Un ejemplo de los creyentes
“El verdadero amor puede alterar el curso de la vida humana y cambiar la naturaleza del hombre.”
Esta ha sido una reunión hermosa y llena de compensaciones. Recomiendo los consejos del presidente Howard W. Hunter y de cada una de las hermanas que nos ha hablado.
Al contemplar la gran congregación reunida esta noche, recuerdo las palabras del presidente Heber J. Grant, que dijo:
“Muchas veces he pensado que una fotografía de nuestras buenas hermanas, con los rostros inteligentes y como iluminados por Dios que poseen, seria para el mundo un testimonio de la integridad de toda nuestra gente” (Relief Society Magazine, dic. de 1930, pág. 680).
En realidad, necesitar{amos el lente de mayor apertura para incluirlas a todas ustedes en una foto. No lo tenemos, pero para Dios todo es posible; en Su visión infinita El nos ve a todos y nos bendice a todos. Lo único que tenemos que hacer es vivir de manera de merecer las bendiciones que se basan en nuestra fidelidad a Sus mandamientos. El presidente George Albert Smith dijo lo siguiente:
“Quisiera poder inculcar en vosotras, hijas de Dios que si este mundo va a permanecer, tenéis que mantener firme vuestra fe; si este mundo va a ser feliz, tenéis que marcar la vía para alcanzar esa felicidad … Si hemos de mantener nuestra fortaleza física, nuestro poder mental y nuestro gozo espiritual, tenemos que hacerlo de acuerdo con las condiciones del Señor” (Relief Society Magazine, dic. de 1945, pág. 719) .
Quizás esos hayan sido los pensamientos de una joven cuando expresó de esta manera los anhelos de su corazón: “Lo que en verdad necesitamos es menos critica y mas ejemplos que seguir”.
Con frecuencia, estamos demasiado prontos a criticar, demasiado inclinados a juzgar y demasiado dispuestos a dejar pasar la oportunidad de ayudar, de elevar y si, hasta de salvar a alguien. Hay quienes señalan con dedo acusador al extraviado o al caído y dicen con escarnio: “Jamas cambiara. Siempre se ha comportado mal”. Algunos ven mas allá de la apariencia exterior y reconocen el verdadero valor del alma humana; y cuando es así, ocurren milagros. Entonces, el pisoteado, el desalentado, el desamparado no son ya “extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos con los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). El verdadero amor puede alterar el curso de la vida humana y cambiar la naturaleza del hombre.
Esta verdad se ilustra bellamente en la obra teatral Mi bella dama. Eliza Doolittle, la vendedora de flores, dijo a alguien en quien se interesaba: “¿Sabe? Sin duda alguna, y aparte de las cosas que son muy evidentes -como la vestimenta y la manera apropiada de expresarse-, la diferencia entre una dama y una vendedora de flores no es el comportamiento, sino la forma en que los demás la tratan. Yo siempre seré una vendedora de flores para el profesor Higgins, porque el siempre me trata como a una vendedora de flores y siempre lo hará; pero se que puedo ser una dama con usted, porque usted siempre me trata como a una dama y siempre lo hará” (My Fair Lady [Mi bella dama], adaptado de la obra Pigmalion, de George Bernard Shaw. The Complete Plays of Bernard Shaw, pág. 260).
El apóstol Pablo escribió una epístola a su querido compañero Timoteo, en la cual le dio un inspirado consejo que se aplica tanto a nosotros hoy en día como se aplicaba al destinatario. Prestemos atención a sus palabras:
“No descuides el don que hay en ti …
“… sino se ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” (1 Timoteo 4:14, 12).
No tenemos por que esperar hasta que haya un acontecimiento desastroso o un terrible suceso en el mundo en que vivimos, ni tampoco a recibir una invitación particular, para ser ejemplos, para establecer un modelo que otros puedan imitan La oportunidad esta frente a nosotros en este momento; pero es perecedera. Es seguro que se halla en nuestro hogar y en las acciones cotidianas de nuestra vida. Nuestro Señor y Maestro nos señaló el camino: “Jesús … anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). El fue, en todo sentido, un modelo, un ejemplo de los creyentes. ¿Somos nosotros así?
La felicidad abunda cuando nos respetamos mutuamente. En un ambiente así, la mujer se siente mas cerca de su marido, el marido aprecia mas a su mujer y los hijos son felices, como deben serlo. Cuando en el hogar existe el respeto, los hijos no se encuentran en la temida situación de no ser nunca objeto de interés para sus padres, de no ser nunca recipientes de la guía paternal apropiada.
A las que todavía no se hayan casado les aconsejo esto: Las personas que se casan con la esperanza de formar una relación permanente tienen que tener ciertas habilidades y actitudes; deben tener la habilidad de adaptarse el uno al otro, de resolver los problemas que se presenten; deben estar dispuestos a hacer concesiones mutuas para establecer armonía; deben tener la mas elevada abnegación, dando prioridad a la consideración por el compañero sobre el deseo propio.
Hace muchos años, tuve oportunidad de pronunciar un discurso ante una clase que se graduaba. Había ido a la casa del presidente Hugh B. Brown, para que fuéramos juntos a la universidad donde el iba a dirigir el programa y yo iba a hablar. Al entrar en mi auto, el presidente Brown me dijo: “Espera un momento”, al mismo tiempo que miraba hacia un gran ventanal que tenia su hermosa casa; entonces me di cuenta de lo que trataba de ver: la cortina se apartó y vi a la hermana Zina Brown, su compañera de mas de cincuenta años, sentada en una silla de ruedas frente a la ventana, agitando un pequeño pañuelo blanco. El presidente Brown, a su vez, sacó del bolsillo de la chaqueta un pañuelo blanco y lo agitó respondiendo al saludo. Después, con una sonrisa, me dijo: “Vamos”.
Mientras íbamos, le pregunte si lo de los pañuelos blancos era alguna señal entre ellos, y el me relató lo siguiente: “Al día siguiente de casarnos, cuando salía para el trabajo, oí un golpecito en la ventana y al volverme vi a Zina agitando un pañuelo blanco; yo busque el mío y lo agite como respuesta. Desde ese día hasta la fecha jamas he salido de mi casa sin que haya tenido lugar ese sencillo intercambio de saludos entre mi esposa y yo; es un símbolo de nuestro amor; es una indicación mutua que nos damos de que todo estará bien hasta que volvamos a reunirnos al atardecer”. Ese es un modelo que debemos seguir, un “ejemplo de los creyentes”.
A las jóvenes que han asistido esta noche les aseguro que también pueden ser un modelo, un ejemplo. Todos sabemos que vivimos en una época en que hay quienes se burlan de la virtud, quienes auspician la pornografía disfrazándola de arte o cultura, que vuelven un ojo ciego, un oído sordo y un corazón encallecido a las enseñanzas de Jesús y al código de la decencia. Muchos de nuestros jóvenes se ven empujados en direcciones erróneas y tentados a participar de los pecados del mundo; esas personas querrían anhelosamente adquirir la fortaleza de los que tienen la capacidad de mantenerse firmes en la verdad. Por medio de una vida de rectitud y de un corazón comprensivo, las jóvenes pueden rescatar y pueden salvar. Cuan grande será entonces su gozo y cuan eterna la bendición que habrán proporcionado.
Hay mujeres que enfrentan enfermedades e incapacidades, a veces hasta el punto de estar confinadas a la cama. Pero aun así, tienen el privilegio de elevarse por encima de su aflicción y ser un verdadero ejemplo de fe, de amor y de servicio. Esa fue la relación que hubo entre Virginia y su esposo, Eugene. Durante muchos años, ambos trabajaron juntos para llevar la alegría de la música a miles de hombres y mujeres de las fuerzas armadas y a públicos de todo el mundo. Después, llegó el día en que una enfermedad y la edad avanzada forzaron a Virginia a permanecer entre cuatro paredes y en la cama; pero su espíritu no se dejó secuestrar por el cuerpo incapacitado, sino que continuó animando al marido y siendo su inspiración y su apoyo constante. Todos los que se han beneficiado con los conciertos que el presentó a la comunidad y con su servicio civil se asombran al ver su energía, entusiasmo y bondad. Pero en todas las responsabilidades que el tenia, la esposa fue siempre su fuente de fortaleza.
Al exhortarnos a ser ejemplos de los creyentes, el apóstol Pablo no le puso confines a nuestro servicio ni limites a la extensión de nuestra influencia.
En julio de este año, mi esposa y yo asistimos a un banquete en honor de varias personas a quienes se reconoció por su servicio humilde, su abnegado sacrificio y la silenciosa devoción con que ayudaron a otros a elevar su manera de vivir, sin esperar ningún reconocimiento ni recompensa alguna. Se nombró a una dama indígena de los Estados Unidos que había dedicado gran parte de su vida a enseñar a los niños de su raza a vivir, a amar y a servir a los semejantes Cuando se le reconoció por sus servicios, la respuesta que dio evidenciaba su humildad. Sincera y sencillamente, dijo solo dos palabras: “Muchas gracias”.
Otra extraordinaria mujer recibió honores por los cuidados, el servicio y la dirección que había prestado. Siendo enfermera, había atendido a los heridos en la Segunda Guerra Mundial; como socia de su esposo, había contribuido a la formación de un negocio de ramificación mundial que ha sido una bendición para muchas personas; y actualmente, ya viuda, continua rindiendo servicio diario a su estado y su comunidad. Siempre tiene una sonrisa a flor de labios, tal vez porque ha encontrado la clave de la felicidad. Siempre ha sido misionera; siempre ha estado donde se le necesitaba.
Había otra que, sin ostentaciones, había trabajado diligentemente y con amor para asegurar los derechos de los niños que hayan sufrido abusos, a fin de que no los descuiden ni los abandonen.
Y había muchas mas, todas bien calificadas para recibir el titulo de pioneras, o sea de “persona que prepara el camino a otras”.
Durante el banquete y el programa, estuve sentado junto a una persona muy conocida, Flip Harmon, y su esposa, Lois. Durante cuarenta y tres años, el ha estado a cargo de la dirección de la celebración llamada “Días del 47”, que se lleva a cabo el 24 de julio en Salt Lake City [para conmemorar la llegada de los pioneros al valle]. Mientras el atendía a sus deberes oficiales, tuve el privilegio de hablar con la esposa; en la conversación, mencionó que ella y algunos familiares asistían todos los días al “rodeo”, que es una de las principales atracciones de esta celebración. Si, es agradable ir a un rodeo de vez en cuando. Pero ¡todos los días! Le pregunte cómo podía aguantar tantas horas, y me contestó con el corazón: “Es la vida de Flip y quiero ser parte de ella. El cuenta conmigo”. La noche que mi esposa y yo, junto con mi tía Blanche (de noventa y cinco años) y nuestros nietos, asistimos al rodeo, Lois Harmon estaba allí rodeada de sus hijos y sus preciados nietos, e irradiaba felicidad.
Durante nuestra conversación en el banquete, Lois me contó algunos detalles de la vida de su marido. Me dijo que la madre de el era angelical y oraba fervientemente por sus hijos mientras ellos sirvieron en las Fuerzas Armadas durante la guerra. Cuando el regresó, se casaron y tuvieron una vida muy ocupada y les nacieron hijos. Todos los años, al aproximarse el aniversario de bodas, su marido le preguntaba que quería de regalo; todos los años la respuesta era la misma: “Nuestro sellamiento en el templo”. Pero no recibía ese regalo.
Hasta que un año, cuando el hizo la acostumbrada pregunta y ella le dio la respuesta de siempre: “Ir juntos al templo de Dios”, la contestación de Flip fue inesperada: “Bueno, me preparare”. El día de su vigésimo noveno aniversario, se sellaron en la Santa Casa de Dios. Mas adelante, el fue obispo. Los dos permanecen fieles el uno al otro y leales al Señor.
Ella siguió hablando y note que tenia lagrimas en los ojos cuando me dijo: “Usted sabe que Flip siempre usa botas de vaquero. Todas las noches, acostumbra sentarse en el sillón que esta junto a la estufa, sacarse las botas y leer el periódico; a pesar de lo mucho que le he hablado del asunto nunca ha guardado las botas. Eso me molestaba mucho hace unos años; pero ya no me importa. Ahora, les tengo cariño a las botas y siento ternura al levantarlas y guardárselas todas las noches”.
Cuando me dijo eso, me tocó a mi tener lagrimas en los ojos. Inesperadamente, se le pidió a ella que pasara al estrado, donde se le honró por el servicio que había prestado; le entregaron un hermoso ramo de rosas rojas y le pidieron a el que dijera algo. Lo que expresó le salió del corazón; parecía como si los dos estuvieran solos en el gran comedor del hotel: “Lois es la luz de mi vida, mi compañera eterna” (lo de las botas no se mencionó). “Ella y yo estaremos juntos para siempre”. Un caso en que la paciencia recibió su recompensa, se expresó el amor, las almas se acercaron al cielo.
Mis queridas hermanas, jóvenes y las no tan jóvenes, aunque sus circunstancias sean diferentes y sus oportunidades también, todas pueden ser modelos dignas de seguir, “ejemplos de los creyentes”.
En el Santo Templo, que se encuentra al este del Tabernáculo, en la Manzana del Templo, de Salt Lake City, dos de las hermanas que prestan servicio en la guardería recibieron un hermoso tributo. Estaban vestidas de blanco, por supuesto, igual que los niños que esa noche se iban a sellar a sus padres. Cuando llegó el momento de la despedida, al saludar las hermanas a los niños que partían, una niñita les dijo estas palabras, que brotaron de su corazoncito lleno de fe: “Adiós, ángeles”. Quisiera tomar prestadas esas palabras y decir a todas las hermanas del mundo: “Adiós, ángeles”. En el nombre de Jesucristo. Amén.