“Desde El Principio”
Muchos se alejaron del evangelio y sus verdades “claras y preciosas” (1 Nefi 13:40). Era demasiado sencillo. Prefirieron buscar lo que no podían entender (véase Jacob 4:14).
Aunque el enseñar acerca de las grandes apostasías de la historia ha sido desde hace largo tiempo un factor constante del evangelio restaurado, no siempre se le ha prestado mucha atención. Dado que comprendemos en toda su amplitud que algunas de nuestras creencias no las comparten otras personas y viceversa, mi objetivo es la instrucción interna y no la persuasión externa. Pero la buena voluntad puede seguir prevaleciendo; en realidad, junto con ustedes, hermanos, me regocijo por las buenas obras y las expresiones de fe de muchas personas de otras religiones. Por ejemplo, las recientes declaraciones del Papa sobre la castidad han sido apropiadas y valerosas y yo las aplaudo. Incontables personas honorables del mundo hacen mucho sin tener lo que nosotros, los miembros, llamamos la plenitud del evangelio, mientras que algunos de nosotros, lamentablemente, ¡hacemos tan poco, teniendo tanto!
Creemos que Adán y Eva fueron los primeros seres humanos de este planeta y los primeros cristianos.
“Y así se empezó a predicar el evangelio desde el principio, siendo declarado por santos ángeles enviados de la presencia de Dios, y por su propia voz, y por el don del Espíritu Santo.
“Y así se le confirmaron todas las cosas a Adán mediante una santa ordenanza …” (Moisés 5:58–59; cursiva agregada).
Y así, hermanos, quedó establecida la manera en que Dios se comunicaría con el hombre desde el comienzo, tal como en la posterior Restauración.
“… por tanto, envió [Dios] ángeles para conversar con ellos, los cuales causaron que los hombres contemplaran la gloria de Dios.
“Y de allí en adelante empezaron los hombres a invocar su nombre; por tanto Dios conversó con ellos y les hizo saber del plan de redención … (Alma 12:29–30; véase también Moisés 5:58–59).
No obstante, la primera plenitud de conocimiento no tardó en perderse. La resultante fragmentación, dilución y distorsión llevó a una amplia gama de religiones: cristianas y no cristianas.
El presidente Joseph F. Smith dijo que en medio de esa difusión algunas leyes y algunos ritos los “llevó la posteridad de Adán a todas las tierras, y los conservaron, mas o menos puros, hasta el Diluvio, y desde Noé… hasta los que le. sucedieron, esparciéndose por todas las naciones y los países … No es extraño, entonces, que hallemos vestigios del cristianismo entre … naciones que no conocen a Cristo y cuya historia comenzó después del Diluvio, independiente y separada de los anales de la Biblia” Joseph F. Smith, Journal of Discourses, tomo XV, pág. 325. Véase también Alma 29:8).
A la primitiva plenitud del conocimiento siguieron el hambre de “oír la palabra de Jehová periódicamente” (Amos 8:11). Las apostasías del antiguo Israel fueron citadas por Jehová, incluyendo el cambio de las ordenanzas, el haber quebrantado los convenios y su rebeldía. (Véase Isaías 24:5; Ezequiel 2:3.)
Una gran apostasía se produjo después de la muerte de los Apóstoles, “los sembradores de la semilla” (D. y C. 86:2, 3; véase también Judas 1 :17; Mosíah 26:1 ).
Las epístolas del Nuevo Testamento indican claramente que una grave y general apostasía-no solo una esporádica disensión– comenzó poco después. Santiago hablo de “las guerras y los pleitos” dentro de la Iglesia (véase Santiago 4:1). Pablo se lamento de las “divisiones” que había en la Iglesia y menciono a los “lobos rapaces, que no perdona[rían] al rebaño” (véase 1 Corintios 11:18; Hechos 20:29–31). El sabia que vendría la apostasía y les escribió a los tesalonicenses diciéndoles que la segunda venida de Cristo no ocurriría “sin que antes [viniera] la apostasía” y les advirtió además, “ya esta en acción el misterio de la iniquidad” (2 Tesalonicenses 2:3, 7).
Cerca del fin, Pablo, reconociendo lo extensa que era la apostasía, escribió: “me abandonaron todos los que están en Asia” (2 Timoteo 1:15).
A Pablo le acusaron injustamente de haber enseñado: “Hagamos males para que vengan bienes” (Romanos 3:8). La calumnia que le levantaron a Pablo quizá haya reflejado los desatinos nicolaítas, los que decían que puesto que Dios nos da la
manera de ser. salvos de nuestros pecados, debemos pecar a fin de permitirle efectuar ese gran bien. Con razón, el Señor, en el Apocalipsis, condenó las enseñanzas y los actos perniciosos de los nicolaítas (véase Apocalipsis 2:6, 15.)
La propagación de la fornicación y de la idolatría alarmó a los Apóstoles (véase 1 Corintios 5:9; Efesios 5:3; Judas 1 7). Juan y Pablo se lamentaron del surgimiento de falsos apóstoles (véase 2 Corintios 11:13; Apocalipsis 2:2). La Iglesia estaba evidentemente sitiada. Algunos no sólo se alejaron de ella sino que después abiertamente manifestaron su oposición. En cierto momento, nadie estuvo al lado de Pablo, y el se lamentó, diciendo: “todos me desampararon” (2 Timoteo 4:16). También se quejó de los que trastornaban casas enteras (véase Tito 1:10, 11).
Algunos lideres locales se rebelaron, como aquel al que le gustaba tener el primer lugar entre ellos y que no recibía a los Apóstoles (véase 3 Juan 1:9–10).
Por eso el presidente Brigham Young dijo:
“… Se dice que el Sacerdocio se quitó de la Iglesia; pero no fue así, lo que ocurrió fue que la Iglesia se apartó del Sacerdocio …” (lournal of Discourses, tomo XII, pág. 69).
Las inquietudes que expresaron Pedro, Juan, Pablo y Santiago por el abandono de lo verdadero no eran paranoia sino proféticas advertencias sobre la Apostasía.
Además, había otra influencia en juego: la helenización cultural del cristianismo. Escribió Will Durant en su obra Historia de la Civilización: “La lengua griega, dueña durante siglos del cetro de la filosofía, fue también el medio de expresión de la literatura y el ritual cristianos” (Will Durant, The Story of Civilization: Part 111, Caesar and Christ. New York: Simon and Schuster, 1944, pág. 595). Las sendas erróneas que se habían seguido hasta entonces para describir a Dios estaban allí y era muy fácil seguir transitándolas (véase Robert M. Grant, Gods and the One God, Philadelphia: The Westminster Press, págs. 71–85, 152, 158).
Otro erudito sacó en conclusión que:
“Era imposible para los griegos … cuyo conocimiento permeaba todo su ser. recibir o retener el cristianismo en su primitiva sencillez” (The Influence of Greek Ideas on Christianity [New York: Harper and Row, 1957], pág. 49).
Las experiencias de Pablo en Atenas ponen de manifiesto la mentalidad de los griegos (véase Hechos 17). Los intelectuales que lo escuchaban le preguntaron: “… que es esta nueva enseñanza … Pues traes a nuestros oídos cosas extrañas …” (Hechos 17:19–20). Luego, cuando Pablo les habló del Dios Viviente y de la Resurrección, “se burlaron” (Hechos 17:32) porque parecía ser “predicador de nuevos dioses” (Hechos 17:18; véase también el vers. 29).
Algunos creían que la materia era intrínsecamente mala, concepto que representaba tanto el pensamiento griego como el oriental (véase E. R. Dodds, Pagan and Christian in an Age of Anxiety. New York: W. W. Norton and Company, Inc., pág. 14). Y por eso razonaban que si el cuerpo constituía una “cárcel tenebrosa” de la que se debía procurar escapar, ¿para que desear la resurrección? (Dodds, pág. 30. nota 1). Esa opinión contrasta marcadamente con la revelación de los últimos días que dice que sólo cuando el cuerpo resucitado y el espíritu de la persona estén al fin inseparablemente unidos recibirán “una plenitud de gozo” (véase D. y C. 93:33; 88: 15–16; 138:17). Además, Dios usó la materia para crear esta tierra “para que fuese habitada”, después de lo cual, El “vio … todo lo que habla hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”… ¡y no malo! (Isaías 45:18; Génesis 1:31.)
Además, algunos tenían sus dudas con respecto a adorar a un Dios que sufría. Un erudito contemporáneo observó que “los sufrimientos humanos de Jesús … eran causa de bochorno para algunos cristianos porque daban lugar a las criticas de los paganos” (Dodds, pág. 119). Por eso, muchos griegos consideraban a Cristo y a lo que El representaba como una “locura” (1 Corintios 1:23).
Muchos se alejaron del evangelio y sus verdades “claras y preciosas” (1 Nefi 13:40). Era demasiado sencillo. Prefirieron buscar lo que no podían entender (véase Jacob 4:14).
El apóstol Juan condenó a los anticristos que enseñaban que Jesús no había “venido en carne” (1 Juan 4:3) dando a entender que la apariencia corporal de Jesús era una ilusión adaptada a la debilidad del ser humano (véase Juan 1:1–3, 14).
Otra forma griega de ir mas allá de la verdad era el interpretar los acontecimientos históricos con sentido alegórico. Esa insistencia de antaño de no creer que Jesús fuera parte de la historia humana se repite hoy en día.
La razón, la tradición filosófica griega, dominó y después suplantó la confianza en la revelación, un resultado que fue probablemente acelerado por bien intencionados cristianos que deseaban acomodar sus creencias al pensamiento de la época.
El historiador Will Durant también escribió: “El cristianismo no destruyó el paganismo, sino que lo adaptó, y, así, el pensamiento griego, que iba perdiendo vitalidad, cobró renovada vida” (Caesar and Christ, pág. 595).
Lamentablemente, demasiados miembros de la Iglesia, como lo dijo Pablo, se cansaron y se desanimaron (véase Hebreos 12:3).
Hacia mediados del siglo dos, las cosas cambiaron notablemente. Otro erudito escribió sobre la estructura teológica y la forma considerable en que esta se había cambiado, reflejando así la helenización del cristianismo (véase Stephen Robinson, Ensign, enero de 1988, pág. 39).
Pedro, que presenció lo que estaba ocurriendo, habló con esperanza de un día lejano, de los largamente esperados “tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hechos 3:21).
Pablo, también, escribió sobre “la dispensación del cumplimiento de los tiempos”, una época particular entre todas, (Romanos 11:25; Efesios 1:10), que reuniría “todas las cosas en Cristo … las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Efesios 1:10). Todo seria restaurado, incluso la plenitud que tuvo Adán en el principio. (D. y C. 128:21; Abraham 1:3.) Sin embargo, nunca mas habría otra apostasía universal, sino sólo individual (véase Daniel 2:44; D. y C. 65:2).
Entre las cosas gloriosas que se restauraron en el siglo diecinueve, se cuenta el llamamiento del profeta José Smith, que oyó la propia voz de Dios, recibió revelaciones angélicas y también el Santo Apostolado y las llaves del sacerdocio. También recibió Escrituras adicionales, que abrieron las puertas a las Escrituras que seguirían y que incluyó la restitución del conocimiento sobre la naturaleza de Dios, el Padre, y de Cristo, el Hijo, y de la Expiación. Nuestro Mismo Salvador declaró:
“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:13).
Habiéndolo aprendido por revelación, José Smith enseñó: “Si los hombres no entienden el carácter de Dios no se entienden a si mismos” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág.343). Asimismo, hermanos y hermanas, si no comprendemos los propósitos de Dios, ¡no comprenderemos el propósito de la vida! En el plan de salvación de Dios, El no hace nada que no sea para el beneficio de Sus hijos en el mundo; el hombre es su objetivo central (véase Mosíah 8: 18; D. y C. 46:26; véase también Moisés 1:39).
Del mismo modo, se restauraron doctrinas, ordenanzas y convenios relacionados con los santos templos. Y así, la revelación reemplazó la larga y desmesurada dependencia en la razón. No obstante, con respecto a la razón, la invitación del Señor de la Restauración es: “Por tanto, escuchad y razonaré con vosotros” (D. y C. 45: 15). Ese escuchar realza y extiende cl intelecto, y da entrada a las iluminadas altiplanicies del entendimiento revelado. “Y ahora venid … razonemos juntos para que entendáis” es una invitación a la enseñanza divina, pero sólo los mansos tienen la sabiduría indispensable para aceptarla. (Isaías 1: 18; véase también 2 Nefi 32.7).
Y ha de venir aun mas conocimiento en palabras que “… revelan todas las cosas desde la
fundación del mundo hasta su fin” (2 Nefi 27:10; véase también D. y C. 121 28–32).
Las “gozosas nuevas” de la Restauración vinieron para que la fe “aumente en la tierra” (D. y C. 1:21), un remedio vivificante para lo que Matthew Arnold describió así:
La fe como el mar era,
como marea alta y plena …
Pero ahora solo oigo su melancólico rumor de retirada,
que las playas del mundo desnuda.
Mientras que es justificado nuestro regocijo por la Restauración, aprendamos también las lecciones del pasado y reconozcamos los métodos de revelación de Dios, incluso el don del Espíritu Santo por medio del cual se recibe apoyo y confirmación.
Honremos también a “los sembradores de la semilla” de la actualidad: los Apóstoles. Tengamos cuidado de no adaptar las doctrinas reveladas a las ideas personales. Alimentémonos espiritualmente tanto nosotros mismos como a nuestros familiares y a las congregaciones de la Iglesia, a fin de que nuestro “animo no se canse hasta desmayar” (Hebreos 12:3).
Hay quienes se separan ellos mismos de la Iglesia, y de eso el presidente George Q. Cannon dijo en 1875:
“Estoy agradecido de que Dios permita que los que no guardan los mandamientos que se aparten de la Iglesia, para que esta sea limpiada, y, en cuanto a eso, esta Iglesia es diferente de cualquier otra que exista sobre la tierra … El proceso de arrancar la mala hierba ha estado en vigencia desde el comienzo de esta Iglesia hasta el presente” (George Q. Cannon, Journal of Discourses, 18:84).
En los días que vienen, “todas las cosas estarán en conmoción” (D. y C. 88:91). Quizá hasta sintamos nostalgia por los tiempos en que la Iglesia no era muy conocida (véase D. y C. 1:30). En medio de los retumbante acontecimientos, las complejas y convergentes condiciones del mundo nos traerán tribulaciones, así como oportunidades. Sin embargo, los miembros fieles de la Iglesia sentirán el aumento gradual de todo ello, mientras son impulsados hacia adelante como en la cima de la ola de imponentes circunstancias.
Aquel, cuyo nombre lleva esta Iglesia, nos ha prometido que estará “en medio de [nosotros]” (D y C. 6:32), que nos guiara (véase D. y C. 78: 18), que ira delante de nosotros (véase D. y C. 44:27; 84:88) y que aun peleara nuestras batallas (véase D. y C. 98:37). El también nos ha dicho: “No temáis, pues, a vuestros enemigos, porque he decretado en mi corazón probaros en todas las cosas … para ver si permanecéis en mi convenio hasta la muerte, a fin de que seáis hallados dignos” (D. y C. 98:14). Por tanto, tengamos también paciencia y fe, como las tuvo Lehi, que vio a los que con burla señalaban a los que se aferraban a la barra de hierro, la misma a la que, paradójicamente, se habían aferrado una vez algunos de los que se burlaban (véase 1 Nefi 8:27, 33). Pero Lehi dijo: “no les hicimos caso”. ¡Lo mismo debe suceder con nosotros! Hermanos y hermanas, si seguimos la dirección correcta no tenerlos por que preocupamos de que se nos señale.
Nosotros, los Santos de los Últimos Días, a pesar de estar muy lejos de tener hambre doctrinal, todavía no percibimos el enorme alcance de la Restauración. Con nuestra limitada visión, nos concentramos en los pequeños baldosines y azulejos del evangelio, ¡y no vemos el magnifico mosaico de la Restauración! Por ejemplo, la verdad revelada nos habla de la extraordinaria vastedad de la obra de Dios con sus “incontables mundos” (Moisés 1:33; véase D.y C.76:24). Y. no obstante, también se da una gran importancia a cada persona en forma individual, como en las ordenanzas y las promesas de los sagrados templos.
Podemos expresar mejor nuestra gratitud por esta gloriosa plenitud de conocimiento si aumentamos nuestro amor hacia todo el género humano. ¿Y por que no?, ya que la Restauración nos ha indicado quien es en verdad nuestro prójimo. Expresemos del mismo modo nuestra gratitud esforzándonos por llegar a ser. cualidad tras cualidad, cada vez mas parecidos a Jesucristo (véase 3 Nefi 27:27). Si vivimos así, el nuestro no será entonces un mero agradecimiento por Jesús, ni una modesta admiración hacia El, sino que será nuestra adoración a Jesús expresada en nuestro esfuerzo por llegar a ser como El es.
Así lo testifico en el Santo nombre de Jesucristo. Amén.