Llamados por Dios
Se nos ha dado el grandioso poder del sacerdocio, el cual nos bendice individualmente y también provee bendiciones para nuestra familia.
El quinto Artículo de Fe dice: “Creemos que el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas”1.
Uno de los llamamientos más importantes del sacerdocio, y que requiere nuestra atención constante, es el que tenemos en nuestras familias y nuestros hogares. Hermanos, como padres y patriarcas de nuestra familia, debemos, “Por decreto divino… presidir sobre la familia con amor y rectitud y… protegerla y… proveerle las cosas necesarias de la vida”.
“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y cuidarse el uno al otro, y también a sus hijos… Los padres tienen la responsabilidad sagrada de educar a sus hijos dentro del amor y la rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, de enseñarles a amar y a servirse el uno al otro, de guardar los mandamientos de Dios y de ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan. Los esposos y las esposas, madres y padres, serán responsables ante Dios del cumplimiento de estas obligaciones”2.
Vivimos en un mundo que clama por tener un liderazgo de rectitud basado en principios dignos de confianza.
En nuestra Iglesia se nos han enseñado, de una manera particular y propia de la Iglesia, principios correctos de liderazgo dirigidos por la autoridad del sacerdocio. Creo que somos pocos los que nos damos cuenta del potencial del sacerdocio y de la gran bendición que éste significa. Cuanto más aprendemos sobre el hecho de poseerlo y más entendemos la forma en que opera, más apreciamos las bendiciones que el Señor nos ha dado.
John Taylor dijo una vez:
“…Responderé en forma breve que [el sacerdocio] es el gobierno de Dios, ya sea en la tierra o en los cielos, porque mediante ese poder, influencia o principio todas las cosas son gobernadas en la tierra y en los cielos, y por medio de ese poder, todas las cosas se conservan y sostienen. Gobierna todas las cosas: dirige todas las cosas, sostiene todas las cosas, y tiene que ver con todas las cosas con las que Dios y la verdad están relacionados.
“Es el poder de Dios delegado a las inteligencias que están en los cielos y a los hombres sobre la tierra… Cuando lleguemos al reino celestial de Dios, hallaremos allí el orden y la armonía más perfectos, porque allí está el modelo más perfecto. Allí se lleva a cabo el orden de gobierno más perfecto. Siempre que esos principios se han establecido en la tierra, en la misma proporción en la que se han extendido y ejercido, han producido bendiciones y salvación para la familia humana. Y cuando el gobierno de Dios se adopte más ampliamente, y cuando la oración de Jesús, la que Él enseñó a Sus discípulos, sea contestada y el reino de Dios venga a la tierra y se haga Su voluntad aquí, así como se hace en el cielo, entonces, y no sino entonces, reinarán el amor, la paz, la armonía y la unión universales”3.
El Señor nos dio una visión de lo que puede ser el sacerdocio al instruir a Sus Apóstoles, que tendrían la responsabilidad de continuar la obra después de Su muerte, diciéndoles: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”4.
Una de las bendiciones que se reciben del sacerdocio es tener la oportunidad de formar parte de un quórum, el cual consiste en un grupo determinado de hombres, todos poseedores del mismo oficio del sacerdocio, organizados con el objeto de contribuir más eficazmente a la edificación del reino de Dios.
En una oportunidad, el presidente Stephen L Richards nos dio una definición triple de un quórum, diciendo que tiene tres funciones: “primero, es una clase; segundo, es una fraternidad; tercero, es una unidad de servicio”5.
Hace muchos años, al asistir a la reunión de un grupo de sumos sacerdotes en un pequeño pueblo del sur de Wyoming, aprendí cómo funciona un quórum. El tema de la lección esa semana era la justificación y la santificación, y al comenzar la clase, era evidente que el maestro estaba bien preparado para enseñar a sus hermanos. En cierto momento, una pregunta que se hizo provocó una reacción que cambió todo el curso de la clase; respondiendo a ella un hermano comentó lo siguiente: “He escuchado la lección con gran interés, y se me ocurre que la instrucción que hemos recibido pronto se perderá si no encontramos la forma de aplicar en nuestra vida diaria el material presentado”. A continuación, propuso un curso de acción.
La noche anterior había fallecido un hombre del pueblo; la esposa era miembro de la Iglesia pero él no. El sumo sacerdote había visitado a la viuda para ofrecerle condolencias. Al salir de la casa, había contemplado la hermosa granja del hermano que acababa de morir y que había dedicado a esa propiedad gran parte de su vida y sus labores para hacerla prosperar. La alfalfa estaba lista para cortar y el grano pronto estaría maduro para cosechar. ¿Cómo iba a enfrentar la pobre hermana los problemas que súbitamente se le presentaban? Tenía que disponer de tiempo para organizarse y cumplir sus nuevas responsabilidades.
Después, el hermano propuso al grupo que para aplicar el principio que se les acababa de enseñar ayudaran a la viuda a mantener la granja en funcionamiento hasta que ella y su familia encontraran una solución permanente. El resto de la reunión se dedicó a organizar el plan para ayudarle.
Al salir de la sala de clase, los hermanos estaban en buen estado de ánimo y oí que uno de ellos comentó al salir por la puerta: “Ese proyecto es justamente lo que nos hacía falta como grupo para empezar a trabajar unidos otra vez”. Se enseñó la lección, se fortaleció la hermandad del grupo y se organizó un proyecto de servicio para ayudar a una persona que tenía una necesidad.
Ahora bien, esos principios que se emplean en la organización de un quórum no se aplican sólo a éste sino también a la dirección del sacerdocio en el hogar. Tenemos el mandamiento divino de “criar a [nuestros] hijos en la luz y la verdad”6. Si el padre no cría a los hijos en la luz y la verdad, el Señor no estará complacido con ellos. Éste es el mensaje:
“Mas de cierto te digo, mi siervo… que tú has continuado bajo esta… condenación;
“no has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad, conforme a los mandamientos; y aquel inicuo todavía tiene poder sobre ti, y ésta es la causa de tu aflicción.
“Y ahora te doy un mandamiento: Si quieres verte libre, has de poner tu propia casa en orden, porque hay en tu casa muchas cosas que no son rectas”7.
La Iglesia debe preservar su orientación basada en la familia. Es preciso que enseñemos el concepto de formar generaciones sucesivas de miembros que se casen en el templo y sean fieles. Debemos enseñar doctrinas básicas y comprender la relación que existe entre el progreso espiritual personal y el de la familia. Es preciso dejar en claro cuál será el resultado e invitar a los miembros a venir a Cristo y a perseverar hasta el fin.
Entre las primeras instrucciones que se impartieron al hombre y a la mujer estaba ésta: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se allegará a su mujer; y serán una sola carne”8.
En su plan divino, Dios ordenó el matrimonio como medio de crear Su unidad básica, la familia. Uno de los primeros principios que enseñó a Adán y a Eva fue el de incluir el trabajo en el desarrollo de su relación. Las Escrituras dicen:
“Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron la voz del Señor que les hablaba en dirección del Jardín de Edén, y no lo vieron, porque se encontraban excluidos de su presencia.
“Y les dio mandamientos de que adorasen al Señor su Dios y ofreciesen las primicias de sus rebaños como ofrenda al Señor. Y Adán fue obediente a los mandamientos del Señor”9.
Después, el Señor instruyó a nuestros primeros padres terrenales para que enseñaran a sus hijos a obedecer Sus leyes. “Y Adán y Eva bendijeron el nombre de Dios, e hicieron saber todas las cosas a sus hijos e hijas”10.
El presidente Spencer W. Kimball nos enseñó sobre la naturaleza eterna de la familia, diciendo:
“La fórmula es sencilla; los ingredientes son pocos, pero cada uno tiene muchas ramificaciones.
“Primero, debe existir la actitud apropiada hacia el matrimonio, que comprende la elección de un cónyuge cuyo carácter se aproxime lo más posible a la perfección en todos los aspectos que sean importantes para la pareja; luego, esas dos personas deben acercarse al altar del templo sabiendo que tendrán que esforzarse al máximo para lograr el éxito en su vida juntos.
“Segundo, debe haber una gran abnegación, olvidándose de sí mismos, sometiéndose y dirigiendo para el bien de la familia la totalidad de la vida familiar y de todo lo que le es pertinente.
“Tercero, a fin de mantener vivo el amor y de incrementarlo, deben continuar la relación romántica y mantener constantes las expresiones de afecto, bondad y consideración.
“Cuarto, es preciso vivir completamente de acuerdo con los mandamientos del Señor que el Evangelio de Jesucristo define claramente”11.
El hogar debe ser un amparo, un puerto seguro, un refugio, un lugar feliz donde mora la familia; un lugar donde los hijos amen y sean amados. En el hogar, los padres deben enseñar a los hijos las grandes lecciones de la vida; debe ser el centro de la experiencia terrenal de una persona, donde el amor y el respeto mutuos se mezclen en forma adecuada.
Lo más importante después de ser compañeros eternos es ser padres en la tierra. Ambos padres deben considerar la función que les toca en esta gran responsabilidad. Hace muchos años, mis hijos me enseñaron una gran lección. Nos habíamos mudado de California a Nueva York porque yo había aceptado un empleo en una compañía nueva, y empezamos el proceso de buscar casa en las comunidades más cercanas a la ciudad; sin embargo, gradualmente nos fuimos a mirar cada vez más lejos buscando una casa que se adaptara a nuestras necesidades. Encontramos una muy hermosa a considerable distancia de Nueva York, una casa de un solo piso, al abrigo de los frondosos bosques de Connecticut. La prueba final antes de comprarla era que yo tomara el tren que me transportaría a la ciudad y viera cuánto tiempo me llevaría el viaje todos los días; así lo hice, y volví bastante desalentado pues el recorrido llevaba una hora y media de ida y otro tanto de regreso. Volví al cuarto del motel donde nuestra familia me esperaba y les presenté a mis hijos la opción:
“Podrán tener o esta casa o un padre”, les dije. Para mi gran sorpresa, me contestaron: “Nos quedamos con la casa, porque tú no pasas mucho tiempo con nosotros de todas maneras”. Al oír eso, me quedé desolado. Lo que me decían era verdad y era preciso que me arrepintiera de inmediato; mis hijos necesitaban a su padre en casa más tiempo. Al fin, llegamos a un acuerdo y compramos una casa que estaba más cerca de la ciudad y me permitía llegar más rápidamente a mi empleo; además, cambié mis hábitos de trabajo a fin de pasar más tiempo con mi familia.
A través de las épocas, el Señor ha mandado a Su pueblo que enseñe a sus hijos la verdad y la rectitud. Les aconsejamos reunir a su familia para tener oraciones familiares y para estudiar el Evangelio, trabajar y llevar a cabo actividades juntos; los exhortamos a que se reúnan en consejos familiares y alienten a los miembros de su familia a participar en las decisiones importantes, como la de planear actividades para todo el grupo.
El presidente Brigham Young enseñó lo siguiente: “El sacerdocio… es el orden y sistema perfecto de gobierno, y eso solo puede alejar a la familia humana de todos los males que ahora afectan a sus miembros y asegurarles el contentamiento y la felicidad en el más allá”12.
Se nos ha dado el grandioso poder del sacerdocio, el cual nos bendice individualmente y brinda bendiciones para nuestra familia; bendice a los quórumes a los que pertenezcamos; bendice a las congregaciones en las cuales se nos llame a prestar servicio e incluso bendice el mundo en el que vivimos. Es necesario que aprendamos a seguir con rectitud las doctrinas y enseñanzas que el Señor nos ha dado por ser poseedores de Su santo sacerdocio. Se nos aconseja esto:
“Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado.
“El que sea perezoso no será considerado digno de permanecer, y quien no aprenda su deber y no se presente aprobado, no será considerado digno de permanecer”13.
Que el Señor nos bendiga, como miembros de Su Iglesia, para que nos demos cuenta de la bendición que es tener el sacerdocio en la tierra y poder utilizarlo para el beneficio de nuestra familia y de toda la humanidad. Es mi oración que podamos progresar para comprender la relación que tenemos con Dios, nuestro Padre Eterno, y con el sacerdocio que Él nos ha dado, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.