“Misionera de las seis de la mañana”, Para la Fortaleza de la Juventud, junio de 2021, págs. 6–7.
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Misionera de las seis de la mañana
Estaba a punto de decirle a mi amigo por qué tenía que dejar de mandar mensajes por el resto de la noche, cuando el Espíritu me dio un pequeño empujón.
Mientras crecía, siempre quise ser una miembro misionera. Sabía lo importante que es compartir el Evangelio con personas que no son de nuestra religión. Incluso oré para pedir oportunidades. Sin embargo, ninguna de las personas que conocía que no eran miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días estaba interesada. Todo eso cambió cuando comencé la escuela secundaria y conocí a Robbie.*
Robbie y yo nos hicimos amigos cuando los dos tomamos parte en un musical en el teatro de la comunidad. Después de que terminó, nos mantuvimos en contacto y de vez en cuando pasábamos tiempo juntos.
Una noche nos estábamos mandando mensajes, pero yo tenía que dejar de hacerlo para poder irme a dormir, debido a que a la mañana siguiente tenía Seminario matutino.
“¡Gracias por charlar conmigo, pero mañana tengo que levantarme temprano!”, envié el mensaje.
“¿Qué tan temprano?”, preguntó Robbie.
“Cinco y media de la mañana”, respondí. No estaba segura de si debía explicar por qué, pero sentí un pequeño empujón del Espíritu para contarle.
“Tengo clase de Seminario matutino a las seis de la mañana”, le dije. “Es una clase en mi capilla, antes de ir a la escuela, donde estudiamos las Escrituras y aprendemos sobre Dios. Siempre me siento muy bien después de la clase”.
Entonces, sentí otro pequeño empujón: “Deberías venir alguna vez”, le dije.
Robbie se entusiasmó cuando le expliqué lo que era Seminario. “¡Eso suena genial! Podría ir allí en bicicleta. Tal vez vaya mañana”.
Al principio pensé que Robbie estaba bromeando; pero a la mañana siguiente, cuando mi papá y yo entramos con el auto en el estacionamiento justo antes de las seis, allí estaba Robbie esperando afuera de la capilla con su bicicleta. Me quedé atónita.
Aquel día, como estábamos estudiando el Antiguo Testamento, en nuestra clase aprendimos sobre los templos. Robbie estuvo fascinado durante toda la lección, le encantaron todas las imágenes y le gustó aprender de todos los alumnos sobre la forma en que los templos nos unen a Dios y a nuestras familias.
El maestro y otros alumnos dieron la bienvenida a Robbie, incluso sin que se les hubiera advertido que él iba a asistir. Robbie siguió yendo durante el resto del año escolar. También asistió a un par de actividades de los jóvenes y se hizo amigo de otros jóvenes de mi barrio y estaca. Al final del año escolar, Robbie fue con nosotros a la charla fogonera de final de año de Seminario.
El siguiente verano, mi familia se mudó a otro barrio, pero cuando la escuela empezó nuevamente, Robbie continuó asistiendo a Seminario y toda la clase le dio la bienvenida nuevamente.
Robbie no se unió a la Iglesia, pero cuando nos veíamos después, siempre me hablaba de su buena experiencia.
Mi experiencia de invitar a Robbie a Seminario me enseñó que compartir el Evangelio no solo significa invitar a amigos a reunirse con los misioneros. De hecho, puede que ellos nunca se unan a la Iglesia. Puede ser tan simple como contar lo que sucede en tu vida como miembro de la Iglesia. Luego, si eso les interesa, puedes invitarlos a investigar sobre ello.
Si estás buscando oportunidades para compartir el Evangelio, intenta empezar donde estás y con lo que ya estás haciendo. Existen tantas maneras sencillas de expresar tu creencia y tu testimonio al compartir las cosas que haces que te acercan a Cristo. Confía en el Espíritu y Él te guiará por el camino.