De amigo a amigo
No hay nada como el hogar
Tomado de una entrevista realizada por Sydney Walker.
Mi tatarabuela se llamaba Mary Wilson Montgomery y nació en Escocia. Ella y su esposo, Robert, viajaron en barco a Canadá en busca de nuevas oportunidades.
En la primavera de 1845, conocieron a los misioneros. Ese invierno, Mary y Robert estaban listos para unirse a la Iglesia ¡y tuvieron que hacer un agujero en el hielo para ser bautizados!
Mary y Robert se mudaron a Nauvoo, Illinois, EE. UU., para estar con otros miembros de la Iglesia, pero al poco tiempo se vieron obligados a abandonar su hogar. Fueron a Utah en un carromato cubierto y se establecieron en el norte de la ciudad de Ogden, al pie de una montaña que le recordaba a Elizabeth una montaña en Escocia llamada Ben Lomond (la montaña del faro). Les pidió a los líderes de la ciudad que también llamaran Ben Lomond a esa montaña y ellos estuvieron de acuerdo.
Cuando yo era joven, mis abuelos vivían al pie de Ben Lomond, en Utah, e íbamos a su casa a menudo para celebrar los días festivos y los eventos especiales. En invierno, la nieve de la montaña parece una cara. Mi abuela me dijo que la montaña le recordaba que debía ser fuerte, valiente y fiel, como Mary, y que era como un ángel que nos cuidaba. “Mientras puedas ver Ben Lomond”, decía, “estarás en casa”.
Creo que los templos son como Ben Lomond: nos recuerdan que debemos ser fuertes, valientes y fieles. Cuando miramos el templo, recordamos nuestro hogar celestial. ¡Y no hay nada como el hogar!
Ilustración por Augusto Zambonato