A los hombres del sacerdocio
Ustedes, los hombres que poseen este preciado sacerdocio, líguenlo a sus propias almas. Sean dignos de él en todo momento y en toda circunstancia.
Ahora, mis amados hermanos, les hablo con el deseo de brindar ayuda. Ruego que el Espíritu del Señor me guíe.
No necesito decirles que nos hemos convertido en una Iglesia muy grande y compleja. Nuestro programa es tan amplio y nuestro alcance tan extenso que es difícil de comprender. Somos una Iglesia de liderazgo laico. ¡Qué extraordinario y maravilloso es eso! Y así debe permanecer; nunca debe moverse hacia la dirección de un extenso clérigo remunerado. Pero sabemos que la carga administrativa sobre nuestros obispos y presidentes de estaca, al igual que sobre algunos otros, es muy pesada. El estar al tanto de ello ha llevado a la Presidencia y a los Doce a realizar varias reuniones, algunas de ellas largas e interesantes, en las que, en efecto, hemos desarmado la Iglesia y la hemos vuelto a armar. Nuestro objetivo ha sido ver si había algunos programas de los que pudiéramos prescindir. Pero al analizarlos, no hemos visto mucho que se pudiera eliminar. El eliminar uno es como desprenderse de un hijo, y nadie tiene el corazón para hacerlo. Pero quiero asegurarles que estamos al tanto de la carga que llevan y del tiempo que dedican. En esta reunión del sacerdocio quiero mencionarles unos pocos puntos que hemos analizado. Creo que se darán cuenta de que hemos hecho algún progreso, aun cuando parezca pequeño.
Les voy a hablar acerca de diversos puntos.
Hemos tomado la decisión, primero, de que, a partir del 1 de noviembre, la recomendación del templo permanecerá en vigencia durante dos años en lugar de uno. Eso reducirá el tiempo en que los obispos y los presidentes de estaca y sus consejeros pasan en entrevistas para las recomendaciones del templo. Claro está que, si en algún momento, alguien que posea una recomendación llega a ser indigno de ir al templo, será entonces responsabilidad del obispo o del presidente de estaca retirársela.
La experiencia, sin embargo, ha demostrado que hay muy pocos casos así; por lo que desde ahora ése será el programa, hermanos. A partir del 1 de noviembre, no importa cuál sea la fecha anotada en la recomendación, la fecha de vencimiento se extenderá por un año. Las recomendaciones se renovarán entonces cada dos años en lugar de un año como hasta ahora. Esperamos que eso sea beneficioso; estamos seguros de que lo será.
Otro punto.
El élder Ballard les ha hablado con respecto a los misioneros. Quiero decirles que apruebo lo que él ha dicho. Espero que nuestros jóvenes y jovencitas acepten el desafío que él les ha hecho. Debemos aumentar la dignidad y los requisitos de quienes van al mundo como embajadores del Señor Jesucristo.
Ahora bien, en la Iglesia tenemos una costumbre interesante. A los misioneros que salen se les brinda una despedida. En algunos barrios eso se ha convertido en un problema. Entre los misioneros que se van y los que regresan, la mayoría de las reuniones sacramentales están dedicadas a despedidas y bienvenidas.
Nadie más en la Iglesia tiene una despedida cuando comienza un servicio en particular. Nunca tenemos una reunión especial de despedida para un obispo recién llamado, ni para un presidente de estaca, ni para una presidenta de la Sociedad de Socorro, ni para una Autoridad General, ni para nadie que yo recuerde. ¿Por qué entonces tenemos despedidas para los misioneros?
La Primera Presidencia y los Doce, después de mucha oración y consideración minuciosa, han llegado a la decisión de que el programa actual de despedida misional debe modificarse.
Al misionero que sale debe dársele la oportunidad de hablar en la reunión sacramental durante 15 o 20 minutos. Pero los padres y hermanos no serán invitados a hacerlo. Podrá haber dos o más misioneros que hablen en el mismo servicio. La reunión estará totalmente a cargo del obispo y no habrá arreglos por parte de la familia. No habrá números musicales especiales ni nada por el estilo.
Sabemos que eso será una gran desilusión para muchas familias. Tanto madres como padres, hermanos y hermanas y amigos han participado en despedidas en el pasado; pero les pedimos que acepten esta decisión. Si ya se han hecho los arreglos para una despedida, deben seguirse adelante; pero en el futuro, no se debe planear ninguna en la forma tradicional en que se ha hecho hasta ahora. Estamos convencidos de que cuando se hayan tenido en cuenta todos los aspectos de esa situación, se verá que ésta es una decisión prudente. Por favor, acéptenla mis queridos hermanos. Hago llegar este ruego también a las hermanas, en particular a las madres.
Esperamos que tampoco continúen las reuniones muy elaboradas en casa del misionero, después de la reunión sacramental en la que éste hable. La familia podría desear reunirse, y no ponemos objeción a eso; sin embargo, pedimos que no se lleve a cabo una recepción pública con gran cantidad de invitados.
El servicio misional es una experiencia tan maravillosa que trae consigo su propio galardón. Y cuando el misionero regrese a su casa y al barrio, se le puede dar nuevamente la oportunidad de hablar en una reunión sacramental.
El siguiente punto.
Permítanme dar un breve informe acerca del Fondo Perpetuo para la Educación, que se estableció hace un año y medio en la conferencia de abril. El programa sigue adelante y progresa muy bien. Tenemos una considerable cantidad de dinero gracias a la contribución de fieles Santos de los Últimos Días. Esperamos que pronto tendremos más con el fin de ayudar a un número más grande de personas dignas de ayuda.
En la actualidad, unos cinco mil hombres y mujeres, la mayoría de ellos jóvenes, están recibiendo educación académica que, de otra forma, quizás no hubieran tenido la oportunidad de recibir. Piensen en los resultados. A esos fieles Santos de los Últimos Días se les ha ofrecido una escalera para que puedan subir y salir de la condición de pobreza en la que ellos y sus antepasados han vivido. Su capacidad de ingreso se ha incrementado considerablemente. Su poder de liderazgo ha mejorado. Ellos se convertirán en hombres y mujeres de bien, en miembros de la Iglesia que sacarán adelante su programa de una manera que antes era imposible de imaginar.
Les daré un ejemplo: la primera joven que recibió un préstamo ha terminado ya un año de capacitación y ha solicitado fondos para su último año de aprendizaje. Ella estudia para ser auxiliar de dentista.
Con anterioridad, ella trabajaba en un restaurante y ganaba $130.00 al mes. Se prevé que, cuando ella termine sus estudios, en poco tiempo ganará $650.00 al mes para empezar: un aumento inmediato del 500 por ciento. Y eso aumentará con los años.
Qué maravillosa diferencia pueden lograr unos cuantos dólares cuando se utilizan apropiadamente. Multipliquen ahora la experiencia de esa joven por cinco mil. Es algo extraordinario de imaginar. Los estudiantes reciben capacitación para llegar a ser mecánicos, analistas de sistemas, asesores de empresas, técnicos de enfermería, técnicos de sistemas de información, enfermeras, trabajadores de hospitales, programadores de informática, ingenieros de informática, diseñadores de moda, contadores, electricistas, maestros de inglés, panaderos, administradores de hotel y diseñadores gráficos, por nombrar algunos.
Las posibilidades son ilimitadas y lo que está sucediendo es en verdad algo maravilloso y milagroso.
El próximo punto que deseo mencionar es la noche de hogar. Sentimos temor de que ese programa tan importante esté decayendo en muchos aspectos. Hermanos, no hay nada más importante que su familia. Ustedes saben eso. Este programa comenzó en 1915, hace 87 años, cuando el presidente Joseph F. Smith instó a Santos de los Últimos Días a apartar una noche a la semana para dedicarla específicamente a la familia. Sería un tiempo dedicado a la enseñanza, a la lectura de las Escrituras, a cultivar los talentos o hablar sobre asuntos familiares. No debía ser un tiempo para asistir a eventos deportivos ni a ninguna actividad por el estilo. Claro está que, si hay de vez en cuando una actividad familiar de ese tipo, estaría bien. Sin embargo, en virtud de la frenética rapidez de nuestra vida, cada vez en mayor aumento, es muy importante que padres y madres se sienten junto con sus hijos, oren juntos, los instruyan en las vías del Señor, consideren los problemas familiares y permitan que los hijos expresen sus talentos. Estoy convencido de que ese programa se recibió por revelación del Señor en respuesta a las necesidades de las familias de la Iglesia.
Si existía la necesidad hace 87 años, esa necesidad es por cierto mucho más grande ahora.
Se tomó la decisión de dedicar la noche del lunes a esta actividad familiar. En las áreas donde hay gran número de miembros de la Iglesia, los funcionarios de las escuelas y otros aceptaron el programa y no programaron eventos para esa noche.
En la actualidad, parece haber una creciente tendencia a planear otros eventos para la noche del lunes. Respetuosamente, solicitamos a los funcionarios de nuestras escuelas públicas y a los demás que nos permitan tener esa noche a la semana para llevar a cabo ese importante y tradicional programa. Les pedimos que no proyecten eventos que requieran la participación de los niños el lunes por la noche. Estoy seguro de que ellos se van a dar cuenta de que es más importante que las familias tengan la oportunidad de estar juntas sin preocupaciones de otros compromisos, por lo menos una vez a la semana. Quedaremos sumamente agradecidos si ellos colaboran en ese sentido; e instamos con gran ahínco que los padres y las madres tomen más en serio esa oportunidad y ese desafío de hacer del lunes por la noche un tiempo sagrado para la familia.
He recibido gran cantidad de invitaciones para participar los lunes en reuniones de la comunidad, sobre una cosa u otra, pero he rehusado a todas ellas con agradecimiento y explicado que tengo reservado el lunes para la noche de hogar. Espero fervientemente que cada uno de ustedes haga lo mismo.
El próximo punto.
Hermanos, los exhorto nuevamente sobre la importancia de la independencia económica de todo miembro y familia de la Iglesia.
Ninguno de nosotros sabe cuándo puede ocurrir una catástrofe. Las enfermedades, los accidentes y el desempleo pueden afectar a cualquiera de nosotros.
Tenemos un programa grandioso de bienestar, con instalaciones para esos casos, como silos de granos en varios lugares. Es importante que lo hagamos; pero el mejor lugar para tener algunos alimentos guardados es dentro de nuestra casa, junto con un poco de dinero ahorrado. El mejor programa de bienestar es el nuestro propio. Cinco o seis botes o latas de trigo en casa valen más que una gran cantidad de éste en el granero de bienestar.
No estoy prediciendo ningún desastre eminente, y espero que no haya ninguno. Pero la prudencia debe gobernar nuestra vida. Todo aquel que es dueño de una casa reconoce la necesidad de contar con una póliza de seguro contra incendios. Esperamos y oramos que no haya nunca un incendio; sin embargo, pagamos igual la póliza para estar cubiertos en caso de que éste ocurra.
Debemos hacer lo mismo en lo que se refiere al bienestar familiar.
Podemos comenzar modestamente. Empezar por almacenar alimentos para una semana e ir poco a poco aumentando a un mes y después a tres. Hablo de alimentos para cubrir las necesidades básicas. Como todos sabemos, ese consejo no es nuevo, pero temo que muchos piensen que el almacenamiento de alimentos para largo plazo esté tan fuera de su alcance, que no hagan ningún esfuerzo al respecto.
Comiencen poco a poco, mis hermanos, y gradualmente diríjanse al logro de un objetivo razonable. Ahorren un poco de dinero en forma regular y se sorprenderán de cómo se acumula.
Líbrense de las deudas y del terrible cautiverio que ellas traen consigo.
Oímos mucho acerca de segundas hipotecas, y ahora me dicen que hay terceras hipotecas.
Contrólense en lo referente a gastar, a pedir prestado, en conductas que llevan a la bancarrota y a la desesperación que ésta trae consigo.
Finalmente, mis hermanos, deseo volver brevemente a un asunto del que he hablado yo antes y el que han tratado el élder Ballard y el presidente Monson en esta reunión. Espero que no les incomode el que intente recalcar de nuevo lo que ellos han dicho. Me refiero a la conducta moral de los miembros de la Iglesia.
Demasiados han sido atrapados en la telaraña de la inmoralidad y de los amargos frutos que ésta supone. A los jóvenes que se encuentran aquí esta noche— a los hombres jóvenes— deseo decirles con el lenguaje más fuerte del que soy capaz que se mantengan alejados de la iniquidad moral. Ustedes saben lo que está bien y lo que está mal. No pueden valerse de la ignorancia como excusa de una conducta inaceptable.
¿Cómo es posible que piensen que pueden involucrarse en prácticas inmorales y después ir al campo misional como representantes del Señor Jesucristo? ¿Suponen que pueden ser dignos de ir a la casa del Señor y contraer matrimonio allí por el tiempo y por la eternidad si se han involucrado en esas prácticas?
Les suplico, mis queridos y jóvenes amigos, que eviten tal comportamiento. No será fácil. Requerirá autodisciplina. Las fuerzas con las cuales se enfrentan son poderosas y tentadoras. Son las fuerzas de un adversario muy listo. Necesitan la fortaleza que proviene de la oración.
Manténganse alejados de las cosas eróticas de Internet. Sólo los harán caer y podrán llevarlos a la destrucción.
Nunca se olviden de que poseen el sacerdocio de Dios. Cuando Juan el Bautista les confirió el Sacerdocio Aarónico a José Smith y a Oliver Cowdery declaró que ese sacerdocio “tiene las llaves el ministerio de ángeles, y del evangelio de arrepentimiento y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados” (D. y C. 13).
¿Desean el ministerio de ángeles?
Ese ministerio traerá consigo recompensas incomparables. Escojan recorrer la senda correcta y Dios los bendecirá y los nutrirá y los “llevará de la mano y dará respuesta a [sus] oraciones” (D. y C. 112:10).
A ustedes, los hombres maduros, les extiendo la misma súplica y la misma amonestación. Pequeños comienzos llevan a grandes tragedias. Tratamos con ellas constantemente. Hay tanto dolor, resentimiento, desilusión y divorcio entre nosotros.
Voy a mencionar un asunto que he tenido que tratar mucho en el pasado. Me refiero al malvado y despreciable pecado del abuso infantil.
No podemos tolerarlo ni lo toleraremos. Cualquiera que abuse de un menor puede esperar que se le aplique la acción disciplinaria de la Iglesia y posiblemente la legal.
El abuso infantil es una afrenta a Dios. Jesús habló de la belleza e inocencia de los niños. A todo el que tenga una inclinación que pueda llevar al abuso de niños, le digo en el lenguaje más severo de que soy capaz, que se domine a sí mismo. Busquen ayuda antes de lastimar a un niño y traer la ruina sobre ustedes.
Ustedes, los hombres que poseen este preciado sacerdocio, líguenlo a sus propias almas. Sean dignos de él en todo momento y en toda circunstancia.
Si lo hacen, disfrutarán de “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).
Que el Señor los bendiga, mis queridos hermanos del sacerdocio, jóvenes y adultos. Padres, sean un ejemplo para sus hijos. Jóvenes, acudan a sus padres para recibir sabiduría, guía y entendimiento.
Cuán grandes son las promesas del Señor para los que andan en la fe. Les dejo mis bendiciones, mi amor y mi testimonio. Qué gran y maravillosa fuerza del bien hay en el sacerdocio si estamos unidos y marchamos adelante como uno solo. Que el Señor nos bendiga para hacerlo, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.