Regresar a la senda después de un embarazo inesperado
Estaba sola y embarazada, pero me di cuenta de que quería una vida diferente. Quería vivir para Cristo y ser digna de las bendiciones del templo.
Decidí ir a la universidad cerca de casa. Me emocionaba la idea de practicar el deporte que tanto amaba al siguiente nivel sabiendo que mi familia estaría en las gradas mirando y apoyándome. Vengo de una familia maravillosa y mis padres nos enseñaron los valores y las normas del evangelio de Jesucristo.
Pero cuando era una estudiante atlética de veinte años que jugaba al fútbol y disfrutaba de “la vida universitaria” me aparté de esos principios que me habían enseñado. Iba a clases y jugaba fútbol durante la semana, y los fines de semana me iba de fiesta creyendo haber encontrado la verdadera felicidad. ¡Qué equivocada estaba! Pero eso es lo que hace Satanás: hace que las cosas malas se vean tan atractivas que, después de un tiempo, parecen buenas.
Mi vida se descontroló durante mi tercer año en la universidad. Tomé malas decisiones y descubrí que estaba embarazada. Toda mi perspectiva de la vida cambió por completo. Ya no se trataba solo de mí, sino del bebé que llevaba dentro. Las palabras en Alma 36:17–21 me llegaron directamente al alma, porque sentí mucho pesar según Dios y una gran culpa como consecuencia de mis decisiones, tal como sintió Alma.
La senda del arrepentimiento puede ser dura y difícil. Me costó admitir que estaba equivocada y que había cometido un error. Enfrentarme a mis seres queridos y contarles que estaba embarazada fue uno de los momentos más aterradores de mi vida. También me reuní con mi obispo y tuve que pasar por un consejo disciplinario, el cual determinó que no podría participar de la Santa Cena por un tiempo. Solo quería escaparme y hacer como si todo aquello no fuera la vida real. Pero lo era. Esa era mi nueva realidad. Tenía un arduo camino por recorrer, sin importar lo que pasara.
Mi familia estaba decepcionada a causa de mis decisiones, pero también me amaban y deseaban lo mejor para mí, tal como nuestro Padre Celestial. A menudo me preguntaba cómo podría Él perdonarme después de haberle fallado tantas veces, y la respuesta que recibía en todos los casos era: porque Él me ama y desea que regrese a Él. Yo sabía que había decepcionado a mis padres terrenales, pero la idea de lo mucho que había decepcionado a mi Padre Celestial era devastadora.
Aun así, me sentí muy sola y perdida durante esos primeros meses de embarazo, sin saber qué tendría que hacer después. A medida que comencé a orar más sinceramente al Padre Celestial en busca de guía y ayuda, aprendí que, en realidad, nunca estuve sola; Él siempre estuvo ahí esperando que yo lo buscara. Tuve un cambio drástico de corazón. Quería una vida diferente; quería vivir para Cristo; quería ser digna de participar de la Santa Cena otra vez. Quería ser digna de casarme algún día en el templo, algo que pensaba que estaba muy lejos de mi alcance a causa de mis errores.
Fue entonces cuando descubrí el verdadero poder de Jesucristo como mi Salvador, y vi muchas tiernas misericordias del Señor en esos cortos nueve meses. Obtuve más fe de la que nunca antes había tenido en mi vida, y fue esa fe en Jesucristo lo que me permitió escoger la adopción para mi tierna bebita. El dolor de dar a mi hija en adopción fue inmenso, pero el gozo que sentí al ayudar a otra hija de Dios a tener su familia eterna fue aún mayor. Aquella experiencia me cambió para bien, tal como puede cambiarnos a todos si sentimos verdadero pesar y nos arrepentimos, permitiendo que el Señor nos sane de nuevo.
Desde entonces, cada día he sido bendecida.
Verán, yo también fui adoptada cuando era bebé, y seis meses después de dar a mi hija en adopción, encontré y me reuní con mi madre biológica. Fue todo un milagro. Poco tiempo después conocí a mi futuro esposo, con quien finalmente me casé en el templo. En la actualidad soy madre de otros cuatro hermosos hijos.
Tener un embarazo inesperado y dar a mi primera hija en adopción cambió mi vida para siempre. He aprendido mucho acerca de mí misma y del amor que Dios y Jesucristo tienen por mí y por cada uno de nosotros. A lo largo de la tristeza, el dolor, las lágrimas, las oraciones silenciosas y las oraciones contestadas he encontrado esperanza, amor, perdón, misericordia y gracia. Aprendí que la adopción tiene que ver con el amor. Aprendí a valorar el participar de la Santa Cena. Aprendí que no estaba completamente perdida, simplemente necesitaba regresar a la senda de la cual me había alejado. Al arrepentirme sinceramente de mis pecados y aprender a confiar y a tener fe en Cristo, Él me llevó de nuevo a Su rebaño y bendijo mi vida en extremo. La expiación de Jesucristo es real, y Su gracia es suficiente para todos nosotros (véase Éter 12:27).