La hermosa realidad de lo que significa ser hija de Dios
Conferencia de BYU para mujeres 2021
Jueves, 29 de abril de 2021
Introducción
Presidenta Bonnie H. Cordon: Hermanas, es un gran gozo estar aquí con ustedes. Nos complace dar la bienvenida a tantas de ustedes que se están uniendo virtualmente y a las que están aquí en persona. Esta pequeña reunión en realidad nos da la esperanza de tener reuniones más grandes, ¿no es así? Extrañamos sus abrazos y deseamos que haya más abrazos en el futuro.
Como presidencia, creemos que se nos ha dado el mejor tema de toda la conferencia para mujeres: “La hermosa realidad de lo que significa ser hija de Dios”. El lema de las Mujeres Jóvenes contiene la verdad que se aplica a todas nosotras, independientemente de nuestra edad. Ahora, mientras vemos este inspirador video del lema, las invitamos no solo a escuchar sino también, hermanas, a sacar un bolígrafo y escribir las verdades —tal vez incluso una sola— que el Espíritu inspire en sus corazones. ¿Qué quiere nuestro Padre Celestial que sepas sobre ti, Su amada hija?
[Video]
Recordar su identidad divina como mujeres
Hermana Becky Craven: Hermanas, esperamos que se hayan visto ustedes mismas en ese video del lema. Somos hijas amadas de padres celestiales.
Mi buena amiga me contó una historia que le sucedió a su hija, Tiffany, cuando tenía dieciséis años.
Solo unos meses después de recibir su licencia de conducir, mientras volvía a casa de noche de una actividad de las Mujeres Jóvenes, un policía detuvo a Tiffany debido a una luz trasera quemada. Era la primera vez que le pedían que se detuviera, ¡por lo que pueden imaginarse lo nerviosísima que estaba! El oficial le pidió su licencia de conducir y su registro, pero Tiffany se había olvidado el bolso en la capilla, y se le había olvidado regresar el registro del automóvil a la guantera después de limpiar el auto al inicio de aquella semana.
Después de varias preguntas que el policía le hizo y de las respuestas de Tiffany llenas de nerviosismo, por fin el policía le preguntó: “¿Sabes siquiera quién eres?”.
Para entonces, a Tiffany le rodaban las lágrimas, pero le contestó: “Sí, soy hija de un Padre Celestial que me ama y yo lo amo a Él”.
Ojalá cada una de nosotras tuviera tal conocimiento de nuestra identidad divina como Tiffany lo tiene. Antes de que pudiera recordar decir su propio nombre, primero declaró su identidad como hija de Dios. ¿Recordamos quiénes somos siempre? ¿Es por instinto? ¿Es algo innato?
En el lema de las Mujeres Jóvenes, declaramos con valentía nuestra condición como hijas de padres celestiales, porque como enseñan las Escrituras: “Siendo, pues, linaje de Dios”1.
Aunque el velo separa nuestras memorias del presente y del pasado, creo que las verdades eternas se guardan dentro de nuestras almas.
Cuando mis padres se unieron a la Iglesia siendo una joven pareja, los principios y las doctrinas que les enseñaron los misioneros les eran familiares, aunque nunca se enseñaron en las iglesias a las que asistieron antes. Hace poco, mi madre me contó que cuando aprendió sobre las familias eternas, fue como si volviera a su memoria una verdad olvidada.
En el concilio premortal de los cielos, elegimos el plan de nuestro Padre Celestial. Estuvimos al lado de Jesucristo con plena seguridad y confianza en que Él haría por nosotras lo que dijo que haría: ayudarnos a regresar a nuestro hogar celestial. Elegimos venir a la tierra y recibir un cuerpo físico para que, con el tiempo, pudiéramos llegar a ser como nuestros padres celestiales.
Entonces, ¿por qué es tan importante que recordemos esas verdades? ¿Por qué importa siquiera? Porque, cuando sabemos quiénes somos:
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ello amplifica nuestra comprensión de lo que podemos llegar a ser y nos da una norma mediante la cual vivir;
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nos ayuda a vivir nuestros convenios y a emular características semejantes a las de Cristo;
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nos impulsa a tratar a los demás como hijas e hijos de Dios y a evitar pensamientos y comportamientos que dividen;
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entendemos mejor nuestra herencia divina, la cual nos da fuerza para prevalecer por encima del adversario y nos sostiene a través de los desafíos de la vida; y
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nos da una perspectiva eterna.
Estoy segura de que pueden pensar en otras bendiciones que provienen de saber que son hijas de padres celestiales.
Pero Satanás es astuto y nos presenta distracciones que nos hacen olvidar quiénes somos y nuestro valor eterno. En la mitología griega, aprendemos la historia de la guerra de Troya y el plan de los griegos muy bien diseñado para dominar y destruir la ciudad de Troya. Mientras la mayoría de las fuerzas griegas fingían retirarse, algunos pocos soldados se escondieron dentro de un gigantesco caballo de madera hueco que se colocó fuera de las puertas de la ciudad de Troya. Gracias a unas mentiras bien elaboradas, los troyanos creyeron que el caballo era un regalo y lo arrastraron a su ciudad. Una vez dentro de las murallas de la ciudad, los soldados que se escondían salieron del caballo de madera, abrieron las puertas de la ciudad a las fuerzas griegas y destruyeron Troya.
Al igual que el caballo de Troya, ¿qué engaños y distracciones coloca Satanás ante nosotras para restarle importancia a nuestra identidad y autoestima?
¿Qué nos impide alcanzar nuestro potencial divino? ¿Qué caballos de Troya necesitamos desenmascarar?
¿No es reconfortante que en un mundo que minimiza —y a veces trata de erradicar— títulos eternos como madre y padre, mujer y hombre, nosotras consideramos sagradas estas identidades?
Debemos ser deliberadas en nuestros esfuerzos por interiorizar nuestra identidad y enseñar sobre ella a nuestra nueva generación.
Uno de nuestros hijos trabaja con los diáconos de su barrio. Mientras memorizaba el lema de los cuórums del Sacerdocio Aarónico, a veces lo recitaba en voz alta mientras llevaba a cabo varias tareas en casa. Una noche, mientras arropaba a sus pequeñas hijas en la cama, grabó esta valiosa conversación que tuvo con su hija de tres años, Lennon.
[Video]
Con esa experiencia como catalizador para enseñar a sus hijas su verdadera identidad, él y su dulce esposa comenzaron a enseñarles con intención el lema de las Mujeres Jóvenes: “Soy una hija amada de padres celestiales”.
Es una bendición, hermanas, saber quiénes somos. Personalmente, me da valor para desafiarme más allá de mis capacidades naturales y para hacer cosas que nunca pensé que podría hacer. Me ayuda a mantenerme firme en un mundo con actitudes y puntos de vista conflictivos; y me da confianza para afrontar el futuro con fe.
En el nombre de Jesucristo. Amén.
“Como discípula de Jesucristo”
Hermana Michelle D. Craig: ¡Buenos días, mis queridas hermanas!
Vivimos en un mundo en el que las noticias llegan las 24 horas del día y en el que hay mensajes contradictorios de todas partes. Si no tenemos cuidado, esos mensajes pueden provocar que dudemos de nuestra naturaleza divina o que olvidemos las buenas nuevas que Jesús vino a compartir con Sus discípulos.
El verano pasado, caminaba por un sendero, no muy lejos de mi casa y una mujer pasó junto a mí en dirección contraria. Me miró, y luego me miró de nuevo por segunda vez. Le sonreí, le dije hola y seguí caminando. Después de que pasé, me dijo en voz alta: “Me resulta muy familiar; ¿presenta usted las noticias?”. No pensé lo suficientemente rápido, pero desearía haber dicho: “¡Sí! ¡Me encanta hablar de las buenas nuevas del Evangelio!”.
Hermanas, ¡son buenas nuevas! Somos hijas amadas de padres celestiales, Dios nos ama y, “[c]omo discípula[s] de Jesucristo, [nos] esf[orzamos] por llegar a ser semejante[s] a Él”2, y en medio de nuestro esfuerzo, somos amadas.
Ojalá pudiéramos ir todas juntas a almorzar y hablar de lo que es ser una discípula en sus circunstancias únicas. Todas nos encontramos en diferentes etapas de la vida, pero estamos unidas en nuestros deseos de llegar a ser más semejantes a Jesucristo. Este proceso del discipulado no es una lista de verificación; es algo individual, ¡y no ocurre de manera rápida!
Sin embargo, empecemos exactamente donde estamos ahora, que es donde siempre comienza el discipulado, justo donde estamos.
Amar a Dios
Cuando amamos a Dios con todo nuestro corazón, mente y fuerza, podemos hacer cosas difíciles.
Estoy aprendiendo que el Señor está más preocupado por mi crecimiento como discípula que por mi comodidad. No sé ustedes, ¡pero a mí me gusta mucho mi zona de comodidad! Es… bueno… ¡es cómoda! Recuerdo que una vez, mi hijo escribió a casa desde la misión y dijo que, mientras oraba un día, sintió la impresión de “salir de su zona de comodidad y entrar en la zona del Consolador”. Ese es un pensamiento profundo.
Si deseamos ser discípulas, ciertamente se nos pedirá que hagamos algunas cosas que resultan difíciles, algunas que nos llevarán más allá de nosotras mismas y nos conducirán directamente a la “zona del Consolador”.
Esas cosas no tienen que ser cosas grandes y deslumbrantes; la mayoría de las veces serán cosas pequeñas, pero podemos hacerlas con gran amor. “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis amor los unos por los otros”3. Aunque seamos débiles y tengamos defectos, esta es una senda abierta a todas las discípulas.
Amar a los demás
Permítanme darles un ejemplo de gran amor.
Mi hija tiene una buena amiga cuya madre luchaba contra el cáncer. Como último recurso, esa mujer y su esposo viajaron a China para recibir tratamientos (esto fue antes del brote del COVID-19).
Algunas dulces hermanas chinas que vivían en una rama distante de la Iglesia oyeron que tenían una hermana de la Sociedad de Socorro de Estados Unidos que estaba sufriendo y entraron en acción. En lugar de esperar a que se les diera una asignación oficial o una hoja para firmarla, esas hermanas siguieron la impresión de prestar servicio, una impresión que probablemente resultara un tanto incómoda. Viajaron durante horas en autobús para visitar a una hermana, la cual no hablaba su idioma pero que seguramente podía entender su amor. Esas hermanas hicieron lo que pudieron para brindarle consuelo; le frotaban los pies con aceites, y fueron día tras día hasta que la hermana Reilly falleció.
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Este es un ejemplo de cómo es ser una discípula de Jesucristo, quien nos enseñó que Él vino a la tierra para servir a los demás4. Esas mujeres prestaron servicio con gran amor.
Las discípulas pueden demostrar ese gran amor por medio de pequeños actos: al abrir su hogar y su corazón a alguien que quizás camine errante, al amar a otras personas con las que trabajen, ya sea que ese trabajo sea cambiar pañales o cambiar mentes. El discipulado parece no reprimir un pensamiento generoso, es aceptar llamamientos de la Iglesia que nos abruman o que parecen insignificantes y es pagar un diezmo íntegro cuando queda más mes que dinero. Es confiar en Dios y en Su tiempo mientras esperan, es darse cuenta de que, aunque nuestras circunstancias tal vez no cambien, nuestro carácter y corazón sí pueden hacerlo y, al final, eso es todo lo que realmente importa.
Se nos ama
Por último, como discípulas de Jesucristo sabemos que somos amadas y que a veces no pasa nada por sentirnos quebrantadas, porque adoramos a Alguien que nos sanará.
Jesucristo sana las cosas rotas. Todas estamos rotas de alguna manera, con corazones quebrantados, sueños rotos, cuerpos quebrantados, mentes rotas, y no pasa nada. Jesucristo nos recibe con nuestras roturas y con nuestro deseo de llegar a ser Sus discípulas. Tal vez ese sea uno de los motivos por los que Él retiene las marcas de Sus heridas, incluso después de Su resurrección, para recordarnos las heridas que sufrió por nosotros y la promesa de que Él sanará las nuestras5, Él es el Maestro Sanador. Él extiende Su gracia en abundancia, permitiéndonos sanar, permitiendo que nuestra capacidad se ensanche y nuestros hombros se fortalezcan para llevar las cargas que se pongan encima. Su gracia nos sana, y podemos ser mejores y más fuertes porque venimos quebrantadas a nuestro Salvador y Redentor, porque somos amadas.
Como mujeres del convenio que viven hoy en día, estoy segura de que Jesús nos diría, como dijo a los fieles cuando visitó las Américas: “Vosotros sois mis discípulos; y sois una luz a este pueblo”6.
Hermanas, somos hijas amadas, somos discípulas y debemos ser testigos de Su amor, y eso es algo glorioso. Digo estas cosas en el nombre de Jesucristo. Amén.
“Ser testigos de Dios”
Presidenta Cordon: Gracias, hermana Craig y hermana Craven. Pueden notar que me encanta aprender de estas hermanas.
Hermanas, hay un poder reconfortante que surge cuando comprendemos nuestra identidad y propósito como mujeres del convenio de Dios. Ahora, hablemos por un momento acerca de los milagros que pueden ocurrir cuando permitimos que ese profundo entendimiento divino brille desde nosotras mismas hacia los demás, esa invitación y convenio de ser testigos de Dios7.
No sé ustedes, pero hay ocasiones en las que “ser testigo” resulta un poco intimidante. ¿Sé lo suficiente? ¿Tengo las palabras correctas? Mi vida parece un poco desordenada como para ser un ejemplo para alguien.
Al reflexionar sobre esto, pienso en una experiencia que tuve una mañana, no hace mucho tiempo. Me encontraba en mi oficina antes del amanecer. El cielo oscuro parecía resaltar el caos y la construcción que estaban teniendo lugar alrededor del Templo de Salt Lake. Mientras me encontraba allí, centrada en los escombros rotos, desordenados y dañados, la quietud de las primeras horas trajo paz a mi alma y mi atención se desplazó hacia arriba. Un pensamiento tranquilo llenó mi mente: “¡La luz sigue brillando!”. Puede que la estructura del templo esté desordenada por ahora, pero el faro que es el templo no es menos eficaz. De hecho, para mí es un mensaje poderoso debido a su actual imperfección mientras está en proceso de que se mejore y se fortalezca.
Hermanas, es posible que nosotras sintamos personalmente como si estuviéramos en construcción, como si el caos y los escombros de nuestra vida estuvieran a la vista de todos, ¡pero su luz sigue brillando! Nuestra fuente de luz, nuestro Salvador, ¡es inamovible! Los trozos y las piezas esparcidas, evidencia de la renovación personal, ¡las hacen únicas, interesantes, resilientes y hermosas! Son evidencias de nuestros esfuerzos por fortalecer nuestra fe. Como el capitán Moroni dijo de su pueblo: “… el Señor está con nosotros […] por causa de nuestra […] fe en Cristo […] [y] no podéis destruir esta, nuestra fe”8.
Me encanta que, incluso en medio de nuestra remodelación terrenal, el Señor nos pida que “se[amos] testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”9. No nos da ningún requisito previo. No nos dice que seamos testigos cuando la casa esté limpia, cuando los niños estén en su mejor momento angelical o cuando el trabajo finalmente se calme. Nos pide que demos testimonio de Él ahora, mientras estamos en nuestra “confusa etapa terrenal”10.
Piensen en esta cita del élder Neal A. Maxwell que nos brinda una mayor visión de nuestra importante misión como testigos. Él dijo: “El mismo Dios que colocó aquella estrella en la órbita precisa miles de años antes de que apareciera sobre Belén, en celebración del nacimiento del Niño, ha prestado por lo menos igual atención al colocarnos a cada uno de nosotros en las órbitas humanas precisas a fin de que, si lo deseamos, podamos iluminar el paisaje de nuestras vidas, para que nuestra luz no solo guíe a los demás, sino para que también les dé calor”11.
Permítanme compartir el relato de alguien que dejó que su luz brillara y fue testigo en medio de una remodelación personal: un cambio de asignación laboral.
Cuando Lori recibió esa nueva responsabilidad en el trabajo, alteró su rutina diaria. Admitió que, “ya fuera por razones dietéticas o emocionales” iba a Chick-Fil-A [restaurante de comida rápida] todos los días para almorzar. Se familiarizó con muchos de los empleados y sintió simpatía por una camarera llamada Melissa. Melissa era encantadora y tenía una de esas risas que son un estallido de alegría. Lori y Melissa se hicieron amigas rápidamente, pero lo que no sabían era que el Señor tenía algo más en mente.
Hay ocasiones en las que nuestra vida se cruza brevemente con la de otras personas y el impacto puede ser sincero pero fugaz. Luego hay ocasiones en las que el Señor abre nuestro corazón y hace espacio para que una persona más encuentre un lugar duradero en nuestra vida. Cuando esa conexión incluye a nuestro Salvador, es una porción de divinidad que nos cambia para siempre.
Incluso con todo lo que estaba pasando en la vida de Lori, ella sintió la impresión de hacer espacio para una nueva amiga. Pronto se enteró de que Melissa había crecido en la Iglesia pero que en la adolescencia había comenzado a tomar decisiones que la habían alejado. Por invitación de Lori, Melissa aceptó ir a la reunión sacramental después de 20 años de no hacerlo.
Lo que vino a continuación fue una serie de pasos pequeños pero significativos a medida que estas nuevas amigas recorrían juntas la senda de los convenios. Melissa comenzó a asistir a la Iglesia. Ella y Lori estudiaron juntas el Libro de Mormón. A pesar de muchos obstáculos y pruebas, siguieron adelante con fe en Jesucristo. Melissa volvió a tomar la Santa Cena y a pagar sus diezmos, e incluso tuvo la oportunidad de enseñar en la Sociedad de Socorro. Luego de una travesía de fe de dos años, Lori tuvo el privilegio de estar al lado de Melissa como su acompañante cuando entró en el templo por primera vez. Desde un encuentro fortuito al pedir comida hasta la Casa del Señor, ese día milagroso es uno de esos momentos terrenales que tendrá por siempre un resplandor celestial para estas dos mujeres fieles. Ellas comparten un firme testimonio del poder sanador del Salvador y una renovada convicción del amor de nuestro Padre por Sus hijos.
“Cada vez que hacen algo que ayuda a alguien, de cualquier lado del velo, a dar un paso hacia sus convenios con Dios y recibir sus ordenanzas esenciales del bautismo y del templo, están ayudando a recoger a Israel. Es así de sencillo”12. ¿No nos encanta la sencilla claridad del presidente Nelson? Ser testigo de Cristo es parte del recogimiento. Esta es la obra y la gloria14 de nuestro Padre Celestial y nuestro Salvador y, por convenio, ¡es nuestra obra y nuestra gloria!
Es cierto que esa parte de la invitación del Señor en cuanto a “todo tiempo”, “todas las cosas” y “todo lugar” puede ser muy abrumadora. No seremos perfectas, y está bien, pero podemos esforzarnos y, afortunadamente, podemos arrepentirnos cuando sea necesario. Permítanme contarles un ejemplo personal esclarecedor.
Ahora bien, debo admitir que a menudo voy “con prisa” de una cosa a otra, a escasos minutos de llegar tarde. Era uno de esos días en Brasil cuando mi esposo y yo estábamos sirviendo como líderes de misión. Teníamos una conferencia misional y habíamos pasado por una tienda de comestibles local para comprar algunas bebidas para los misioneros que asistirían. Allí estábamos, en la línea de la caja con 85 latas de refresco. Nuestra cajera parecía ser nueva. Tomó la primera lata de refresco, la escaneó con cuidado y la dejó con la suficiente suavidad como para conservar cada burbuja de efervescencia. Luego tomó el siguiente refresco, y el siguiente, repitiendo lentamente el proceso. Mi mente gritaba: “¡¿Estás bromeando?!”, pero yo era tan orgullosa que ni un solo murmullo se escapó de mis labios. Después de todo, tenía puesta la placa de misionera. Fue entonces cuando la mano de mi esposo me tocó el brazo y él arqueó las cejas, como lo hace tan bien. “¿Qué?”. ¡Yo no había dicho nada! “Tus ojos lo dijeron todo”, respondió en voz baja.
Quizás esto sea, en parte, lo que significa la promesa sagrada de “recordarle siempre”15; reflejar el amor de nuestro Salvador no solo a través de nuestras palabras sino también de nuestros ojos. Ser testigos incluye la manera en que vemos a las personas, cómo las tratamos y cómo las ayudamos.
Hermanas, tenemos innumerables oportunidades de ser testigos. Con nuestros teléfonos siempre presentes, nuestros pulgares pueden enviar un mensaje de texto y ser testigos. Piensen en ello como un “textimonio” o una oportunidad de “textificar”. Aquí hay un ejemplo:
Tú: Hola, amiga, estuve pensando en ti hoy. ¿Cómo estás?
Amiga: Bien. Quizás un poco estresada.
Tú: ¿Puedo ser de ayuda? ¡Te quiero! Sentí un impulso del Espíritu para recordarte que el Padre Celestial te ama. Quiero que sepas que estás en mis oraciones.
El Señor nos pide que seamos una luz, que seamos testigos. Podemos hacerlo porque no lo hacemos solas. La vida de quienes nos rodean es preciada para nuestro Padre Celestial. Él nos invita a unir nuestro corazón al Suyo y a tratar a los demás con amor: Su amor.
El Señor nos ha llamado a “lev[antarnos] y pon[ernos] sobre [nuestros pies […] para poner[nos] como ministro y testigo […], para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios”16. Es más que solo bondad. Pienso en ello como la bondad en Cristo, ese poder que viene cuando la bondad de ustedes se combina con la promesa de exaltación mediante nuestro misericordioso y amoroso Salvador.
Mis queridas amigas, no importan los escombros que pueda haber bajo sus pies, ni el desastre en el que se sientan inmersas; miren hacia arriba y confíen en que la luz del evangelio de Jesucristo brilla a través de ustedes para quienes las rodean. La luz del Señor es más que suficiente. Ustedes son suficiente. Permanezcan firmes y brillen.
Al terminar, tenemos un regalo para ustedes de parte de nuestra presidencia y de las Cougarettes de BYU, como recordatorio de que hay un propósito dentro de cada una de nosotras, único y hermoso. Somos hijas amadas de padres celestiales. Somos discípulas de Jesucristo. Somos testigos de Dios. Juntas seremos como una sinfonía, una melodía rica y envolvente que nos recuerda nuestra identidad divina y nuestro propósito como mujeres del convenio. Hermanas, nunca olviden que solas no somos suficiente, pero que, gracias a nuestro divino y sublime Salvador, Jesucristo, somos gloriosas.
En el nombre de Jesucristo. Amén.