Presentación de la Presidencia General de la Primaria
Conferencia de BYU para mujeres 2021
Jueves 29 de abril de 2021
Presentación
Presidenta Camille N. Johnson: Queridas hermanas, ¡es algo glorioso estar con ustedes! Estamos encantadas de disfrutar del compañerismo y de la hermandad de esta Conferencia de BYU para mujeres y de conectarnos con ustedes.
Me complace presentarles a mis maravillosas y dedicadas consejeras y amigas, la hermana Susan Porter y la hermana Amy Wright. Me han hecho una serie de preguntas sobre cómo procedí para elegir a las consejeras, así que permítanme brindarles un vistazo de ese proceso, que fue una experiencia milagrosa y reveladora. Se me dijo que procurara la ayuda del Señor y aprendiera Su voluntad con respecto a quién debía servir. No recibí instrucciones ni mandatos adicionales. A mí me correspondía determinar a quién quería el Señor.
No conocía a Susan ni a Amy, pero rápidamente me percaté del nombre de ambas. Susan servía en el consejo asesor general de la Sociedad de Socorro y aprendí un poco sobre la esperanza que ella irradia en el pódcast Latter-day Saint Women [Mujeres Santos de los Últimos Días] donde participó. Amy servía en el consejo asesor general de las Mujeres Jóvenes y yo sabía que era una valiente sobreviviente del cáncer. Sabía muy poco más acerca de ellas, pero al recibir la impresión de que debían ser llamadas, busqué la confirmación por medio de la oración, del ayuno y más oración. Envié sus nombres para su consideración y mi impresión de que serviríamos juntas se confirmó cuando fueron aprobadas y llamadas.
En un acto de gran bondad, el élder Cook permitió que mi esposo y yo conociéramos a Susan y a Amy tan pronto como fueron llamadas. Hermanas, no fue un primer encuentro, ¡sino un reencuentro! De inmediato me inundó la sensación de que me estaba reuniendo ¡con amigas de toda la vida! De hecho, lo primero que les dije fue: “¡Es un placer verlas de nuevo!”.
Han sido varias semanas gloriosas el volver a familiarizarme con ellas. ¡Son magníficas! Son maravillosas, virtuosas, bellas, de buena reputación y dignas de alabanza y, ah, muy trabajadoras y dispuestas a hacer la voluntad del Señor. Tengo el privilegio de trabajar con ellas, aprender de ellas y escucharlas orar. ¡Las amo mucho!
Nosotras, como presidencia, estamos muy agradecidas por la oportunidad de volver a conectarnos con las maravillosas mujeres que lideran las organizaciones de la Sociedad de Socorro y de las Mujeres Jóvenes. Nos han rodeado con sus brazos amables y solidarios. Sabemos que comparten nuestra pasión por ver prosperar a los niños de la Primaria. Las niñas florecientes de la Primaria llegan a ser Mujeres Jóvenes valientes y nobles en su búsqueda de la exaltación, que maduran y se convierten en hermanas rectas y caritativas de la Sociedad de Socorro que enseñan, nutren y aman a los niños de la Primaria en un círculo eterno.
Hermanas, todas estamos conectadas. Compartimos nuestro testimonio colectivo de ese principio. Hagamos una prioridad el redescubrir nuestras conexiones. ¡Esas conexiones nos ayudan a pertenecer!
Hermana Susan H. Porter: Hemos descubierto esas conexiones entre nosotras:
La semana antes de ser sostenidas en la conferencia general, Amy sintió una conexión con mi difunto esposo, el élder Bruce Porter, a quien nunca había conocido. Ella actuó en base a una impresión y envió flores a mi casa en un esfuerzo por tenderme una mano y apoyarme, ya que él ya no estaba aquí. ¡Ese acto de bondad nos llevó a Amy y a mí a descubrir que ella y Bruce están emparentados! ¡Ambos son descendientes directos de William Bailey!
Hermana Amy Wright: La hermana Johnson y yo descubrimos que compartimos el singular privilegio de ser madres de varones. Cada una tenemos tres hijos, y su hijo menor y mi hijo mayor sirvieron en la Misión Italia Milán.
Presidenta Johnson: Susan y yo compartimos un legado alemán y ambas hemos vivido allí. Susan y el élder Porter vivieron en Alemania dos veces: una en Múnich debido a una oportunidad de trabajo con su joven familia y luego en Fráncfort por un llamamiento en la Iglesia. Pasé mis primeros dos años de vida en Bamberg, Alemania, ya que mi padre estaba apostado allí en el ejército de los EE. UU.
Queridas hermanas, ¡esperamos poder conectarnos con ustedes! Somos mujeres comunes y corrientes a las que se nos pidió comprometernos en una obra extraordinaria, ¡y estamos agradecidas de participar en esta gran obra con ustedes!
Jesucristo es suficiente
Hermana Wright: La semana antes del Día de San Valentín, recibí una llamada telefónica para invitarnos a mi esposo y a mí a reunirnos con el élder Quentin L. Cook. En ese momento, yo había estado sirviendo como integrante del consejo asesor general de las Mujeres Jóvenes. Cuando colgué el teléfono, se me ocurrió la idea: “Te van a relevar”. Me sorprendió descubrir que de inmediato sentí paz. Los últimos dos años y medio de servir con las hermanas Cordon, Craig y Craven, junto con las otras integrantes del consejo, habían sido una experiencia milagrosa y reveladora que atesoraba. Supongo que pensé que el Señor había dispuesto que alguien más tuviera ahora la oportunidad de experimentar esa sagrada hermandad e increíble trayectoria de crecimiento.
Al prepararnos para reunirnos con un apóstol del Señor, mi esposo y yo decidimos que iríamos ayunando. El viaje en auto hasta las Oficinas Generales de la Iglesia estuvo lleno de silencio. No estoy segura cuál es el protocolo de conversación cuando alguien se prepara para reunirse con un testigo especial de nuestro Salvador Jesucristo. Sin embargo, después de unos 15 minutos en silencio, decidimos escuchar el discurso del presidente Russell M. Nelson titulado: “Que Dios prevalezca”. Aproximadamente a la mitad de sus palabras, tuve una clara y definitiva impresión, casi como si alguien simplemente me hubiera dicho que el cielo era azul o que la tierra era redonda. La impresión fue esta: “Te van a llamar a prestar servicio como Segunda Consejera de la Presidencia General de la Primaria”.
Antes de que siquiera empezara a procesar esa información, casi de inmediato acudió a mi mente un modelo claro de pensamientos indeseables. “¡No eres suficiente! No eres lo suficientemente buena. No eres lo suficientemente inteligente. No tienes el talento suficiente. No eres lo suficientemente digna”. Toda clase de cosas negativas que uno se pudiera imaginar. Cerré los ojos y oré en silencio para que mi mente estuviera despejada y sintiera paz en el corazón. Creo que sería justo suponer que el consuelo y la paz que buscaba se presentarían en forma de validaciones, como “Eres suficiente. Eres lo suficientemente buena. Tienes el talento suficiente. Lograrás grandes cosas”. En vez de ello, me sorprendió un poco descubrir que la impresión que me vino a la mente fue la siguiente: “Tienes razón. No eres suficiente. Y nunca serás tu definición de suficiente, pero Jesucristo es suficiente. Él es más que suficiente, y todo va a estar bien”.
Esa experiencia fue para mí un tierno recordatorio de que esta gran obra “es [Su] obra y [Su] gloria”1, no la mía. Cristo es perfectamente capaz de hacer Su propia obra. Sin embargo, lo extraordinario es que Él comparte Su obra sagrada con nosotros para que podamos tener oportunidades de aprender y crecer.
Después de que se me extendió el llamamiento, el élder Cook condujo a mi esposo y a mí a la sala del consejo del Cuórum de los Doce, donde de inmediato vi a la hermana Porter con su sonrisa característica y su rostro radiante. Yo ya conocía y amaba a la hermana Porter. Hemos tenido el privilegio de servir juntas como parte del Consejo de líderes del Área Utah. Es una mujer de gran fe, ternura y capacidad. Sin embargo, como se mencionó, esta era la primera vez que me encontraba con la hermana Johnson. El milagro de esa experiencia es que, instantáneamente, un sentimiento de amor, apoyo y hermandad llenó todo mi ser de la cabeza a los pies. Fue como si me acabara de reunir con una amiga que había perdido hacía mucho tiempo, ¡y fue un reencuentro de gozo! ¡Cuánto la amo! Ella también es una mujer de increíble capacidad, que ama al Señor y sabe escuchar Su voz. ¡Y es algo glorioso de contemplar! Les testifico, porque el Espíritu me sigue testificando una y otra vez, que la hermana Johnson ha sido llamada por Dios para servir como Presidenta General de la Primaria en este momento con un propósito muy específico.
Me encanta 3 Nefi 12 donde Cristo llama a Sus doce discípulos y luego “pronuncia ante los nefitas un discurso semejante al Sermón del Monte”. Ahí está Él, introduciendo una nueva forma de vida, un nuevo reino, porque “Sus enseñanzas superan la ley de Moisés y tienen precedencia sobre ella”. En Su reino, somos bienaventurados si somos “pobres en espíritu”, si somos “los que lloran”, si somos “mansos”, si padecemos “hambre y sed”, si somos “perseguidos” o si otros “vituper[a]n” contra nosotros. Esas son cosas realmente difíciles y, sin embargo, en el versículo 12 se nos amonesta: “… tendréis gran gozo y os alegraréis en extremo, pues grande será vuestro galardón en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”.
Testifico que si soportamos bien nuestras pruebas y desafíos, no solo tendremos gran gozo en el cielo, sino que también podremos experimentar gran gozo ahora. Hay poder, propósito y potencial al esforzarse al máximo. O, como indicó recientemente mi hijo, que está sirviendo en una misión en África, “poco a poco me estoy sintiendo cómodo con sentirme incómodo”. La senda del discipulado es un camino de progreso y crecimiento. Es un sendero que no siempre es fácil y, sin embargo, es seguro. Dios quiere que nuestras decisiones en la vida sean tomadas intencionalmente. Él quiere que lo escojamos a Él deliberadamente.
Hermanas, nuestro Padre Celestial nos conoce personalmente y nos ama a la perfección. Y al buscar guía y dirección en nuestras vidas, Él nos hablará de manera que podamos entender. También testifico que no podemos medir nuestro valor con ninguna forma de medida terrenal, porque “el valor de las almas es grande a la vista de Dios”2. Nuestro valor proviene de nuestra identidad como hijas amadas de padres celestiales. Es parte de nuestro ADN espiritual. Nuestro valor también proviene de quién podemos llegar a ser por medio de nuestro Salvador Jesucristo.
De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
Lugares de seguridad
Hermana Porter: Mis queridas hermanas, las que están cerca y las que están lejos, me siento muy honrada de estar con ustedes hoy. Me encanta sentir la fuerza que se desprende cuando nos reunimos como hermanas en la gran familia de Dios. Y ruego que durante la conferencia todas recibamos inspiración personal de nuestro Padre Celestial para contestar las preguntas de nuestro corazón.
Estoy muy agradecida por el llamamiento de servir a los preciados hijos de nuestro Padre Celestial como consejera de la Presidencia General de la Primaria. Me siento honrada por la oportunidad de servir con la hermana Johnson y la hermana Wright, dos discípulas amorosas y devotas del Señor Jesucristo.
Hace dos meses, el primer viernes de febrero, encendí mi computadora en casa para unirme a un devocional transmitido a través de Zoom. El orador era el élder Walter F. González, de los Setenta. Habló sobre la invitación del presidente Russell M. Nelson durante la conferencia general de octubre de “hacer una lista de todo lo que el Señor ha prometido que hará por el Israel del convenio”3. El élder González invitó a los que escuchaban el devocional a compartir pasajes de las Escrituras que hubieran leído y las bendiciones prometidas que hubieran recibido como miembros del Israel del convenio.
Mientras varias personas compartían sus ideas, de pronto tuve el vívido recuerdo de una experiencia ocurrida en diciembre de 2016 cuando mi esposo y yo servíamos en Moscú. Bruce servía en la Presidencia del Área y nos regocijamos por la oportunidad de reunirnos con los miembros y los misioneros y aprender de ellos mientras viajábamos por el Área Europa Este.
Una mañana, Bruce se despertó y sintió que no podía respirar, así que viajamos al hospital para que le tomaran una radiografía del tórax. Se determinó que tenía pulmonía y necesitaría quedarse allí unos días para recibir antibióticos. Fui a casa esa noche para empacar algunas cosas que él necesitaría para su breve estadía. A la mañana siguiente, cuando llegué al hospital, el élder Taylor, nuestro asesor médico de Área, me detuvo en el vestíbulo. Acababa de enterarse de que la salud de Bruce había empeorado drásticamente durante la noche y que lo habían puesto en coma inducido.
En ese momento, todo cambió. Esa ya no era una hospitalización de rutina, sino una lucha por la vida de Bruce, a más de 8000 kilómetros (5000 millas) de distancia de la familia. Amigos y familiares ofrecieron apoyo y ayunaron y oraron por nosotros. Se iniciaron los preparativos para que regresáramos a los Estados Unidos donde pudiera recibir atención médica adicional.
Durante los siguientes 12 días me levantaba todas las mañanas suplicando la ayuda del Señor mientras manejaba hasta la estación de metro, viajaba durante 45 minutos y luego caminaba las cuadras restantes hasta el hospital. Me sentaba todo el día al lado de Bruce en la unidad de cuidados intensivos mientras él yacía perfectamente quieto, incapaz de hablar o moverse, rodeado de monitores de todo tipo. Todas las noches invertía mi viaje y llegaba a casa para recoger nuestras pertenencias en preparación para nuestro regreso a Utah.
Durante el devocional del 5 de febrero, el Señor trajo esa experiencia de manera clara a mi mente, recordándome que durante esos días fríos y oscuros nunca sentí miedo mientras viajaba en el metro, donde claramente me destacaba como extranjera. Recordé la paz y la calma que sentía cuando me sentaba junto a la cama de Bruce en el hospital, y luego, más tarde cada noche, al estar en casa me encontraba sola, pero no solitaria.
Al reflexionar en esos recuerdos, el Señor le habló a mi mente: “Lo hice por ti”.
Las lágrimas fluyeron y me sentí llena de gratitud por Su amoroso cuidado durante un momento de angustia.
En ese momento, el Señor me comunicó de manera tierna y amorosa que la paz y la seguridad que había sentido y la sensación de que no estaba sola no tenían nada que ver conmigo y sí con un amoroso Padre Celestial y Su Hijo que estaban a mi derecha y a mi izquierda, con Su Espíritu en mi corazón y ángeles que me sostenían4.
Esa impresión fue tan vívida que supe que había una razón por la que necesitaría ese recordatorio de Su poder en mi vida.
Nueve días después de esa impresión, me encontraba en la oficina del élder Quentin L. Cook cuando me extendió el llamamiento para servir como Primera Consejera de la Presidencia General de la Primaria. Me sentí pasmada ante el llamamiento. También me sentí llena de profunda gratitud hacia mi Padre Celestial por el conocimiento que me había dado de que había estado conmigo en el pasado y que podía confiar en Él en el futuro.
Desde ese día, he reflexionado en la clara impresión que recibí: “Lo hice por ti”. Hermanas, muchas de ustedes han tenido experiencias devastadoras cuando todo en su vida cambió en un instante. Algunas han tenido pruebas que han durado años. Cuando nos sobrevienen dolores y tragedias, caemos de rodillas y suplicamos ayuda. A veces, nuestras circunstancias no cambian. A veces es un desafío ver la mano del Señor en nuestras vidas. A veces somos conscientes de esa ayuda y otras simplemente seguimos adelante, sin darnos cuenta de que es por Su poder que tenemos la fuerza para seguir adelante.
Durante esos momentos, doy mi testimonio de que Dios, nuestro Padre Celestial, está con nosotros. Incluso cuando no podamos sentir Su presencia, Él está ahí.
Una de las grandes bendiciones que nuestro Salvador prometió al Israel del convenio es: “No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros”5. Ya sea que sintamos ese consuelo en ese momento o que solo reconozcamos Su ayuda más tarde, doy testimonio de que Él vendrá y nos dará consuelo y fortaleza en tiempos de necesidad.
Al reflexionar sobre el acto más grandioso de quitar cargas y llevar dolores, el sufrimiento de nuestro Salvador en el jardín de Getsemaní y en la cruz y el levantarse triunfante de la tumba, puedo escuchar Sus amorosas palabras dirigidas a mí: “Lo hice por ti”.
Hermanas, doy testimonio de que lo hizo por todas nosotras. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Practicar a perfección
Presidenta Johnson: Gracias, Susan y Amy. Les dije que son maravillosas.
Durante los últimos 30 años o más he estado practicando la abogacía. Creo que hay una razón por la que se refieren a ella como la práctica de la abogacía.
Nunca he tomado una declaración perfecta ni he realizado un interrogatorio perfecto; siempre había otra pregunta o una pregunta mejor que podría haber hecho.
Nunca he preparado un escrito perfecto porque, en retrospectiva, siempre hubo un punto que podría haber articulado con más claridad.
Y nunca presenté un argumento oral perfecto ante un juez o jueces. Casi siempre en medio de la noche después de la exposición, pensaba en algo realmente inteligente y convincente que podría haber dicho.
Pero creo que el servicio que brindé a mis clientes no solo fue satisfactorio, sino también de valor. Practicaba leyes con miras a cambiar, mejorar y perfeccionar. Mis esfuerzos, aunque imperfectos, fueron suficientes porque estaba practicando.
Una de mis mejores amigas del Libro de Mormón es Saríah. Siempre me complace leer sobre ella en 1 Nefi. Me identifico con ella; sus reacciones me son familiares. Saríah practicó la fe cuando dejó Jerusalén, su oro y plata, y no se llevó nada al desierto excepto a su familia y algunas provisiones necesarias. Luego, recordarán que, en el capítulo 3, Lehi tuvo un sueño en el que los hijos de Lehi y Saríah debían regresar a Jerusalén para recuperar las planchas de bronce de Labán.
Pero al llegar a 1 Nefi 5, los hijos de Saríah se habían ido desde hacía algún tiempo; no sabemos con certeza cuánto tiempo, pero sabemos que habían viajado de regreso a Jerusalén, regresado a casa para cargar todas sus cosas preciosas, y empleado varias estrategias para obtener las planchas de Labán, que no cooperaba. ¡Y Saríah estaba preocupada!
Saríah reaccionó de la manera que creo que yo lo habría hecho. Estaba preocupada por sus hijos, se lamentó por ellos, se quejó un poco, y en un momento le dijo algo a Lehi que probablemente más tarde lamentó: que era un hombre visionario.
Pero, hermanas, Saríah practicó un poco de fe. Escuchó las reconfortantes palabras que le dijo Lehi. Ella practicó la paciencia; practicó esperar en el Señor; practicó apoyar a su esposo. Y cuando sus hijos regresaron con las planchas de bronce, ¡su gozo fue completo! Y entonces supo “con certeza” que estaban en una misión del Señor. La fe que ella puso en práctica era tan intensa, de hecho, que estuvo dispuesta a subirse a un barco construido por sus hijos, que no eran constructores de barcos, para navegar hacia un destino desconocido, que resultó ser la tierra prometida.
Saríah estaba practicando; practicaba la fe en el Señor Jesucristo y la paciencia y la longanimidad. Practicaba la perfección.
Podemos ser perfectas en tareas específicas. Por ejemplo, podemos ser perfectas al leer el Libro de Mormón todos los días. Podemos pagar nuestro diezmo con perfección. O tocar una pieza musical con precisión, tocando cada nota, pero me pregunto si un músico que interpreta una pieza musical sin cometer un error todavía se pregunta si expresó la cantidad correcta de emoción. Para mí, es la diferencia entre la perfección mortal —tocar bien cada nota— y la perfección eterna —crear una canción celestial. Ese cántico celestial solo se puede tocar con el Salvador y gracias a Él.
El presidente Nelson nos ha enseñado: “… La perfección es inminente. llegará en su totalidad únicamente después de la resurrección y solo por medio del Señor; está en espera de todos los que le aman a Él y guardan Sus mandamientos”6.
En la última súplica que nos hizo, Moroni dijo: “… venid a Cristo, y perfeccionaos en él, y absteneos de toda impiedad […], y am[ad] a Dios con todo vuestro poder, mente y fuerza, entonces su gracia os es suficiente, para que por su gracia seáis perfectos en Cristo”7.
¿Recuerdan al hermano de Jared y a su pueblo, a quienes se les ordenó construir barcos de acuerdo con las instrucciones del Señor? Los barcos eran pequeños, ligeros en el agua y ajustados como un vaso.
Y en un acto de gran fe, esos jareditas subieron a los barcos que habían construido y “muchas veces fueron sepultados en […] [el] mar, a causa de las […] olas que rompían sobre ellos […]. Y […] el viento no dejó de soplar […] mientras estuvieron sobre las aguas”, hasta que después de 344 días llegaron a la tierra prometida8.
Pero recordarán que antes de que los jareditas subieran a los barcos hacia la tierra prometida, mientras viajaban por el desierto, “construyeron barcos, en los cuales atravesaron muchas aguas, y la mano del Señor los guiaba continuamente”9. Habían estado practicando construir barcos y practicando la fe en el Señor antes de que comenzara su viaje de 344 días. Por supuesto, el Señor podría haberlos guiado alrededor de esas masas de agua mientras viajaban por el desierto. ¡Pero no lo hizo! Les permitió practicar construir barcos y, lo que es más importante, les dio la oportunidad de practicar su fe en Él. Creo que su práctica los preparó para ese largo viaje a la tierra prometida. Hermanas, estamos practicando la perfección para regresar a nuestro hogar celestial. Y el Salvador, cuya gracia hace posible la perfección eterna, nos da oportunidades para practicar.
La perfección, mortal y eterna, es nuestro objetivo. La práctica hace al maestro con el Salvador. Él marca la diferencia. El presidente Russell M. Nelson nos ha aconsejado: “… hagamos todo lo que esté a nuestro alcance por tratar de mejorar cada día. Cuando surjan nuestras imperfecciones, continuemos corrigiéndolas; podemos ser más indulgentes con nuestros propios defectos, así como con los de las personas que amamos. Podemos recibir consuelo y ser tolerantes”10.
Hermanas, ¡sigamos practicando! Nuestro amado profeta nos ha recordado: “… el Señor se deleita con el esfuerzo, porque el esfuerzo brinda recompensas que no pueden recibirse sin él”11.
Testifico que el Señor las ama y desea que regresen a casa. La perfección es inminente en Él y con Él. En el nombre de Jesucristo. Amén.