2000–2009
Lleguemos a ser hombres en quienes esté el espíritu de Dios
Abril 2002


Lleguemos a ser hombres en quienes esté el espíritu de Dios

“El Señor está obligado mediante un convenio solemne a bendecirnos de acuerdo con nuestra fidelidad. Sólo Él puede convertirnos en hombres en quienes esté el Espíritu de Dios, a saber, el Espíritu Santo”.

Quiero dirigir mis palabras de esta noche a ustedes, jóvenes magníficos que poseen el santo Sacerdocio Aarónico. Qué bendición tan especial es tener el sacerdocio de Dios, que no hace sino multiplicar nuestros poderes, capacidades y discernimiento. Para ilustrar las bendiciones recibidas gracias a este privilegio, me gustaría hablar de dos hombres de Dios que llevaron el nombre de José.

Mi padre tuvo una experiencia excepcional a la edad de un presbítero. No había escuelas preuniversitarias donde él vivía, pero deseaba estudiar. Recibió permiso de su padre para dejar la granja y buscar instrucción en otra parte, pero tuvo que mantenerse económicamente él mismo. Tras llegar a Salt Lake City, oyó de un puesto de trabajo en la casa del presidente Joseph F. Smith, donde se le contrató para ordeñar las dos vacas del profeta. Cuando efectuábamos la noche de hogar siempre queríamos que papá nos contara sus experiencias de joven cuando vivía en la casa del profeta, y él nos relataba cosas como la siguiente:

La hermana Smith instruía a mi padre en sus deberes, explicándole que las vacas “son como aristócratas y debes tratarlas bien. Debes mantenerlas tan limpias y entrenarlas de tal forma que si alguna vez decido trasladarlas a la sala, estén lo suficientemente limpias para poder entrar”. Mi padre decía que entendía por qué había que ordeñar las vacas, pero no por qué bañarlas.

Antes de ser ordeñadas cada mañana y cada noche, se las lavaba a conciencia con agua caliente y jabón, y se las secaba con toallas dispuestas para ese propósito. Se las alimentaba con el mejor heno y se las ordeñaba, exactamente a la misma hora, dos veces al día.

Además de sus deberes con la familia Smith y sus vacas “aristocráticas”, se pidió a mi padre que realizara algunas tareas domésticas. Él nos relataba historias como la siguiente: “Una fría mañana lavé los peldaños que conducen a la residencia oficial del Presidente de la Iglesia, lo cual casi se convirtió en una tragedia, pues dejé que el agua se helara antes de secarla. Así que tuve que tomar agua hirviendo, derretir el hielo y secar las piedras con toallas. Los peldaños ya casi estaban limpios, pero antes de haber terminado yo mi tarea mis compañeros de clase pasaron por allí rumbo a la escuela. Fue una experiencia que me ayudó a ser más humilde”.

Al contarles estos relatos, no quiero que ustedes se queden con la impresión de que mi padre era el hermano gemelo de la Cenicienta. La familia Smith acogió en su hogar a este pobre muchacho granjero de Idaho hasta que terminó sus estudios preuniversitarios y asistió a la Universidad de Utah. Lo incluían en sus actividades familiares, se sentaba a la mesa con ellos y participaba en la oración familiar. Mi padre compartió con nosotros su testimonio de que el profeta Joseph F. Smith era en verdad un hombre de Dios: “Cuando me arrodillaba con el profeta durante la oración familiar y escuchaba sus sinceras súplicas por las bendiciones del Señor sobre su familia, sus rebaños y sus manadas, me daba cuenta de que aquellas vacas que me causaban tanta humillación eran objeto de las bendiciones de ellos y nuevamente volvía a ver la situación desde una perspectiva diferente… La mayoría de los grandes hombres que conozco no se han comportado como tales en la vida cotidiana, mas no fue así con el profeta Joseph F. Smith. Cada pequeño acto cotidiano contribuía con algunos centímetros a su grandeza. Para mí era el profeta aun cuando se estuviera lavando las manos o desatando los zapatos”.

Las lecciones aprendidas nos inculcaron gran agradecimiento y amor por un profeta de Dios.

La descripción que mi padre hace del profeta Joseph F. Smith me recuerda la frase de Faraón acerca de José de Egipto: “¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?” (Génesis 41:38).

Los relatos de mi padre nos hablan del presidente Smith, de su familia y de sus vacas, y también revelan cómo han cambiado los tiempos desde principios del siglo veinte. No creo que mi padre llegara a imaginar las computadoras de nuestra época moderna que caben en pequeños escritorios y cuya capacidad de cálculo se mide en gigahercios y su almacenamiento en gigabytes. Tampoco creo que pudiera imaginar la maldad que Satanás puede hacer con estas mismas y maravillosas tecnologías. Mediante sus malignas artimañas, Satanás ha sido capaz de extender muchos virus nuevos y contagiosos que causan gran daño a nuestro Espíritu si no contamos con poderosas formas de defendernos de ellos. Todo esto me hace pensar en el mejor programa antivirus de todos: el don del Espíritu Santo.

Respecto a dicho don, el presidente Joseph F. Smith dijo: “‘El don del Espíritu Santo’ es una bendición especial que se sella sobre los creyentes en Jesucristo que se han arrepentido y bautizado, y es un ‘testigo constante’. El Espíritu de Dios se puede tener como una influencia temporaria por medio de la cual la luz y el poder divinos llegan al género humano para propósitos y ocasiones especiales. Pero el don del Espíritu Santo, que fue recibido por los apóstoles en el día de Pentecostés y que se confiere en la confirmación, es un testigo permanente y una concesión más alta [James R. Clark, compilador, Messages of the First Presidency of The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1965–1975, tomo 5, pág. 4].

Es importante que sus familias les ayuden a aprender acerca del Evangelio de nuestro Señor y Salvador. Para ello, todos debemos confiar en el don del Espíritu Santo con el fin de que nos guíe en el discernimiento del bien y del mal. Es aquí donde el ejemplo de José de Egipto nos instruye a cada uno de nosotros. Él era un hombre que confiaba tanto en el Espíritu del Señor, que hasta un hombre como Faraón, cegado por la práctica de la idolatría, reconoció en él un carácter y una fuerza fuera de lo común.

Intentemos ver esta noche qué grandes mensajes podemos recibir al estudiar a los grandes líderes que encontramos en las Escrituras. Joseph F. Smith instruyó en su libro Answers to Gospel Questions:

“Existe amplia evidencia respecto a que se llamó y ordenó a muchachos en la antigüedad. En la época anterior al diluvio, cuando se prolongaba enormemente la vida de los hombres, se llamó a algunos a actuar a una edad comparativamente joven. Enoc no tenía más que veinticinco años cuando Adán lo ordenó;… y Noé recibió el sacerdocio cuando no tenía más que diez años [véase D. y C. 107:48, 52]. No está registrado cuántos años tenía José, hijo de Israel, cuando recibió el sacerdocio, pero debe haber sido cuando era todavía muy joven. Sus hermanos lo vendieron a Egipto cuando sólo tenía diecisiete años y debió tener el sacerdocio desde antes, puesto que lo ejerció en la tierra de Egipto [véase Génesis 37:2; 40:8–19; 41:14–36]” (Joseph Fielding Smith, hijo, compilador, 1957–1966, tomo 2, pág. 9).

En el libro de Génesis, en el Antiguo Testamento, encontramos el relato de José que pertenecía a una familia de once hermanos, diez de los cuales eran mayores que él. Su padre parecía favorecerle más que al resto: le hizo una túnica de diversos colores, le permitía quedarse en casa y de vez en cuando le mandaba ir y ver cómo estaban sus hermanos que cuidaban los rebaños. José también tenía sueños que parecían ponerle en un lugar de autoridad por encima de sus hermanos.

Un día, cuando José se aseguraba de que sus hermanos estuvieran bien mientras atendían los rebaños, éstos decidieron que ya estaban hartos y quisieron deshacerse de él. Surgió la oportunidad de venderlo como esclavo a una compañía de ismaelitas que se dirigían a Egipto.

De repente, José se encontró en una tierra extraña, con costumbres diferentes, una religión también diferente y, lo peor de todo, vendido como esclavo. Pero se presentó tan dispuesto y capaz que fue comprado por “Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia” (Génesis 37:36).

“Mas Jehová estaba con José, [y el espíritu que llevaba consigo le ayudó a convertirse en]… varón próspero; y estaba en la casa de su amo el egipcio.

“Y vio su amo que Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo hacía prosperar en su mano.

“Así halló José gracia en sus ojos, y le servía; y [Potifar] le hizo mayordomo de su casa y entregó en su poder todo lo que tenía.

“Y aconteció que desde cuando le dio el encargo de su casa y de todo lo que tenía, Jehová bendijo la casa del egipcio a causa de José, y la bendición de Jehová estaba sobre todo lo que tenía, así en casa como en el campo.

“Y dejó todo lo que tenía en mano de José, y con él no se preocupaba de cosa alguna sino del pan que comía. Y era José de hermoso semblante y bella presencia” (Génesis 39:2–6).

Un día, cuando José estaba trabajando en la casa, se encontró en una situación difícil. La esposa de Potifar le hizo proposiciones deshonestas y José supo de inmediato que estaba en el lugar equivocado. Él dijo:

“No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?

“Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió (Génesis 39:9, 12).

Aprendemos una gran lección de José. Cuando se le presentó la tentación, se alejó de inmediato hasta de la apariencia de maldad. Todos pasamos por momentos en la vida en que nos hallamos en situaciones difíciles.

Cuando nos enfrentemos a lo malvado y degradante— bien sea un estilo malo de música, un programa televisivo o el Internet— que nos sitúe en un entorno inadecuado, cuán fortalecedor resulta acordarnos del relato de José: “y [él] huyó y salió” (Génesis 39: 12).

Se alejó de la tentación.

Aun el tomar decisiones correctas no liberó a José de las dificultades que enfrentaba en la vida. Cuando Potifar regresó a casa, su esposa se quejó de que José se había mofado de ella. Potifar se enfadó tanto que “tomó… a José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey, y estuvo allí en la cárcel.

“[Y nuevamente] Jehová estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel.

“Y [al poco tiempo] el jefe de la cárcel entregó en mano de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía” (Génesis 39:20–22).

Pero el Señor estaba con José y nuevamente se le presentó una oportunidad mientras servía en la prisión. Dos siervos de Faraón también fueron encarcelados y cada uno tuvo un sueño que José pudo interpretar. Uno iba a perder la vida en la prisión, y el otro volvería en tres días a su puesto de jefe de coperos de Faraón. Ambos sueños se cumplieron. El jefe de coperos recuperó su alto cargo ante Faraón, y se olvidó por completo de José hasta pasados dos años.

Entonces Faraón tuvo un sueño que nadie fue capaz de interpretar, y el jefe de coperos finalmente se acordó de José y le habló a Faraón de la habilidad de éste para interpretar sueños. “Entonces Faraón envió y llamó a José. Y lo sacaron apresuradamente de la cárcel, y se afeitó, y mudó sus vestidos, y vino a Faraón” (Génesis 41:14).

José pudo interpretar el sueño de Faraón, y éste quedó tan impresionado que lo nombró uno de sus siervos. El Señor estaba de nuevo con José. En poco tiempo alcanzó la posición de ser el segundo después de Faraón en toda la tierra de Egipto. Había algo especial que distinguía a José de los demás siervos, y Faraón mismo resaltó lo que le diferenciaba de los demás cuando dijo: “¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?” (Génesis 41:38).

Se darán cuenta de que el Señor estuvo con José en cada situación en la que se encontró. Fue fácil reconocer el espíritu especial que había en él por la forma en que vivía y daba oídos a la voz del Señor para dirigirle.

Eso mismo se reconocerá en cada uno de nosotros a medida que Su Santo Espíritu nos guíe y dirija. Presten atención a la voz suave y apacible cuando enfrenten un momento decisivo. Ciertamente será una voz fuerte de advertencia la que les diga que apaguen la música provocativa, que huyan de los programas televisivos degradantes o que escapen de la página web que no hace más que introducir en la mente pensamientos malignos. El Espíritu Santo les hará saber cuándo se hallan en terreno prohibido.

Les prometo que si dan oídos a la voz de advertencia del Espíritu Santo y siguen su dirección, serán bendecidos con la ministración de ángeles, la cual les dará sabiduría, conocimiento, poder y gloria. Recuerden que el Señor está obligado mediante un convenio solemne a bendecirnos de acuerdo con nuestra fidelidad. Sólo Él puede convertirnos en hombres en quienes esté el espíritu de Dios, a saber, el Espíritu Santo.

Qué gran bendición es tener el santo sacerdocio del Señor y disponer de ese poder y de esa fortaleza en nuestro interior. Ruego que el Señor nos inspire y nos guíe a estudiar los relatos de los grandes profetas que han vivido en la tierra y que tomemos de sus vidas aquello que nos acerque más a nuestro Hacedor y nos ayude a disfrutar de las bendiciones y los frutos que proceden del Evangelio de nuestro Señor y Salvador. Ruego que seamos inspirados a seguir Su camino, es mi humilde oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.