2002
La mujer de fe
Noviembre de 2002


La mujer de fe

La mujer de fe confía en Dios… Sabe que Él tiene interés en su vida. Sabe que Él la conoce. Ella ama Sus palabras y bebe intensamente de esa agua viva.

Amo al Señor Jesucristo y Su Iglesia que ha sido restaurada en la tierra en nuestra época. Significan mucho para mí las enseñanzas de Su santa vida desde niño recién nacido hasta hombre resucitado: el Hijo de Dios.

Al leer en las páginas de la Biblia, me ha parecido verle cómo “crecía en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”1, y era como haber estado allí cuando levantaba a los muertos. Sanó a los enfermos, alimentó a cinco mil personas y trajo consuelo, esperanza y un método de paz al mundo que Él había creado. Perdonó a los que le ridiculizaron, le torturaron y le crucificaron: porque no sabían lo que hacían. Me ha parecido ver el amor y el interés divinos que tuvo por Su madre aun cuando Él mismo estaba padeciendo intensamente. Venció a la muerte para que nosotros también la venciésemos. Ha preparado un lugar para nosotros en el cielo con nuestro Padre Eterno. Nos ha enseñado el plan de felicidad, así como a entenderlo y nos ha dado la esperanza de seguirlo. Su vida fue el ejemplo perfecto de lo que es el sacrificio y el servicio para cumplir el plan de Dios Su Padre.

La mujer Santo de los Últimos Días que sigue el ejemplo de Cristo en su vida cotidiana comienza a cumplir el plan de nuestro Padre Celestial con respecto a ella. Al hacerlo, ejerce una poderosa buena influencia en el mundo de hoy y hace frente a los desafíos de la vida terrenal. He conocido mujeres con esas cualidades que me han señalado el camino que debo seguir. La mujer Santo de los Últimos Días que sigue a Cristo es una verdadera cristiana en todo el sentido de la palabra; es una mujer de fe que confía en Dios, que tiene seguridad y es valiente.

La mujer de fe confía en Dios y encara la adversidad con esperanza. Sabe que Él tiene interés en su vida. Sabe que Él la conoce. Ella ama Sus palabras y bebe intensamente de esa agua viva. Se siente agradecida por el profeta que Él ha enviado para estos últimos días y confía en sus consejos y los sigue, porque sabe que al hacerlo hallará seguridad y paz. Busca en la oración la bondadosa y constante orientación y ayuda del Padre Celestial que la escucha. Cuando ora, presta atención para dar lugar a la comunicación mutua. Ella confía en que Él, en Su forma silenciosa y tranquila, la llevará de la mano y dará respuesta a sus oraciones2.

La mujer de fe tiene seguridad porque comprende el plan divino de nuestro Padre Celestial y su función de ser una bendición para los demás. Tiene seguridad en que cualquier sacrificio que haga vale algo en un sentido eterno. Sabe del sacrificio porque sabe de la vida del Salvador; y, aunque comprende que sus sacrificios son pequeños en comparación, también es consciente de que nuestro Padre Celestial entiende y valora lo que ella hace por fortalecer su hogar y su familia, y el mundo en el que vive. Su confianza aumenta porque es virtuosa, delicada y cortés, lo cual es mucho mejor que ser hermosa. Sus intenciones son puras. Es amorosa, dulce y bondadosa. El corazón de su marido y el de sus hijos están en ella confiados3, al igual que el de los niños y el de los jóvenes, y el de las mujeres a los que ha sido llamada a enseñar, guiar, servir y amar; ellos cuentan con ella por motivo de ese espíritu especial que irradia. Es la imagen de Dios que ha recibido en el rostro, lo que es agradable e importante4. Tiene confianza en que está adquiriendo las cualidades que le permitirán ser invitada a estar en la presencia de su Padre Celestial, y podrá hacerlo con el conocimiento de que se sentirá enteramente a gusto allí, de que Él la conoce, la ama, la valora y la aprecia para siempre jamás.

La mujer de fe es valiente. No teme mal alguno porque Dios está con ella5. No hay incertidumbre ni trompeta que le dé sonido incierto en la vida. Puede vivir una vida de principios por motivo de que estudia la doctrina y las enseñanzas de un maestro perfecto: el Maestro. Es un digno ejemplo para todos los que la conocen. No es perfecta, desde luego, y no porque no tenga principios perfectos ni el ejemplo perfecto en Cristo, sino porque es humana. Se conserva alejada de las influencias malignas y de toda cosa impura, y, si algo indebido le sale al paso, es como una leona que defiende a sus cachorros. La valiente mujer de fe tiene el valor de hablar con sus hijos de las prácticas que los destruirían, y ellos no sólo la oyen hablar de sus cometidos, sino que los ven aplicados en su diario vivir: en la forma en que se viste, en lo que lee y en lo que ve, en el modo como pasa sus ratos libres, en lo que le gusta y la hace reír, en las personas a las que atrae y en su manera de actuar en todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar. Su modo de ser es encantador, jovial, lleno de vida y bueno. Nuestras niñas pequeñas, lo mismo que las mujeres jóvenes, pueden confiar en su ejemplo sin temor a equivocarse. Rogamos que ellas también sean valientes al buscar y fomentar lo edificante, lo feliz y lo decente, porque ellas son nuestro futuro.

Gracias sean dadas al cielo por las mujeres de fe que nos rodean. La mujer de fe ama al Señor y desea que Él lo sepa mediante la vida que lleva, así como por las palabras que habla, por el servicio que presta a Sus hijos y por todo lo que hace. Sabe que el Señor la ama aun cuando es imperfecta y sigue intentando ser mejor. Sabe que si hace lo mejor que puede, eso basta, como nos ha dicho el presidente Hinckley6.

La mujer de fe es bendecida por los varones fieles de su vida que poseen el sacerdocio de Dios y honran ese privilegio: su padre, el obispo, su marido, sus hermanos y sus hijos. Ellos la aprecian a ella y también aprecian los dones divinos que Dios le ha dado como Su hija. La apoyan y la animan, y comprenden la gran misión de su vida en calidad de mujer. La aman; la bendicen. A su vez son bendecidos por esa mujer de fe al caminar juntos por la senda de la vida, y saben, como enseña la Escritura, que “mejores son dos que uno… Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero…”7.

Expreso mi gratitud por las magníficas mujeres de fe, y por los grandes y nobles hombres, al igual que por mi amada familia, que me han elevado e inspirado a lo largo de mi vida. Ellos han sido una bendición particularmente grande para mí en mis intentos por cumplir con la sagrada tarea que me ha encomendado el Señor como presidenta general de las Mujeres Jóvenes.

Amados hermanos y hermanas, sepan del amor que les tengo a ustedes y de la inmensa gratitud que siento por nuestro Padre Celestial y Su Hijo Amado, el Señor Jesucristo. Les honraré y serviré con todo mi corazón para siempre, y lo haré agradecida por el privilegio de hacerlo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Lucas 2:52.

  2. Véase D. y C. 112:10.

  3. Véase Proverbios 31:11.

  4. Véase Alma 5:14.

  5. Véase Salmos 23:4.

  6. Véase “Las mujeres de la Iglesia”, Liahona, enero de 1997, pág. 78.

  7. Eclesiastés 4:9–10.