La obra misional en Filipinas
“La fe, la devoción y el vivir los principios correctos del evangelio ha mejorado generalmente la vida de los miembros, no solo en el aspecto espiritual sino también en el temporal.”
Quisiera expresar mi amor y gratitud a mi compañera eterna por el apoyo y el amor completos que me ha brindado durante todos estos años en que hemos sido miembros de la Iglesia. Supongo que muchos ya saben que soy de Filipinas, nación que tiene casi sesenta y siete millones de habitantes, la “Perla del Oriente”, que ahora es una tierra devastada por los terremotos, los tifones, las inundaciones e incluso por erupciones volcánicas. Sin embargo, no hablare sobre las calamidades que han traído tanta tribulación y puesto a prueba la fe de nuestra gente, sino que deseo hablar mas bien acerca de las grandes bendiciones espirituales que se han recibido en abundancia a medida que el evangelio se ha ido
propagando en nuestra tierra.
Los soldados, hombres y mujeres Santos de los Ultimos Días, que servían en Filipinas hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, dieron a conocer por primera vez el evangelio restaurado; pero, de acuerdo con los registros de la Misión Sur del Lejano Oriente, la obra misional se inició formalmente en nuestro país el 28 de abril de 1961, cuando el élder Gordon B. Hinckley, en aquel entonces miembro del Consejo de los Doce Apóstoles, se reunió con un pequeño grupo de miembros en los suburbios de Manila, para ofrecer una oración invocando las bendiciones del Señor sobre la obra misional en Filipinas.
Antes de pronunciar su oración, el presidente Hinckley dio un breve discurso en el que hizo esta profética declaración: “Lo que estamos por empezar aquí afectara la vida de miles y miles de personas en esta república, y sus efectos para un bien glorioso y eterno repercutirán de generación en generación” (Conferencia de Area en el Archipiélago de Filipinas, agosto de 1975, pág. 20).
Después de esas breves palabras, el presidente Hinckley ofreció la oración en la cual, entre otras cosas, dijo:
“Invocamos tu bendición, querido Padre, sobre los misioneros que vendrán, para que tu Espíritu penetre su corazón, para que sus vidas sean limpias y virtuosas, que sus ejemplos sean magníficos ante la gente, que sean bendecidos con el ‘don de lenguas’, que puedan comunicarse en el idioma de este pueblo, que trabajen con la única mira de honrar y glorificar tu nombre, que salgan sin temor, que nada se interponga en su camino y que declaren, mediante sus enseñanzas y su testimonio, la restauración de tu santa obra para la bendición de tus hijos. Padre, dales gozo, valor, fe y satisfacción y hazlos fructíferos.
“Invocamos tus bendiciones sobre los habitantes de este país, para que sean amigables y hospitalarios, bondadosos y cordiales hacia los que vengan aquí, y que haya muchos, si, Señor, rogamos que haya miles que reciban este mensaje y sean bendecidos a causa de ello. Bendícelos con mentes receptivas y corazones comprensivos, con la fe para recibir los principios del evangelio y con el valor para vivir de acuerdo con ellos, y con el deseo de compartir con los demás las bendiciones que reciban. Rogamos que haya muchos hombres que se unan a la Iglesia, hombres fieles, buenos, virtuosos y veraces que reciban las bendiciones del sacerdocio, que acepten los llamamientos y progresen en puestos de liderazgo; que tu obra en esta región la lleven a cabo en gran parte los hermanos locales, bajo la dirección de aquellos que poseen las llaves en esta época, de acuerdo con la ley y el orden de tu Iglesia” (presidente Gordon B. Hinckley, “Comienzo de la obra misional en Filipinas”).
Unos días después de aquella histórica reunión, llegaron los primeros cuatro misioneros regulares de la Misión Sur del Lejano Oriente, con sede en Hong Kong. De un pequeño numero de miembros que había en 1961, la Iglesia ha crecido en Filipinas a un ritmo extraordinario, y en la actualidad tiene un aumento de mas de dos mil miembros nuevos por mes. Como resultado de una estrecha labor que se ha llevado a cabo entre los misioneros y los miembros, el número de estos últimos ha ascendido a 300.000, distribuidos en 48 estacas, 65 distritos y 13 misiones. Cinco de los trece presidentes de misión, así como los ocho Representantes Regionales y todos los presidentes de estaca y distrito son miembros filipinos. De un sesenta a un setenta por ciento de mas de 2.000 misioneros regulares son también filipinos Y ahora, sobre un terreno que domina un valle donde cientos de miles de personas viven en la Manila metropolitana, se eleva majestuoso el Templo de Manila.
La oración del presidente Hinckley ciertamente se esta cumpliendo a medida que miles de jóvenes filipinos de ambos sexos, así como matrimonios de edad madura, responden al llamado del Señor: “… es mi voluntad que proclames mi evangelio de tierra en tierra, y de ciudad en ciudad, si, en las regiones circunvecinas donde no se haya proclamado” (D. y C. 66:5).
Después de tres años de trabajar estrechamente como presidente de misión con estos dedicados, rectos y virtuosos misioneros, me siento humilde y agradecido por todo el bien que ellos llevan a cabo. Estos embajadores del Señor dejan la comodidad de su hogar y la compañía de seres queridos para ir a países extranjeros o a lugares lejos de su casa, a fin de expresar su firme testimonio del Salvador y de enseñar el evangelio con fe y con un conocimiento seguro de su veracidad. Mi testimonio se ha fortalecido al ver el gran esfuerzo que hacen los misioneros por superar, entre otras cosas, la nostalgia, por adaptarse a un nuevo ambiente, a nuevas costumbres, a un nuevo idioma y a comidas tan diferentes de las que les cocinaba su madre, en su noble deseo de proclamar el evangelio al mundo.
Yo soy testigo de los diarios actos de sacrificio de esos misioneros, que de buena gana soportan penurias tales como las fatigosas caminatas de muchos kilómetros o los recorridos en bicicleta bajo el calor del sol abrasador o bajo las frías lluvias de los monzones, y la incomodidad de viajar en los atiborrados autobuses que van a altas velocidades por caminos polvorientos llenos de baches, a fin de llegar a tiempo a sus citas para enseñar el evangelio.
Ciertamente, nuestros modernos portavoces de la verdad que se encuentran en Filipinas y en otros países trabajan arduamente y oran constantemente para ser dignos instrumentos del Señor con el fin de testificar e invitar a todos a venir a Cristo por medio del arrepentimiento y el bautismo, “enseñándoles que guarden todas las cosas que [el Señor les ha] mandado” (Mateo 28:20).
Como los hijos de Mosíah, escudriñaron “diligentemente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios” (Alma 17:2). Y “… se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por lo tanto, tenían el espíritu de profecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con poder y autoridad de Dios” (Alma 17:3). Y “padecieron mucho, tanto corporal como mentalmente, tal como hambre, sed, fatiga y también mucha tribulación en el espíritu” (Alma 17:5). Pero después del termino de una misión honorable, al igual que Ammón, uno de los hijos de Mosíah, estos misioneros también pueden decir: “… mi gozo es completo; si, mi corazón rebosa de alegría …” (Alma 26:11).
También somos actualmente testigos del cumplimiento literal de las oraciones y bendiciones que el presidente Hinckley pronunció para la gente de nuestro país esa hermosa mañana de abril de 1961.
Miles de personas han sentido la influencia del Espíritu a medida que miles de dedicados misioneros llevan el evangelio a sus hogares con la ayuda de miembros que de buena gana dan a sus semejantes la oportunidad de gozar también de las bendiciones de pertenecer a la Iglesia. A menudo nos preguntan a que atribuimos este aumento tan extraordinario en el numero de miembros. Sólo puedo aventurar algunas opiniones: primero, el haber sido el único país cristiano de Asia durante varios siglos preparó a la gente para recibir el evangelio; el hecho de que Filipinas se considere, entre los países de habla inglesa, el tercero en población en el mundo ciertamente facilitó que la gente comprendiera el mensaje del evangelio y es la razón del rápido progreso de sus miembros en habilidades de liderazgo.
Pero, lo mas importante es la naturaleza humilde de las personas y la forma en que dependen del Señor en cuanto a las cosas que necesitan, lo cual las hace receptivas a la inspiración del Espíritu. A causa de las dificultades económicas que enfrentamos en Filipinas, el evangelio es, con toda razón, la respuesta a sus oraciones para tener una vida mejor. Como resultado de la fidelidad de muchos Santos de los Ultimos Días, las personas que los rodean perciben los cambios que se han llevado a cabo en su vida, lo cual les infunde esperanza. Las familias miembros de la Iglesia tal vez aun vivan en casas humildes, con pisos de tierra y paredes de bambú, pero a causa de la reacción positiva que tienen hacia el plan del evangelio, y mediante su obediencia a los mandamientos de Dios, reciben las bendiciones prometidas; como resultado, la gente ve los cambios en los miembros de esas familias, que ahora viven en mejores condiciones higiénicas, son mas saludables, mas educados, siempre dispuestos y contentos de ayudar a los demás, agradecidos por lo que tienen, no obstante lo humilde de sus condiciones, y, por lo general, mas felices. Ellos han obedecido el consejo del Señor: “Aprende de mi y escucha mis palabras; camina en la mansedumbre de mi Espíritu, y en mi tendrás paz” (D. y C. 19:23). Sin embargo, la fe, la devoción y el vivir los principios correctos del evangelio ha mejorado generalmente la vida de los miembros, no sólo en el aspecto espiritual sino también en el temporal, porque ¿no dijo el Señor que “los de buena disposición y los obedientes comerán de la abundancia de la tierra de Sión en estos postreros días” (D. y C. 64:34) ?
Que el Señor continúe bendiciendo a nuestra gente con gozo y tranquilidad mientras obedecen Sus mandamientos y los consejos de nuestros lideres en medio de las adversidades, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amen.