“Sed De Buen Ánimo”
“Cuando hemos sido sinceras con nosotras mismos y humildes ante el Señor en cuanto a las decisiones pertinentes al trabajo, así como a la maternidad, podemos seguir adelante con valor.
Recibí mi bendición patriarcal a los diecisiete años de edad. Se me exhortó buscar a un compañero que me llevara al templo y se me bendijo para llegar a ser una madre en Israel. Después de eso, di por sentado que terminaría mis estudios superiores, que me casaría y comenzaría una familia.
Pero a los treinta años aun no me había casado. Fue entonces que llegue a darme cuenta de que las promesas mencionadas en mi bendición patriarcal tal vez no se realizarían durante mi vida terrenal. A pesar de que comprendía que si era digna y fiel algún día gozaría de todas esas bendiciones, aun me sentía preocupada. Me preguntaba si podría ser feliz si no llegaba a casarme y a tener una familia tal como lo había esperado. Durante un período especialmente difícil, asistí con frecuencia al templo. En una ocasión, recibí un claro mensaje de Dios de que no tenía que temer.
Al reflexionar sobre aquella experiencia, llegue a comprender que mi felicidad no dependía de cuando me casara o de si era bendecida con una familia, ni tampoco de las condiciones de mi vida, sino de que confiara en Dios y lo obedeciera. Nuestro Padre Celestial nos conoce y nos ama a cada una de nosotras, El conoce las circunstancias y retos de nuestras vidas, y El nos ayudara. Las Escrituras enseñan: “Sed de buen animo, pues, y no temáis, porque yo, el Señor, estoy con vosotros y os ampararé” (D. y C. 68:6).
Y resultó que sí me casé; yo tenía treinta y cuatro años y mi esposo treinta y siete. Queríamos empezar a tener nuestra familia rápidamente, pero tuvimos dificultades para tener hijos. Le dijimos a nuestro Padre Celestial que si nos daba un hijo, se lo dedicaríamos a Su servicio. Cuando tenía treinta y siete años de edad, nació nuestra primera hija. Le pedimos a nuestro Padre Celestial que nos enviara otro hijo y de nuevo le prometimos que lo consagraríamos a Su voluntad. Tuvimos otro hijo cuando yo tenía casi cuarenta años. Suplicamos tener mas hijos pero no tuvimos mas.
Emily tiene casi diez años y Danny siete, y estamos tratando de criarlos en cumplimiento a las promesas que hemos hecho. Tal como los padres Santos de los Últimos Días de todas partes, reconocemos que nuestros hijos son un don de Dios y estamos tratando de ayudarlos a amarlo y servirle.
Aun tengo mucho que aprender en cuanto a la crianza de los hijos, pero la Sociedad de Socorro me ha dado la oportunidad de compartir algunas ideas que he aprendido de mis propias experiencias, así como de las conversaciones que he tenido con amistades y familiares. Se relacionan con mi convicción de que debemos tener animo, porque el Señor estará con nosotros y nos ayudara con los diversos pero inevitables problemas que nos vendrán a todos.
Una de las cosas que he aprendido es que la maternidad conlleva decisiones difíciles. Cuando nació nuestra primera hija, yo había trabajado por aproximadamente doce años, primero como maestra y luego como abogada. Me preguntaba si debía continuar trabajando. Los ingresos de mi esposo eran suficientes para satisfacer nuestras necesidades, pero éramos aproximadamente veinte años mayores que la mayoría de los padres con hijos pequeños. Me preguntaba si ambos viviríamos lo suficiente para criar a nuestros hijos y, si yo enviudara, cómo proveería para ellos. Me preguntaba cuan difícil seria encontrar un trabajo a los sesenta años de edad, en caso de que surgiese la necesidad cuando nuestros hijos entraran a la universidad o recibieran llamamientos para ir a la misión.
El presidente Kimball, que en aquel entonces era el profeta, aconsejó a las hermanas de la Iglesia: “Algunas mujeres, a causa de circunstancias imprevistas, deben trabajar. Lo reconocemos … no obstante, no cometan el error de desviarse hacia tareas secundarias que las obligaran a descuidar aquellas asignaciones eternas como el dar a luz y la crianza de hijos espirituales de nuestro Padre Celestial. Oren cuidadosamente en cuanto a todas las decisiones que tengan que tomar” (Spencer W.. Kimball, discurso pronunciado en una charla para mujeres de la Iglesia, el 15 de septiembre de 1979, reimpreso en My Beloved Sisters, Deseret Book Company, 1979, pág. 41).
Yo tomé este consejo muy en serio. Sabia que tenía que decidir si me encontraba entre aquellas que debían trabajar. Después de orar sinceramente en cuanto al asunto, le pedí a mi esposo que me diera una bendición del sacerdocio. En ella se me prometió que podría tomar una decisión que seria para el bienestar de nuestra familia, pero no indicó cual seria la decisión. Trate de imaginarme el efecto que aquella decisión tendría en mi esposo, mis hijos y yo, mientras esperaba recibir inspiración. Mi decisión fue la de ser ama de casa.
Nunca he lamentado aquella decisión; he gozado de estar en mi hogar con mis hijos, verlos crecer y ayudarlos a aprender. Pero se que algún día tal vez llegara el tiempo en que tenga que proveer para mi familia. Después de haber tratado de tomar una sabia decisión y de hacer todo lo necesario para mantenerme al día en mi profesión, creo que debo y puedo confiar en que el Señor me ayudara en caso de que surja dicha necesidad.
Definir lo que tiene prioridad es un proceso continuo para todas nosotras. Por toda la Iglesia, muchas hermanas en circunstancias mucho mas difíciles que las mías, han meditado y orado sobre el consejo de los profetas y buscado la guía del Espíritu Santo a medida que han tratado de tomar decisiones correctas en lo que concierne al bienestar de sus familias. Y no obstante que esas decisiones han sido inevitablemente diversas, y algunas veces no han tenido el apoyo de los demás, creo que ellas también deben y pueden confiar en el Señor para que las ayude a cumplir sus responsabilidades.
Cuando hemos sido sinceras con nosotras mismas y humildes ante el Señor en cuanto a las decisiones pertinentes al trabajo, así como a la multitud de decisiones concernientes a la maternidad, podemos seguir adelante con valor. “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).
A medida que he tratado de establecer lo que es mas importante para mi, me he dado cuenta de que casi siempre tenemos demasiado que hacer. Como madre que me quedo en casa con sólo dos niños, tengo demasiado que hacer. Cuanto mas grandes son las exigencias para las mujeres que trabajan o cuyas familias son numerosas o que están criando solas a sus hijos. Al pensar en las restricciones de nuestro tiempo, he llegado a la conclusión de que el designio de Dios no era que pudiéramos hacer todo lo que deseáramos hacer. Si no hubiese nada mas que hacer que lo que individualmente somos capaces de llevar a cabo, no tendríamos que tomar decisiones y tampoco llegaríamos a reconocer lo que valoramos mas.
A veces es difícil saber que es lo mas importante. Somos bendecidas al poder criar a nuestros hijos en una época en que el evangelio ha sido restaurado y en que Dios ha llamado a profetas para ayudarnos en el proceso de tomar decisiones. Estoy agradecida por la guía que recibimos mediante el presidente Ezra Taft Benson. En la preparación de este discurso, he estudiado de nuevo sus consejos con respecto a la manera en que las madres pueden bendecir la vida de sus hijos. Me gustaría relatarles la experiencia que tuve al poner en practica una de sus sugerencias.
Tal como otros profetas, el presidente Benson nos exhortó a leer las Escrituras diariamente con nuestra familia. Durante varios años, nuestra familia ha estado tratando de hacerlo. El año pasado, sin embargo, notó que se nos presentaba un problema. Nuestros hijos practican instrumentos musicales, cosa que les aconsejo que hagan durante las mañanas, cuando no tienen tantas distracciones. Pero algunas veces se acostaban tarde y se levantaban tarde; en esos días no disponían del tiempo suficiente para terminar la practica de música, vestirse, desayunar y leer las Escrituras antes de irse a la escuela. La actividad que inevitablemente se dejaba de lado era el estudio de las Escrituras. Algunas veces leíamos un versículo o dos y a veces decíamos que lo haríamos después de la escuela, pero nuestros esfuerzos no eran constantes. Este año me di cuenta de que mis prioridades estaban equivocadas. Se me ocurrió que tal vez estaba enseñando a mis hijos que el estudio de la música era mas importante que el estudio del evangelio. Decidí que en aquellas mañanas, cuando no disponíamos de mucho tiempo, estudiaríamos las Escrituras y pospondríamos la practica de la música. Les testifico que he sentido una gran paz al haber seguido el consejo del Profeta en este asunto.
El aceptar la guía de nuestro Padre Celestial mediante las Escrituras y Sus profetas, es una fuente de gran fortaleza y valor. Tal vez no podamos hacer todo, pero El nos bendecirá en nuestros esfuerzos por hacer aquellas cosas que nos ha pedido hacer. Al igual que Nefi, podemos hacer las cosas que el Señor nos ha mandado, porque “… El nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado” ( 1 Nefi 3: 7).
Otra fuente de valor han sido las experiencias que me han enseñado que Dios guiara a las madres en lo que concierne a las necesidades individuales de sus hijos. Algunas de mis oraciones mas fervientes han sido para suplicar bendiciones para mis hijos y ayuda para dirigirlos. Aunque la mayoría de las veces las respuestas se han recibido en la confirmación de que debo seguir cierto camino, a veces me ha sorprendido la claridad con que nuevas ideas han acudido a mi mente.
Dios hará mucho mas. Toda mujer que ha criado a sus hijos se preocupa por los errores que ha cometido. Me siento sumamente angustiada cuando me doy cuenta de que he herido los sentimientos de mis hijos, he sido impaciente o he desperdiciado las oportunidades de ayudarlos. Pero cada una de nosotras puede tener esperanza en la Expiación de Cristo, para que no sólo podamos arrepentirnos y ser perdonadas, sino que mediante Su gracia, nuestros hijos puedan sanar de las heridas emocionales que tal vez les hayamos causado y ser compensados por los errores que hayamos cometido. Cristo declaró: “La paz os dejo, mi paz os doy; … No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).
Estoy agradecida de ser madre; testifico que la maternidad es, tal como dice mi bendición patriarcal, “una tarea sublime e importante dada a las mujeres de la Iglesia”. Agradezco a mi Padre Celestial el privilegio de asistir en Su obra de “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39).
Testifico de Su amor e interés por ayudarnos, del acceso a Su guía por medio de profetas y la oración, así como de Su misericordia y perdón por los errores que cometemos. Como madres en Sión, y como hermanas en el Evangelio de Jesucristo, estamos en la obra del Señor. Tengamos buen animo, porque El estará con nosotras y a nuestro lado. En el nombre de Jesucristo. Amén.