El gozo de la esperanza hecha realidad
“Mi mensaje de hoy, mis hermanos, es sencillamente este: El Señor tiene todo en Sus manos; El conoce el fin desde el principio.”
El hecho de vivir en estos tiempos difíciles, mis queridos hermanos y hermanas, exige que cada uno de nosotros tenga una perspectiva del futuro que sea positiva y llena de esperanza. Hoy en día. mas que en el pasado, se me pregunta sobre las señales de los tiempos y si considero cercano el fin del mundo; mi respuesta es la misma que dio Jesús hace unos dos mil años:
“Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.
“Mirad, velad y orad; porque no sabéis cuando será el tiempo” (Marcos 13:32-33).
Cuando se le preguntó a Jesús sobre la señal de Su venida, respondió:
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aun no es el fin.
“Porque se levantara nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares.
“Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:ó-8; cursiva agregada) .
Aun cuando las profecías nos dicen que estas cosas sucederán, mas y mas gente expresa su temor ante la forma acelerada en que se presentan las calamidades en todo el mundo. Los miembros de la Iglesia no debemos olvidar la admonición del Salvador: “Mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca”. Estamos en tiempos difíciles, cuando las fuerzas de la naturaleza parecen estar soltando un diluvio de “pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares”.
Hace poco leí en el periódico un articulo que cita estadísticas del Departamento de Geología de los Estados Unidos, que indican el aumento de la intensidad y frecuencia de los terremotos en el mundo. De acuerdo con el articulo, sólo dos terremotos importantes, que alcanzaron por lo menos el punto ó de la Escala Richter, se registraron durante la década de 1920. En la década de los 30, la cantidad aumentó a cinco y luego disminuyo a cuatro durante la década de los 40. Pero en la década de 1950, se registraron nueve terremotos importantes, seguidos de quince en la de los ó0, cuarenta y seis durante la de los 70 y cincuenta y dos en la década de 1980. En lo que va de la década del 90, ya se han registrado casi tantos terremotos considerables como los ocurridos en toda la década del 80.
El mundo experimenta desórdenes violentos, tanto en el aspecto físico como en el social. Aquí en los Estados Unidos estamos sobreponiéndonos a dos huracanes que han causado terrible destrucción; la gente de Filipinas todavía no ha visto el fin de la devastación resultante de la erupción del volcán Pinatubo; el hambre ha atacado partes de Africa, donde prevalece el trágico sufrimiento de los seres humanos; y en una escala menor, el hambre aflige a millones de personas, aun en los países que tienen un alto nivel de vida.
En muchas partes del mundo prevalece la inestabilidad política, el temor a la guerra y el caos económico. Y las plagas de la pornografía, las drogas, la inmoralidad, el SIDA y el abuso de los menores se hacen impresionantes con el pasar de los días. Los medios de difusión se dedican a satisfacer un apetito aparentemente insaciable del publico que desea ser testigo del asesinato, la violencia, el nudismo, el sexo y la profanidad. Esta parece ser la época a la que se refería Moroni cuando dijo: “He aquí, os hablo como si os hallaseis presentes, y sin embargo, no lo estáis. Pero he aquí, Jesucristo me os ha mostrado, y conozco vuestras obras” (Mormón 8:35). Y luego profetiza sobre las condiciones en las que se encuentra el mundo hoy día.
Mis hermanos, sean o no estos los últimos días o aun el “principio de dolores”, como lo profetizo el Salvador, algunos encontraremos nuestra vida abrumada por las frustraciones, las desilusiones y el dolor. Muchos se sienten incapaces de enfrentar el caos que parece dominar al mundo; otros se lamentan por familiares que han sido arrastrados por la corriente de la destrucción, debido a la degeneración de los valores y las normas morales. Los niños son los que mas sufren a medida que la sociedad se aleja cada vez mas de los mandamientos de Dios.
Algunas personas se han resignado a aceptar como irreparable la iniquidad y la crueldad del mundo, y han perdido las esperanzas. Se han dado por vencidos y han dejado de esforzarse por hacer de este mundo un mejor lugar para vivir ellos y sus familias. Se han rendido a la desesperación.
Si tenemos serias razones para estar profundamente preocupados por no ver la respuesta inmediata a los problemas que enfrenta la familia humana y que parecen sin solución, pero a pesar del obscuro panorama, que a la postre será peor, ¡jamas debemos rendirnos! Moroni, después de ver nuestra época, nos aconsejó: “Por tanto, debe haber fe; y si debe haber fe, también debe haber esperanza” (Moroni 10:20).
A todos aquellos que tengan sentimientos de desanimo y de falta de esperanza, les ofrezco las palabras que el Señor habló por medio del profeta José Smith:
“Así que, no temáis, rebañito, haced lo bueno; dejad que se combinen en contra de vosotros la tierra y el infierno, pues si estáis edificados sobre mi roca, no pueden prevalecer …
“Elevad hacia mi todo pensamiento; no dudéis; no temáis” (D. y C. 6:34, 36).
“… he aquí… estoy yo en medio de vosotros” (D. y C. 6:32).
Mi mensaje de hoy, mis hermanos, es sencillamente este: El Señor tiene todo en Sus manos; El conoce el fin desde el principio. El nos ha dado instrucciones adecuadas para que, si las seguimos, nos encontremos seguros ante cualquier crisis. Sus propósitos se cumplirán y algún día entenderemos las razones eternas de todos estos acontecimientos. Por lo tanto, debemos cuidarnos actualmente de no tener reacciones extremas ni exagerar en preparaciones excesivas; lo que debemos hacer es guardar los mandamientos de Dios y ¡no perder jamas las esperanzas!
Pero ¿dónde encontrar la esperanza en medio de tanta confusión y tantas catástrofes? Muy sencillo, nuestra única esperanza de encontrar la seguridad espiritual durante estos tiempos turbulentos es volvernos con los pensamientos y el corazón a Jesucristo. El profeta Mormón enseñó lo siguiente:
“… debéis tener esperanza de que, por medio de la expiación de Cristo y el poder de su resurrección, seréis resucitados a vida eterna, y esto por causa de vuestra fe en el, de acuerdo con la promesa.
“De manera que si un hombre tiene fe, es necesario que tenga esperanza; porque sin fe no puede haber esperanza” (-42).
A fin de tener una perspectiva bien equilibrada en épocas de pruebas y dificultades, es absolutamente esencial que tengamos fe en Dios y en Su Hijo, Jesucristo. Recordemos, no nos ocurrirá nada en la vida que el Señor no entienda. Alma explicó esto:
“Y el saldrá, sufriendo dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases; y esto para que se cumpla la palabra que dice: Tomara sobre si los dolores y enfermedades de su pueblo” (Alma 7:11).
Ruego a todos que se vuelvan a El si están decepcionados y luchan por encontrar guía en su vida. Armados con la armadura de la fe podemos sobreponernos a muchas de nuestras dificultades diarias y vencer nuestras debilidades y temores, sabiendo que si hacemos lo mejor por guardar los mandamientos de Dios, pase lo que pase, estaremos bien.
Por supuesto, esto no significa necesariamente que estaremos libres de sufrimientos y dolores; la rectitud nunca ha librado de la adversidad, pero la fe en el Señor Jesucristo -la fe verdadera, inalterable y profundamente arraigada en el alma-es un poder que no puede pasarse por alto en el universo. Puede llegar a ser una fuerza que produzca milagros, o puede ser una fuente de energía interior por medio de la cual encontremos paz, consuelo y la fortaleza para sobreponernos.
A medida que pongamos en práctica nuestra fe y confianza, nacerá la esperanza. La esperanza nace de la fe y da significado y propósito a todo lo que hagamos. Puede darnos incluso la tranquilidad que nos haga falta para vivir felices en un mundo que esta maduro en la iniquidad, la calamidad y la injusticia.
Al acercarse al final de Su ministerio terrenal, el Salvador ofreció a Sus amados discípulos una firme esperanza:
“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
La esperanza es un principio hermoso por el cual vivir; sin embargo, entre nosotros hay quienes la han perdido completamente debido al pecado y a la transgresión. Una persona puede dejarse absorber tanto por las vías del mundo que no ve la salida y pierde la esperanza. Mi ruego a todos los que hayan caído en esta trampa del adversario es que nunca se rindan. No obstante lo desesperada que parezca la situación o cuanto empeore, ruego que me crean: siempre hay esperanza. Siempre.
Hace poco tuve el privilegio de efectuar el sellamiento en el templo de una maravillosa familia. Fue una oportunidad hermosa, como siempre lo son esas ceremonias. Pero cualquiera que hubiera conocido al padre de esa familia varios años antes habría comprendido que en ese momento se estaba obrando un milagro en la Casa del Señor. Con autorización de el leeré una parte de lo que me escribió:
“Nací en la Iglesia y aprendí el evangelio sobre el regazo de mi madre. Gracias a su diligencia y perseverancia nació una pequeña chispa de testimonio en mi que nunca me abandonó, aun en los peores momentos de mi vida. En los años de mi adolescencia, Satanás se dedicó a tratar de desviarme; era fines de la década de los 60 y principios de la de los 70, una época de gran confusión, y el puso en juego todas sus artimañas; me enrede en el consumo de drogas, y la practica del amor libre y del libertinaje, y me olvidé del resto del mundo. Con la primera bebida alcohólica que tome, empece a deteriorarme lentamente. Después del alcohol fue mucho mas fácil seguir con otras drogas. Con el objeto de usar drogas, uno debe llegar a ser un buen mentiroso; se aprende a hacer cualquier cosa para ocultar el comportamiento.
“Después de muchos años de vivir así, parecía que hasta la ultima fibra de moral se había corrompido en mi. Tenia escasa conciencia de lo que me rodeaba y me había sumergido en las profundidades de la desesperación y la depresión. Veía a mis amigos morir por efecto de las drogas o cometer suicidio. Al transcurrir el tiempo, mis amigos y yo nos vimos expuestos al sistema judicial criminal. De hecho, muchos de mis amigos anteriores están aun en prisión. De no haber sido por esa pequeña chispa de testimonio que me inculcó mi madre cuando era niño, que me hacia saber que mi Padre Celestial todavía podía amarme, dudo que estaría escribiendo esta carta hoy día”.
Algunos padres se habrían dado por vencidos con este hijo pródigo, pero no la madre de este hombre. Ella seguía creyendo que encontraría el camino de regreso a las enseñanzas de su niñez y que nuevamente pondría su confianza en el Señor Jesucristo. Con el apoyo amoroso de su familia y amigos, eso es exactamente lo que sucedió. Quisiera seguir leyendo parte de su carta:
“Si hay una cosa que aprendí, es que no obstante cuan perdido se encuentre uno, no obstante cuan bajo haya caído, puede encontrar el perdón y la paz; aprendí también que cuanto mas se aleja uno del Señor, tanto mas difícil es volver a El y a Sus enseñanzas. Pero una vez que abrí mi corazón y llame en oración a mi Padre Celestial para que me ayudara, en el nombre de Su Hijo Jesucristo, llegue a entender el poder del arrepentimiento y de las bendiciones de la obediencia a los mandamientos de Dios”.
Hermanos, quisiera que todos hubieran estado con nosotros en el templo ese día. para sentir el gozo de la esperanza alcanzada. Estoy seguro de que habrían captado, como yo, el renaciente amor por Dios y la felicidad sublime que llenaba el corazón de la madre de mi amigo al verse rodeada de sus cuatro hijos y sus nueras, además de otros familiares en el cuarto de sellamientos.
El apóstol Pablo enseñó que hay tres principios divinos que forman la base sobre la cual podemos edificar la estructura de nuestra vida, y ellas son la fe, la esperanza y la caridad, o sea, el amor puro de Cristo (véase 1 Corintios 13:13). Esos tres principios juntos nos dan el fundamento para apoyarnos, como sucede con un taburete (banco) de tres patas; cada uno es importante en si mismo, pero a la vez cada uno tiene una función importante como apoyo de los demás; cada uno esta incompleto sin los otros. La esperanza ayuda a desarrollar la fe; de igual forma, la verdadera fe da nacimiento a la esperanza. Cuando empezamos a perder la esperanza, también se debilita en parte nuestra fe. Los principios de la fe y de la esperanza, juntos, deben ir acompañados de la caridad, que es el mayor de todos. De acuerdo con lo que dice Mormón: “La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre” (Moroni 7:47). Es la manifestación perfecta de nuestra fe y esperanza.
Juntos, estos tres principios eternos nos darán la amplia perspectiva eterna que necesitamos para enfrentar las dificultades mas grandes de la vida, incluso las calamidades profetizadas para los últimos días. La fe real abriga la esperanza para el futuro; nos permite mirar mas allá de nosotros y de nuestros problemas presentes. Fortificados por la esperanza, nos sentimos inclinados a demostrar el amor puro de Cristo por medio de nuestros hechos diarios de obediencia y servicio cristiano.
Aseguro sin dudas, mis hermanos y hermanas, que nuestro Padre Celestial se ocupa de nosotros, tanto en forma individual como colectiva; El entiende las dificultades espirituales, físicas y emocionales que enfrentamos en el mundo de hoy. En realidad, todas ellas son parte de Su plan para nuestro progreso y desarrollo eternos, y Su promesa es cierta: “… el que persevere con fe y haga mi voluntad, vencerá… “ (D. y C. 63:20). El Salvador prometio: “Ninguna arma forjada en contra de ti prosperara … Esta es la herencia de los siervos del Señor … “ (3 Nefi 22:17).
Que todos podamos encontrar “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7), la cual se halla solamente por medio de la caridad, la fe y la esperanza.
Deseo expresar a todos mi testimonio de que se que el Señor Jesucristo vive y que El ha restaurado Su Iglesia en la tierra por intermedio del profeta José Smith. La promesa que tenemos de vida eterna depende de nuestro amor por Dios y de nuestra obediencia a Sus mandamientos. Este conocimiento me da esperanza y fe. Ruego que así le suceda a cada uno de ustedes, en el nombre de Jesucristo. Amen.