La Igualdad A Pesar De Las Diferencias
“Al asignar responsabilidades diferentes al hombre y a la mujer, nuestro Padre Celestial nos ha dado mas oportunidades para crecer, servir y progresar.”
Hermanas de la Sociedad de Socorro es un honor para mi el dirigirles la palabra. Ustedes pertenecen a la organización de mujeres mas grande y antigua del mundo, y la única organizada por un profeta de Dios. La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles les envían sus saludos. Hermanas, tanto nosotros, como sus lideres locales del sacerdocio reconocemos su gran labor y las estimamos mucho. Reconocemos y agradecemos todo lo que hacen para edificar el reino de Dios. Nos maravillamos al ver la fe y el servicio dedicado que brindan a sus familias, a la Iglesia y a sus comunidades. Oramos por cada una de ustedes y les extendemos nuestro cariño.
Mis hermanos, los élderes Charles Didier y W. Mack Lawrence, y yo somos asesores del sacerdocio de la presidencia general y a la mesa directiva de la Sociedad de Socorro. La tarea de la Sociedad de Socorro es mas difícil que nunca por motivo de la variedad de idiomas, culturas y ambientes, así como por las circunstancias que constantemente cambian en el mundo. La planificación tiene que ser tanto general como particular; general como para satisfacer las diversas necesidades de mas de tres millones de mujeres que viven en mas de ciento treinta países y lugares, y particular como para satisfacer las necesidades de cada hermana. La Sociedad de Socorro y el evangelio deben incluir a cada mujer. Cada una de ustedes es bienvenida y es necesaria, ya sea que tenga dieciocho u ochenta años, sea casada o soltera; así hable inglés o portugués, viva en una isla o en las montañas, tenga hijos o simplemente ame a los niños; así tenga un titulo universitario o poca instrucción; así tenga un marido que no participe activamente en la Iglesia o uno que sea presidente de estaca; así tenga un testimonio firme del evangelio o este luchando por fortalecerse espiritualmente.
¡Aquí es donde deben estar! La Iglesia necesita urgentemente sus talentos, energías y contribuciones. Tal como dijo Eliza R. Snow, segunda presidenta general de la Sociedad de Socorro: “No existe una hermana que se halle tan aislada o que su influencia este tan restringida que no pueda contribuir significativamente al establecimiento del reino de Dios sobre la tierra” (Womans’s Exponent, 15 de septiembre de 1893, pág. 62).
Hermanas, ruego que el Espíritu del Señor me acompañe esta noche mientras enseño un principio fundamental del evangelio que, si se llegan a comprender, les fortalecerá y bendecirá en su búsqueda de la vida eterna.
Nuestro Padre Celestial ama a todos Sus hijos por igual y de una manera perfecta e infinita. El amor que siente por Sus hijas no es diferente del que siente por Sus hijos. Nuestro Salvador, el Señor Jesucristo, también ama por igual a hombres y mujeres. Su sacrificio expiatorio y Su evangelio son para todos los hijos de Dios. Durante Su ministerio terrenal Jesús sirvió, sanó y enseñó a hombres y a mujeres por igual.
El evangelio de Jesucristo puede santificar a hombres y mujeres de la misma manera y por medio de los mismos principios. Por ejemplo, la fe, el arrepentimiento, el bautismo y el don del Espíritu Santo son requisitos para todos los hijos de Dios, sin importar su sexo. Lo mismo se aplica a los convenios y a las bendiciones del templo. La obra y gloria de nuestro Padre es llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna de Sus hijos (véase Moisés l :39). El nos ama a todos por igual, y su don mas grandioso, el don de la vida eterna, se halla al alcance de todos.
Aunque el hombre y la mujer sean iguales ante Dios en cuanto a sus oportunidades eternas, tienen deberes diferentes, si bien igualmente importantes, en Su plan eterno. Debemos comprender que Dios contempla a todos Sus hijos con infinita sabiduría y perfecta equidad. Como consecuencia, reconoce e incluso fomentar nuestras diferencias pero a la vez nos da oportunidades similares para nuestro desarrollo y progreso.
Cuando vivimos con El como hijos e hijas espirituales, nuestro Padre Celestial asignó responsabilidades terrenales diferentes al hombre y a la mujer. A Sus hijos les dio el sacerdocio y las responsabilidades de la paternidad, y a Sus hijas, las responsabilidades de la maternidad, cada tarea con sus funciones correspondientes.
La creación del mundo, la expiación de Jesucristo y la restauración del evangelio en los últimos días por medio del profeta José Smith tienen un solo objetivo: permitir que todos los hijos espirituales de nuestro Padre Celestial obtengan cuerpos mortales y luego, mediante el don del albedrío, sigan el plan de redención que fue hecho posible gracias a la expiación del Salvador. Dios preparó todo esto para nosotros, a fin de que podamos regresar a nuestro hogar celestial, revestidos de inmortalidad y vida eterna, para vivir con El como familias.
Una familia puede vivir con El sólo después que marido y mujer se sellen por las eternidades, por el poder del santo sacerdocio. Reconocemos que muchos miembros de la Iglesia desean esta gran bendición pero ven pocas posibilidades de que se cumpla en esta vida. No obstante, la promesa de la exaltación continua siendo una meta que cada uno de nosotros podemos lograr. Los profetas han declarado que, sin lugar a dudas, a los hijos e hijas de Dios no se les negara ninguna bendición si lo aman, tienen fe en El, guardan Sus mandamientos y perseveran fielmente hasta el fin.
La mayor parte de lo que el hombre y la mujer deben hacer para alcanzar una vida familiar exaltada se basa en responsabilidades y metas mutuas. Muchos de los requisitos son exactamente los mismos para los hombres que para las mujeres; por ejemplo, la obediencia a las leyes de Dios debe ser la misma para ambos, tanto ellos como ellas deben orar de la misma manera; ambos tienen el mismo privilegio de recibir respuestas a sus oraciones y obtener así revelación personal para su propio desarrollo espiritual.
Tanto hombres como mujeres deben servir a sus familias y a sus semejantes, pero las maneras especificas de hacerlo son a veces diferentes. Por ejemplo, Dios ha revelado por medio de Sus profetas, que los hombres deben recibir el sacerdocio, ser padres y, con mansedumbre y amor sinceros, guiar a sus familias con rectitud como el Salvador guía a la Iglesia (véase Efesios 5:23). A ellos se les ha dado la responsabilidad principal de satisfacer las necesidades temporales y físicas de la familia (véase D. y C. 83:2). Las mujeres tienen el poder de traer hijos al mundo y se les ha dado el deber primordial y la oportunidad, como madres, de guiarlos, nutrirlos y enseñarles en un ambiente espiritual y lleno de amor. En esta relación santa, los cónyuges se apoyan mutuamente en las funciones que les encargó Dios. Al asignar responsabilidades diferentes al hombre y a la mujer, nuestro Padre Celestial nos ha dado mas oportunidades para crecer, servir y pr__resar. El no dio diferentes tareas a hombres y mujeres simplemente para perpetuar la idea de una familia; mas bien, lo hizo para asegurar que la familia continuara para siempre, que es la meta suprema del plan eterno de nuestro Padre Celestial.
En todo esto es necesario que reconozcamos que la realidad a veces es otra, y que debemos guiarnos por el sentido común y la revelación personal. Algunos no se casaran en esta vida; algunos matrimonios fracasaran; otros no tendrán hijos; algunos hijos decidirán no hacer caso a los consejos mas tiernos y devotos de padres que los quieren. En algunos casos, la salud y la fe podrán flaquear; algunas mujeres que preferirían quedarse en casa tal vez tengan que trabajar. No juzguemos a otros, ya que no sabemos su situación ni tampoco sabemos lo que el sentido común y la revelación personal les ha indicado hacer. Lo que si sabemos es que en esta vida, el hombre y la mujer se enfrentaran a problemas y pruebas cuanto tratan de llevar a cabo el plan que Dios tiene para ellos. Debemos recordar que las pruebas y las tentaciones son una parte importante de nuestra vida. No debemos criticar a los demás por la manera en que elijan ejercer su albedrío moral cuando hacen frente a la adversidad t) a los sufrimientos.
En estos últimos días, vemos a un numero cada vez mayor de personas que instan a otros a sentir y a manifestar desacuerdo cuando tienen problemas. Quieren hacernos creer que la Iglesia y sus lideres son injustos con las mujeres, o que a estas se les niega la oportunidad de desarrollar su pleno potencial dentro del marco del evangelio. Hermanas, sabemos que la Iglesia esta compuesta de seres humanos, que los líderes del sacerdocio son imperfectos y que algunos no siempre llevan a cabo su deber con la debida sensibilidad. Sin embargo, deseo que comprendan esta simple verdad: el evangelio de Jesucristo provee la única vía por medio de la cual mujeres y hombres pueden lograr su pleno potencial como hijos de Dios. Sólo el evangelio puede librarnos de los terribles efectos del pecado. Solo si seguimos el plan que Dios trazo para nosotros, con fe y determinación para al final llegar a vivir como familias eternas, podremos hacernos acreedores de la vida eterna en Su presencia. Lo bueno es que la Iglesia y la familia no restringen nuestro progreso, sino que lo aceleran al plantar nuestros pies firmemente en el sendero del evangelio que nos conduce de nuevo a la presencia de Dios. Cada uno de nosotros tenemos el privilegio de buscar detenidamente por medio de la oración, la voluntad del Señor con respecto a nuestros retos y dilemas individuales. La revelación personal es, en efecto, personal; no se basa en el sexo ni en la posición, sino en la dignidad. Se recibe como respuesta a una sincera petición. No obstante, la revelación para la Iglesia en general la reciben únicamente los profetas, videntes y reveladores del Señor.
En estos tiempos de confusión, el mantener nuestros pies en el sendero del evangelio puede ser difícil. Escuchamos muchas voces persuasivas que nos incitan a volverle la espalda a las verdades reveladas y a abrazar las filosofías del mundo. Les ofrezco tres sugerencias sencillas que nos ayudaran a todos a mantener clara y sin obstáculos nuestra perspectiva eterna.
Primero, concéntrense en lo básico. Con la abundante riqueza y sustancia que existen en las verdades simples del evangelio, no necesitamos perder tiempo en pobres especulaciones teológicas. Enséñense unas a otras en la Sociedad de Socorro y en sus visitas de maestras visitantes las doctrinas puras que se encuentran en las Escrituras y en los cursos de estudio aprobados; el Espíritu guiara y confirmara su enseñanza. Enseñen a sus hijos en cuanto a la fe, el arrepentimiento, el bautismo y los otros principios básicos del evangelio restaurado. Hagan convenios con Dios y reciban todas las ordenanzas del sacerdocio. Estudien y mediten sobre las Escrituras, especialmente el Libro de Mormón, individualmente y como familia. En un mundo lleno de conflictos y confusión, encontrarán paz y seguridad en la palabra revelada de Dios.
Segundo, mantengan un equilibrio. Una franca y sincera conversación doctrinal es importante para obtener un conocimiento del evangelio, pero recuerden que la mayoría de las cosas han sido establecidas por Dios y simplemente no están sujetas a los cambios. Las doctrinas y los principios de la Iglesia se establecieron únicamente por revelación, y no por legislación. Este es el plan de Dios; no tenemos la prerrogativa de alterarlo o modificarlo.
La tarea que tenemos es la de integrar los principios del evangelio en nuestras vidas a fin de que estas obtengan un equilibrio. Cuando esto suceda, y antes de que nos denlos cuenta, nuestras vidas se llenaran de conocimiento espiritual que nos confirmara que nuestro Padre Celestial nos ama y que Su plan es justo y verdadero, y que debemos esforzarnos por comprenderlo y tener gozo en vivirlo.
Tercero, comuníquense unas a otras con amor, porque “la caridad nunca deja de ser” (Moroni 7:46). Muchas hermanas, incluso algunas r de las que se hayan aquí presentes, pueden estar sufriendo por una razón u otra. Ayuden a las que sufren, escuchen sus preocupaciones, sean dignas de su confianza y siempre guarden sus confidencias. Alivien sus cargas; enséñenles, tanto por el precepto como por el ejemplo, acerca del plan de nuestro Padre Celestial para Sus hijos; ayúdenles a comprender el cometido inalterable de nuestro Padre en cuanto al principio del albedrío moral; enséñenles acerca de la parte esencial que juega la adversidad en nuestra vida eterna. Tómenlas de la mano y ayúdenlas a arrepentirse, a perdonar, a tener fe, a perseverar o a hacer lo que sea necesario. Nunca olviden que el Señor puede obrar un milagro en la vida de ellas por medio de ustedes.
Hermanas, ustedes pertenecen a la Sociedad de Socorro, la cual esta organizada bajo la dirección del sacerdocio en todo barrio y rama. Las integrantes de la presidencia de su Sociedad de Socorro son mujeres sensatas e inspiradas que han sido llamadas por revelación y apartadas por aquellos que poseen la autoridad de administrar las ordenanzas del evangelio. En dos ocasiones he sido obispo y quiero que sepan que ustedes son parte de una organización que es vital en sus barrios y que la contribución individual que ustedes hacen es de gran valor en la obra del Señor.
Que Dios las bendiga, mis queridas hermanas, en sus vidas personales, en sus hogares y sus Familias, así como en sus llamamientos eclesiásticos. Que les bendiga por su servicio dedicado. Que puedan sentir la seguridad reconfortante de que nuestro Padre Celestial las ama a cada una de ustedes, Sus hijas, y que la vía que El ha señalado para ustedes es la que lleva hacia una equidad y libertad perfectas en esta vida y en la eternidad. De esto les testifico, y ruego humildemente que las bendiciones del Señor las acompañen, en el nombre de Jesucristo. Amén.