La espiritualidad del servicio
“El servicio cambia a la gente. El servicio refina, purifica, da una perspectiva más clara y nos motiva a actuar de una manera sobresaliente.”
El presidente Benson, quien habla por el Señor a todo el mundo, nos ha desafiado a vivir por el Espíritu y a enseñar por el Espíritu. ¿Cuántas veces le hemos escuchado decir: “Es el espíritu lo que cuenta en esta obra”? Sí, la obra del Señor es una obra espiritual. Mediante ella se cambian vidas, se desarrollan valores verdaderos y se superan las influencias mundanas.
A lo largo de los años, muchas personas, especialmente jóvenes, me han preguntado: “Elder Cuthbert, ¿cómo puedo ser más espiritual?” Mi respuesta siempre ha sido la misma: “Deben prestar más servicio”.
El servicio hace que miremos a lo que tenemos a nuestro alrededor, y no hacia nuestro interior. El servicio nos impulsa a considerar las necesidades de otras personas antes que las nuestras. El servicio justo es la expresión de la verdadera caridad tal como el Señor lo mostró.
¿Cómo puede entonces el servicio incrementar nuestra espiritualidad? Quisiera mencionar diez aspectos, de entre los cuales podéis escoger aquellos que más se apliquen a vuestra situación particular.
Primero, el servicio nos ayuda a establecer valores verdaderos y prioridades, al distinguir entre el valor de las cosas materiales, que son pasajeras, y el de aquellas cosas que son perdurables, aun eternas. Nuestro amado Profeta nos aconseja: “Si queréis encontraros a vosotros mismos, aprended a negaros a vosotros mismos para bendecir a otros. Olvidaos de vosotros mismos, tratad de encontrar a otro que necesite vuestro servicio, y descubriréis el secreto de una vida feliz y completa” (Liahona, agosto de 1979, pág. 48). Tenemos viviendo con nosotros una buena hermana que ha estado confinada a una silla de ruedas por 27 años. Por cierto que ella se olvida de sí misma en el servicio que presta a otros al hablar en charlas fogoneras y al ayudarnos en todo lo que le sea posible, siempre con una sonrisa encantadora y una actitud positiva.
Segundo, el servicio nos ayuda a establecer una tradición de rectitud. Esto es algo muy necesario, particularmente entre los jóvenes. Los padres que son sabios ofrecerán a sus hijos, desde muy temprana edad, oportunidades de servicio en el hogar. Al crecer con esta tradición, la persona estará más dispuesta a prestar servicio a la comunidad y a la Iglesia. Desarrollará en ella un espíritu de voluntarismo en medio de un mundo donde la gente a menudo se pregunta: “¿Y, qué provecho saco yo de todo esto?” El Señor nos ha aconsejado: “Porque he aquí, no conviene que yo mande en todas las cosas … De cierto digo que los hombres deben estar anhelosamente empeñados en una causa buena, y hacer muchas cosas de su propia voluntad y efectuar mucha justicia”. (D. y C. 58:26-27.)
Al asistir a conferencias de estaca, me agrada escuchar en cuanto a diversos tipos de actividades de servicio que llevan a cabo los jóvenes, tales como bautismos por los muertos, esfuerzos de limpieza en lugares de la comunidad y misiones especiales de parte de los jóvenes durante las épocas de vacaciones. Esta es la forma en que habremos de salvar a la generación actual para que no llegue a ser totalmente egoísta e indulgente. No les salvaremos proporcionándoles actividades divertidas que tengan la tendencia a beneficiarles sólo a ellos mismos.
Tercero, el servicio nos ayuda a vencer el egoísmo y el pecado. ¿Habéis recapacitado alguna vez en el hecho de que todos los pecados son egoístas, ya sea que se trate de mentir, actuar deshonestamente, robar, ser inmoral, codiciar o ser haraganes? Los pecados se cometen al uno pensar sólo en sí mismo, no en otra persona, y por cierto que no para satisfacer una finalidad del Señor. El servicio, por otro lado, es abnegado y constituye un poder positivo.
En la antigüedad, Isaías se lamentó diciendo: “Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6). En otras palabras, hicieron lo que quisieron sin fijarse en el efecto adverso que tendría en otras personas. Muchos de aquellos que profesan entender el libre albedrío transforman a la libertad en libertinaje, lo cual es evidente por doquiera que miremos.
Cuarto, el servicio no solamente nos hace superar el egoísmo y el pecado, sino que también nos ayuda a compensar por nuestras faltas. El profeta Ezequiel explicó este asunto cuando declaró: “No se le recordará ninguno de sus pecados que había cometido; hizo según el derecho y la justicia” (Ezequiel 33:16). Por su parte, Santiago enseñó que el “salvar un alma … cubrirá multitud de pecados” (Santiago 5:20). Podemos expresar nuestra pena y sentir remordimiento por las cosas que hayamos hecho indebidamente, pero el arrepentimiento completo debe ir acompañado de una compensación como la que únicamente el servicio es capaz de dar.
Quinto, el servicio nos ayuda a generar amor y agradecimiento. Llegamos a conocer a las personas al servirlas. Nos familiarizamos con sus circunstancias, sus desafíos, sus esperanzas y aspiraciones. Mi esposa y yo tenemos el privilegio de visitar a unas hermanas viudas que han llegado a ser muy buenas amigas nuestras. Qué bendición es para nosotros enterarnos de las misiones que han cumplido, así como el servicio en el templo, y del servicio que ahora están prestando abnegadamente en el proyecto de extracción de nombres para la historia familiar, todo ello a pesar de sus muchas pruebas y padecimientos.
Sexto, el servicio es la forma principal de demostrar agradecimiento al Salvador. Debemos llenarnos de gratitud hacia su amor redentor, su infinito sacrificio expiatorio y su obediencia a la voluntad del Padre. Al llenarnos de gratitud, ésta se transforma en deseos de servir, y al hacerlo al más pequeño de sus hermanos, es como si lo hiciéramos a El. (Véase Mateo 25:40.)
Séptimo, el servicio canaliza nuestros deseos y energías y los transforma en una actividad recta. Todo hijo de Dios es como una planta donde se almacenan deseos y energías que se pueden emplear para bien o para mal. A este gran potencial se le debe encauzar para que resulte en bendiciones para otras personas. Recuerdo a un grupo de jóvenes que vio una película que trataba sobre la hambruna en Africa y que organizó un concierto en beneficio de las personas damnificadas. Recuerdo a decenas de miles de miembros de la Iglesia que respondieron al llamado de la Primera Presidencia de efectuar un ayuno especial. La hambruna y la destrucción de este año en Africa se calcula que va a ser aún peor, y nuevamente tenemos que dar prioridad a nuestros recursos a la manera del Señor, no silo en favor de las personas en tierras lejanas, sino también para con los pobres de nuestras propias comunidades.
Octavo, el servicio nos ayuda a limpiarnos a nosotros mismos y a purificarnos y santificarnos. A1 no ser perfectos, ¿no somos acaso pecadores? Sí, todos necesitamos la sangre redentora y expiadora de Cristo para purgarnos de nuestros pecados. ¿Cómo se logra esto? La manera de hacerlo es mediante el servicio cristiano expresado por la oración de San Ignacio, cuando dijo: “El dar sin calcular el costo, el pelear sin prestar atención a las heridas; … el trabajar sin esperar ninguna recompensa a no ser la de saber que hemos cumplido con tu voluntad” (“Prayer for Generosity”, 1548, en John Bartlett, Familiar Quotations, 14ta. edición, Boston: Little, Brown and Co., 1968, pág. 1806).
Noveno, el servicio caritativo nos ayuda a hacer lo que hizo el Salvador, pues ¿no fue acaso su ministerio uno de ayuda, de levantar y bendecir, de amar y velar por los demás? Jesús declara: “Porque levantaré para mí un pueblo puro que me servirá en justicia” (D. y C. 100:16). Hay gente buena por todas partes prestando servicio caritativo. En una ocasión en que visité a nuestros misioneros en Nigeria, el vehículo en el que viajábamos se descompuso en un paraje solitario. Después de un largo rato se aproximó un automóvil y dos jóvenes nigerianos se bajaron de él. “El Señor nos dijo que nos detuviéramos a ayudarles”, nos dijeron. Y por cierto que nos ayudaron, pues sabían lo que el Señor deseaba que hicieran. Lo mismo deberíamos hacer nosotros.
Décimo, el servicio nos ayuda a conocer al Salvador, pues “¿cómo conoce un hombre al amo a quien no ha servido?” (Mosíah 5:13.) Al perdernos en el servicio a otras personas, nos encontramos a nosotros mismos espiritualmente y por cierto venimos a Cristo. Me sentí conmovido cuando visité la Misión California, Sacramento, hace algunos meses, y tuve oportunidad de conocer a un joven misionero ciego. El se había realmente perdido en el servicio misional y por encima de sus limitaciones físicas, su espíritu refulgía.
De todas estas maneras, el servicio en justicia nos acerca más a Cristo, incrementa nuestra espiritualidad y ayuda a otras personas a hacer lo mismo. Dicho servicio está contribuyendo a la preparación de un pueblo digno, para que, en el debido tiempo del Señor, pueda redimir a Sión.
Como algunos de vosotros ya sabéis, poco después de la Conferencia General de octubre pasado, se me diagnosticó cáncer, el cual se encontraba en su etapa final. Quisiera expresar mi amor y agradecimiento por las oraciones, las bendiciones y el interés demostrado hacia mí, todo lo cual ha resultado en el milagro de la recuperación. Al dar gracias por cada nuevo día de vida, expreso mi gratitud por las oportunidades de servir: las pasadas, las actuales y las futuras.
Lo más maravilloso del servicio es que no tiene fin. Como lo ha dicho el presidente Benson “ Sirvámonos, pues, los unos a los otros con amor fraternal, sin fatigarnos por ello, siendo pacientes, perseverantes y generosos”. (So Shall Ye Reap, Salt Lake City: Deseret Book Co., 1960, págs. 173-174.)
Sí, el dar servicio cristiano nos ayuda a crecer espiritualmente y, al despojarnos del hombre natural, nos haremos santos (véase Mosíah 3:19), o sea, que trataremos sinceramente de seguir al Salvador y de hacer las cosas que El quiere que hagamos. Qué sentimiento maravilloso causa el saber que el Espíritu del Señor se derrama abundantemente sobre nosotros, al llevar las cargas los unos de los otros y al velar por aquellos que padecen y necesitan. (Véase Mosíah 18:8-10.)
Ruego que seamos bendecidos con el Espíritu del Señor al servir a otras personas, y dejo mi testimonio personal del Señor resucitado, de su Iglesia restaurada y de su Profeta viviente, en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.