“Cómo afrontar tres tipos de pruebas”, Para la Fortaleza de la Juventud, marzo de 2022.
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Cómo afrontar tres tipos de pruebas
La vida presenta muchos desafíos diferentes, pero acudir a Dios siempre es la respuesta.
José de Egipto podría haber hecho muchas preguntas sobre la manera en que se desarrollaba su vida. Este mes estudiarás su vida, pero aquí tienes un breve resumen de lo que le ocurrió:
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Sus hermanos lo vendieron como esclavo.
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Como esclavo, fue acusado injustamente de intentar seducir a la esposa de su amo.
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Luego, estuvo encarcelado durante dos largos años.
Imagina lo que podrías haber sentido si fueras José. Como mínimo, podrías sentirte tentado a preguntarte: “¿Por qué yo? ¿Qué hice para merecer esto?”.
Tres tipos de pruebas
El élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, en una ocasión enseñó sobre tres tipos diferentes de pruebas que podríamos afrontar en esta vida:
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Tipo 1: Pruebas que provienen de nuestros propios pecados o errores.
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Tipo 2: Pruebas que suceden porque este es un mundo caído, lleno de enfermedades y personas caídas.
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Tipo 3: Pruebas que Dios está dispuesto a que experimentemos porque desea que progresemos.
Durante una prueba, podríamos sentirnos tentados a preguntarnos: “¿Por qué yo?”, pero tal vez esa pregunta no sea tan útil como esperamos. El élder Maxwell escribió que, independientemente de por qué tenemos esa prueba, “el resultado es obviamente el mismo en cualquier caso. Dios está dispuesto a que suframos ese desafío. Sin embargo, Él nos promete que Su gracia es suficiente para nosotros”1. En otras palabras, el Padre Celestial no permite que pasemos pruebas sin proporcionarnos la ayuda que necesitamos por medio de la expiación de Jesucristo.
El ejemplo de José
Echemos otro vistazo rápido a la primera gran prueba de José: sus hermanos lo vendieron como esclavo.
¿Fue esta una prueba de “tipo 1”? ¿Se buscó esto José? Pues no. Compartió de manera inocente un par de sus sueños proféticos con respecto a sus hermanos mayores y esos sueños revelaron que, algún día, él llegaría a ser su líder. Por supuesto, a sus hermanos mayores no les gustó escuchar eso. De hecho, “le aborrecieron aún más a causa de sus sueños” (Génesis 37:8).
Si estuvieras en el lugar de José, quizás te imaginarías pensando: “¡Si tan solo no les hubiera hablado de mis sueños!”.
¿O quizás fue una prueba de “tipo 2”? ¿Le llegó la prueba a José por vivir en un mundo caído, que incluye a otras personas que utilizan mal su albedrío? Tal vez. De nuevo, habría sido fácil para José sacudir la cabeza y pensar en que todos sus problemas eran culpa de sus hermanos o que sucedieron porque la esposa de Potifar mintió. O bien que la culpa fue del copero que, durante dos años, se olvidó de hablarle a Faraón acerca de José, incluso después de prometer que lo haría (véase Génesis 40:23).
¿O fue todo esto, en última instancia, una prueba de “tipo 3”? En otras palabras, ¿permitió Dios que José experimentara esas cosas para ayudarlo a progresar? En cuanto a esta pregunta, el mismo José sintió que, al menos en parte, la respuesta era que sí. Cuando finalmente volvió a encontrarse con sus hermanos, dijo: “Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Génesis 45:5, cursiva agregada).
Recuerda que vendieron a José como esclavo cuando tenía diecisiete años, y que tenía treinta años cuando compareció ante Faraón para interpretar los sueños que al final lo liberaron. En total, trece años, o casi la mitad de su vida hasta ese momento, en los que José perdió su libertad sin culpa alguna por su parte. Sin embargo, tenía fe en que “[lo] envió Dios” para preservar la vida. Sin importar de dónde proviniera la prueba, José sabía, en definitiva, que Dios tenía un propósito.
Eso era suficiente para él y puede ser suficiente para nosotros.
Tus pruebas
Podemos malgastar enormes cantidades de energía dándole vueltas al pasado, y quizás pensemos: “¿Por qué hice aquello?” o “Si tan solo tal y cual no me hubiera engañado”.
Sin embargo, si te obsesionas con los “y si hubiera” y “podría haber sido”, lo único que conseguirás es angustiarte al pensar en por qué o cómo llega a tu vida una prueba. En definitiva, la paz y la fortaleza se encuentran al venir a Cristo y confiar en Él, como lo hizo José de Egipto. Si hacemos esto, todas nuestras pruebas pueden convertirse en el tipo de pruebas que nos ayudan a acercarnos más a Dios y a llegar a ser más semejantes a Él.
El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, enseñó: “Ustedes podrán preguntarse razonablemente por qué un amoroso y todopoderoso Dios permite que nuestra prueba terrenal sea tan difícil. Esto se debe a que Él sabe que debemos crecer en pureza y estatura espirituales para poder tener la capacidad de vivir en Su presencia, en familias, para siempre”2.
Recompensas eternas
Si hemos pecado, debemos arrepentirnos. Si una prueba nos permite mejorar, podemos y debemos hacerlo, pero muchas de las dificultades que afrontamos en la vida terrenal tienden a permanecer más tiempo de lo que desearíamos, a veces toda la vida. También en ese caso, la respuesta es acudir a Dios.
El propósito de esta vida es ampliar nuestros límites y probarnos, ¡y Dios caminará con nosotros si lo buscamos! El élder Dale G. Renlund, del Cuórum de los Doce Apóstoles, enseñó: “Su fe en el Padre Celestial y en Jesucristo se verá recompensada con más de lo que puedan imaginarse. Toda injusticia, especialmente las injusticias exasperantes, será consagrada para el provecho de ustedes”3.
¿Fue “justo” que José pasara por todo eso? No, pero gracias a que pasó por ello, pudo salvar la vida de naciones enteras, incluida su propia familia.
Tal vez estés viviendo tus propias pruebas, similares a las de José, y quizás no veas el propósito o el final.
Simplemente recuerda que la gracia de Dios es suficiente; acude a Él y Él obrará maravillas en tu vida.