El destino divino de Sus hijas
Conferencia de BYU para mujeres 2021
Viernes 30 de abril de 2021
Hermana Melanie Rasband: Es un honor que me hayan pedido que presente a mi esposo, el élder Ronald A. Rasband, miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Sin embargo, debo agregar que originalmente no me casé con un Apóstol. Me casé con un joven que regresaba de servir una misión para el Señor. Tuve un maravilloso testimonio por medio de la oración de que este hombre que amaba era el indicado para mí. Sabía que él honraría sus convenios, que sería fiel al Señor y a mí, y que proveería y ayudaría a criar a nuestra familia en el Evangelio. Con el tiempo tendríamos cinco hijos maravillosos, cada uno de los cuales se casó con un cónyuge magnífico; 28 nietos; y nuestra primera bisnieta, a la que también se referirá el élder Rasband. Sin embargo, cuando comenzamos nuestro trayecto juntos, no sabía en quién se convertiría.
Nos sellamos en el Templo de Salt Lake. Llevamos 47 años de casados, en septiembre cumpliremos 48. Cuando me propuso matrimonio le dije: “Bueno, eso significa que me casaré antes de poder ir a una misión, así que más vale que vivas dignamente para llevarme algún día”. Y así lo hizo.
Después de una exitosa carrera de 21 años trabajando con Jon M. Huntsman, padre, fue llamado a ser presidente de la Misión Nueva York Nueva York Norte en 1996. Al abrir su carta de asignación, le dijo a la familia: “Me han llamado a casa”, porque estaría sirviendo en gran parte de la misma región donde había servido como joven misionero.
Por tanto, dedicado principalmente al Señor, dejó su puesto de presidente de Huntsman Chemical Corporation y nos trasladamos a Nueva York. Fue la primera de muchas mudanzas que hemos realizado. Ocho meses después de que regresáramos a nuestra casa en Sandy, Utah, fue llamado a servir en el Cuórum de los Setenta, en el año 2000. Luego de la breve asignación en Solihull, Inglaterra, nos reasignaron a Fráncfort, Alemania, durante tres años mientras él formaba parte de una Presidencia de Área que supervisaba muchos países europeos.
Ha prestado servicio en diversas responsabilidades como Setenta, entre ellas como director ejecutivo del Departamento de Templos bajo la dirección del presidente Hinckley, antes de convertirse en uno de los siete Presidentes de los Setenta y luego en el Presidente Mayor de los Setenta. Luego fue llamado por el presidente Monson como Apóstol y miembro del Cuórum de los Doce en octubre de 2015 y, entre otras cosas, se le dio la responsabilidad de supervisar las Áreas de Utah y servir como presidente del Comité de Comunicaciones de la Iglesia.
Su agenda está bastante ocupada.
Estoy emocionada de que hoy les enseñe sobre el maravilloso tema de “Soy un hijo de Dios; Sus promesas se cumplirán”. Es un principio sencillo, pero primordial del Evangelio que, si se reconoce y aprecia plenamente, puede proporcionarnos gran poder y fortaleza para ser todo lo que podamos ser y hacer nuestra parte en estos últimos días con la guía del Espíritu Santo.
Añado mi testimonio al de mi esposo de que tenemos la bendición de ser dirigidos por un profeta viviente de Dios, quien posee todas las llaves del sacerdocio y recibe revelación para bendecirnos y guiarnos en estos, nuestros días. Amamos al presidente Russell M. Nelson y a su querida compañera y esposa, Wendy.
Sé que el Libro de Mormón es verdadero, una guía divina para estudiar y conducirnos por la senda de los convenios. Doy mi testimonio de que esta es la verdadera Iglesia de Jesucristo, que Él es nuestro Redentor, que era, que es y que ha de venir. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
Élder Ronald A. Rasband: Amén. Gracias, querida Melanie, por esa dulce y tierna presentación. Todos los días soy bendecido por su testimonio del Evangelio y el testimonio que da a nuestros hijos, nietos y ahora una bisnieta de que Jesús es el Cristo.
Agradezco esta asignación de tomar la palabra en la Conferencia de BYU para mujeres. Es la primera vez que me dirijo a esta congregación y considero un honor y privilegio estar en su compañía en todo el mundo. Agradezco el apoyo del presidente Kevin Worthen y de su esposa, Peggy, que están aquí con nosotros hoy, y en nombre de todos nosotros doy la bienvenida a la nueva presidenta de la Conferencia de BYU para mujeres, Rosemary Thackeray. Al estar sentado con ella hoy, sé que ella y su comité están entusiasmados, ¡porque ahora les queda solamente el último discursante!
Toda mi vida he estado rodeado de grandes mujeres: mi madre, mi esposa, cuatro hermosas hijas, una nuera, once nietas y una bisnieta. Algunas de ellas están hoy con nosotros y les agradezco su apoyo. Para ser justo, tenemos un hijo y diecisiete nietos, uno de los cuales vive en el cielo.
En esta conferencia han estado adquiriendo nuevas perspectivas sobre las preciadas verdades: “Soy un hijo de Dios; Sus promesas se cumplirán”. Durante años han cantado esas palabras: “Soy un hijo de Dios”1. Las han pronunciado en sus hogares y en la Iglesia, en la Primaria, las Mujeres Jóvenes y la Sociedad de Socorro.
Pero ¿lo creen?
La doctrina de la divinidad en nuestro interior es clara. Si, como dice el Primer Artículo de Fe: “Creemos en Dios el Eterno Padre”2, se deduce que somos Sus hijos. En La Familia: Una Proclamación para el Mundo leemos: “Cada uno [de nosotros] es un amado hijo o hija procreado como espíritu por padres celestiales y, como tal, cada uno tiene una naturaleza y un destino divinos”3. Cuando oramos, según las instrucciones del Salvador, usamos estas palabras sagradas: “… Padre nuestro que estás en los cielos…”4. Las Escrituras enseñan sobre la vida eterna y la exaltación en Su gloriosa presencia, y José Smith testificó que Dios el Padre se le apareció en la arboleda y lo llamó por su nombre, y luego presentó a Su Hijo Amado, Jesucristo5.
Esas verdades son las que más nos distinguen en todo el mundo, actual y pasado. El saber que tenemos un Padre Celestial y que Jesucristo es Su Hijo Unigénito significa que estamos mirando más allá en la senda de los convenios que tan solo el punto donde nos encontramos hoy. Significa que apreciamos que somos herederos de todo lo que el Padre tiene; innumerables reinos son Su reino y pueden ser nuestros. El Salvador ha prometido: “Y si eres fiel hasta el fin, recibirás una corona de inmortalidad, así como la vida eterna en las mansiones que he preparado en la casa de mi Padre”6.
Mis preguntas para ustedes, hermanas, son:
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¿Confían en el Señor y en sus promesas con todo su corazón?
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¿Creen que ustedes, hijas de Dios, tienen una obra que hacer en la tierra como parte del plan eterno?
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¿Consideran fielmente sagrados sus convenios con Él sin importar los desafíos o torbellinos que enfrenten?
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¿Su fe en Jesucristo y el poder de Su expiación les ayudan a permanecer firmes e inamovibles en la senda de los convenios, y sus promesas de paz, fuerza y valor las sostienen y bendicen en tiempos difíciles?
Esas preguntas tienen respuestas que se basan en su testimonio personal de Dios el Padre y de Jesucristo.
Estoy aquí hoy en gran parte debido a los testimonios de mi querida y dulce Melanie y de mi angelical madre, Verda. Permítanme decirles que no fue fácil criar a Ronnie Rasband. En más de una ocasión, mis maestros de la Primaria detuvieron a mi madre, que era la presidenta de la Primaria de estaca, con cuentos de lo que Ronnie estaba haciendo. Yo siempre andaba haciendo algo y tenía mucha energía; en otras palabras, sé que era un niño difícil.
Mi hermana Nancy, que está mirando esta transmisión desde California, cuenta la historia de cuando yo tenía siete u ocho años. ¡Digamos siete porque eso sería antes de mi edad de responsabilidad! Un día, quería llamar la atención de mi madre, quien estaba ocupada en la sala de estar con un posible cliente. Mi madre hacía muñecas de porcelana preciosas y primorosas. Tenía un horno en el sótano de nuestra modesta y pequeña casa y enseñaba a otras personas sus habilidades. Ese día, ella estaba exhibiendo las muñecas sobre una mesa para que su invitado las viera. Después de mis repetidas demandas de atención y sintiéndome frustrado, créanlo o no, tumbé la mesa. Las muñecas cayeron al suelo y se hicieron añicos. Mi madre se puso justificadamente furiosa y fue firme conmigo. Tenía una buena razón, y debo admitir que no fue uno de mis mejores momentos.
Mi papá era conductor de un camión de pan. Todos los días se levantaba alrededor de las cuatro de la mañana y regresaba como a las seis de la tarde. Trabajaba largas horas y yo seguí su ejemplo. Mi madre estaba en casa, aportando como podía a los ingresos de la familia, haciendo esas muñecas de porcelana y criando al pequeño Ronnie. Ella me enseñó a trabajar, a no abandonar una tarea hasta terminarla. Yo trabajé en casa hasta que tuve la edad suficiente para conseguir trabajo y esa capacitación marcó toda la diferencia para mí al comenzar a abrirme camino en el mundo.
Mi madre servía en puestos de liderazgo en la Iglesia tanto a nivel de estaca como de barrio. Ella me enseñó a amar las Escrituras y a recurrir a ellas y al Señor en busca de respuestas. Una y otra vez ella compartió su testimonio conmigo. Su ética de trabajo era extraordinaria, pero los convenios que había hecho con su Padre Celestial eran la fuente de su fortaleza, y ella esperaba lo mismo de mí y de mis hermanos y mi hermana.
Un día, cuando tenía la edad suficiente como para meterme en problemas, tuvimos una conversación franca. Ella me pidió que le prometiera que siempre obedecería la Palabra de Sabiduría. Le prometí que lo haría y decidí que nunca la defraudaría. Esa promesa permaneció conmigo, aflorando en mi mente cuando había cosas frente a mí que podrían haberme desviado del camino. He tratado de no desviarme nunca de esa promesa porque le había dado mi palabra a mi madre.
Cuando me llamaron para presidir la Misión Nueva York Nueva York Norte, el presidente James E. Faust, el presidente de estaca de mi niñez invitó a la hermana Rasband y a mí a su oficina para extender el llamamiento y decirnos el lugar de nuestra asignación. Incluso entonces, me llamaba con cariño “¡su chico de Cottonwood!”.
Cuando concluimos, dijo: “Ronnie, ¡llamemos a tu madre, Verda, y contémosle las buenas noticias!”. Él había servido como presidente de la Estaca Cottonwood en el momento de las asignaciones de ella en la presidencia y sabía que su influencia me había ayudado a ser capaz y digno de mi servicio misional. Ella había seguido el sabio consejo que él le dio: “… Sin duda no hay obra más importante en este mundo que la de preparar a nuestros hijos para aprender el temor a Dios, ser felices, honrados y productivos”7.
Como dije, estoy aquí hoy gracias a una madre recta que me enseñó el camino de regreso a casa con mi Padre Celestial. Creo que, por designio divino, eso formó parte de su propósito en la vida terrenal. Mi Padre Celestial me envió a Verda y a Rulon Rasband, habiendo estado divorciados y habiendo pasado años como padres solteros antes de entrar en un maravilloso segundo matrimonio. Nací en el convenio que hicieron en el altar del templo. Debido a ese compromiso sagrado, estoy sellado a ellos por esta vida y por la eternidad. Nuestra conexión familiar continúa con los convenios que mi esposa y yo hemos hecho en el templo, al igual que nuestros hijos.
Y eso no termina ahí. Mis antepasados, como muchos de los de ustedes, guardaron sus convenios del templo. Y para muchas de ustedes que son solteras, como lo fueron mis propios padres, están siendo santificadas por su servicio en la casa del Señor.
El presidente M. Russell Ballard, Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, ha descrito la forma en que deliberamos juntos como Cuórum: “… con espíritu de oración y con el anhelo de discernir cómo podemos ayudar a todos los que se sienten solos o sienten que no pertenecen”8.
Creemos que, si procuramos ser recomendados al Señor y hacemos convenios sagrados en el templo, recibiremos esas bendiciones eternas de pertenecer al Señor por convenio. En mi humilde opinión, no hay nada mejor que eso.
Todos son iguales ante el Señor. Él ve el justo deseo de ustedes de seguir avanzando en la senda de los convenios, ya que sin duda afrontan vientos de frente, quizás incluso la mayor parte del tiempo. Él ve su corazón puro, sin importar la cultura, el color, los talentos, la edad o la nacionalidad. Él las ve como quienes son en realidad: hijas de Dios y él las llama, una a una: “Venid a mí”9.
El presidente Ballard ha dicho: “… Debemos entender que la vida eterna no se trata simplemente del estado civil actual, sino del discipulado y de ser ‘valientes en el testimonio de Jesús’ [Doctrina y Convenios 76:79; véase también Doctrina y Convenios 121:29]. La esperanza de todas las personas solteras es la misma que la de todos los miembros de la Iglesia restaurada del Señor: obtener la gracia de Cristo mediante la ‘obediencia a las leyes y ordenanzas del Evangelio’ [Artículos de Fe 1:3]”10.
Con las sagradas ordenanzas del templo nos acercamos más al “poder de la divinidad”11 y entonces, como dice Isaías, “levantar[emos] las alas como águilas; correr[emos] y no [nos] cansar[emos]; caminar[emos] y no [nos] fatigar[emos]”12.
Las promesas eternas se cumplen incluso en momentos en que los desafíos y la furia se arremolinan a nuestro alrededor, especialmente cuando nos sentimos solos.
Consideren las condiciones desesperantes de José Smith en la cárcel de Liberty cuando le suplicó a su Padre Celestial en humilde oración y recibió esta revelación:
“[S]i eres arrojado al abismo […]; si las bravas olas conspiran contra ti; si el viento huracanado se hace tu enemigo; si los cielos se ennegrecen y todos los elementos se combinan para obstruir la vía; y sobre todo, si las puertas mismas del infierno se abren de par en par para tragarte, entiende, hijo mío [e hija mía], que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”13.
El Señor no solo le hablaba a José en ese pasaje, sino que se dirigía a todos nosotros. ¿No han sentido ustedes las “bravas olas” de alguna manera? ¿El “viento huracanado” y “los cielos […] ennegrec[idos]”? Con la esperanza de recibir alivio, José se volvió al Señor, quien le enseñó: “… estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien”14.
El Señor atemperó los desafíos de José diciendo: “El Hijo del Hombre ha descendido debajo de todo ello. ¿Eres tú mayor que él?”15.
El Salvador estaba enseñando que Él había tomado sobre Sí todos los dolores, pecados, días pésimos y adversidades paralizantes que habían afligido a José y atormentado a los hijos de Dios desde el principio de los tiempos. El Salvador había experimentado exactamente lo que José estaba sintiendo y, en nuestras circunstancias, lo que nosotros sentimos. Y luego, con estas poderosas palabras en ese mensaje de las Escrituras, Él estableció el rumbo para todos nosotros:
“Por tanto, persevera en tu camino […]; no temas […] lo que pueda hacer el hombre, porque Dios estará contigo para siempre jamás”16.
“Persevera en tu camino”, el camino de Jesucristo, porque Él es el Gran Ejemplo. “Persevera en” las promesas que has recibido y las promesas y convenios que has hecho. “Persevera en” la senda de los convenios; es el camino menos transitado, pero es el camino al hogar con nuestro Padre Celestial.
En los últimos días de su vida, cuando se avecinaba el tumulto, José, Hyrum y otros comenzaron su trayecto a Carthage. José sabía lo que le esperaba. Le dijo a su amada Emma mientras le daba un beso de despedida a cada miembro de su familia: “… me siento tan sereno como una mañana veraniega”17. Sereno porque sabía que las promesas de Su Padre se cumplirían. “… Dios estará contigo para siempre jamás”18.
La súplica de nuestros corazones debe ser la misma:
“Guíenme, enséñenme la senda a seguir”19. Ayúdenme a “persevera[r]”20.
En el Libro de Mormón, leemos acerca de una de esas experiencias. Ammón da un relato de su viaje por la tierra de Nefi con sus hermanos y describe “sus padecimientos en la tierra, sus congojas y sus aflicciones, su incomprensible gozo”21, a causa de “las promesas del Señor” de “un estado de felicidad perpetua”22. Habían resistido cuando los tiempos eran difíciles y habían sido bendecidos en sus pruebas con gran gozo. Así como fue para ellos, también puede serlo para nosotros, y lo es.
En nuestra vida preterrenal, celebramos la oportunidad de ser parte del gran plan de felicidad de nuestro Padre. En esos días en que el adversario se cuela en nuestros corazones con dudas, temor, frustración y contención, es posible que momentáneamente nos preguntemos acerca de esa decisión. Él espera que sus “dardos encendidos”23 nos alejen y nos tienten a estar bajo su dominio. En la guerra en el cielo, la meta de Satanás era persuadirnos a que hiciéramos mal uso de nuestro albedrío para seguirlo a él en lugar de a nuestro Padre Celestial y Jesucristo. Él todavía lo intenta, con la esperanza de distraernos para simplemente pasar el rato, hacer poco o nada, y ciertamente no preocuparse por estar en la “obra del Señor”24. Nos promete su gloria, pero déjenme decirles que su gloria no es nada. Él es miserable y quiere que seamos iguales que él. No puede prometer mundos innumerables porque no tiene ninguno. No puede prometer un cuerpo perfecto y resucitado porque él no tiene uno. No puede prometer que las familias serán eternas porque renunció a su lugar con nuestro Padre Celestial. No puede prometernos descanso ni paz porque tampoco los tiene. Cuando suene la trompeta para señalar el regreso del Señor, “Satanás será atado, para que no tenga cabida en el corazón de los hijos de los hombres”25. Recuerden las palabras del Señor: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos”26.
Ser fieles a nuestros convenios y promesas es el mensaje de la parábola de Cristo de las diez vírgenes. Tiene que ver con la luz. El Señor ha dicho: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”27.
Las vírgenes llevaban luz. Ustedes recuerdan la historia: cinco eran prudentes y cinco, insensatas. Tomaron sus lámparas, su luz y salieron al encuentro del esposo.
Las diez vírgenes representan a los miembros de la Iglesia y el novio representa a Jesucristo. El Señor explicó en las Escrituras de los últimos días que las vírgenes prudentes son aquellos que “han recibido la verdad, y han tomado al Santo Espíritu por guía, y no han sido engañados”28.
En Mateo leemos:
“Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite;
“mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas”29.
Aparecieron las cinco insensatas, pero sin un elemento importante para proporcionar luz. No tenían aceite para encender sus lámparas. El aceite provenía de olivas remojadas libres de impurezas y trituradas a fin de recolectarlo en recipientes. Era mucho trabajo conseguir el aceite.
Continuamos en Mateo:
“Y tardándose el novio, cabecearon todas y se durmieron.
“Y a la medianoche [más tarde de lo que esperaban] se oyó un clamor: He aquí el novio viene; salid a recibirle.
“Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas [esto es, encendieron las lámparas].
“Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan.
“Pero las prudentes respondieron, diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden y comprad para vosotras mismas”30.
Lo primero que se les ocurriría sería: “¿Por qué no compartieron las hermanas prudentes?”. “¿Y qué acerca de ‘la caridad nunca deja de ser’?”. “¿No ministraban para ayudar a sus hermanas necesitadas?”. “¿Eran desalmadas y tacañas?”.
No. El aceite representaba más de lo que venía en un frasco. Eran prudentes porque habían estado recolectando aceite en el lagar de la vida, esforzándose por vivir siempre fieles a sus convenios con el Señor. Su aceite, y el nuestro, se describe mejor como el amor por Dios el Padre y Su Hijo, Jesucristo, como un deseo de vivir con integridad, cumpliendo nuestras promesas. El aceite proviene de la adoración en el templo, de la conexión con las familias pasadas y presentes y la gratitud por ellas, de participar de los convenios con el Señor y honrarlos, del entendimiento doctrinal obtenido al estudiar las palabras del Señor en las Escrituras y de los profetas vivientes, del pago del diezmo, el cumplimiento de llamamientos, misericordia, arrepentimiento y recurrir a la expiación de Jesucristo en esos momentos en que se pone a prueba la fe, la esperanza, la resiliencia y el testimonio.
En el relato, las insensatas se fueron al mercado; pero el aceite del testimonio no está a la venta. No habían “tomado al Santo Espíritu por guía”31 y sus vasijas permanecían vacías.
Volvamos al relato de Mateo:
“Y mientras ellas iban a comprar, vino el novio; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.
“Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, Señor, ábrenos!
“Mas respondiendo él, dijo: De cierto os digo que no os conozco”32.
La Traducción de José Smith es aún más explícita. En vez de decir: “No os conozco”, la revelación dice: “De cierto os digo, que no me conocéis”33.
“No me conocéis” es una asombrosa reprimenda. Las cinco que eran insensatas no habían llenado sus vasos internos, sus almas mismas, con un conocimiento de Jesucristo como el Hijo de Dios, el Santo de Israel, el Buen Pastor, el Cordero de Dios, el Mesías y Redentor, y el Unigénito del Padre. Llegamos a conocer a nuestro Padre al seguir el ejemplo del Salvador, quien declaró: “… vine al mundo a cumplir la voluntad de mi Padre, porque mi Padre me envió”34. Así que hemos venido al mundo con el mismo propósito.
Jesucristo ha prometido: “… seré vuestra luz en el desierto; y prepararé el camino delante de vosotros, si es que guardáis mis mandamientos”35. ¿Lo seguimos cuando en medio de los vientos huracanados de la adversidad, la contención y la desilusión Él dice: “Quedaos tranquilos, y sabed que yo soy Dios”36?
Al final de Su ministerio, Jesucristo expió todos los pecados de los hijos de Dios. Su expiación incluyó Su sufrimiento en el jardín y en la cruz, el derramamiento de Su sangre, Su muerte y Su resurrección del sepulcro37. Había tomado sobre Sí los momentos más duros de todos los mortales. No puedo siquiera comprenderlo, pero lo creo con todo mi corazón porque he sentido Su empatía cuando he tenido dificultades, y he sentido Su amor cuando necesitaba tales consuelos. Y, queridas hermanas, ustedes también. ¿Habría sufrido así voluntariamente, con sangre que le emanaba de cada poro, si cada uno de nosotros no fuera hijo de Dios?
Se le maltrató cruelmente, fue sometido al tormento de los incrédulos, humillado, sentenciado injustamente y crucificado en una cruz con ladrones a cada lado, y luego enterrado en un sepulcro prestado. ¿Cómo respondió Él? Con esta súplica a Su Padre: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”38.
Nunca dijo con jactancia y arrogancia: “Yo me encargo”. Humildemente se entregó a Su Padre, diciendo: “… hágase tu voluntad, y sea tuya la gloria para siempre”39. No se puede exagerar la magnitud de los últimos días de nuestro Redentor. El plan del Padre para todos Sus hijos se cumplió según lo prometido.
Habiendo resucitado, el Salvador se apareció a María y con ternura pronunció su nombre. Se mostró a Sus apóstoles como el Señor resucitado. Sanó a los enfermos y oró por la gente, sus pequeños en particular, como se describe en el Libro de Mormón.
Hoy se sienta “a la diestra del Padre”40 y es nuestro “intercesor ante el Padre”41. Él ha prometido: “… vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis”42. Esa promesa es segura si somos fieles. Los términos son fijos: “… cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa”43.
Al bautizarnos, hicimos convenio de servir al Señor y de guardar Sus mandamientos. Nos comprometimos a venir al redil de Dios y ser llamados Su pueblo, llevar las cargas los unos de los otros, llorar con los que lloran, consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar44. Renovamos nuestros convenios bautismales cada semana cuando participamos de la Santa Cena.
¿Reconocemos que podemos tener gozo y ser obedientes al mismo tiempo? Porque el Señor ha dicho: “… eleva tu corazón y regocíjate, y adhiérete a los convenios que has hecho”45. ¿Buscamos esa “corona de justicia”46 que se nos ha prometido si guardamos los mandamientos con integridad? ¿Ministramos con corazones llenos de amor por el Señor y Su obra y amor por Sus hijos, o simplemente “lo hacemos”, descartando la santidad del llamamiento de ser “un instrumento en las manos de Dios”47? ¿Nos acercamos a aquellos que tal vez no sean de nuestra fe, pero cuyas experiencias exigen que alguien los ame y los levante? ¿Renovamos nuestras recomendaciones reconociendo el privilegio de ser recomendados al Señor? ¿Estudiamos los mensajes de los profetas de los últimos días y procuramos poner en práctica el consejo a nuestra vida, o simplemente anotamos “buen discurso” y seguimos adelante? ¿Nos unimos a actividades, consejos o eventos locales en nuestras comunidades, reconociendo que con nuestra participación el Señor bendecirá a otros con Su Espíritu?
En el Libro de Mormón se habla de “interminable felicidad” para “aquellos que guardan los mandamientos de Dios”48. Recuerden que el primero y grande mandamiento dice:
“… Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente”49.
“Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”50.
Además, Jesús enseñó: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros”51.
Estas son palabras del presidente Ezra Taft Benson: “Habéis nacido en estos tiempos para un propósito sagrado y glorioso […]. Su nacimiento en esta época en particular se preordenó en las eternidades”52.
Ester, en el Antiguo Testamento, es un ejemplo de estar en armonía con lo que se esperaba de ella. Tenía un semblante hermoso y el rey la eligió para que fuera su reina. Él no sabía que ella era judía. Cuando su malvado ministro principal convenció al rey de que firmara un decreto por el que todos los judíos fueran ejecutados, el padre adoptivo de Ester le pidió que fuera ante el rey y suplicara por su pueblo. “… ¿Y quién sabe si para esta hora tú has llegado al reino?”53, dijo él. Ella se presentó con una súplica al rey y salvó valientemente a su pueblo.
El presidente Russell M. Nelson ha emitido un llamado a todas las mujeres de la Iglesia “para esta hora”. Él ha dicho: “Los ataques contra la Iglesia, su doctrina y nuestra manera de vivir van a aumentar. Debido a ello, necesitamos mujeres que tengan un entendimiento sólido de la doctrina de Cristo, y que lo usen para enseñar y ayudar a criar a una generación resistente al pecado. [Véase Russell M. Nelson, “Los hijos del convenio”, Liahona, julio de 1995, págs. 38–39]. Necesitamos mujeres que puedan detectar el engaño en todas sus formas; mujeres que sepan cómo acceder al poder que Dios pone a disposición de los que guardan sus convenios, y mujeres que expresen sus creencias con confianza y caridad. Necesitamos mujeres que tengan la valentía y la visión de nuestra madre Eva”54.
Queridas hermanas, ustedes son esas mujeres, hijas de Dios. Han venido precisamente en este momento para edificar valientemente el reino de Dios en la tierra. El Señor Jesucristo ha prometido: “… vendré otra vez y os tomaré a mí mismo, para que donde yo esté, vosotros también estéis”55.
Las dejo hoy con mi bendición apostólica, junto con la de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce, de que como hijas de Dios reconozcan la divinidad que hay en su interior, que oren por la guía de su Padre Celestial y que nutran un corazón lleno de amor. Las bendigo para que sientan al Señor con ustedes, que el poder sanador de la expiación del Salvador las acompañe mientras “persevera[n]”56 en su camino a pesar de lo que venga. Las bendigo para que sean una luz en este mundo que se ennegrece, para que sean testigos de Dios y Su justicia en todo momento, sin excepciones, y para que encuentren gozo en servir. Que reconozcan su profunda influencia y sirvan con devoción a su Padre Celestial.
En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.