Paz, esperanza y orientación
“Regocijémonos en las bendiciones de paz, esperanza y orientación; bendiciones de las que muchos de los hijos de nuestro Padre no disfrutan”.
“Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5–6).
Hermanos y hermanas, amo al Señor y confío en Él con todo mi corazón. Sé que Él vive y que nos ama a todos. Sé que nuestro Padre Celestial tiene un plan perfecto para nosotros y, si seguimos ese plan y el ejemplo de nuestro Salvador, encontraremos paz en este mundo atribulado, nuestro corazón se llenará de esperanza y recibiremos la orientación que necesitamos.
Mientras servíamos una misión en Inglaterra, Cory, nuestro hijo de diecisiete años, perdió la vida en un accidente automovilístico. Vinimos a Utah para el funeral, y de inmediato regresamos a Inglaterra para terminar nuestra misión. Fue un tiempo de gran consternación para toda la familia.
Un día, poco después de regresar a Inglaterra, iba por la calle cuando un conocido que se había enterado de la muerte de nuestro hijo me dijo: “¿Y ahora qué piensa de su Dios? Usted está sirviéndole en una misión y Él le ha arrebatado a su hijo”. Me quedé impactada y herida. Sentí tristeza por ese hombre que no comprendía el plan de nuestro Padre Celestial.
La difícil experiencia de la muerte de mi hijo me sirvió para darme cuenta y para gozar de las bendiciones de paz, de esperanza y de orientación; bendiciones de las que pueden disfrutar todos los que en verdad acepten y vivan el Evangelio de Jesucristo. Doy testimonio de las palabras del élder Richard G. Scott: “Entiende que al mismo tiempo que enfrentas un problema que te causa tristeza puedes sentir también paz y regocijo” (“La confianza en el Señor”, Liahona, enero de 1996, pág. 18).
¿Cuáles son algunas de las cosas específicas que podemos hacer para tener esas bendiciones de paz, de esperanza y de orientación en nuestra vida? Permítanme hablarles de tres que me han sido de ayuda.
Primero, debemos confiar plenamente en el plan de felicidad de nuestro Padre y en la función que desempeñó en él nuestro Salvador. El confiar en Su plan me brindó paz después de la muerte de nuestro hijo; sabía en dónde estaba él y que nuestro Padre Celestial le amaba. Tenía perfecta esperanza de que, debido a la Expiación del Salvador, mi hijo vivía y volveríamos a estar juntos como una familia eterna. También recibí orientación; sabía lo que yo tenía que hacer y lo que nuestra familia debía hacer para estar juntos para siempre.
La segunda cosa que me ha ayudado a recibir esas bendiciones es el principio de la obediencia basada en la valentía. Estoy tan agradecida por el don de Dios que consiste de leyes y mandamientos. El esforzarnos por vivir las enseñanzas de Jesús y el obedecer Sus leyes y mandamientos nos brindan paz, esperanza y orientación. Las Escrituras enseñan: “Mucha paz tienen los que aman tu ley” (Salmos 119:165). También enseñan que “el que hiciere obras justas recibirá su galardón, sí, la paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero” (D. y C. 59:23).
Cuando mi esposo servía como presidente del Centro de Capacitación Misional en Provo, como se imaginarán, a menudo hablábamos a los misioneros acerca de los sentimientos de felicidad y de paz que se reciben al obedecer con valentía los principios verdaderos. Hablábamos de la influencia del Espíritu Santo que reciben aquellos que son obedientes y les exhortábamos a esforzarse siempre por ser obedientes. Me encantaba contarles el relato del niño que había ido al parque con su padre para hacer volar una cometa.
El niño era muy pequeño; era la primera vez que hacía volar una cometa. Su padre le ayudó, y después de varios intentos, la cometa empezó a volar. El niño corrió y aflojó el hilo, haciendo que la cometa volara más alto. El pequeño estaba tan emocionado; la cometa era tan hermosa. Por fin, cuando ya no tuvo más hilo para que la cometa volara más alto, le dijo a su padre: “Papá, cortemos el hilo para que se vaya la cometa; quiero verla volar más y más alto”.
El padre respondió: “Hijo, la cometa no volará más alto si cortamos el hilo”.
“Sí, lo hará”, contestó el niño. “El hilo no la deja volar más alto; estoy seguro de ello”. Entonces, el padre le alcanzó una navaja al niño y éste cortó el hilo. En unos segundos, la cometa perdió el control; se movía de aquí para allá hasta que cayó, quedando destrozada. El pequeño no lo podía comprender; estaba seguro de que el hilo era lo que detenía a la cometa.
Los mandamientos y las leyes de Dios son como el hilo de la cometa; nos conducen y nos dirigen hacia arriba. La obediencia a esas leyes nos brinda paz, esperanza y orientación.
La tercera cosa que podemos hacer para recibir las bendiciones de paz, esperanza y orientación es aprender a responder a los susurros del Espíritu Santo y demostrar nuestra gratitud al Señor por este gran don.
Hace unas semanas ayudé a cuidar a la abuela Pinegar, quien tiene 99 años y está muy débil, ciega y un tanto sorda, y últimamente no ha podido comunicarse más que con un susurro. Su diminuto cuerpo está tan encorvado que los pulmones casi no tienen capacidad para llenarse de aire.
Me le acerqué y le pregunté: “Abuela, cuénteme en qué forma ha sido el Evangelio una bendición en su vida”. Muy suavemente musitó su gratitud por los susurros del Espíritu Santo y la guía que había recibido de Él.
Cuando su segundo hijo, James, tenía dieciocho meses de edad, él y su hermano mayor jugaban en el patio mientras ella los observaba desde la ventana. De pronto, ella lo perdió de vista y salió corriendo de la casa llamándole y buscándole desesperadamente. El canal de irrigación estaba con agua, aunque se suponía que no debía tenerla; ella buscó por la orilla del canal y no pudo ver nada. Corrió para pedir ayuda a los trabajadores de la granja, y en seguida se fue al lugar en donde el agua pasaba por un acueducto subterráneo. Al cruzar hacia el otro extremo del acueducto, vio dos zapatitos y tiró de ellos. Al tener a su hijo en brazos, tuvo la impresión de que debía sujetarse las manos, colocarlas debajo del estómago del niño y llevarlo frente a ella de este modo, usando la rodilla para soportar su peso. De esa forma, corrió hacia el camino suplicando ayuda. La inspiración que ella recibió de llevarlo en esa posición tan fuera de lo común salvó la vida del niño.
Hermanos y hermanas, estoy personalmente agradecida por la inspiración que recibimos como presidencia de la Primaria. Durante la conferencia general en la que fuimos sostenidas, el presidente Gordon B. Hinckley describió algunas de las terribles atrocidades de las que han sido objeto niños de todas partes del mundo. En periódicos y revistas leemos en cuanto a las influencias perversas que invaden nuestros hogares.
Como nueva presidencia de la Primaria, llena de inquietudes, oramos y escudriñamos las Escrituras y fuimos guiadas a un versículo de Isaías que describe las condiciones que existirán durante el milenio: “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová” (Isaías 11:9). Eso es exactamente lo que deseábamos que ocurriera. No queríamos que ningún niño sufriera daño ni se le destruyese, pero no deseábamos esperar hasta el milenio; queríamos que ocurriera de inmediato. Si nuestras Primarias contaran con abundante conocimiento del Señor, si en nuestros hogares tuviéramos pleno conocimiento del Señor, habría paz y rectitud, y los niños no serían dañados de ningún modo. Oramos para saber cómo podríamos ayudar para que eso ocurriera, y acudimos a 2 Nefi 25:26. Nuestros hogares y nuestras Primarias se llenarán del conocimiento del Señor, si “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo”.
Estamos tan agradecidas por la paz y la esperanza que esos pasajes de las Escrituras nos brindaron, así como por la orientación que recibimos por medio del Espíritu Santo para alentar a las líderes de la Primaria a tener Primarias centradas en Cristo.
Hermanos y hermanas, regocijémonos en las bendiciones de paz, esperanza y orientación; bendiciones de las que muchos de los hijos de nuestro Padre no disfrutan. Cuando sintamos estas grandiosas bendiciones en nuestra propia vida, ayudemos a los demás a sentirlas también, en especial a los niños. Para parafrasear las palabras del Salvador: “…y tú, una vez vuelto, confirma a [tus niños]” (Lucas 22:32).
El tema de las Escrituras para la Primaria es: “Y todos tus hijos serán instruidos por el Señor; y grande será la paz de tus hijos” (3 Nefi 22:13). El mundo no es un lugar seguro; no es un lugar en donde los niños sientan paz, esperanza y orientación a menos que se les enseñe a amar y seguir al Salvador. Les ruego que los ayuden a saber que ellos pueden recibir esas bendiciones y a mostrarles lo que deben hacer para recibirlas.
Estoy sumamente agradecida por la oportunidad que he tenido de servir en la Primaria. Amo a mis consejeras, a la hermana Anne Wirthlin y a la hermana Susan Warner. Hemos estado unidas en nuestro deseo de servir y de ser una bendición para los niños de la Iglesia. Creemos que las Primarias que se centran en Cristo pueden ser de ayuda a los padres a medida que enseñan a sus hijos el Evangelio de Jesucristo, que es el único conocimiento que dará a nuestros hijos paz, esperanza y orientación. Estoy agradecida a las fieles y dedicadas miembros de la mesa general y al capaz personal de la oficina, y doy gracias a nuestros líderes del sacerdocio que nos han enseñado e inspirado. Estoy agradecida por la nueva presidencia de la Primaria que ha sido sostenida en esta conferencia; les ofrezco mi amor y mi apoyo. Expreso mi más sincero agradecimiento y amor a mi preciosa familia y en especial a mi esposo por su constante cariño y apoyo.
Reconozco la bondad y la misericordia de mi Salvador en todo aspecto de mi vida. Las bendiciones de paz, esperanza y orientación que he mencionado son tan sólo tres de las muchas formas en las que el Evangelio de Jesucristo bendice mi vida. Como lo expresa la letra de una canción de la Primaria, quiero que el Salvador sepa que.
Yo siento su amor,
Su bendición constante;
le ofrezco el corazón,
Él mi Pastor será.
Yo siempre lo seguiré,
mi vida le daré,
pues siento Su amor
que me infunde calma.
(“Siento el amor de mi Salvador”, Canciones para los Niños, N° 42).
En el nombre de Jesucristo. Amén.