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Tres principios que nos dan protección
Tomado del discurso “Grandes expectativas”, pronunciado en la Universidad Brigham Young el 10 de noviembre de 2020.
Al edificar Sion, ser una luz y centrarnos en el templo, seremos protegidos sin importar dónde vivamos.
El pasado otoño celebré mi cumpleaños número 80. Eso me da una perspectiva muy extensa sobre lo que es esencial para proporcionarnos protección.
Cuando mi esposa Mary y yo aún teníamos veintitantos años en la década de los 60, los tumultos, la ira y la agitación social eran similares a lo que hemos experimentado recientemente. Vivíamos en el área de la Bahía de San Francisco, en California, EE. UU. La combinación de la agitación racial, el asesinato de Martin Luther King Jr., la poco popular guerra de Vietnam y la desestabilizadora cultura de las drogas resultó en demostraciones que incluyeron disturbios, saqueos y la ocupación de disidentes de las oficinas administrativas de las principales universidades.
Ante ese caos, tuvimos la bendición de recibir consejos del presidente Harold B. Lee (1899–1973), quien en ese entonces era el Presidente del Cuórum de los Doce Apóstoles. Sus consejos estaban dirigidos tanto a las familias como a los individuos. Apreciamos sus palabras en aquel entonces y las atesoramos ahora.
Además de aconsejarnos a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que siguiéramos al profeta, el presidente Lee dio otros tres principios para nuestra protección:
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Edifiquen Sion en el corazón y en el hogar.
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Sean una luz sobre el monte y un ejemplo en la comunidad.
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Centren su visión y sus metas en las ordenanzas y los principios que se enseñan en el templo.
El presidente Lee prometió que podíamos vivir en cualquier lugar del mundo y aun así estar protegidos si seguíamos esos principios. A mi modo de ver, esos principios son tan relevantes hoy como lo eran hace más de 50 años, y se aplican a ustedes en la actualidad.
Edifiquen Sion
Primero, al esforzarse por edificar Sion en el corazón y en el hogar, por favor comprendan que la institución eterna de la familia es el fundamento de la felicidad.
Todos somos miembros de una familia. Somos hijos de Dios y parte de Su familia. Además, somos parte de la familia en la que nacemos. Por lo tanto, una meta principal es comprometernos con la institución eterna de la familia. Les aconsejo que encuentren un cónyuge recto a quien admiren y quien será su mejor amigo. El matrimonio en esta vida es una parte sagrada de este plan eterno.
En el mundo en general, muchos están decidiendo no casarse o están retrasando el matrimonio. La familia es una institución eterna ordenada por Dios1 desde antes de la fundación del mundo.
Les aseguro que el gozo, el amor y la realización que se experimentan en una familia amorosa y justa producen la felicidad más grande que podamos lograr, en especial si convertimos nuestro “hogar en un santuario de fe”2. Asimismo, es el fundamento de una sociedad exitosa.
Procurar el matrimonio y que este sea un deseo recto del corazón debe ser su meta. Sin embargo, la rectitud es su propia recompensa y no depende de contraer matrimonio ni de tener hijos. Es posible que por el momento no estemos casados ni que se nos haya bendecido con hijos, ni que deseemos otras bendiciones, pero el Señor ha prometido que las personas rectas que son fieles “mor[arán] con Dios en un estado de interminable felicidad”(Mosíah 2:41)3.
El presidente Lorenzo Snow (1814–1901) enseñó: “Ningún Santo de los Últimos Días que muera, después de haber llevado una vida fiel, perderá bendición alguna por no haber[se casado] si no se le presentaron las oportunidades de hacerl[o]”4.
Sean una luz
Segundo, sean una luz sobre el monte y un ejemplo en la comunidad. Conforme prosigan con sus estudios y luego se embarquen en diferentes ocupaciones y responsabilidades, pueden ser una poderosa influencia para bien. Un desafío significativo será acatar el mandato de las Escrituras en cuanto a vivir en el mundo pero “no s[er] del mundo” (Juan 15:19)5.
Cuando era apóstol, el presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) enseñó que “aunque estamos […] en el mundo, no somos del mundo en el sentido de que tengamos que participar en […] malas costumbres, […] modas, […] insensatez, doctrinas y teorías falsas”6.
Además, sus contribuciones positivas al lugar en el que viven son parte de su desafío si han de ser un ejemplo, ser una luz en el monte, compartir el Evangelio y vivir de acuerdo con las enseñanzas que han recibido como Santos de los Últimos Días.
Céntrense en el templo
Tercero, centren su visión y sus metas en las ordenanzas y los principios que se enseñan en el templo. A pesar de la falta de rectitud en el mundo hoy en día, vivimos en un tiempo sagrado y santo. El Señor ha preparado al presidente Russell M. Nelson, nuestro profeta, mediante muchos años de asignaciones relacionadas con el templo para presidir la Iglesia en una época en la que los templos en verdad llenarán la tierra en cantidades sin precedente7.
El presidente Nelson comenzó su servicio como nuestro profeta dirigiéndose a nosotros desde el Templo de Salt Lake. Nos pidió que comenzáramos “con el fin en mente” y dejó bien claro que las ordenanzas del templo y la senda de los convenios deben ser nuestra meta principal8. Nos ha aconsejado “recoger al Israel disperso […] en ambos lados del velo”9.
Mi desafío para ustedes es que aprendan lo que es esencial cuando el mundo está en conmoción, para que sean protegidos y bendecidos, y para que reciban la felicidad, la paz y el éxito que desean. Por favor eviten los desvíos y las piedras de tropiezo que disminuyen esta protección.
Nuestra gran expectativa para con ustedes es que amen, sirvan y adoren al Salvador, y que bendigan al mundo como ninguna otra generación. Tengan la determinación de seguir en la senda de los convenios y ser rectos.