“A Little Child Shall Lead Them”
“Al comprender cuán preciados son los niños, no nos será difícil seguir en nuestra relación con ellos el ejemplo que nos dejó el Maestro.”
Durante el ministerio de nuestro Señor y Salvador en Galilea, los discípulos fueron a El, preguntando:
“… ¿Quien es el mayor en el reino de los cielos?
“Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos,
“y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entrareis en el reino de los cielos.
“Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos.
“Y cualquiera que reciba en mi nombre a un niño como este, a mi me recibe.
“Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mi, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.” (Mateo 18:14.)
Hace poco, mientras leía el periódico, me puse a pensar en ese pasaje y en la llana franqueza de las palabras del Salvador. En una columna del diario se describía una batalla que ha tenido lugar entre los padres por la tutela de una niña; hubo acusaciones, amenazas y expresiones de ira mientras los dos viajaban de acá para allá en un escenario internacional y se trasladaba a la criatura de un continente a otro.
Otro articulo hablaba de un niño de doce años a quien golpearon y prendieron fuego por negarse a seguir las órdenes de un matón del vecindario que quería hacerle tomar drogas. Estaba en el hospital en estado de gravedad.
Y otro artículo se refería a un hombre que había abusado sexualmente de su hijita.
Estos son los casos de maltrato de niños que se conocen; hay muchos mas que nunca se denuncian pero son igualmente serios. Un medico me contó de la gran cantidad de niños que llevan a las salas de emergencia de los hospitales de las ciudades. En muchos casos, los padres culpables cuentan historias complicadas de cómo el niño se cayó de la sillita alta o tropezó con un juguete y se golpeó la cabeza. Con demasiada frecuencia se descubre que el pequeño era una víctima del maltrato de uno de los padres. ¡Que vergüenza que haya personas capaces de acciones tan viles! Dios los hará estrictamente responsables de sus acciones.
El presidente Ezra Taft Benson es un ejemplo de verdadero amor por los pequeñitos. Verlos reunirse a su alrededor, extender la manito para ponerla en la de el o besarlo en la mejilla es una muestra del amor que los adultos deben tener por los niños. En su presencia, nadie puede emplear una palabra impropia para hablar de ellos; el corregirá francamente a quien lo haga. Una vez, un embajador de otro país que estaba de visita cometió ese error y el presidente Benson lo corrigió amablemente. Al comprender cuan preciados son los niños, no nos será difícil seguir en nuestra relación con ellos el ejemplo que nos dejó el Maestro. No hace mucho, en el Templo de Salt Lake, tuvo lugar una tierna escena: los niños, a quienes las fieles obreras de la guardería habían estado cuidando bondadosamente, salían de allí en brazos de sus padres; una niña se volvió hacia aquellas hermanas que habían sido tan buenas y, haciéndole una seña con la mano, expresó el sentimiento que ellas le habían inspirado, diciendo: “¡Adiós, ángeles!” El poeta describió a un niño que acaba de venir de junto al Padre Celestial como “un tierno capullo de humanidad, recién salido del hogar de Dios para florecer en la tierra”. Al tener a un niñito en los brazos, ¿quién de nosotros no ha alabado a Dios y se ha maravillado ante su poder? Esa manecita, tan chiquita pero tan perfecta, se convierte inmediatamente en tema de conversación. Nadie puede resistirse a colocar un dedo en la manito de un bebe, que en seguida lo aferra; al hacerlo, no podemos evitar una sonrisa en los labios y en los ojos un cierto brillo, y comprendemos mejor los sentimientos que inspiraron al poeta a escribir:
“Un sueno y un olvido solo es el nacimiento:
El alma nuestra, la estrella de la vida,
en otra esfera ha sido constituida
y procede de un lejano firmamento.
No viene el alma en completo olvido
ni de todas las cosas despojada,
pues al salir de Dios, que fue nuestra morada,
con destellos celestiales se ha vestido … “
(William Wordsworth, “Ode: Intimations of Immortality from Recollections of Early Childhood”. Traducción libre.)
Cuando los discípulos de Jesús trataron de impedir a los niños que se acercaran a El, el Señor les dijo:
“Dejad a los niños venir a mi, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios.
“De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrara en el.
“Y tomándolos en los brazos, poniendo las manos sobre ellos, los bendecía”. (Marcos 10:14-16.)
¡Que magnifico ejemplo para seguir!
Me llene de un sentimiento cálido cuando la Primera Presidencia aprobó la distribución de una suma considerable de vuestras contribuciones a la ofrenda de ayuno para que, unidas con los fondos del Rotary Club internacional, proveyeran de vacunas antipolio para inmunizar a los niños de Kenya contra esa terrible enfermedad que mata a muchos y deja a otros lisiados.
Agradezco a Dios la labor de algunos médicos que por un tiempo abandonan su practica privada y viajan a tierras distantes para atender a los niños enfermos. Con gran habilidad ellos reparan labios leporinos y otras deformidades que dejarían a un niño con daños físicos y sociológicos. Así, la desesperación da lugar a la esperanza y la gratitud reemplaza la aflicción. Esos niños pueden ahora mirarse al espejo y maravillarse ante el milagro del que ellos mismos han sido protagonistas.
Hace poco, conté en una reunión sobre un dentista de mi barrio, que todos los años se va a las Islas Filipinas a prestar servicios, sin remuneración alguna, para practicar odontología correctiva en los niños. El les restaura la sonrisa, les levanta el espíritu y les mejora el futuro. Al hablar de este hombre, no sabia que en la reunión estaba una de sus hijas. Después de terminar mi discurso, ella se me acercó y me dijo, con una sonrisa de justificado orgullo: “Usted hablaba de mi papa. Lo quiero muchísimo y admiro lo que hace por esos niños”.
En las distantes islas del Pacifico, cientos de personas que eran casi ciegas ahora ven, porque un misionero le dijo a su cuñado, que es oculista: “Deja a tus clientes ricos y abandona las comodidades de tu lujosa casa, y vente a ver a estos hijos de Dios, que son especiales y necesitan tu ayuda inmediata”. El oculista respondió al llamado sin vacilar, y ahora comenta modestamente que aquel fue el mejor servicio que prestó en su vida y que la paz que ha sentido ha sido la bendición mas grande que ha recibido.
Se me llenan los ojos de lagrimas al leer sobre un hombre que donó uno de los riñones a su hijo, con la esperanza de que pueda vivir mejor. Cuando me arrodillo a orar de noche, pido por una mujer de nuestra comunidad que se trasladó a Chicago con el fin de dar parte del hígado a una hija, en una operación muy delicada en la que arriesgó su vida. Ella, que había descendido ya al “valle de sombra de muerte” para traerla al mundo, puso de nuevo su mano en la mano de Dios y su vida en peligro por esa hija; y lo hizo sin quejas, con un corazón dispuesto y con una oración de fe.
El élder Russell M. Nelson, al volver de Rumania, nos habló de la lamentable situación de los niños huérfanos de aquella tierra, unos 30.000 en la ciudad de Bucarest sólo. Estuvo en un orfanato e hizo arreglos para que la Iglesia proveyera vacunas, vendas y otras cosas necesarias. Se llamara a algunos matrimonios para que cumplan misiones especiales con esos niños. No puedo imaginar servicio mas cristiano que el tomar a uno de esos huerfanitos en brazos o llevarlo de la mano.
Sin embargo, no es necesario que se nos llame al servicio misional para bendecir la vida de los niños; por todas partes tenemos oportunidades ilimitadas de hacerlo, algunas muy cerca de nuestro propio hogar.
El verano pasado recibí la carta de una hermana que ha vuelto a la Iglesia, después de un prolongado periodo de inactividad. Ahora esta ansiosa de que su marido, que todavía no es miembro, comparta el gozo que ella siente.
En la carta me contaba de un viaje que había hecho con su marido y sus tres hijos para visitar a la abuela, que vive en el estado de Idaho. Mientras pasaban por Salt Lake City, les llamó la atención un cartel con un mensaje en el que se invitaba a la gente a visitar la Manzana del Templo. A pesar de no ser miembro de la Iglesia, el jefe de familia comentó que seria agradable ir allí. Entraron todos al Centro de Visitantes y el papa llevó a dos de los niños por una rampa que alguien ha llamado “la rampa al cielo”; la madre y Tyler, el niño de tres años, se quedaron atrás admirando los cuadros que adornan las paredes. Al caminar hacia la magnífica escultura de Thorvaldsen, el Christus, Tyler se soltó de su mama y corrió hacia la estatua, exclamando: “¡Es Jesús! ¡Es Jesús!” Al tratar la madre de contenerlo, el niñito se dio vuelta hacia sus padres y les dijo: “No se va a enojar; ¡a El le gustan los niños!”
Cuando se encontraban otra vez en camino hacia la casa de la abuela, Tyler iba sentado en el frente, junto a su papa. Este le preguntó que le había gustado mas en la Manzana del Templo. Sonriendo, el hijito le contestó: “Jesús”.
“¿Y cómo sabes que a El le gustan los niños?”, le dijo el padre.
Con una expresión muy seria, el contestó: “Pero, papa, ¿no le viste la cara?”
Al leer esto, recordé las palabras de Isaías: “Y un niño los pastoreara” (Isaías 11:ó).
La letra de un himno de la Primaria expresa los sentimientos de un niño:
Dime la historia de Cristo, hazme sentir
cosas que de sus labios quisiera oír.
Obras que hizo en tierra o mar,
cosas de Cristo quiero escuchar.
Quiero saber de los niños que a El llamó,
imaginarme la dicha que a ellos dio.
Actos de gracia con dulce voz
y en su rostro la luz de Dios.
(Canta conmigo, B. 46.)
No conozco un pasaje de las Escrituras mas conmovedor que el relato del Salvador bendiciendo a los niños, que se encuentra en 3 Nefi. El Maestro había hablado emotivamente a la gran multitud de hombres, mujeres y niños que se habían reunido. Después, respondiendo a la fe y al deseo de ellos de que se quedara un poco mas, los instó a que le llevaran a los lisiados, los ciegos y los enfermos para sanarlos; ellos aceptaron gozosos. El registro revela que El “los sanó a todos”. A esto siguió su magnifica oración al Padre, de la cual la multitud dijo-
“Jamas el ojo ha visto ni el oído escuchado, antes de ahora, tan grandes y maravillosas cosas como las que vimos y oímos que Jesús habló al Padre.”
Después de este maravilloso hecho, Jesús …
“… lloró… y tomó a sus niños pequeños, uno por uno, y les bendijo, y rogó al Padre por ellos …
“y habló a la multitud, y les dijo: Mirad a vuestros pequeñitos.
“Y he aquí, al levantar la vista para ver, dirigieron la mirada al cielo, y vieron abrirse los cielos, y vieron ángeles que descendían del cielo … y bajaron y cercaron a aquellos pequeñitos … y los ángeles los ministraron.” (3 Nefi 17: 21, 23-24.)
Una y otra vez reflexione sobre esta frase: “… el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrara en el” (Mareos 10:15).
Hubo un misionero que cumplió estas palabras del Salvador en la tierra; su nombre es Thomas Michael Wilson; sus padres son Willie y Julia Wilson y viven en Lafayette, estado de Alabama. El élder Wilson terminó su misión terrenal el 13 de enero de 1990.
Cuando era apenas un adolescente, y ni el ni su familia eran todavía miembros de la Iglesia, enfermó de cáncer; hubo que hacerle el doloroso tratamiento de radiación, a lo cual siguió una remisión de la enfermedad. Esto llevó a la familia a darse cuenta no sólo de que la vida es preciosa sino también de que puede ser breve; empezaron a buscar ayuda en la religión para ese tiempo de tribulación; mas tarde conocieron la Iglesia y se bautizaron. Después de aceptar el evangelio, el joven hermano Wilson anhelaba la oportunidad de ser misionero. Por fin le llegó el llamamiento para servir en la Misión de Salt Lake City. E1 consideró que era un privilegio representar de esta manera al Señor y a su familia.
Sus compañeros de misión describían su fe diciendo que era como la de un niño: incondicional, firme e inalterable; era un ejemplo para todos. Después de once meses, el cáncer volvió a atacar, esta vez a los huesos, y hubo que amputarle un brazo y un hombro. Aun así, persistió en su labor misional.
Su valor y el deseo ardiente que tenia de continuar en la misión conmovieron a su padre, que todavía no era miembro, y el investigó las enseñanzas de la Iglesia y se convirtió.
Una llamada anónima me puso en conocimiento de la situación del élder Wilson. La persona que llamaba no quiso darme su nombre, pero comentó que hasta ese momento nunca había llamado a una Autoridad General. Y me dijo: “No son muchas las veces que se conoce a alguien del calibre del élder Wilson”.
Supe que una investigadora a quien el había enseñado, y que se había bautizado en el baptisterio de la Manzana del Templo, quería que la confirmara el élder Wilson, por quien sentía gran respeto. Para ello fue, junto con otras personas, al hospital donde el se hallaba internado; allí, con la mano que le quedaba sobre la cabeza de ella, el élder Wilson la confirmó miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días.
Mes tras mes continuó este joven en su preciado pero doloroso servicio de misionero. Se le dieron bendiciones, se oró por el. E1 espíritu de sus compañeros de misión se elevó, sus emociones aumentaron, vivían mas cerca de Dios.
La condición del élder Wilson se fue deteriorando. El fin se acercaba y debía regresar a su casa. Pidió que lo dejaran en la misión aunque fuera un mes mas. ¡Y que mes ese! Como un niño que confía totalmente en sus padres, el puso su confianza en Dios. Y Aquel en quien silenciosamente confiaba abrió las ventanas de los cielos sobre el y lo bendijo abundantemente. Sus padres y su hermano Tony vinieron a Salt Lake City a buscarlo para volver a Alabama. No obstante, faltaba recibir una bendición por la que había orado, una anhelada bendición: Los Wilson me invitaron a que los acompañara al Templo Jordan River, donde participaron en esas sagradas ordenanzas que unen a las familias por esta vida y por la eternidad.
Me despedí de la familia. Me parece ver al élder Wilson cuando me agradeció el haber estado con el y sus seres queridos. Me dijo: “Si tenemos el Evangelio de Jesucristo y lo vivimos, lo que pase en esta vida no tiene importancia”. ¡Que valor, que confianza, que amor tan grandes! Después, los Wilson hicieron el largo viaje de regreso a Lafayette, donde el élder Thomas Michael Wilson pasó de aquí a la eternidad.
E1 presidente Kevin K. Meadows, presidente de la rama, presidió en los servicios funerales. Os leeré unas palabras de la carta que me escribió:
“E1 día del funeral, lleve aparte a los de la familia Wilson y les exprese sus sentimientos, tal como usted me pidió. Les recordé lo que el élder Wilson le dijo a usted aquel día en el templo, de que no le importaba si predicaba el evangelio de este lado del velo o del otro, con tal de enseñarlo. Les entregue las palabras inspiradoras que usted me envió de los escritos del presidente Joseph E Smith, acerca de que el élder Wilson había terminado su misión terrenal, ya que los fieles élderes de esta dispensación, ‘cuando salen de la vida terrenal, continúan sus obras en la predicación del evangelio de arrepentimiento y redención, mediante el sacrificio del Unigénito Hijo de Dios, entre aquellos que están en tinieblas y bajo la servidumbre del pecado en el gran mundo de los espíritus de los muertos’ (D. y C;. 138:57). El Espíritu testificó que ese es el caso con este siervo fiel siervo. El élder Wilson fue enterrado llevando puesta la placa de misionero con su nombre.”
Estoy seguro de que cuando los padres van a ese cementerio rural y ponen flores en la tumba de su hijo, recuerdan el día en que el nació, y el orgullo y el gran gozo que sintieron. Ese niñito que ellos recuerdan se convirtió en el hombre extraordinario que mas tarde puso a su alcance la oportunidad de lograr la gloria celestial. Quizás en esas visitas, cuando den paso a sus emociones y no puedan contener las lagrimas, agradezcan de nuevo a Dios el hijo misionero que nunca perdió la fe de niño que tenia, y reflexionen profundamente en las palabras del Maestro: “Y un niño los pastoreara” (Isaías 11:6).
La bendición que recibirán entonces serán la paz que obtendrán. Y también será la nuestra si recordamos al Príncipe de Paz y lo seguimos. Que podamos hacerlo así es mi sincera oración. En el nombre de Jesucristo. Amen.