Video: “Heme aquí; envíame”
Bonnie D. Parkin
Hace 161 años, sobre una colina que domina la ciudad de Nauvoo, Illinois, los Santos de los Últimos Días colocaron la piedra angular para una casa del Señor. Y sólo un año más tarde, el Señor, por medio del profeta José Smith, estableció la Sociedad de Socorro para las mujeres, un acto necesario, dijo el Profeta, para completar la organización de la Iglesia. Esa sociedad de hermanas fue un instrumento para la construcción y finalización de este glorioso y milagroso templo. Nuestro legado espiritual como hijas del convenio de Dios en esta asociación divinamente inspirada empezó aquí, en la ciudad La Hermosa. El Templo de Nauvoo es un símbolo tangible de lo que hemos logrado, de lo que podemos lograr y de lo que nuestro Padre Celestial tiene reservado para Sus fieles hijas.
Kathleen H. Hughes
A esa primera reunión de la Sociedad de Socorro asistieron sólo 20 mujeres: unas jóvenes mayores, otras nuevas conversas, algunas con hijos y otras solteras. ¡Muy parecido a la Sociedad de Socorro de hoy! Y creció rápidamente, abrazando a mujeres de diversas circunstancias y experiencias; se necesitaba a cada hermana, al igual que hoy se necesita a cada una de ustedes. Esas hermanas enfrentaban grandes problemas: la muerte de hijos, la falta de comida, el rechazo de la familia, la persecución, la falta de fe. Pero, por los convenios hechos con el Señor durante la conversión, se escuchaban unas a otras, se alentaban y se enseñaban. Compartían comida, ropa y sentimientos. En una bendición del sacerdocio se le dijo a Nancy Tracy: “Tú conoces la voz del Buen Pastor… y cuando Él vino a reunir Sus ovejas, reconociste Su mensaje y lo recibiste con gozo y alegría”1. La dedicación y la conversión de las hermanas se manifestaron en actos de caridad, de compasión y de hermandad.
Anne C. Pingree
¡Nuestras primeras hermanas de la Sociedad de Socorro eran muy parecidas a nosotras! Hubo momentos en los que las jóvenes o las ancianas, inmigrantes o recién convertidas, se sentían solas, excluidas, incapaces de superar los desafíos que enfrentaban. Pero esas hermanas, rebosantes de fe, avanzaron unidas para hacer su parte para edificar la casa del Señor. En forma individual hicieron sus ofrendas: donaron sus escasas telas, remendaron ropa, alimentaron a los trabajadores, contribuyeron las reliquias familiares, proporcionaron albergue, nutrieron a los enfermos y a los ancianos, incluso cosieron el velo del templo. Sus centavos, que podrían haberles comprado comida o ropa, sirvieron para comprar clavos para la construcción del templo y cristales para las ventanas. En cuanto a su sacrificio, una hermana dijo: “De buena fe me dirigí a la oficina del templo a entregar mi ofrenda, pero de pronto sobrevino la tentación… de que ese dinero costearía las cosas que necesitaba en ese momento. Pero resistí, y me dije, ‘aunque no tenga más que unas migas de pan cada día durante una semana, pagaré este dinero al fondo de construcción del templo’”2. Nuestras primeras hermanas de la Sociedad de Socorro consideraron “un privilegio dar su aportación para ayudar a las Autoridades a edificar la casa del Señor”3. Sin reparos dijeron: “¡Señor, heme aquí; envíame!”.
Bonnie D. Parkin
Desde el principio, los objetivos de la Sociedad de Socorro han sido el salvar almas, buscar al pobre y al necesitado, ofrecer alivio al afligido, fortalecerse unas a otras. A medida que esas hermanas trabajaron en la edificación del templo y luego recibieron su propia investidura, encontraron la paz y la valentía necesarias para la difícil jornada futura. Hoy día, esto es también así con nosotras. En Nauvoo el Señor necesitó a cada hermana —sin importar edad, educación, ingresos, idioma, experiencia— para ayudar en la edificación de Su reino.
¡Hoy no es diferente! A todas se nos necesita en la Sociedad de Socorro. Nuestro profeta viviente nos ha pedido que avancemos y cumplamos nuestras responsabilidades de salvar almas. De hecho, hemos concertado el convenio solemne de hacerlo. El mandato original del profeta José Smith de “dar alivio al pobre” y “salvar almas”4, se aplica a nosotras. Debemos también dar una mano de apoyo, aligerar cargas, compartir nuestro testimonio y fe en Jesucristo. Me encanta lo que Zina Young, una de las primeras hermanas de la Sociedad de Socorro, dijo sobre la hermandad: “Es una bendición reunirnos juntas… El Espíritu de Dios está aquí y, cuando nos hablamos unas a otras, es como el aceite que va de una vasija a otra”5.
Hermanas, aquí es donde empezó nuestro legado de fe. Cuando veamos esta casa restaurada del Señor, recordemos que Jesucristo nos ha comisionado, en estos últimos días, a ayudar en la edificación de Su reino. Debemos acudir a Él, honrar Su sacerdocio y vivir nuestros convenios. Cualesquiera sean nuestras circunstancias y el lugar donde vivamos, podemos —y debemos— dar un paso al frente como hijas de Dios y proclamar con tenacidad: “Señor, heme aquí; envíame”.