2000–2009
La cuerda de salvamento de la oración
Abril 2002


La cuerda de salvamento de la oración

“Cada uno de nosotros tiene problemas que no puede resolver y debilidades que no puede conquistar sin llegar, por conducto de la oración, a una fuente de fortaleza superior”.

Esta mañana doy testimonio de la importancia de la oración. El tener acceso a nuestro Creador por medio de nuestro Salvador es sin duda uno de los grandes privilegios y bendiciones de nuestras vidas. He aprendido por innumerables experiencias personales que grande es el poder de la oración. Ninguna autoridad terrenal puede separarnos del acceso directo a nuestro Creador. Nunca surgen fallas mecánicas ni electrónicas cuando oramos. No hay límite para el número de veces en que oremos al día ni para la duración de las oraciones. No hay una cantidad fija de asuntos por los que deseemos rogar en cada oración. No tenemos que pasar por secretarios ni tenemos que pedir hora para acercarnos al trono de la gracia. Podemos llegar a Él en cualquier momento y en cualquier lugar.

Cuando Dios puso al hombre sobre la tierra, la oración llegó a ser la cuerda de salvamento entre el género humano y Dios. De ese modo, en la generación de Adán, los hombres comenzaron “a invocar el nombre de Jehová”1. A lo largo de todas las generaciones desde aquella época, la oración ha satisfecho una necesidad humana muy importante. Cada uno de nosotros tiene problemas que no puede resolver y debilidades que no puede conquistar sin llegar, por conducto de la oración, a una fuente de fortaleza superior. Esa fuente es el Dios del cielo a quien oramos en el nombre de Jesucristo2. Al orar debemos pensar en nuestro Padre Celestial que posee todo conocimiento, entendimiento, amor y compasión.

¿Qué es la oración? El Salvador nos dio un ejemplo al decirnos cómo orar cuando Él oró: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.

“Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.

“El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.

“Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.

“Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”3.

Primero, la oración es un humilde reconocimiento de que Dios es nuestro Padre y de que el Señor Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Segundo, es una sincera confesión de pecado y transgresión, y una petición de perdón. Tercero, es el reconocimiento de que necesitamos una ayuda que excede a nuestra propia capacidad. Cuarto, es una oportunidad de expresar acción de gracias y gratitud a nuestro Creador. Es importante que digamos con frecuencia: “Te damos gracias…”, “reconocemos ante Ti…”, “Te estamos agradecidos por…”. Quinto, es un privilegio pedir a Dios bendiciones específicas.

Decimos muchas oraciones cuando estamos arrodillados. El Salvador se arrodilló al orar al Padre en el huerto de Getsemaní4. Pero las oraciones silenciosas que salen del corazón también llegan al cielo. Cantamos: “La oración del alma es el medio de solaz”5. Las oraciones sinceras salen del corazón. En efecto, la sinceridad supone el que saquemos los sentimientos más fervientes de nuestro corazón cuando oramos en lugar de emplear vanas repeticiones u ostentosa afectación como la que condenó el Salvador en la parábola del fariseo y el publicano6. Entonces nuestras oraciones en verdad son “el canto del corazón” y “una oración”7, y llegan no sólo a Dios, sino que también conmueven el corazón de las demás personas.

Jeremías nos aconseja orar de todo nuestro corazón y con toda el alma8. Enós cuenta que su alma tuvo hambre y que oró todo el día9. Las oraciones varían en su intensidad. Aun el Salvador “oró más intensamente” en Su hora de agonía10. Algunas son sencillas expresiones de agradecimiento y peticiones de la continuación de bendiciones tanto para nuestros seres queridos como para nosotros. Sin embargo, en las ocasiones de gran sufrimiento o necesidad personales, puede ser preciso hacer algo más que tan sólo pedir. El Señor dijo: “…has supuesto que yo te lo concedería cuando no pensaste sino en pedirme”11. Las bendiciones que se solicitan mediante la oración a veces requieren trabajo, esfuerzo y diligencia de nuestra parte.

Por ejemplo, a veces, el ayuno es apropiado como una evidencia eficaz de nuestra sinceridad. Como Alma testificó al pueblo de Zarahemla: “he ayunado y orado muchos días para poder saber estas cosas por mí mismo. Y ahora sé por mí mismo que son verdaderas; porque el Señor Dios me las ha manifestado por su Santo Espíritu”12. Cuando ayunamos, humillamos nuestra alma13, lo cual nos pone en mejor armonía con Dios y Sus santos propósitos.

Tenemos el privilegio de orar a diario por las pequeñas y por las grandes inquietudes de nuestra vida. Reflexionemos en las palabras de Amulek, que nos amonesta a orar en nuestros campos por nuestros rebaños; en nuestras casas, por todos los de nuestra casa, tanto por la mañana, como al mediodía y al atardecer; a orar contra el poder de nuestros enemigos y del diablo; a orar a Dios por nuestras cosechas; a derramar nuestra alma en secreto y en el yermo. Y a que, cuando no estemos clamando directamente a Dios, dejemos que nuestros corazones se entreguen continuamente en oración a Él14.

El consejo de Amulek en nuestra época podría ser la ferviente oración de una esposa: “Bendice a Jason y guárdalo de todo peligro mientras sirve al país en este tiempo de guerra”. La oración de una madre: “Te ruego que bendigas a mi querida Jane para que tome decisiones acertadas”. La oración de un padre: “Padre Celestial, te suplico que bendigas a Johnny en su obra misional, para que se le abran puertas y halle a los sinceros de corazón”. La sencilla oración de un pequeño: “Que hoy no me porte mal” o “que todos tengan mucho que comer”, o “que mamá se mejore pronto”. Ésas son oraciones sublimes que resuenan en las moradas eternas del cielo. Dios sabe de qué cosas tenemos necesidad mejor de lo que podemos expresarlas15, pero Él desea que nos acerquemos a Él con fe para pedir bendiciones, seguridad y consuelo.

He mencionado anteriormente un episodio que viví durante la segunda guerra mundial. Me apresuro a afirmar que no fui un héroe. Pero cumplí con mi deber. Resistí y sobreviví. Me destinaron a una nave británica que navegaría desde San Francisco, California, hasta Suez, Egipto. Estuve a bordo de ese barco durante ochenta y tres días consecutivos con excepción de una breve estadía en Auckland, Nueva Zelanda. Yo era el único miembro de nuestra fe que había a bordo. El domingo me iba solo a la proa del barco con mi pequeña colección de Escrituras para militares y un himnario. En medio del viento que bramaba, leía las Escrituras, oraba y cantaba yo solo. No intentaba regatear con el Señor, pero rogaba fervientemente que si sobrevivía a la guerra y volvía a casa junto a mi esposa y mi familia, procuraría con ahínco mantenerme fiel a los sagrados convenios que había hecho al bautizarme, al juramento y el convenio del sacerdocio, y a mis promesas del templo.

Como parte de nuestro periodo de servicio, nuestro pequeño barco de carga recibió órdenes de remolcar un buque petrolero grande y averiado hasta Auckland, Nueva Zelanda. El petrolero no tenía potencia y andaba a la deriva por el mar. Aun cuando nunca los avistamos, sabíamos que submarinos enemigos nos acechaban de cerca. Mientras remolcábamos aquel buque, nos envolvió una violenta tempestad, la cual, supimos posteriormente, hundió muchos barcos. Debido a la carga que remolcábamos, no contábamos con suficiente potencia para avanzar de frente entre las gigantescas olas, y nuestro barco era lanzado de un lado al otro en el embravecido mar, crujiendo, rechinando y bamboleándose casi hasta darse vuelta de campana con cada oscilación. Naturalmente, oré, y supongo que otros lo hicieron también. Más adelante, la tempestad se alejó de nosotros. Me siento agradecido por la influencia sustentadora y el consuelo que me dieron mis oraciones tanto en aquella ocasión como en otros momentos de peligro en que me he encontrado.

El Salvador nos ha dicho: “Orad al Padre en vuestras familias, siempre en mi nombre, para que sean bendecidos vuestras esposas y vuestros hijos”16. En la actualidad, la Iglesia nos insta a orar en familia todas las noches y todas las mañanas.

Una vez oí de una maestra de la Primaria que preguntó a un niñito si decía sus oraciones todas las noches.

“Sí, hermana”, le contestó el pequeño.

“¿Y siempre las dices también por la mañana?”, le preguntó la maestra.

“No”, le contestó el niño, “porque de día no me da nada de miedo”17.

El temor a la oscuridad no debe ser nuestra única motivación para orar por la mañana o por la noche.

La oración familiar es una influencia poderosa y sustentadora. Durante los tenebrosos días de la segunda guerra mundial, cayó una bomba de unos 230 kilos inmediatamente fuera de la pequeña vivienda del hermano Patey, un joven padre de familia, en Liverpool, Inglaterra, pero la bomba no estalló. Su esposa había fallecido, por lo que él solo criaba a sus cinco hijos. En aquel angustioso momento, reunió a éstos para elevar una oración familiar. “Todos oraron… fervientemente y, cuando hubieron terminado de orar, los niños dijeron: ‘Papá, vamos a estar bien. Estaremos bien en casa esta noche’.

“Y, de ese modo, se fueron a dormir; imagínense, con aquella aterradora bomba inmediatamente fuera de la puerta de entrada medio sepultada en la tierra. Si hubiese hecho explosión, habría destruido probablemente de cuarenta a cincuenta casas y habría matado de doscientas a trescientas personas…

“A la mañana siguiente… sacaron a todo el vecindario durante cuarenta y ocho horas hasta que por fin extrajeron la bomba…

“Al regresar, el hermano Patey preguntó al supervisor del grupo de desactivación de explosivos (el A.R.P. Squad): ‘Y bien, ¿qué averiguaron?’

“ ‘Señor Patey, cuando llegamos a la bomba que estaba semienterrada a la puerta de su casa, la hallamos lista para estallar en cualquier momento. No tenía ninguna falla. No logramos entender por qué no hizo explosión’ ”18. Ocurren milagros cuando la familia ora junta.

El Salvador nos aconsejó orar por los que nos ultrajan19. Solemos pasar por alto ese principio en nuestras oraciones. El profeta José Smith lo comprendió claramente. Sus peticiones eran fervientes, sus motivos, puros, y recibía las bendiciones del cielo con regularidad.

Daniel Tyler, colaborador del Profeta, recordó una ocasión importante: “Cuando William Smith y otros se rebelaron en contra del Profeta [en Kirtland]… fui a una reunión… en la que ‘José’ presidía. Al entrar en la escuela un poco antes de que comenzara [la] reunión y mirar al hombre de Dios, percibí tristeza en su rostro y vi que las lágrimas le corrían por las mejillas… Poco después, cantamos un himno y él dio comienzo a la reunión con una oración; pero, en lugar de colocarse de frente a los concurrentes, se puso de espaldas y se arrodilló, dando la cara a la pared. Supongo que hizo eso para ocultar su dolor y sus lágrimas.

“Yo había oído orar a hombres y a mujeres, sobre todo a hombres, desde el más ignorante en cuanto a conocimiento y alcance intelectual hasta el más instruido y elocuente, pero nunca, hasta entonces, había oído a hombre alguno dirigirse a su Hacedor como si Él hubiese estado presente escuchándole como un padre bondadoso escucharía los pesares expresados por un hijo obediente. José era en aquel tiempo un hombre sin instrucción, pero en aquella oración, que en gran parte estuvo dedicada a favor de los que le acusaban de haberse extraviado y de haber caído en pecado, suplicó al Señor que los perdonase y les abriera los ojos para que vieran la realidad. Aquella oración, afirmo, para mi humilde intelecto, estuvo impregnada de la sabiduría y la elocuencia propias de los cielos. En ella no hubo ostentación ni tono subido en la voz como por vehemencia, sino un tono de conversación como el de un hombre que habla a un amigo que está allí con él. A mí me pareció que, si se descorría el velo, yo vería que el Señor estaba allí, de frente al más humilde de Sus siervos que yo hubiese visto. Ésa ha sido la más grandiosa de todas las oraciones que he oído”20.

Al acercarse la hora de la muerte y la resurrección del Salvador, Él ofreció Su gran oración intercesora. Después de encomendar Sus apóstoles al Padre y de orar por ellos, Él oró por todos los que habían de creer en Él por la palabra de ellos, y rogó al Padre por todos nosotros. Suplicó que todos fuésemos uno como Él es uno con el Padre, y que el mundo creyera que Él había sido enviado por el Padre21.

No se ha pronunciado oración más conmovedora que la que dijo el Salvador mismo en el huerto de Getsemaní. Se apartó de Sus apóstoles y, puesto de rodillas, oró: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”22. Un elemento importante de todas las oraciones que elevemos bien podría ser el seguir el modelo de esa oración pronunciada en Getsemaní: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. De ese modo, reconocemos nuestra devoción y sumisión a los preponderantes propósitos del Señor en nuestras vidas. Como dijo Él: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”23. Maravilloso será el día para todos y cada uno de nosotros cuando oremos con confianza, sabiendo que “si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye”24.

Espero sinceramente que, al decir nuestras oraciones diarias, recordemos pedir al Señor que Sus bendiciones continúen acompañando a nuestro amado líder, el presidente Gordon B. Hinckley. Nadie sabe plenamente, ni siquiera sus consejeros, cuán pesadas son sus cargas ni cuán grande es su responsabilidad. De esto testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Génesis 4:26.

  2. Véase 2 Nefi 32:9; 3 Nefi 20:31.

  3. Mateo 6:9–13.

  4. Véase Lucas 22:41.

  5. Himnos, Nº 79.

  6. Véase Lucas 18:10–14.

  7. D. y C. 25:12.

  8. Véase Jeremías 29:13.

  9. Véase Enós 1:4.

  10. Lucas 22:44.

  11. D. y C. 9:7.

  12. Alma 5:46.

  13. Véase Salmos 35:13.

  14. Véase Alma 34:20–27.

  15. Véase Mateo 6:8.

  16. 3 Nefi 18:21.

  17. Adaptado de Tal D. Bonham, The Treasury of Clean Church Jokes, como se encuentra citado en Cal y Rose Samra, editores, Holy Humor, 1997, pág. 23.

  18. Andre K. Anastasiou, en Conference Report, octubre de 1946, pág. 26.

  19. Mateo 5:44.

  20. Juvenile Instructor, febrero de 1892, págs. 127–128.

  21. Juan 17:21.

  22. Lucas 22:42.

  23. Juan 15:7.

  24. 1 Juan 5:14.