por la gente y por la obra del Señor

Para describir al presidente Kimball, el élder Neal A. Maxwell, del Quórum de los Doce Apóstoles, dijo: “El ministerio de este hombre estuvo impregnado de la calidez que lo rodeaba. La mirada penetrante pero amorosa de sus ojos, su abrazo, su beso santo, su ternura —que muchas personas sintieron—, todo ello creaba un aura bien merecida a su alrededor, no de inaccesibilidad, sino de una calidez especial. Su amor incluía a todos; nadie jamás se sintió dejado de lado. Cada uno de los hermanos de las Autoridades Generales hubiera podido dar por sentado que él era el preferido del presidente Kimball, ¡tanto era lo que nos amaba a todos! ¿Cómo podía uno pensar otra cosa?” 35.

El presidente Kimball decía a los miembros de la Iglesia: “Me gustaría que se me conociera como un hombre que ama a sus hermanos y hermanas” 36. Y los Santos de los Últimos Días sentían ese amor y se lo correspondían expresando el suyo, hecho por el cual él estaba agradecido. “Cuando las personas me dicen que me quieren”, decía, “siempre les digo que eso es maravilloso porque es lo que me da vida. Y lo digo literalmente” 37.

President Kimball loved the fellowship of the Saints.

El presidente Kimball dijo: “Me gustaría que se me conocieracomo un hombre que ama a sus hermanos y hermanas”.

Con su manera de ser amorosa pero decidida, el presidente Kimball exhortaba a los Santos de los Últimos Días a poner mayor empeño que antes al servicio al Señor, y a vencer la autocomplacencia, el pecado y otros problemas que les impidiesen avanzar. Él mismo fue un ejemplo de seguir adelante al servicio al Señor, fueran cuales fuesen los obstáculos.

El élder Robert D. Hales, cuando era miembro del Primer Quórum de los Setenta, dijo del presidente Kimball: “Es un hombre de acción, como lo demuestra el letrerito que tiene en su escritorio, que dice ‘Hazlo’… Su [ejemplo] y su amor motivan a aquellos que lo toman de modelo a alcanzar metas más altas y a ‘alargar el paso’ hacia la perfección” 38.

En un discurso que pronunció en la conferencia general de octubre de 1979, el presidente Kimball contó la historia de Caleb, en el Antiguo Testamento, que al enfrentar dificultades para entrar en la tierra prometida, dijo: “Dame, pues, ahora este monte” (Josué 14:12). Refiriéndose a esas palabras, el presidente Kimball comentó:

“Eso es lo que yo siento por la obra en este momento. Hay todavía grandes cometidos, oportunidades gigantescas delante de nosotros. Acepto con gusto esa emocionante perspectiva y siento el deseo de decirle al Señor, humildemente: ‘Dame, pues, ahora este monte’, dame esos desafíos.

“Con humildad, les hago esta promesa, al Señor y a ustedes, mis amados hermanos y hermanas, compañeros de labor en esta sagrada causa de Cristo: Seguiré adelante, con fe en el Dios de Israel, sabiendo que Él nos guiará y nos dirigirá, y que finalmente nos conducirá al logro de Sus propósitos y a nuestra tierra prometida, y a nuestras bendiciones prometidas…

“Anhelosa y fervientemente exhorto a cada uno de ustedes a hacer la misma promesa y el mismo esfuerzo, a todo líder del sacerdocio, a toda mujer de Israel, a todo varón joven, a toda mujer joven, a todo niño y niña” 39.

El 5 de noviembre de 1985, después de casi doce años de servicio como Presidente de la Iglesia, murió Spencer W. Kimball. A su fallecimiento, uno de sus consejeros, el presidente Gordon B. Hinckley, dijo lo siguiente: “He tenido el gran privilegio y la gran oportunidad de trabajar junto al presidente Kimball en el yugo de la obra del Señor. En una ocasión, cuando intenté que acortara un poco el paso, me dijo: ‘Gordon, mi vida es como mis zapatos: tiene que gastarse prestando servicio’. Y así vivió, y así murió. Se ha ido para estar en compañía de Aquel cuyo siervo él fue, el Señor Jesucristo, de quien siempre dio testimonio” 40.

Notas

  1. Véase de Edward L. Kimball y Andrew E. Kimball, hijo, Spencer W. Kimball, 1977, pág. 196.

  2. Véase Boyd K. Packer, “Spencer W. Kimball: Un hombre diferente”, Liahona, julio de 1974, pág. 2.

  3. Spencer W. Kimball, pág. 12.

  4. Véase Spencer W. Kimball, “Los dioses falsos”, Liahona, agosto de 1977, págs. 1–4.

  5. “Friend to Friend”, Friend, enero de 1971, pág. 34.

  6. Véase Spencer W. Kimball, “Probadme ahora en esto”, Liahona, agosto de 1981, págs. 3–4.

  7. Véase Spencer W. Kimball, “Esforcémonos en la obra del Señor”, Liahona, agosto de 1979, pág. 148.

  8. Citado en Spencer W. Kimball, pág. 23.

  9. Véase Spencer W. Kimball, “Esforcémonos en la obra del Señor”, Liahona, agosto de 1979, pág. 149.

  10. Citado en Spencer W. Kimball, pág. 46.

  11. Citado en Spencer W. Kimball, pág. 57.

  12. Edward L. Kimball y Andrew E. Kimball, hijo, The Story of Spencer W. Kimball: A Short Man, a Long Stride, 1985, págs. 16–17.

  13. Spencer W. Kimball, pág. 56.

  14. Citado en Spencer W. Kimball, pág. 376.

  15. Spencer W. Kimball, págs. 79–80.

  16. Edward L. Kimball, citado por Gerry Avant en “As Father, Prophet Made Time Count”, Church News, 11 de junio de 1977, pág. 5.

  17. Spencer W. Kimball, pág. 171.

  18. Citado en Spencer W. Kimball, pág. 189.

  19. Citado en Spencer W. Kimball, pág. 195.

  20. Véase Boyd K. Packer, “Spencer W. Kimball: Un hombre diferente”, Liahona, julio de 1974, pág. 3.

  21. Véase Boyd K. Packer, “Spencer W. Kimball: Un hombre diferente”, Liahona, julio de 1974, pág. 3.

  22. “Spencer W. Kimball: Man of Faith”, Ensign, diciembre de 1985, pág. 40.

  23. “When the World Will Be Converted”, Ensign, octubre de 1974, pág. 3.

  24. W. Grant Bangerter, “Un momento especial en la historia de la Iglesia”, Liahona, febrero de 1978, pág. 33.

  25. Ensign, octubre de 1974, págs. 5, 13, 14; cursiva agregada.

  26. En Conference Report, Conferencia de Área de Buenos Aires, Argentina, 1975, págs. 43–44.

  27. Gordon B. Hinckley, “Regocijaos en esta gran época de construir templos”, Liahona, enero de 1986, pág. 44.

  28. Discurso pronunciado en el banquete del seminario del sacerdocio sobre la genealogía, 4 de agosto de 1977, Archivos de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, págs. 4–5.

  29. En Conference Report, octubre de 1976, pág. 10; o Ensign, noviembre de 1976, pág. 9.

  30. Véase Boyd K. Packer, “Las Escrituras”, Liahona, enero de 1983, pág. 101.

  31. “Living the Gospel in the Home”, Ensign, mayo de 1978, pág. 101.

  32. “Priesthood Restoration”, Ensign, octubre de 1988, pág. 70.

  33. Ensign, octubre de 1988, pág. 70.

  34. The Teachings of Spencer W. Kimball, ed. por Edward L. Kimball, 1982, pág. 451.

  35. “Spencer, the Beloved: Leader–Servant”, Ensign, diciembre de 1985, págs. 12–13.

  36. En Conference Report, octubre de 1980, pág. 111; o Ensign, noviembre de 1980, pág. 77.

  37. En “ ‘News’ Interviews Prophet”, Church News, 6 de enero de 1979, pág. 19.

  38. Robert D. Hales, “Ejemplos de la vida de nuestro Profeta”, Liahona, febrero de 1982, pág. 35.

  39. Véase Spencer W. Kimball, “Dame, pues, ahora este monte”, Liahona, enero de 1980, pág. 125.

  40. “He Is at Peace”, Ensign, diciembre de 1985, pág. 41.