Hogueras espirituales de testimonio
“Ofrezco tres sugerencias que avivaran la llama del testimonio personal, que nos ha de proteger de los lobos del mal que nos acechan y amenazan destruir nuestra seguridad espiritual.”
Hace muchos años, manadas de lobos rondaban por las campiñas de Ukrania, haciendo muy peligrosos los viajes por esas regiones; eran animales intrépidos, que no temían ni a la gente ni a las armas que se usaban en esa época. Lo único que parecía intimidarlos era el fuego. De manera que los viajeros que se encontraban por esos senderos lejos de la ciudad acostumbraban encender una hoguera y mantenerla encendida toda la noche. Mientras el fuego se mantuviera vivo, los lobos no se acercaban; pero tan pronto como se dejaban extinguir las llamas, atacaban en forma despiadada. De manera que los viajeros comprendían que el encender una hoguera y mantenerla ardiendo no era solo una cuestión de comodidad y conveniencia sino un asunto de sobrevivencia (véase “Guardians of the Covenant”, Mary Pratt Parrish, Ensign, mayo de 1972, pág. 25).
Mientras viajamos por los senderos de la vida, no tenemos que protegernos contra las manadas de lobos, mas, en un sentido espiritual, sí nos enfrentamos a los lobos engañosos de Satanás que surgen en nuestro camino en forma de tentaciones, de iniquidad y de pecado. Vivimos en momentos peligrosos en que hay lobos hambrientos que rondan las campiñas espirituales en busca de aquellos de fe tambaleante y de débil convicción. En su primera epístola, el apóstol Pedro describió a nuestro “adversario el diablo, como león rugiente, [que] anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). El Señor le dijo al profeta José Smith: “… tus enemigos te rodean como lobos que buscan la sangre del cordero” (D. y C. 122:6). Todos somos vulnerables a estos ataques; sin embargo, podemos fortificarnos con la protección que nos proporciona un testimonio ardiente que, al igual que una hoguera, haya sido debidamente encendido y sea cuidadosamente alimentado.
Lamentablemente, en la Iglesia hay quienes creen con toda sinceridad que su testimonio es como una hoguera ardiente, cuando en realidad no es mas que la tenue y vacilante llamita de una vela. Su fidelidad es cuestión mas de costumbre que de santidad, y el logro de los intereses personales y del placer casi siempre toma precedencia sobre su anhelo de lograr la rectitud personal. Con una luz tan tenue de testimonio como protección, estos viajeros que transitan por los senderos de la vida son una presa fácil para los lobos del adversario.
Como el Salvador sabia que muchos de Sus seguidores tendrían dificultades para enfrentar los rigores que experimentan los verdaderos discípulos, les enseñó la manera de tener un testimonio ardiente. En la víspera de Su crucifixión, Jesús celebró la fiesta de la Pascua con Sus doce amados Apóstoles, la mayoría de los cuales habían estado con El durante Su ministerio. Fue en uno de los momentos de esa noche sagrada que el Señor miro a Pedro, el Apóstol mayor y Su amigo fiel, y, sabiendo lo que se requeriría de este discípulo después de Su ascensión, le dijo: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tu, una vez vuelto”, o sea convertido, “confirma a tus hermanos” (Lucas 22:31-32; cursiva agregada).
Imaginemos por un momento que somos Pedro y que hace tres años un santo desconocido nos invitó a abandonar nuestro bote y las redes de pescar, los medios de subsistencia con que contábamos para nosotros y nuestra familia, y nos pidió que le siguiéramos. Lo hicimos sin vacilación y durante tres años hemos continuado a Su lado, demostrándole amor y apoyo. Le hemos visto confundir a los sabios, consolar al triste y al afligido, sanar a los enfermos y dar vida a los muertos; le hemos visto vencer a los espíritus malignos y calmar los mares tempestuosos, y, durante unos minutos por lo menos, hemos caminado hacia El sobre las aguas. Estuvimos a Su lado cuando Moisés y Elías se le aparecieron y le vimos transfigurarse ante nuestros propios ojos. Le hemos entregado toda nuestra vida y, de pronto, El nos dice que confirmemos, o convirtamos, a nuestros hermanos después que nos hayamos convertido.
Pedro quedó sorprendido y le dijo: “Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte” (Lucas 22:33). Pero Jesús sabia y comprendía y no estaba condenando a Pedro por falta de convicción; Pedro demostró su convicción mas tarde, durante el arresto del Señor. Lo que trató de decirle el Salvador fue lo que tenia que hacer cuando su testimonio fuera mas fuerte.
Así como el Señor conocía a Pedro, El nos comprende también a nosotros cuando nuestro testimonio tal vez no sea la ardiente hoguera que creemos que es o que nos gustaría que fuera. Es posible que en algunas ocasiones ese testimonio no tenga los cimientos correctos por haberse edificado sobre la base de programas y personalidades, en lugar de fundarse en la roca segura de la revelación personal. 0 tal vez hayamos permitido que poco a poco nuestro testimonio se debilitara a través de los años, porque no lo hemos fortalecido y nos hallamos complacidos con nosotros mismos.
Sea cual fuere la razón por la que el testimonio se haya debilitado, el Salvador insta a todos con amor a que vuelvan a El y en El se fortalezcan. El le dijo a Moroni:
“Y si los hombres vienen a mi, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes … porque si se humillan ante mi, y tienen fe en mi, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Eter 12:27).
Algunas personas tienen la fe y el testimonio débiles y ni siquiera se dan cuenta de lo precario de su situación; muchas incluso se ofenderían por el solo hecho de que se lo mencionaran ; estos son los que levantan la mano derecho en señal de apoyo a los lideres de la Iglesia, pero luego murmuran y se quejan cuando una decisión no se conforma con su modo de pensar; dicen que obedecen los mandamientos de Dios, mas no les molesta en lo mas mínimo comprar alimentos los domingos y luego pedirle al Señor que los bendiga; afirman que si fuera necesario estarían dispuestos a dar su vida por el Señor, pero se niegan a prestar servicio en la guardería.
El Señor habló en forma muy explícita de la persona que “se acerca a mi con su boca, y con sus labios me honra, pero su corazón esta lejos de mi” (Isaías 29:13). Y también dijo:
“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrara en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que esta en los cielos.
“Muchos me dirán en aquel día Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos milagros?
“Y entonces les declarare: Nunca os conocí; apartaos de mi, hacedores de maldad” (Mateo 7:21-23).
A nadie le gustaría que el Señor dijera de el esas palabras. Por eso, es preciso que hagamos todo lo que este en nuestro poder para estar absolutamente seguros de que la hoguera espiritual de Su testimonio este bien encendida a fin de mantener alejados a los lobos tenebrosos. Hay muchas cosas que nos ayudaran a mantener vivo el fuego del testimonio. El apóstol Pablo enseñó que cada uno de nosotros estamos “destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Nadie ha llegado a tal grado de perfección en esta vida que no necesite fortalecer continuamente su testimonio.
Ofrezco tres sugerencias que avivaran la llama del testimonio personal, que nos ha de proteger de los lobos del mal que nos acechan y amenazan destruir nuestra seguridad espiritual.
Primero, asegurémonos de que nuestro testimonio tenga un fundamento sólido de fe en el Señor Jesucristo. Aunque disfrutemos de la hermandad con los santos y tengamos buenos sentimientos en cuanto a los programas inspirados de
la Iglesia, debemos recordar que tenemos sólo un ancla segura para nuestras almas. Así lo dijo a sus hijos Helamán, el gran profeta del Libro de Mormón:
“Y ahora recordad, hijos míos, recordad que es sobre la roca de nuestro Redentor, el cual es Cristo, el Hijo de Dios, que debéis establecer vuestro fundamento, para que cuando el diablo lance sus impetuosos vientos, si, sus dardos en el torbellino, si, cuando todo su granizo y furiosa tormenta os azoten, esto no tenga poder para arrastraros al abismo de miseria y angustia sin fin, a causa de la roca sobre la cual estáis edificados, que es un fundamento seguro, un fundamento sobre el cual, si los hombres edifican, no caerán” (Helamán 5:12).
Entre los que me escuchan quizás haya un miembro de la Iglesia cuyo primer contacto con el evangelio fuera a través de la hermosa música del Coro del Tabernáculo; o uno cuya vida haya sido bendecida por medio del programa de bienestar de la Iglesia, por haber escuchado el consejo profético de almacenar alimentos y otros artículos de primera necesidad. Estos son programas inspirados de la Iglesia que Dios nos ha proporcionado para ayudar a llevar a Sus hijos a Cristo. Sin embargo, ellos son los medios y no el fin. El foco principal de nuestra devoción debe ser nuestro Padre Celestial y Su Amado Hijo, Jesucristo.
Muchas veces oímos hablar de personas que se han apartado de la Iglesia porque un líder, un maestro o un miembro dijo o hizo algo que les ofendió; la fe de otros miembros se ha debilitado cuando las Autoridades Generales han tomado una decisión con la que ellos no estaban de acuerdo. En estos casos, me pregunto cómo seria la fe de esas personas y si habría estado firmemente basada en su testimonio del Señor Jesucristo, o simplemente se habría cimentado en sus propias ideas y en la forma en que la sociedad percibe lo que la Iglesia y sus miembros deben ser.
Las Escrituras nos enseñan: “Fíate de Jehová de todo tu corazón (Proverbios 3:5). En Su conmovedora oración que se encuentra en el capitulo 17 de Juan, el Salvador enseñó esta profunda verdad:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3).
Nuestra prioridad suprema debe ser basar nuestro testimonio en el fundamento de una relación personal y sincera con nuestro Padre Celestial y su Amado Hijo Jesucristo y en nuestra fe en Ellos.
Firmemente fundados en esa fe, estamos listos para mi segunda sugerencia, el combustible adicional para fortalecer la hoguera del testimonio: el arrepentimiento humilde y sincero. No hay nada que extinga mas rápidamente la influencia del Espíritu Santo en el corazón de una persona que el pecado mismo; este adormece los sentidos espirituales, disminuye la confianza y la seguridad personal y separa al pecador del Salvador. Al que lleva la carga de un pecado del que no se haya arrepentido le es mucho mas fácil justificar nuevas desobediencias. Cuanto mas tratemos de excusar nuestro pecado, tanto mayor será la posibilidad de que nos destruyan los lobos de Satanás.
La mayoría de las personas estarían de acuerdo en el peligro espiritual que ofrecen los pecados como el asesinato y la infidelidad matrimonial. Sin embargo, ¿que se puede decir de la persona que utiliza el tiempo de su empleador para trabajar en asuntos personales, del que se desliza a escondidas para ver una película pornográfica, del estudiante que hace trampas para sacar buenas notas, del que critica a otros injustamente o del padre que cree que la noche de hogar es una buena idea, pero no para su familia?
Esta es la sencilla verdad: Todo lo que no nos acerque a Dios, nos aparta de El. No hay peros que valgan, ni excepciones en que podamos pecar un poquito sin sufrir un declive espiritual. Es por eso que debemos arrepentirnos y venir a Cristo diariamente doblando las rodillas en humilde oración, para que las hogueras de nuestro testimonio no sean extinguidas por el pecado.
Mi tercera sugerencia es que sigamos el ejemplo del Salvador. El nos dio el modelo para seguir.
En todo lo que hagamos y en cualquier circunstancia en que nos encontremos, podemos preguntarnos que haría Jesús en ese caso, y luego proponernos seguir el curso debido. Por ejemplo, ¿que clase de maestro orientador seria el Salvador? ¿Fallaría El de vez en cuando en las visitas a las familias que se le hubieran asignado? ¿O socorrería a Sus familias como el Buen Pastor que es, con cuidado constante y con tierna bondad? En lo profundo de nuestro corazón sabemos que clase de maestro orientador seria Jesús, así como que clase de obispo, maestro, líder de la Primaria, secretario o asesor de los jóvenes. Aunque en esta vida nunca podríamos igualar Su excelencia, el hecho de que intentemos hacerlo nos acercara mas a El.
De igual manera, podemos aplicar este principio a otras actividades: ¿Que clase de padre seria Jesús? ¿Que clase de vecino, empleador, empleado, estudiante o amigo seria El? Si llevamos una vida que trate de ajustarse en todo lo posible al modelo que el Salvador nos. dejó, nuestro testimonio se fortalecerá continuamente y nuestra hoguera espiritual nunca quedara reducida a cenizas.
Vivimos en tiempos peligrosos y la influencia de Satanás es a veces desenfrenada y abrumadora. Recordemos la promesa que Dios hizo a los que mantengan viva la hoguera de su testimonio para alejar a los lobos que nos amenazan. Esta es Su promesa:
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo*; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41:10).
La fortaleza de la Iglesia depende de la profundidad y vitalidad que tengan los testimonios personales de los miembros. Lo que establece la diferencia entre la fidelidad y la deslealtad es el tener un testimonio firme y seguro.
Doy mi testimonio de que para que podamos disfrutar de una vida espiritual, feliz y llena de satisfacciones, debemos asegurarnos de que nuestro testimonio esté basado sobre el fundamento de la fe en el Señor Jesucristo, del arrepentimiento humilde y sincero y de una vida que siga el ejemplo del Salvador.
Sé que nuestro Padre Celestial vive y ama a cada uno de Sus hijos. Su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. La expiación de Cristo nos proporciona a todos la inmortalidad y la posibilidad de lograr la vida eterna, la clase de vida que Dios vive, si nos arrepentimos de nuestros pecados y guardamos fielmente los mandamientos. José Smith es un Profeta de Dios. Por medio de él, el Señor restauró el Evangelio de Jesucristo en estos últimos días. El presidente Ezra Taft Benson es nuestro Profeta hoy día. Testifico de estas verdades divinas en el nombre de Jesucristo. Amén.
_______________