Sean de buen ánimo: “Niños y Jóvenes” ya está aquí
Conferencia de BYU para mujeres 2021
Jueves 29 de abril de 2021
Introducción
Cuando Kalleen y yo servíamos en una misión en el sur de los Estados Unidos, nos hablaron de una familia de cinco personas que estaban de vacaciones en Florida y que decidieron alquilar bicicletas para pasar el día pedaleando por los Everglades. Pusieron al hijo más pequeño en una silla trasera en la bicicleta de la madre y luego salieron juntos a recorrer el parque. Mientras paseaban, el hijo de siete años hizo lo que los niños de esa edad suelen hacer: se adelantó con su bicicleta, dejando a su pobre familia atrás, que intentaba que todos se mantuvieran juntos sin perder de vista al niño.
Cuando la familia llegó a la cima de una colina, con el niño muy adelantado, lo vieron acelerar al descender por el camino, acercándose a un pequeño puente que atravesaba un arroyo. Horrorizados, vieron cómo el niño chocaba con un bache al llegar a la rampa de acceso al puente y perdía el control de la bicicleta, se estrellaba contra el pilar del puente y salía volando por encima del manillar y de la barandilla hasta caer en las aguas poco profundas. Sin embargo, la situación empeoró luego: el agua pareció hervir de repente y un caimán enorme que acechaba en las aguas turbias apareció violentamente y agarró al niño con la mandíbula, arrastrándolo sin esfuerzo bajo el agua.
El padre fue el primero en llegar al puente; saltó de su bicicleta sobre la barandilla del puente y se lanzó al agua turbia, donde luchó contra el caimán para que este subiera a la superficie y su hijo pudiera respirar. Sin embargo, no pudo abrir la mandíbula enorme de ese dinosaurio moderno, que con los dientes tiraba de ellos hacia el agua.
Pero, entonces, apareció en escena la madre. Bajó de la bicicleta con cuidado, para no herir al bebé que llevaba en la silla trasera, y dio órdenes a todos mientras saltaba la barandilla para lanzarse al agua.
Al caimán le había ido muy bien con el padre y el hijo, pero no tenía idea de a quién se enfrentaba cuando llegó la mamá. Ella comenzó a golpearlo con tanta ferocidad que, de repente, temiendo por su propia vida, el caimán abrió la trampa mortal que atrapaba al padre y al hijo, hizo un último golpe de morder a la madre y luego se retiró apresuradamente a las turbias profundidades. La familia se recompuso y todos regresaron a la orilla, listos, claramente, para cualquier desafío que el mundo les pudiera lanzar a partir de ese momento.
Todo esto quiere decir que no hay nada que una madre no haría para salvar a sus hijos, lo cual nos lleva a la Conferencia para mujeres, que a su vez nos conduce al programa Niños y Jóvenes.
En abril pasado, el hermano Ahmad Corbitt, el hermano Brad Wilcox y yo fuimos llamados a servir en la Presidencia General de los Hombres Jóvenes. Estábamos deseando ser testigos en primera fila del lanzamiento del nuevo programa Niños y Jóvenes.
Pero, de repente, todo se vino abajo: una pandemia mundial consumió el programa.
No obstante, se mantuvo nuestra sencilla asignación de cambiar la cultura de la Iglesia. Después de cien años de escultismo —cien años de madres conduciendo para llevar a sus hijos hasta los asesores de insignias de mérito, que a menudo eran otras madres; de madres que empujaban a sus hijos por la puerta de los campamentos; y de madres que guiaban de nuevo a cada participante por el camino hasta conseguir el rango Águila—, después de cien años seguíamos un camino distinto, juntos, a fin de preparar a nuestros jóvenes para un mundo diferente1.
Cuando nuestra presidencia se encargó de llamar a una mesa directiva general, que ahora se llama consejo asesor general, tuvimos la fuerte impresión de que, si realmente íbamos a tener éxito en cambiar la cultura de la Iglesia, íbamos a necesitar el entusiasmo pleno de las madres y las mujeres. Hasta que las mujeres de la Iglesia adoptaran Niños y Jóvenes con la misma ferocidad con la que habían aceptado programas anteriores en otras épocas, nuestros jóvenes nunca llegarían a beneficiarse, de verdad y de forma completa, de Niños y Jóvenes.
Cuando compartimos nuestra visión de contar con mujeres que deliberaran en consejo con nosotros, nuestras compañeras, las Oficiales Generales —las presidentas Cordon, Jones y Bingham—, acordaron prestarnos a algunas de sus miembros del consejo de vez en cuando para ayudarnos a evitar problemas.
Desde el principio, reunimos este superconsejo combinado y describimos nuestro dilema: el lanzamiento de Niños y Jóvenes acababa de contraer el COVID-19, lo cual nos condujo a una nueva realidad de liderazgo y de capacitación remotos. Se interrumpieron nuestros modelos normales de hermanamiento, servicio, enseñanza y capacitación. Les explicamos a las hermanas lo que ya habían detectado: que el programa Niños y Jóvenes aún no existía completamente en ninguna parte del mundo.
Lo peor de todo fue que percibimos que, entre algunos miembros —jóvenes, madres y padres—, prevalecía en ocasiones un sentimiento de ambivalencia con respecto al programa. Algunos padres se preguntaban si Niños y Jóvenes, en realidad, constituía la mejor forma de aprovechar el tiempo en comparación con otras alternativas, como dedicar más tiempo a las tareas escolares o los programas extracurriculares, o al tenis, a la música o al baile.
En este contexto, hicimos esta pregunta a aquellas “hermanas prestadas”: “¿Cómo debemos hablar con las mujeres sobre esto? ¿Cómo podemos persuadir a las madres a que apoyen el programa Niños y Jóvenes?”.
Sin pensarlo, la hermana Salote Tukuafu, del consejo asesor general de la Primaria, respondió: “No pueden”.
“¿No podemos qué?”.
“Persuadir a las madres”.
“Pero, ¿no tendremos que hacerlo? No vemos cómo podemos lograr que este programa tenga éxito sin ellas”.
Ella insistió en su respuesta: “Sí, pero no; todavía no lo pueden hacer. Las mujeres de la Iglesia ya están sobrecargadas, al límite y sin dormir lo suficiente. Si les llevan algo más para hacer, quizás los atiendan con amabilidad —o no—, pero no los escucharán”. Y luego dijo: “Somos nosotras las que tendremos que decírselo”.
“¿Ustedes?”.
“Sí, tendrán que escucharlo de nosotras, de otras madres. Este programa es inspirado y funcionará; hará que nuestros hijos se conviertan en líderes; desarrollará resiliencia en ellos y los conectará con hombres y mujeres de fe que serán modelos a seguir. Los ayudará a conocer al Salvador y, cuando todo eso suceda, esas madres comenzarán a decirles a otras madres que Niños y Jóvenes están llevando a sus hijos a Cristo, y eso es todo lo que necesitarán escuchar”2.
Nuestro propósito hoy es contarles por qué tenemos tanta fe en el programa Niños y Jóvenes, con la esperanza de que obtengan su propio testimonio del programa y luego lo compartan unas con otras.
En el transcurso del discurso, confiaré en las palabras de varias mujeres a quienes hemos llegado a amar y confiar; mujeres que, al igual que ustedes, han pasado incontables horas arrodilladas, a veces inclinadas sobre almohadas anegadas de lágrimas, suplicando la intervención del Padre Celestial en la vida de sus hijos e hijas, a quienes aman.
Primero, el programa Niños y Jóvenes es una poderosa herramienta para la Iglesia centrada en el hogar.
Tal vez les sorprenda saber que las líderes generales de las organizaciones de mujeres desempeñaron un papel central en la elaboración de la estructura del programa Niños y Jóvenes.
En mi opinión, es interesante que fuera en un campamento scout de los Hombres Jóvenes donde conocí a las presidentas Joy Jones, Bonnie Cordon y Jean Bingham, quienes en ese momento formaban la Presidencia General de la Primaria. Durante los tres años que trabajaron juntas en aquella presidencia, pasaron, creo, un total de seis semanas en la naturaleza, en Nuevo México, estudiando cómo funcionaba el programa para los jóvenes de la Iglesia.
Luego se les pidió que acudieran al cielo, a buscar inspiración mientras desempeñaban unas funciones cruciales en el diseño y el contenido del nuevo programa Niños y Jóvenes.
Y ayudaron a diseñar el programa para que fuera muy sencillo. Es un recurso para ayudar a las familias y a las personas a crecer en la fe. Abarca todas las actividades de la Iglesia, personificando el ideal de que todo lo que hacemos en la Iglesia constituye una misma obra.
Niños y Jóvenes se centra en tres áreas:
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Aprendizaje del Evangelio: esto no es sorprendente. Esto significa participar plenamente en la Escuela Dominical, en Ven, sígueme, en Seminario, etc.
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Servicio y actividades: a menudo son sesiones entre semana o los sábados, planificadas por los jóvenes, para ayudarse mutuamente a progresar a lo largo de la senda de los convenios. Las caminatas, las acampadas, las conferencias Para la Fortaleza de la Juventud y los campamentos y las conferencias locales se combinan para crear un programa muy dinámico.
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Desarrollo personal: el programa comienza con un menú lleno de ideas, pero los alentamos a determinar sus propias metas centradas en los intereses individuales de los jóvenes, para ayudarlos a prepararse para la vida en aspectos espirituales, intelectuales, físicos y sociales.
El programa proporciona asimismo emblemas de pertenencia. Estos emblemas significarán cosas distintas para los distintos jóvenes, pero “pertenecer” es importante para todos nosotros.
En este contexto, la presidenta Bingham enseñó a la Sociedad de Socorro que Niños y Jóvenes es un recurso indispensable para las familias a fin de desarrollar un crecimiento espiritual centrado en el hogar. Escuchémosla:
“Como vieron y oyeron en el video, las familias están encantadas con la oportunidad que este programa les ha brindado de estar más cerca unos de otros y edificar tanto los testimonios como los talentos de sus hijos. Los padres y el resto de los familiares son clave para el éxito de esta iniciativa. Ahora bien, cuando se piensa en ello, el papel más importante de los padres es ayudar a sus hijos a conectarse con el cielo, a desarrollar un sistema de valores basados en el Evangelio al cual aferrarse durante las dificultades de la vida”3.
El programa Niños y Jóvenes proporciona una estructura que las familias pueden utilizar a medida que se esfuerzan por lograr un desarrollo personal centrado en el hogar.
Joy Jones, quien fue Presidenta General de la Primaria, contó un relato encantador acerca del poder de Niños y Jóvenes cuando centra a las familias en la senda de los convenios. Vamos a escucharla:
“Élder Gong, ¿me permite compartir un relato sobre una niña? Tiene ocho años, se llama Nicole y vive en Filipinas. Ella no era miembro de la Iglesia, ni sus padres tampoco, pero su hermano mayor sí lo era. Toda su familia cambió cuando se fijaron la meta de leer el Libro de Mormón como parte del programa Niños y Jóvenes. Ahora todos son miembros de la Iglesia y planean ir al templo en un año”4.
La presidenta Bonnie Cordon, actual Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, habló de por qué es importante la participación en todo el programa Niños y Jóvenes:
“Las personas más felices son aquellas que participan social y espiritualmente de maneras que edifican de forma positiva a los demás al mismo tiempo que se edifican ellos mismos”5.
La hermana Sharon Eubank, Primera Consejera de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, resumió la importante conexión que hay entre las mujeres y Niños y Jóvenes cuando dijo:
“Cuando las mamás, las tías, las abuelas y las hermanas hablan, hablamos sobre esto: sobre cómo ayudar a las personas a las que amamos a sentir a Jesucristo. Todos nos estamos desarrollando a lo largo de la senda de diferentes maneras; nadie es exactamente igual. El programa Niños y Jóvenes reconoce esto y deja espacio para que el aprendizaje personal crezca hasta convertirse en un profundo amor por Jesucristo y Sus caminos”6.
Niños y Jóvenes es un programa diseñado para esta época singular.
El programa Niños y Jóvenes se creó porque sus hijos y sus jóvenes nacieron en este mundo, en esta época tan singular, para participar en una gran obra.
Hace más o menos un año, el presidente Nelson nos invitó a Kalleen y a mí a su oficina, donde me llamó a ser el Presidente General de los Hombres Jóvenes. Mientras la cabeza nos daba vueltas por este giro totalmente inesperado de los acontecimientos, el presidente Nelson se puso de pie y dijo: “Este es un momento muy importante para los jóvenes de la Iglesia porque es un momento importante para la Iglesia. Los jóvenes desempeñarán una función crucial en esta época maravillosa”. Y agregó: “¿Saben que he invitado a los jóvenes a formar parte del batallón del Señor?”.
“Sí, presidente Nelson, sé que lo ha hecho, y sé que ellos escuchan”.
“Bueno, es importante que lo hagan, porque se los necesita”.
Estoy parafraseando un poco aquí, pero luego continuó hablando con gran energía sobre el recogimiento que se está llevando a cabo, profetizado hace tanto tiempo, y la importante obra del Señor que deben llevar a cabo nuestros jóvenes. Habló con un sentido de urgencia y de gran inmediatez, indicando que fueron enviados específicamente para prepararse para el regreso del Salvador.
Lo que el presidente Nelson nos dijo ese día coincidió con lo que dijo en su discurso a los jóvenes en junio de 2018. En ambas ocasiones, habló con la voz de un vidente y dijo:
“Mis queridos jóvenes extraordinarios, ustedes fueron enviados a la tierra en este preciso momento, el momento más crucial en la historia del mundo, para ayudar a recoger Israel. No hay nada que esté ocurriendo en esta tierra ahora que sea más importante que eso […].
“Esta es la misión para la cual fueron enviados a la tierra”7.
El presidente Nelson escoge sus palabras con gran precisión. Cuando vuelvan a leer ese discurso, verán que él no los llamó al batallón de jóvenes del Señor, sino que los invitó; para ellos es una decisión. No dijo que fueran la generación más grandiosa, sino que tenían la capacidad de serlo; eso también es una decisión. Estas decisiones de unirse al recogimiento, si acaso, lo harán en el programa Niños y Jóvenes.
Este programa proporciona un lugar para que los hombres y las mujeres involucrados en la vida de nuestros hijos les enseñen y los preparen para las tareas de recoger y defender Sion.
Ahí es donde ustedes y yo entramos. Si los niños y los jóvenes de hoy nacieron realmente “para esta hora”8, entonces también nosotros, ustedes y yo, así como sus padres y líderes, nacimos para una época en la que se está criando a una generación capaz de cumplir las profecías realizadas durante milenios. “Con la capacidad”, como ha dicho el presidente Nelson —capacidad que confirman nuestros hombres y mujeres jóvenes cada vez que piensan en los temas que memorizan y recitan—, de preparar al mundo para el fin de los tiempos.
Esta generación tiene una capacidad insuperable para la tarea, pero no nació con el conocimiento y las habilidades necesarios para llevar a cabo la regeneración del mundo; deberán adquirirlos de nosotros y, en ocasiones, tendremos que adquirirlos juntos.
No habría habido hijos de Helamán sin madres que supieran con certeza y sin padres que se negaran a violar sus convenios, aun a costa de su vida. Esos líderes, puestos por la providencia en la vida de sus hijos, permitieron que aquellos dos mil y pico jóvenes marchasen decididamente a la vorágine de una sociedad quebrantada y dividida, y salvaran las libertades de su nación.
En nuestros días, ustedes y yo somos los que nacimos para prepararlos, vendarles las heridas y poner sus manos a trabajar en la causa de Sion.
El presidente Nelson continuó diciéndoles a los jóvenes de la Iglesia lo que nos dijo el año pasado en su oficina a Kalleen y a mí:
“Así que ahora invito a todas las jovencitas y a todos los jóvenes de 12 a 18 años de edad de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a que se alisten en el batallón de jóvenes del Señor para ayudar a recoger a Israel”9.
Ese no es el tipo de lenguaje que escuchamos todos los días. La mayoría de los hombres y las mujeres jóvenes apenas saben lo que es un batallón. Un batallón es un grupo de jóvenes convertidos en soldados que llegan a ser una organización muy capacitada y especializada en disciplinas específicas, las cuales les permitirán acudir al rescate cuando se los llame.
El presidente Nelson ha invitado a nuestros jóvenes a formar parte del batallón de jóvenes del Señor porque, tanto si eligen unirse al batallón como si no, ya están participando en una guerra. La guerra en los cielos no terminó allí; continúa aquí y ahora, y los jóvenes de la Iglesia necesitan las mismas defensas y armas que derrotaron al mal antes de que existiera el mundo. El libro de Apocalipsis describe esa armadura preterrenal y dice simplemente que vencieron “por medio de la sangre del Cordero y de la palabra de su testimonio”10.
Sus jóvenes necesitan que ustedes apoyen Niños y Jóvenes porque, en realidad, ellos los necesitan a ustedes.
En este mundo de oposición gigantesca y distracciones del tamaño de Goliat, todos nuestros hijos entran y salen de territorio enemigo, armados con las piedras y hondas que les hemos proporcionado. Por fortuna, si ustedes y yo armamos a nuestros jóvenes con el poder y la confianza de la rectitud, esas armas suelen penetrarnos también a nosotros. Nuestros jóvenes necesitan que sus madres y padres, amigos y vecinos, obispos, asesores, presidencias de cuórum y de clase, y cada uno de nosotros, infundan confianza espiritual y sabiduría del mundo en su causa. Estos son recursos que las mujeres de la Iglesia poseen en abundancia. Ustedes han visto ya muchas cosas y han hecho muchas cosas. Además, ustedes, por el momento en que nacieron y el puesto que ocupan en estas guarniciones, fueron llamadas a la obra.
Las relaciones de confianza con miembros fieles como ustedes pueden constituir el factor de fe más importante en la vida de un joven.
Una de las cosas más sorprendentes y útiles que aprendimos como nueva presidencia nos llegó por medio de un estudio, llevado a cabo durante varios años, sobre la longevidad en la Iglesia, en el cual se preguntó a los adultos activos qué hechos importantes sucedieron en su juventud que los ayudaron a identificarse como miembros activos de la Iglesia más allá de su edad juvenil.
“Los investigadores Santos de los Últimos Días concluyeron que el desarrollo de una identidad religiosa propia de los Santos de los Últimos Días depende en gran medida de la calidad de ciertas relaciones interpersonales. Los hombres jóvenes que tienen relaciones interpersonales sólidas y positivas con una familia, compañeros y líderes Santos de los Últimos Días activos, que los ayudan a desarrollar una relación con su Padre Celestial, tienen más probabilidades de mantenerse activos. Los elementos específicos del programa —como los cursos de estudio dominicales, el programa de actividades de los Hombres Jóvenes y Mi Deber a Dios— no surtirán mucho efecto si no van aunados a esas relaciones”11.
El núcleo de esta conclusión es sorprendente: los jóvenes que crecen y se identifican como miembros activos de la Iglesia —como miembros de la tripulación y no como turistas que simplemente están de paso— dicen a los investigadores que, aunque la calidad de las actividades e incluso las lecciones de la Escuela Dominical son muy importantes —y tengo aquí al Presidente General de la Escuela Dominical—, es más importante el establecimiento de relaciones positivas con líderes activos que los ayudaron a desarrollar una relación con el Salvador y con su Padre Celestial. De eso se trata, de esos segundos testigos y de la capacidad de nuestros jóvenes para encontrarlos.
Nadie ha dejado nunca la Iglesia porque no sabía hacer un nudo cuadrado, ni marcar un gol, ni tocar el clarinete, o porque no tenía un determinado llamamiento. A menudo, hay quienes se van porque no han encontrado a alguien que los guíe y pueda ayudarlos a encontrar al Salvador.
Por supuesto, es valioso desarrollar la excelencia en actividades seculares dignas, pero esas actividades por sí solas no serán suficientes para defenderlos y facultarlos cuando las preguntas del alma no reciban respuesta. Cuando surjan esos momentos, y ciertamente surgirán, entonces su necesidad más urgente será transmitir fe y poder a estas palabras: “Por medio del poder del sacerdocio y en el nombre de Jesucristo, te bendigo…”.
Entonces, ¿en qué lugar del mundo físico se crean mejor estas relaciones y estos vínculos humanos que se construyen para que perduren? No es de sorprender que sea en programas como Niños y Jóvenes. Incluso ahora, reprimidos por los efectos de las mascarillas y los confinamientos, se puede hacer mucho, y se hará más, para unir a nuestros jóvenes y a sus líderes al Salvador mediante experiencias en común. Empezando ya, y cada vez más a medida que la pandemia remite, las relaciones interpersonales se profundizan mejor en entornos de aventuras profundas y con sentido, en proyectos de servicio, colaborando hombro a hombro con los líderes, en Seminario, la Escuela Dominical y las clases de cuórum, donde llegarán a respetar y amar a sus líderes y hermanos santos, a quienes llegarán a conocer y que los habrán ayudado a liderar.
Es importante destacar que forjar estas relaciones cruciales no suele tener que ver con actividades de mucho éxito. Cuando tenía trece o catorce años, mi propio grupo de Hombres Jóvenes se sintió muy unido a nuestro líder en un campamento en la nieve en California. Llegamos a aquel lugar y, mientras dormíamos sobre la nieve que muchos de nosotros veíamos por primera vez, comenzó a caer aguanieve durante la noche, que entró en las tiendas y saturó los sacos de dormir y la ropa, dejándonos empapados hasta los huesos, mojados, congelados miserablemente y casi en estado de hipotermia. Después de construir una fogata patética en un banco de nieve con madera mojada que no derretía ni un copo de nieve, finalmente nos amontonamos juntos en la cabina de una camioneta, expuestos a corrientes de aire, y apenas pudimos escapar con vida mientras nos dirigíamos a casa, antes de que amaneciera por completo. Esa actividad fue un desastre, con una excepción: las cosas más importantes que podían haber ocurrido, sí sucedieron. Llegamos a saber que podíamos hacer cosas difíciles, incluso aquello, y que podíamos confiar los unos en los otros y también en nuestros líderes. Con el paso del tiempo, esos líderes nos ayudaron a lo largo de la senda de los convenios. Cuando dijeron que “las misiones importan”, las misiones llegaron a ser más importantes para nosotros, para mí.
Con el Espíritu del Señor de nuestro lado, esa confianza y esas relaciones interpersonales pueden ocurrir en cualquier lugar, cuando se da la combinación de circunstancias adecuada. Pueden forjarse en un instante, como en una conversación o en un acto de bondad pasajero, pero son como atrapar relámpagos en una botella: alguien tiene que estar allí en el momento exacto, y eso significa que tienen que estar allí muchas veces; de lo contrario, quizás se lo pierdan. A menudo, esas relaciones se forman mejor al aire libre, lejos de las distracciones de la tecnología y la civilización.
No permitan que nadie venda todavía el remolque de los scouts: el plan es que ahora ellos hagan más campamentos, no menos. Si, por algún motivo, se vendió el remolque, era hora de mejorar el vehículo de todos modos. Hagámoslo así, y empecemos a usarlo y gastarlo este mismo verano.
Esas conexiones de suma importancia pueden desarrollarse ahí, pero también lo hacen en lugares como el servicio y las actividades entre semana, en las que las relaciones se profundizan cuando hay confianza, al hacer cosas divertidas —y, en ocasiones, al hacer cosas sin sentido— y al prestar servicio y participar en la obra de salvación y exaltación. Los miércoles por la noche en la Iglesia, o por Zoom, son más que simples actividades. En ellas se establecen conexiones y relaciones interpersonales con obispos, líderes de cuórum, sus propios compañeros y otras personas que podrían llegar a tener más influencia espiritual sobre sus hijos, durante un tiempo, que incluso sus padres; esos mismos padres, como ustedes, que están dispuestos a lanzarse a las mandíbulas de caimanes para rescatarlos.
El apóstol Pedro describe nuestro mundo al presentar a Satanás como un león rugiente que vaga por la tierra buscando devorar a los seres humanos.
La parábola del sembrador habla de nuestro mundo moderno, en el cual, cuando se siembran semillas de espiritualidad, incluso en nuestros propios hijos, se reciben a veces en tierra seca y pedregosa y en caminos pisoteados. Es un mundo infestado de leones, pedregoso, espiritualmente árido, de caminos duros y pisoteados, al cual enviamos a nuestros hijos cada día y en el cual tendrán que comportarse como leones. El programa Niños y Jóvenes —si trabajan en él constantemente— les proporcionará agua y alimentos por medio de sus amigos y líderes; tal vez no todas las semanas, pero sí a menudo.
Niños y Jóvenes edifica la fe en Cristo al poner a los jóvenes y a los niños en el camino que Él mismo recorre.
Estamos descubriendo que el programa edifica la fe en Cristo, aunque tengamos que adaptarnos a las estrictas normas del COVID-19. Hace unas semanas, celebramos una reunión con un grupo de análisis informal en el norte de California. Les preguntamos a los presidentes de cuórum y a las presidentas de clase qué habían observado después de llevar a cabo reuniones semanales de presidencia. Una joven de catorce años conectó el micrófono incluso antes de que termináramos de hacer la pregunta y dijo: “Me siento más cerca del Salvador”.
“¿De qué manera?”.
“Porque, cuando empecé a pensar más a menudo en la manera de ayudar a mis amigos a acercarse más a Él, yo misma me acerqué también más a Él”.
Para navegar en esta época confusa, el mundo y el Reino de Dios necesitan líderes; líderes como esta joven de catorce años, quienes, al encontrar gozo en el servicio a Él, seguirán sirviendo toda la vida. Niños y Jóvenes es el programa de capacitación de líderes de la Iglesia.
Si no los convertimos en líderes ahora, ¿cómo saldrán al mundo? Como seguidores; y los seguidores irán detrás de cualquiera que se lance por un precipicio.
Niños y Jóvenes es un programa para nuestra época.
El élder Dieter F. Uchtdorf nos enseñó durante la Conferencia General de octubre de 2020 que “este virus no tomó por sorpresa a nuestro Padre Celestial”12. Esto quiere decir que no fue un accidente que se presentara el programa Niños y Jóvenes en un momento en el que nuestra mente se estaba preparando para un cambio importante durante los meses de confinamiento.
Con frecuencia, cuando se produce un gran cambio, parece que el Señor primero efectúa cosas extraordinarias para preparar a los miembros. La familia de Lehi languideció en el mar antes de llegar a un nuevo mundo. Antes de que los nefitas dejaran de vivir la ley de Moisés, hubo tres días de tinieblas. Antes de que Dios el Padre y Jesucristo se aparecieran al joven José Smith, este pensó que moriría envuelto en tinieblas. Antes de la migración al oeste, hubo el Campo de Sion. En su momento, a todos nos sorprendió el lanzamiento gradual de Niños y Jóvenes, pero al igual que un medicamento de liberación prolongada, esta dosificación lenta y terapéutica revelará, sin duda, un motivo y un propósito. El Señor está pensando en algo bueno, algo grande, algo asombroso.
Otra razón por la que nuestros jóvenes necesitan la constancia del programa Niños y Jóvenes es que, en este mundo de cambios vertiginosos, sufren una crisis de salud mental; y el Evangelio, cuando se aplica por medio de la disciplina que se adquiere con este programa, brinda apoyo para gozar de una salud emocional adecuada. Las actividades de desarrollo personal que fijan metas proporcionan equilibrio a una cultura juvenil que, manifiestamente, está desequilibrada. Los beneficios de fijar y lograr metas diversas —metas alcanzables, directas y apropiadas— les proporcionan un éxito enriquecedor, a medida que crecen “en sabiduría, y en estatura y en gracia para con Dios y los hombres”13.
Uno de nuestros expertos en salud mental, el Dr. Sheldon Martin, habló hace poco con nuestra presidencia sobre los jóvenes y la salud mental, y dijo:
“La mejor manera de ayudar a los jóvenes a mejorar su salud mental es involucrarlos en el programa Niños y Jóvenes, debido al énfasis constante en el crecimiento en aspectos diversos”.
Esta es una fórmula para gozar de una buena salud mental. Luego prosiguió:
“Los niños que entiendan las maravillas de la senda de los convenios no buscarán vías de escape. Por medio de la Primaria y de Niños y Jóvenes, los convenios y los objetivos estarán claros para ellos, sobre todo cuando la vida se vuelva confusa”14.
En un artículo programado para su publicación en la revista Liahona, el Dr. Martin declara en un titular osado: “[Niños y jóvenes] [es] un modelo para el crecimiento y para el bienestar mental y emocional”. Llega a la conclusión de que tiene sentido mejorar la salud mental para contribuir a mejorar la espiritualidad, pero que los estudios de investigación realizados demuestran que lo contrario también es cierto: mejorar la espiritualidad mejora la salud mental.
Conclusión
El programa Niños y Jóvenes aferra firmemente los pies de nuestros seres queridos y nuestros propios pies a la senda de los convenios; nos muestra cómo es la vida en la senda de los convenios y lo que se siente en ella, al hacernos merecedores de las bendiciones de los convenios por medio de promesas que se entienden y se guardan.
El programa Niños y Jóvenes llega en profundidad a los recursos del barrio para bendecir a los jóvenes. Las hermanas solteras y los hermanos solteros de la Iglesia han tenido una rica experiencia y vidas y trayectorias profesionales ejemplares. La nueva generación necesita que ustedes sirvan como sus guías a lo largo de la senda de los convenios. No subestimen la influencia motivadora que pueden ejercer en la vida de muchas personas que, a tientas, buscan modelos y mentores. En mi propia familia tenemos un tío favorito, que todavía está soltero, que realiza una labor asombrosa en toda nuestra familia como estabilizador y como una voz de fe y amor.
Un peligro muy real de no apoyar de forma completa y entusiasta a Niños y Jóvenes es el mensaje involuntario que enviaríamos a nuestros hijos de que la Iglesia es, simplemente, un bufé en el que podemos seleccionar y escoger las prácticas y los mandamientos que deseamos seguir y, de alguna manera, optar por no participar en el resto sin consecuencias
El élder Neal A. Maxwell habló al respecto cuando dijo:
“[L]o que en ustedes no es más que indiferencia hacia el cristianismo, en sus hijos puede convertirse en hostilidad, y ellos pueden llegar a odiar lo que ustedes no hayan sido capaces de defender”15.
Satanás trabaja tan arduamente con nosotros —con los padres y las personas que sirven de modelos de conducta— porque, cuando flaqueamos, él puede aplastar a nuestros hijos y desconcertar a nuestros jóvenes. Sin embargo, es bueno darse cuenta de que el Salvador no es solo un poco más poderoso que Satanás: Él es infinitamente más poderoso e infinitamente capaz de brindar protección, sanación y poder para encontrar gozo y compartirlo con los demás. Al igual que los hijos de Helamán, nuestros hijos e hijas acumularán heridas y lesiones al prestar servicio y al vivir. El hecho de que ellos afrontarán días difíciles hace que resulte aún más imperativo que aprendan de ustedes que “sus debilidades tomará él sobre sí […], a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo”16.
El programa Niños y Jóvenes presentará esta verdad a sus hijos e hijas, a la vez que se los presentará a Él.
Testifico que sus esfuerzos por adoptar el programa Niños y Jóvenes bendecirán su vida y la vida de sus hijos.
En el nombre de Jesucristo. Amén.