Ayudar a otras personas a recibir la sanación del Señor
La autora vive en Utah, EE. UU.
Practicamos el arte del sanador cuando ayudamos a llevar las bendiciones de sanación del Señor a quienes sufren enfermedades físicas, mentales y espirituales.
Un domingo, leí el pasaje de las Escrituras: “En verdad, en verdad os digo que este es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que debéis hacer en mi iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, esas también las haréis” (3 Nefi 27:21; cursiva agregada).
Me pregunté: “¿Cuáles fueron las obras de Cristo en la tierra?”. Pensé principalmente en dos cosas: el servicio y la sanación. El servicio lo podía prestar, pero ¿la sanación? Ciertamente, no podía sanar a los demás, ¿o sí?
Hace poco, pasé por el proceso de recuperarme de una cirugía a la cual le había seguido una reacción alérgica grave. De inmediato, pensé en quienes me habían ayudado en el proceso de sanar, y la lista era larga. Si ellos pudieron ayudarme a sanar, ¿no podía yo hacer lo mismo por otros?
Todos nosotros podemos aprender el arte del sanador1. Estamos rodeados de personas que sufren enfermedades físicas, mentales y espirituales, que serían bendecidas por medio de nuestra ayuda.
Visitar al enfermo
En Mosíah 4:26, dice: “Quisiera que de vuestros bienes dieseis al pobre, cada cual según lo que tuviere, tal como alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio, tanto espiritual como temporalmente, según sus necesidades”.
Estar enfermo —ya sea física, mental o espiritualmente— puede aislar mucho a la persona. La gente pasa muchas horas sola en su dormitorio o habitación de hospital intentando recuperarse, y es fácil que su ánimo decaiga. Conforme la oscuridad se acumula, la visita de un amigo o de un familiar compasivo puede traer luz a su vida.
Cómo visitamos al enfermo también puede ser importante. Varias mujeres respondieron a una consulta que les hice sobre cómo las habían ayudado otras personas durante el proceso de sanación. Judi, de Arizona, EE. UU., dijo: “Escuchar… [es] una gran ayuda en los momentos de tribulación. Escuchar y no juzgar”. Escuchar con paciencia, sinceridad y amor es un valioso apoyo para los que están intentando sanar.
Linda, de California, EE. UU., explicó cómo le ayudaron las visitas de una amiga: “Recuerdo aquellas personas especiales en mi vida; en particular, a aquellas que en verdad escucharon y me transmitieron el dulce consejo del Espíritu. Tras quedar viuda a los 30 años de edad con cinco niños pequeños, sentí el amor de mi Padre Celestial y del Salvador más profundamente gracias a mi buena amiga Karen. Ella siempre se hallaba en sintonía y tenía sus oídos prestos a escuchar ‘encendidos’. Nunca me sentí sola porque Karen me recordaba constantemente el hermoso vínculo que tengo como hija de Dios”.
En especial, los hermanos y las hermanas ministrantes pueden llevar a cabo dicho arte del sanador. Es importante tener presentes las necesidades de quienes sufren. En ocasiones, una visita breve está bien, ya que estarán muy cansados; a veces se sentirán solos y aburridos, y una visita más larga satisfará sus necesidades. Además, es importante adaptarse a sus personalidades. Algunas personas quieren privacidad y tranquilidad, mientras que otras quieren mucha interacción y apoyo. Primero debemos determinar sus necesidades y después actuar en función de ellas.
Llevar las cargas los unos de los otros
Alma describió muy elocuentemente nuestro compromiso de seguir el ejemplo del Salvador cuando preguntó a los creyentes en el Libro de Mormón si estaban dispuestos a “entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y [si estaban] dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras” (Mosíah 18:8).
Cada uno de nosotros lleva cargas de muchas clases; estas son más difíciles de sobrellevar cuando estamos enfermos, o cuando luchamos con enfermedades mentales o dificultades espirituales. Una de las artes del sanador es ayudar a llevar las cargas de otros cuando están sufriendo.
Shannon, de Utah, EE. UU., habló de cómo la ayudaron sus vecinos: “El día que enterramos a nuestro hijo pequeño, regresamos del cementerio y descubrimos que nuestros vecinos se habían reunido durante las horas en que habíamos estado en el funeral para rediseñar por completo nuestro jardín. Habían plantado hermosos arbustos, árboles y flores, e incluso un nuevo césped. En medio de nuestro inimaginable pesar, su amable demostración de amor y apoyo hizo que comenzara para nosotros el proceso de sanación. Cuando nuestro hermoso jardín volvía a revivir, nos recordaba cada año que el amor y la vida son eternos. En verdad [fue] una experiencia sagrada y simbólica que nunca olvidaremos”.
Cuando se me diagnosticó cáncer de mama, prestaba servicio como presidenta de la Sociedad de Socorro y me había presentado para ser reelecta en el concejo municipal de nuestra ciudad. Mi esposo había perdido el empleo y padecimos muchas otras pruebas graves durante esa época. Mis consejeras se tomaron a pecho el “llevar las cargas los unos de los otros”, y me ayudaron a repartir mis cargas. Mi obispo asumió algunas de mis responsabilidades. Mi esposo asumió muchas de mis tareas, como la de cocinar y otras labores domésticas. Me hizo sentir muy humilde ver que no se me quitaron las cargas, sino que, en vez de ello, las compartieron muchas, muchas personas que ejercieron el arte del sanador.
Consolar
Alma también enseñó que los seguidores de Cristo están “dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:9).
Brindar consuelo abarca la empatía, la bondad, la consideración, la preocupación, el amor y la caridad. Es abrazar a quienes estén enfermos o afligidos con brazos de amor para ayudarlos a afrontar su sufrimiento.
Luann (el nombre se ha cambiado) experimentó una lucha espiritual y moral, y reflexionó sobre sus experiencias con los que la consolaron: “Ellos miraron más allá de mi persona en aquel momento, y vieron mi potencial prometedor, el potencial de llegar a ser mejor, más sabia, más bondadosa. Recuerdo cómo era antes y a veces me siento apocada debido a algo de vergüenza por mi ignorancia y algo de vergüenza por mis transgresiones y actitudes pecaminosas; pero al aguijón de la vergüenza y el estigma siempre lo sigue el bálsamo sanador que es la gracia, la misericordia, el perdón y el amor. Al recordar que había personas a mi alrededor colmándome de esas cosas, el aguijón desaparece, y me doy cuenta de que me estaban ayudando a sanar. Quizás sea más preciso decir que creaban un entorno seguro a mi alrededor —quizás una capa protectora de gracia— donde, dentro de ella, el Salvador, el Sanador Magistral, podía obrar en mí, cambiándome; cambiando mi corazón”.
Un aspecto importante de consolar al enfermo es dirigirlo hacia el Sanador Magistral. Sabrina, de Utah, dijo: “No hay mejor sanación que la de la persona que te ayuda a buscar a Dios o acudir a Él. Tal vez solo sea algo que te recuerde lo que ya sabes; que estás intentando ser más fuerte de lo necesario, que estás llevando toda la carga y no estás confiando verdaderamente en Dios”.
Consolar a los enfermos y ayudarlos a ser positivos requiere ser receptivo al Espíritu. En cierto momento de mi vida, no había dormido bien durante muchos meses y, por lo general, dormía un promedio de dos o tres horas por noche, en ciclos de sueño interrumpido. Sufría mucho por ansiedad y agotamiento. Había ido a muchos médicos sin resultado alguno. Finalmente, un amigo me habló de un médico Santo de los Últimos Días que de inmediato me dio el diagnóstico correcto; pero lo que dijo luego me sorprendió: “Merrilee, lo más importante que tienes que hacer es entregar tu ansiedad a Dios”. Después me instó a meditar todos los días un rato en “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”.
Había intentado meditar algunas veces sin éxito, pero estaba desesperada por sanar. Al día siguiente, medité en silencio las poderosas palabras: “Manifestamos nuestro testimonio de la realidad de Su vida incomparable y de la virtud infinita de Su gran sacrificio expiatorio”2. Me embargó la emoción al comenzar a meditar en el testimonio de nuestro gran Sanador y supe que había encontrado consuelo y paz en mi alma.
Prestar atención
Al estudiar las Escrituras para emular a Jesús en Sus obras de sanación, leemos que había algo que Él hacía una y otra vez: Jesús prestaba atención a los que lo rodeaban.
Cristo tenía en cuenta a la personas; habló con la mujer samaritana, a pesar de los tabúes culturales; dedicó tiempo a bendecir a los niños; comió con los publicanos y pecadores, y ministró a los leprosos y los marginados; prestó atención a cada uno de ellos.
Como seguidores de Cristo que procuran aprender Su arte de sanar, podemos comenzar por ver a las personas con los ojos de Cristo. Podemos dedicar tiempo para saludarles, para sonreír, para preguntar cómo les va el día. Tal vez nunca sepamos el bálsamo sanador que nuestro esfuerzo puede ser para los que nos rodean y están solos, deprimidos, enfermos, débiles o sufren. Incluso un sencillo gesto de amor puede ejercer una gran influencia.
Conforme hagamos las obras de Cristo y participemos en la sanación de otros, se derramarán grandes bendiciones. Tal como Cristo dijo: “En cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis” (Mateo 25:40). A Aquel que ha sanado a cada uno de nosotros, a Aquel que nos ha rodeado con Sus amorosos brazos más veces de las que siquiera sabemos, a Aquel que nos ha ofrecido el bálsamo sanador de Su expiación, podemos ofrecerle nuestros pequeños esfuerzos para ayudar a sanar a nuestros hermanos y hermanas. Ese es verdaderamente el arte del sanador.