Creo que puedo y sabía que podía
Aunque no todos tenemos la misma experiencia, aptitudes y fortaleza… todos seremos considerados responsables por el uso de los dones y de las oportunidades que se nos hayan dado.
Mis queridos hermanos del santo sacerdocio, al hablar en esta ocasión a esta vasta audiencia, ruego por su comprensión. Como Presidente de la Iglesia, el presidente Gordon B. Hinckley ha logrado llevar a cabo un número insuperable de tareas. Sin embargo, una vez fue un joven poseedor del Sacerdocio Aarónico como muchos de ustedes, jóvenes del Sacerdocio Aarónico, que serán los futuros líderes de la Iglesia. En esta oportunidad, deseo dirigir mis palabras principalmente a ustedes. Es importante que comprendan que el éxito —tanto en forma personal como para la Iglesia— dependerá de la determinación que tengan de llevar a cabo la obra del Señor. Cada uno de ustedes debe tener fe y confianza para seguir adelante.
A todo hombre y joven que me escucha esta noche se le ha confiado el poder más grande de la tierra: el santo sacerdocio de Dios; éste es el poder de actuar rectamente en el nombre del Señor con el fin de edificar el reino de Dios en la tierra. Les recuerdo que “los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de la rectitud”1. El sacerdocio es una comisión divina y el Señor nos hará responsables del uso que hagamos de esa extraordinaria autoridad.
Oí por primera vez la maravillosa historia de La pequeña locomotora que sí pudo cuando tenía unos diez años de edad. De niño me fascinaba este relato porque los vagones del tren estaban llenos de animales, de payasos de juguete, de cortaplumas, de rompecabezas, de libros y de cosas deliciosas para comer. Sin embargo, la máquina que tiraba del tren se estropeó al comenzar a subir la montaña. El cuento dice que llegó una locomotora grande de un tren pasajeros y que, cuando se le pidió que tirara de los vagones para pasar la montaña, se negó porque no quería rebajarse y tirar de un tren pequeño. Pasó otra locomotora, pero tampoco quiso rebajarse a ayudar al pequeño tren porque era una locomotora de carga. Se acercó una locomotora vieja, pero no quiso ayudar porque, dijo: “Estoy muy cansada… No puedo. No puedo. No puedo”.
Entonces, una pequeña locomotora azul pasó por la vía y también se le pidió que tirara de los vagones hasta el otro lado de la montaña, donde se encontraban los niños. La pequeña locomotora respondió: “No soy muy grande… y sólo me utilizan para cambiar los vagones de la estación. Nunca he pasado la montaña”. Pero le preocupaba que los niños que se encontraban al otro lado se desilusionaran al no recibir las cosas hermosas que había en los vagones; por lo que dijo: “Creo que puedo. Creo que puedo. Creo que puedo”. Y se enganchó al pequeño tren. “Piiiiiii. Chucu, chucu, hizo la Pequeña Locomotora Azul. ‘Creo que puedo. Que puedo. Que puedo. Que puedo. Que puedo. Que puedo. Que puedo’ ”. Con esa actitud, la pequeña locomotora llegó a la cima de la montaña y comenzó a descender hacia el otro lado diciendo: “Sabía que podía. Sabía que podía. Sabía que podía. Sabía que podía. Sabía que podía. Sabía que podía”2.
En ocasiones se nos llama para que nos esforcemos y hagamos más de lo que pensamos que podemos hacer. Recuerdo un comentario del presidente Theodore Roosevelt: “Soy sólo un hombre corriente pero, ¡caramba!, ¡trabajo más que un hombre corriente!”3. Desarrollamos nuestros talentos cuando pensamos en primer lugar que podemos hacerlo. Todos conocemos la parábola de los talentos. El Maestro dio a uno cinco talentos, a otro dos y a otro uno, “a cada uno conforme a su capacidad…
“Y el que había recibido cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco talentos.
“Asimismo el que había recibido dos, ganó también otros dos.
“Pero el que había recibido uno fue y cavó en la tierra, y escondió el dinero de su señor”.
Después de mucho tiempo, el Maestro pidió cuentas. El que había recibido cinco talentos informó que había ganado otros cinco talentos, y recibió un reconocimiento: “…sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”. El que recibió dos talentos, ganó otros dos y también recibió la promesa de un dominio más grande. Pero el que había recibido un talento, lo devolvió diciendo: “Señor, te conocía que eres hombre duro, que siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste;
“por lo cual tuve miedo, y fui y escondí tu talento en la tierra”4.
Al dar cuentas de su mayordomía, este siervo perezoso culpó a su amo de sus propios defectos5. Al menos pudo haber puesto el dinero en circulación y recibido intereses en vez de enterrarlo. Su talento le fue quitado y dado al hombre que tenía diez talentos. Entonces el Señor nos dice: “Porque al que tiene, le será dado, y tendrá más; y al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado”6.
Podríamos preguntarnos si fue justo quitarle el talento al que tenía menos y dárselo al que tenía más. Sin embargo, desde el principio, el Señor explicó que cada hombre tenía capacidad7.
Algunos nos contentamos con lo que estamos haciendo. Nos quedamos tranquilos con aquello de “comed, bebed y divertíos” cuando abundan las oportunidades para progresar y perfeccionarnos. Perdemos las oportunidades que se nos presentan de edificar el reino de Dios porque tenemos la idea pasiva de que otra persona se encargará de ello. El Señor nos dice que dará más a quienes sean diligentes. Ellos serán magnificados por sus esfuerzos, como la pequeña locomotora azul al tirar del tren para subir la montaña. Pero para los que dicen: “Tenemos bastante, les será quitado aun lo que tuvieren”8.
El Señor confía talentos espirituales a todos Sus siervos, incluido cada poseedor del sacerdocio. El Señor, que nos dota de esos talentos, nos dice: “Creo que puedes. Creo que puedes”. Aunque no todos tenemos la misma experiencia, aptitudes y fortaleza, se nos ofrecen oportunidades diferentes para emplear esos dones espirituales, y todos seremos considerados responsables por el uso de los dones y de las oportunidades que se nos hayan dado.
La historia de la Iglesia contiene relatos de poseedores del sacerdocio muy capaces. Unos pocos fueron brillantes, pero a la vez imprevisibles e informales, y, por lo tanto, perdieron los dones y los talentos espirituales con los que el Señor tan ricamente los había dotado. Les hablaré de uno de ellos.
Samuel Brannan guió a algunos de los santos alrededor del Cabo de Hornos en el barco Brooklyn. Antes de anclar en la Bahía de San Francisco, se detuvieron brevemente en Hawai. Él estaba convencido de que el grupo principal de santos no debía establecerse en las Montañas Rocosas, sino que debía seguir hasta California, por lo que viajó hacia el Este y se encontró con el primer grupo de emigrantes bajo el mando de Brigham Young, en Green River, Wyoming. Se valió de todos sus poderes de persuasión a fin de intentar convencer a Brigham Young de que aprovechara las oportunidades que pensaba que ofrecía California. Brigham Young le respondió: “Si vamos a California, no estaremos allí ni cinco años; pero si nos quedamos en las montañas y cultivamos nuestras propias papas y las consumimos, pienso que nos quedaremos allí”9. Brannan se quedó con el grupo principal de los santos durante algunos días, pero luego, a causa de su empecinamiento y de su egocentrismo, regresó a California en agosto de 1847.
Al igual que la locomotora grande que no quería rebajarse a tirar de los vagones para pasar la montaña, Samuel Brannan no tenía la mira en edificar el reino de Dios. En lugar de ello, sus objetivos eran los negocios y el hacer dinero. Se convirtió en el primer millonario de California al realizar numerosas inversiones en empresas y la compra de tierras. Dado que había sido el líder de ese grupo de santos, el presidente Young le pidió un informe sobre los diezmos que había recibido de los miembros de la Iglesia en California, incluso el de los que participaron en la búsqueda de oro, pero no le obedeció, no utilizó esos fondos para establecer la Iglesia ni para ayudar a los miembros del lugar.
Por algún tiempo, Brannan tuvo mucho éxito en el establecimiento de empresas y en la adquisición de tierras para su propio beneficio, pero al final pasó por grandes dificultades. Su familia no permaneció unida y cuando él falleció estaba solo, arruinado física, espiritual y económicamente. Durante dieciséis meses, nadie reclamó sus restos mortales y finalmente fue enterrado en el cementerio Mount Hope de San Diego. Samuel Brannan logró mucho en su vida, pero al final pagó el terrible precio de no haber honrado su mayordomía del sacerdocio ni haber seguido al profeta de Dios10.
Nosotros, que ahora tenemos la responsabilidad del sacerdocio de esta Iglesia, debemos seguir y apoyar a nuestro profeta, el presidente Gordon B. Hinckley.
Al igual que “La pequeña locomotora que sí pudo”, debemos permanecer en la vía correcta y desarrollar nuestros talentos. Debemos recordar que el sacerdocio sólo se puede utilizar para propósitos correctos. Cuando se utiliza “en cualquier grado de injusticia, he aquí los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido, y cuando se aparta, se acabó el sacerdocio o autoridad de tal hombre”11.
Para permanecer en la vía correcta, debemos honrar y sostener a quienes poseen las llaves del sacerdocio presidente. Se nos recuerda que muchos son “los llamados, y poco los escogidos”12. ¿Cuándo somos escogidos? Somos escogidos por el Señor sólo cuando hemos hecho todo lo posible por sacar adelante esta santa obra mediante nuestros esfuerzos y talentos consagrados. Nuestros esfuerzos deben ser siempre guiados por los principios que el Señor ha expuesto en la sección 121 de Doctrina y Convenios:
“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero;
“por bondad y por conocimiento puro, lo cual ennoblecerá grandemente el alma sin hipocresía y sin malicia”13.
El sacerdocio se ha dado para bendecir las vidas de los demás. El presidente David O. McKay dijo: “La esencia misma del sacerdocio es eterna. Al encontrar expresión en la vida, manifiesta su poder. No podemos concebir el poder del sacerdocio como si fuera una gran represa de agua embalsada. Ese poder se activa y produce buenos resultados sólo cuando se libera y la fuerza liberada se utiliza en valles, campos, huertas y hogares felices; de la misma forma, el principio del poder se manifiesta sólo al utilizarse en la vida de los hombres, al hacer volver su corazón y deseos hacia Dios e inducir el servicio a sus semejantes”14. Si no servimos a los demás, entonces el sacerdocio en realidad no nos beneficia, ya que no es un poder pasivo. Hermanos, sean generosos con el poder de bendecir que se recibe por medio del sacerdocio, en especial con los miembros de su propia familia. Recuerden que el Señor ha dicho: “…a quien bendigas yo bendeciré”15.
Al prepararnos para cuando demos cuenta al Señor de nuestra mayordomía personal del sacerdocio, ¿dónde estaremos? Recuerden que “el guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí él no emplea ningún sirviente”16.
Espero que no seamos como la gran locomotora del tren de pasajeros, demasiado orgullosos para aceptar las asignaciones que se nos den. Ruego que no seamos como la persona del tan conocido poema que dice:
“Padre, ¿dónde quieres que trabaje?”,
dije yo con gran amor.
E indicando un vulgar paraje,
“Trabaja allí”, me respondió.
Yo al instante dije: “¡Oh, no, allí no!,
pues nadie me verá,
no importa cuánto me aplique.
Yo allí no quiero estar”.
Me habló con voz suave,
tiernamente contestó:
“El Señor para el que trabajes”,
decide ya en tu corazón,
pues Nazaret y Galilea
poca cosa también son”17.
También espero que no seamos como la locomotora de carga, que no estaba dispuesta a hacer “la milla extra” de servicio. El Maestro enseñó que “quien te obligue a ir una milla, ve con él dos”18. Algunas de las épocas más satisfactorias de nuestra vida son aquellas en las que invertimos en esa “milla extra” de servicio, cuando el cuerpo dice que quiere descansar, pero nuestro ser interior emerge y dice: “Heme aquí, envíame”19.
O, como la locomotora vieja, ¿decimos que estamos muy cansados o muy viejos? Les recuerdo que el presidente Hinckley tiene 92 años y ¡continúa muy fuerte!
Espero que todos seamos como “La pequeña locomotora que sí pudo”. No era muy grande, sólo se había utilizado para cambiar los vagones, y nunca había pasado una montaña, pero estuvo dispuesta. Esa pequeña locomotora se enganchó al tren que había quedado detenido, subió hasta la cima de la montaña jadeando y la bajó dando resoplidos y diciendo: “Sabía que podía”. Cada uno de nosotros debe subir montañas que nunca ha escalado antes.
Hermanos, grande es nuestra obra y pesadas nuestras responsabilidades del sacerdocio. Espero y ruego que podamos seguir adelante con esta obra santa, humildemente, con oración y unidos bajo la guía del Espíritu del Señor y la dirección del presidente Gordon B. Hinckley, en el nombre de Jesucristo. Amén.