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Cómo invitar milagros en su vida
De un discurso dado a los alumnos de Ensign College, en Salt Lake City, Utah, EE. UU., el miércoles, 24 de marzo de 2020. Lee el texto completo en ensign.edu.
Decidan hoy ver y ser el milagro, y arrodillarse por él, y les esperarán bendiciones importantes y maravillosas, tanto grandes como pequeñas.
Hoy quiero hablar sobre un componente distintivo del ministerio de nuestro Salvador:
Los milagros.
Pero en lugar de repetir Sus innumerables milagros en el mundo antiguo y en el nuevo, quiero relatar un milagro personal que presencié hace muchos años, con la esperanza de abrir sus ojos a los milagros que ocurren a su alrededor todos los días.
Los milagros han sido y serán siempre una parte integral y una dádiva de un Dios misericordioso y amoroso y de Su Hijo, Jesucristo. En otras palabras, esperen ver milagros en su vida.
¿Qué es exactamente lo que hace que un acontecimiento de la vida sea un milagro y no algo mundano? El mundo define un milagro como un “acontecimiento extraordinario en el mundo físico que sobrepasa todos los poderes humanos o naturales conocidos y que se atribuye a una causa sobrenatural”, “un efecto o un acontecimiento que se manifiesta o se considera como una obra de Dios”, “un prodigio [o] una maravilla”1.
Una de las líneas de mi bendición patriarcal dice: “Y verás la mano del Señor en tu vida […] y presenciarás milagros”. En todo caso, eso se ha quedado corto. Después de vivir más de 60 años —y de casi morir—, pero también de maravillarme con la bondad de Dios a lo largo de todo el camino, les testificaré que veo la mano milagrosa y misericordiosa del Señor en mi vida todos los días.
En efecto, he sido testigo de milagros.
Y —esto es importante— puedo afirmar con certeza que cada uno de ustedes, independientemente de su situación o circunstancia, también experimentan milagros a diario, aunque no sean conscientes de muchos de ellos.
Nuestro problema como santos no es la escasez de bendiciones. Nuestro problema es que, como pueblo del convenio del Señor, tenemos las ventanas de los cielos abiertas de par en par con bendiciones que brotan literalmente. Somos tan abundantemente bendecidos que la infinidad de milagros que nos rodean a veces se vuelve ordinaria o incluso invisible en nuestra vida. Desgraciadamente, este cúmulo de riquezas no recibe toda la atención, ni la gratitud, que debería. Como cuando el viento sopla a nuestra espalda, a veces simplemente no reconocemos la majestuosidad y el poder de los milagros que nos rodean.
Hoy quiero relatar uno de esos pequeños milagros que tuvo mi atención completa, un milagro que nunca olvidaré.
El anillo perdido
A principios de junio de hace varios años, poco después de regresar a casa de su luna de miel, mi hija Emi y mi yerno Chase se quedaron una semana con nosotros antes de dirigirse a su nuevo hogar en California, EE. UU. Durante esa semana, planearon abrir todos sus regalos de boda, escribir notas de agradecimiento y luego empacar el auto.
No hace falta que diga que fue una semana muy ajetreada.
Pero a la mañana siguiente, después de abrir los regalos, Emi se dio cuenta de que no solo no tenía su anillo de bodas en la mano, sino que tampoco estaba en el soporte para anillos en el que lo colocaba fielmente cada noche. Intentando que no cundiera el pánico, supo que debió haberlo dejado en algún lugar de la casa y empezó a buscarlo. Dondequiera que estuviera, ella estaba segura de que lo encontraría, pero después de una búsqueda casual en la que no encontró nada, alertó a Chase y luego a mi esposa y a mí. Entonces empezamos a buscar por separado, echando un segundo vistazo a lo que seguramente se había pasado por alto, sabiendo que uno de nosotros encontraría el anillo. Sin embargo, no lo encontramos.
Mucho más allá del coste de la sustitución del anillo, estaba el valor sentimental de ese precioso y simbólico anillo. El anillo representaba el amor, el sacrificio, el trabajo arduo y el compromiso mutuo, y era una muestra de una relación eterna.
Chase era un estudiante universitario que había trabajado arduamente y juntado todo lo que pudo para comprarle ese anillo. Y durante los ocho meses de su compromiso, Emi atesoró el carácter emblemático de ese anillo y la naturaleza eterna de su vínculo que el anillo simbolizaba.
A la mañana siguiente, hubo más preguntas, más oraciones en silencio y mucha más concentración cuando todos nos lanzamos a lo que llamaré un “segundo nivel” de urgencia de búsqueda. Esta vez buscamos en las habitaciones de la casa en las que Emi podría haber estado, pero que posiblemente había olvidado. Apoyándonos con las manos y rodillas, buscamos bajo los sofás, y luego bajo todos los cojines de esos mismos sofás. Pero una vez más, no encontramos nada.
Cuando llegó el día en que debían partir, se me rompió el corazón al ver la mano izquierda desnuda de mi hija y la comprensible mirada de inconclusión en su rostro. Y, sin embargo, a pesar de lo acongojados que ambos estaban, me sorprendió verlos salir con un grado de esperanza asombrosa de que encontrarían el anillo. Reconocí su esperanza, sin embargo, tras cinco días de búsqueda sin resultados, el realista que hay en mí me dejó con la conclusión de que el anillo había desaparecido.
Contra toda razón y lógica, Emi y Chase se mantuvieron optimistas y, de alguna manera, llenos de fe en que encontrarían el anillo. Manifestaron esos catalizadores cruciales en la formación de un milagro, ya que estaban anclados por la fe y la esperanza inquebrantables, sin importar lo mínimas que parecían ser las probabilidades. Y en lugar de pasar tiempo comprando otro anillo, pasaron tiempo de rodillas y en el templo.
Aunque su fe no se veía recompensada como querían, no dudaban. Confiaban en Dios con todo su corazón y no se apoyaban en su propia prudencia (véase Proverbios 3:5–6). Se negaron a ceder a lo que J. R. R. Tolkien escribió en su clásico La Comunidad del Anillo cuando escribió:
“Desleal es aquel que se despide cuando el camino se oscurece”2.
Pasó casi un mes entero sin suerte. Y el camino no solo se había oscurecido, sino que parecía haber llegado a un callejón sin salida. Todos —a excepción de Emi y Chase— nos habíamos dado por vencidos.
Entonces, una noche después del trabajo, un mes después de la pérdida del anillo, recibí un mensaje de texto de Meagan, la chica que me corta el cabello. Leí una frase que hizo que me saltara el corazón. El mensaje decía:
“¿Encontraste el anillo de Emi?”.
Unas semanas antes, le había comentado a Meagan lo tristes que estábamos por haber perdido el anillo de Emi, pero no podía imaginar por qué me enviaba un mensaje a menos que supiera algo al respecto. Con las manos temblorosas, le envié un mensaje de texto con una respuesta muy concisa:
“No”, respondí.
“¿Puedes enviarme una foto de su anillo?”.
¿Una foto? ¿Por qué querría Meagan una foto? No importaba. Podía sentir que algo estaba sucediendo, de modo que le envié una foto y luego esperé una respuesta. Eran solo tres palabras:
“Tengo su anillo”.
Llamé inmediatamente a Meagan, que me pidió que fuera a buscar el anillo. “¿Estás segura?”, le dije. “Quiero decir, ¿de verdad estás segura?”. Ella se rio y dijo: “Ven y compruébalo tú mismo. Es un milagro que no vas a creer”.
Estaba a punto de presenciar un milagro, un milagro del que Emi y Chase eran merecedores, según Brigham Young. El presidente Young dijo:
“Los milagros, estas extraordinarias manifestaciones del poder de Dios, no son para los incrédulos; son para consolar a los santos y para fortalecer y confirmar la fe de aquellos que aman, temen y sirven a Dios” 3.
Antes de contarles el resto de esta historia milagrosa, quiero preguntarles: ¿Han hecho un inventario de sus milagros personales? ¿Han contado y visto sus muchas bendiciones? ¿Han contado y visto cuántas bendiciones de Jesús tendrán?4
Si no, permítanme sugerirles tres formas que les ayudarán a identificar los muchos milagros que están ocurriendo en su vida.
1. Vean el milagro
En primer lugar, deben “ver el milagro”. Mi pequeño milagro es fácil de ver, pero ¿ven los milagros que ocurren alrededor de ustedes cada día? Como el hecho de que su corazón, si tienen unos 20 años aproximadamente, ya haya bombeado sangre a través de su cuerpo más de 840 millones de veces. O que tengan su propio teléfono celular en sus bolsillos, que tiene más de 100 000 veces la capacidad de procesamiento de la computadora que llevó al hombre a la luna hace 50 años. Y el milagro más preciado de todos, que estén entre el 0,2 % de la población mundial que tiene el Evangelio restaurado y todas las bendiciones exaltadoras que se asocian a él.
2. Sean el milagro
¿Me permiten ser audaz y sugerir que, en lugar de esperar su milagro, pueden decidir ser obradores de milagros ustedes mismos? Dios quiere responder a la oración de ustedes, pero tal vez también a la oración de otra persona a través de ustedes. Como instó el presidente Thomas S. Monson (1927–2018): “Por favor, no oren —les ruego— por tareas iguales a sus poderes. Oren por poderes iguales a sus tareas. Entonces la ejecución de sus obras no será milagro alguno, sino que ustedes serán el milagro”5. Sigan las impresiones del Espíritu Santo y permitan que Dios responda a la oración de otra persona a través de ustedes. En verdad, “cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, solo estáis al servicio de vuestro Dios” (Mosíah 2:17).
3. Arrodíllense por el milagro
Esto significa, en términos fisiológicos, que debemos doblar a 90 grados esa articulación que está entre nuestro muslo y la parte inferior de la pierna mientras —en términos espirituales— le pedimos humildemente a Dios la intervención divina que buscamos. Recuerden que nuestro Dios es un Dios de milagros, que las obras de nuestro Salvador Jesucristo son, sin duda, un “ministerio de milagros”.
Recuerden que Él creó la tierra y todas las cosas que hay en ella; que Él convirtió el agua en vino, y a los incrédulos en creyentes; que caminó sobre el agua, sanó a los enfermos y levantó a los muertos; y que Su exhortación para nosotros hoy es pedirle esos milagros en oración, pero luego ser pacientes en la espera de Sus propósitos y tiempo.
Como nos recuerda Jesús de forma tan bella en Doctrina y Convenios: “Por tanto, santificaos para que vuestras mentes se enfoquen únicamente en Dios, y vendrán los días en que lo veréis, porque os descubrirá su faz; y será en su propio tiempo y a su propia manera, y de acuerdo con su propia voluntad” (Doctrina y Convenios 88:68).
Dios está en los detalles
¿Cómo se produjo el milagro de Emi? Bueno, aquí está el resto de la historia de “ver y ser el milagro, y arrodillarse por él”.
Una mujer llamada Jilda regresaba a casa en el auto con sus tres hijos y su esposo después de una visita a sus padres. De las muchas cosas que sus hijos disfrutaron durante esa visita, lo más destacado fueron los bizcochos de plátano que hizo la abuela. Después de que sus hijos le rogaran constantemente en el auto, Jilda prometió que les haría los bizcochos cuando regresaran a casa. “Pero ¿cómo las haré?”, pensó. “Ni siquiera tengo un molde para bizcochos”. Y con ese pensamiento, empezó a dormitar mientras su esposo conducía hacia casa.
No obstante, por alguna razón, se despertó justo cuando el auto se acercaba a una salida conocida de la autopista. Fue entonces cuando recordó que su tienda preferida de accesorios para el hogar estaba justo en esa salida. Seguro que tendrían moldes para bizcochos. Rápidamente le pidió a su esposo que saliera de la autopista y fuera a esa tienda en particular. Al entrar, se dirigió directamente a la sección de utensilios para hornear, donde empezó a mirar con detenimiento los moldes para bizcochos.
Cuando agarró uno de los moldes de la estantería superior, oyó un leve tintineo. Al mirar los moldes, vio que uno no se acomodaba correctamente encima de los demás. Entonces lo separó y se dio cuenta de por qué: adentro del molde había un brillante anillo de diamantes. Como no quería que acabara en las manos equivocadas, decidió guardárselo en el bolsillo y empezar a buscar al propietario en cuanto llegara a casa.
Jilda llevó el anillo a la peluquería donde trabajaba. A lo largo del día, contó la historia del hallazgo del anillo a los demás estilistas y clientes, y les pidió ideas sobre cómo devolverlo a su legítimo propietario. Mientras tanto, después de un largo día de permanentes, tintes y cortes de cabello, Meagan estaba más que lista para irse a casa, pero se dio cuenta de que varios estilistas estaban reunidos alrededor de Jilda en el otro extremo de la peluquería.
Al sentirse impulsada, Meagan se acercó al grupo para ver de qué se trataba el alboroto. Cuando Jilda levantó el anillo, Meagan se quedó sin aliento. Entonces, sin dudarlo, exclamó: “Creo que sé de quién es ese anillo”. Fue entonces cuando me envió un mensaje de texto y, bueno, ahora ya conocen el resto de la milagrosa historia del anillo.
Los hilos complejos de esta historia son casi imposibles de comprender, pero como nos recuerda Jeremías retóricamente: “He aquí, yo soy Jehová, Dios de toda carne. ¿Acaso hay algo que sea difícil para mí?” (Jeremías 32:27).
Más tarde, mi hija Emi escribió sobre la experiencia:
“Gracias a Dios por demostrar, más que nunca, que Él realmente se ocupa de los detalles de nuestra vida ¡y puede hacer que las cosas más inverosímiles sucedan! Qué dulce recordatorio del hecho de que nuestras oraciones son escuchadas, independientemente de cuán pequeños sean nuestros problemas. ¡Si es importante para nosotros, es importante para Él!”.
El Señor está al tanto de los milagros que buscamos
Ahora bien, aunque este milagro fue magnífico, ¿qué hay de los milagros que no se materializan? ¿Y por qué importaría un simple anillo? Hay macroeventos mundiales como el COVID-19, o microeventos como por los que probablemente estén orando desesperadamente ahora mismo en su vida. Y la respuesta es: No lo sé.
Pero sé que Él lo sabe y yo confío en Él. También sé que si Él sabe cuándo cae un gorrión, entonces también sabe cuándo cae una sola lágrima de ustedes. También tengo una fe implícita en que Él es “poderoso para salvar” (2 Nefi 31:19) y, como enseñó Pablo, “todas las cosas obrarán juntamente para su bien, para los que conforme a su propósito son llamados” (Romanos 8:28).
Esto es lo que puedo decirles: mientras esperan su milagro, no se pierdan las maravillas cotidianas que los rodean, como el milagro de ver a alguien aceptar plenamente el Evangelio y tener un cambio de corazón; alguien que decide abandonar el pecado y cambiar completamente su vida y, por lo tanto, su fortuna eterna. O simplemente el milagro semanal de la Santa Cena, el poder sellador y sanador de las ordenanzas del templo y todas las demás bendiciones del Evangelio restaurado. Y no olviden los “mayores milagros”: la expiación y la resurrección de Jesucristo.
El élder Ronald A. Rasband, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó:
“¿Qué deben procurar ustedes en su vida? ¿Cuáles son los milagros de Dios que les recuerdan que Él está cerca y que dice: ‘Aquí estoy’? Piensen en esos momentos, algunos de ellos diarios, en que el Señor ha actuado en su vida, y en los que Él ha vuelto a actuar. Atesórenlos como momentos en que el Señor ha mostrado confianza en ustedes y en sus decisiones; pero permítanle magnificarlos a ustedes más de lo que pueden hacerlo por sí mismos. Atesoren Su participación”6.
Y no la atesoren solamente, búsquenla incansablemente. Recuerden que Dios puede hacer absolutamente todo; Él es el Señor de todas las cosas.
Hermanas y hermanos, decidan hoy ver y ser el milagro, y arrodillarse por él, y seguramente les esperarán importantes y maravillosas bendiciones, tanto grandes como pequeñas. Igual que Emi y Chase, ustedes también pueden ejercer su fe con vigor, sabiendo que serán bendecidos si su momento milagroso se hace realidad como si no. Confíen en el tiempo del Señor. Con gratitud, vayan atesorando lo que el Señor ha hecho en su vida, y recuerden las palabras de Job: “Ciertamente yo buscaría a Dios, y le encomendaría mi causa; Él hace cosas grandes e inescrutables, y maravillas sin número” (Job 5:8–9).