2021
Un ángel con botas naranjas
Diciembre de 2021


“Un ángel con botas naranjas”, Para la fortaleza de la juventud, diciembre de 2021.

Un ángel con botas naranjas

¿Qué podría ofrecerle al Señor un ángel con botas feas?

un ángel en una representación de la Natividad

Ilustración por Dean MacAdam

Soy una de esas personas a las que les gusta el invierno, aunque no me gusta nada sentir el frío.

Tuve la mala suerte de que mi estaca organizara una representación del nacimiento del Salvador al aire libre, por la noche y durante la Navidad más fría en años en Canadá. En aquella representación de la Natividad, hice el papel de ángel, así que, al menos mi abultada túnica ocultaba mis pantalones de nieve, mis guantes y mi bufanda.

Sin embargo, nada, ni siquiera la abultada túnica, podía mantener calientes mis pies. Mi mamá me llevó a comprar unas botas más gruesas y compramos el par de zapatos más abrigado que pudimos encontrar: unas botas naranjas con cordones rojos. Las botas parecían capaces de sobrevivir a una expedición a la Antártida y aquel invierno que batía récords de frío, las necesitaba. No obstante, me sentía el ángel de Natividad de 17 años más ridículo del mundo. ¿Qué clase de mensajero celestial lleva botas naranjas?

Un ángel avergonzado

La noche de nuestro último ensayo general, salí al escenario intentando bajarme la túnica para cubrir las botas. Sin importar lo que hiciera, seguían sobresaliendo de la abultada túnica de ángel.

Por suerte, los otros ángeles y yo nos mantuvimos semiocultos, detrás de un telón de fondo durante la mayor parte de la representación, lo que significaba que nadie podía ver mis zapatos.

Pero había una parte al final en la que todos los personajes de la historia de la Natividad —pastores, soldados romanos, Reyes Magos, gente del pueblo y ángeles— entraban desde todos los costados del teatro al aire libre y se arrodillaban ante el Salvador.

Esa parte de la representación debía ser un momento apacible para que el público y los miembros del reparto reflexionaran sobre el nacimiento del Salvador. No obstante, durante las dos primeras noches eso me aterraba. Lo único en que podía pensar era que tendría que arrodillarme delante de la multitud y que podrían ver mis feas botas de color naranja brillante. En ese momento, ser un ángel me provocaba más un sentimiento de vergüenza que de santidad.

El Príncipe de paz

En la tercera noche, estaba esperando entre bastidores con todos los demás ángeles y de repente me sentí emocionada por compartir aquella escena final de la Natividad con el público. Me refiero a que ¡vaya momento transcendental!; la audiencia vería ángeles que entrarían de todos los costados y que se arrodillarían ante el pequeño Salvador. ¡Qué maravilloso!

Olvidé por completo las botas conforme el narrador recitaba Isaías 9:6 que era el pie para entrar: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado; y el principado estará sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”.

Mientras me acercaba, todo lo demás se desvanecía. Me sentí como uno de los ángeles celestiales, esos seres poderosos y glorificados que estuvieron presentes en el nacimiento de Cristo.

Los otros ángeles y yo nos arrodillamos junto a los soldados y colocamos serenamente la mano en el hombro de los pastores. Todos mostramos humildad, reverencia y amor por aquel pequeño recién nacido. Y sentí el amor infinito que mi Salvador tenía por la gente del pueblo, por los recaudadores de impuestos y por mí. Sabía que aquel Niño —y la redención que trajo— era el regalo más importante que la tierra había recibido.

Testificar de Cristo

Al salir al escenario en las siguientes representaciones, no me sentí como una simple chica con un disfraz abultado y botas naranjas. Fui parte de “la ministración de ángeles” que testifica del Salvador (Moroni 7:25), incluso a mi humilde manera. Ya no me importaba si el público podía verme el calzado, porque si se veían las botas naranjas, era porque estaba arrodillada frente a mi Salvador.