Alégrense, hijas de Sión
“Las mujeres de todo el mundo se sentirán atraídas a la Iglesia a medida que perfeccionemos nuestra vida y vivamos las verdades esenciales para alumbrar el camino con el fin de que otras lo puedan seguir”.
Mis queridas hermanas de la Sociedad de Socorro, con humildad me encuentro hoy día ante ustedes con una gratitud en mi corazón que no reconoce barreras. Les testifico que durante los últimos meses el Espíritu del Señor se ha hecho sentir en las organizaciones de la Iglesia. Hemos sentido Su influencia guiadora al trabajar con mis competentes consejeras, con nuestros devotos asesores del sacerdocio, con las hermanas miembros de la mesa directiva y con nuestro diestro personal al orar fervientemente en busca de guía a medida que hacemos avanzar esta obra. Hemos buscado y evaluado en forma diligente la forma de elevar a nuestras hermanas, dondequiera que estén sirviendo, en un esfuerzo por determinar cómo puede cada una de nosotras captar la visión del extraordinario potencial de la organización de la Sociedad de Socorro.
Ruego que el Santo Espíritu las bendiga con una mayor visión de quiénes son, de por qué están aquí y de los dones singulares que aportan a la organización de la Sociedad de Socorro. Espero que a medida que mediten sobre la instrucción que recibirán esta noche de la Primera Presidencia y de la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, reciban la confirmación de que en verdad son instrucciones que provienen del Señor. Éste es un momento grandioso, uno de gran significado al prepararnos para el futuro.
En Zacarías 2:10–11 leemos:
“…alégrate, hija de Sión; porque he aquí vengo, y moraré en medio de ti, ha dicho Jehová.
“Y se unirán muchas naciones a Jehová en aquel día, y me serán por pueblo, y moraré en medio de ti; y entonces conocerás que Jehová de los ejércitos me ha enviado a ti”.
Nos reunimos como hermanas de una Iglesia mundial con alegría por las bendiciones que el Evangelio nos brinda. ¡Es en verdad un día para que levantemos nuestros corazones! Primero, y lo más importante, nos alegramos al saber que nuestro Padre Celestial ama a cada una de nosotras; nos alegramos por nuestro testimonio de Jesucristo y por Su sacrificio expiatorio; nos alegramos por la restauración del Evangelio y por la magnífica obra lograda por el profeta José Smith. Nos alegramos porque vivimos en una época en la cual un profeta viviente, el presidente Gordon B. Hinckley, hace avanzar audazmente la obra del Señor. Nos regocijamos por el número de templos que se están edificando, por los avances de la ciencia en informática para la búsqueda de nuestros antepasados, y ante el entusiasmo del servicio. Nos alegramos por el número de misioneros que se están enviando a todos los países de la tierra para congregar a los honrados de corazón. Nos alegramos por nuestra vida en forma individual y por la oportunidad que se nos ha dado a cada una de nosotras de ser parte del gran plan de felicidad de Dios. Nos alegramos por la organización de la Sociedad de Socorro, y porque sabemos que las mujeres de todo el mundo se sentirán atraídas a la Iglesia a medida que perfeccionemos nuestra vida y vivamos las verdades esenciales para alumbrar el camino con el fin de que otras lo puedan seguir.
Recordemos las palabras del poeta Wordsworth:
“Un sueño y un olvido sólo es el nacimiento:
El alma nuestra, la estrella de la vida, que en otra esfera ha sido constituida
y procede de un lejano firmamento.
No viene el alma en completo olvido
ni de todas las cosas despojada,
pues al salir de Dios,
que fue nuestra morada,
con destellos celestiales se ha vestido”.
(Oda: “Intimations of Immor-tality”, de Recollections of Early Childhood).
Durante los últimos dos años y medio que hemos prestado servicio en la presidencia general de la Sociedad de Socorro, nos damos cuenta de que la gente del mundo siente curiosidad por la Sociedad de Socorro.
En un esfuerzo por responder a las preguntas que provienen de afuera de la Iglesia, y recordar la gran bendición que significa nuestra condición de mujer, nosotras, como presidencia general de la Sociedad de Socorro, presentamos la siguiente declaración:
Somos hijas espirituales de Dios amadas por Él, y nuestra vida tiene significado, propósito y dirección. Como hermandad mundial, estamos unidas en nuestra devoción a Jesucristo, que es nuestro Salvador y nuestro Ejemplo. Como mujeres de fe, de virtud, de visión y de caridad que somos:
Incrementamos nuestro testimonio de Jesucristo por medio de la oración y del estudio de las Escrituras.
Procuramos adquirir fortaleza espiritual al seguir bs susurros del Espíritu Santo.
Estamos consagradas al fortalecimiento del matrimonio, de b familia y del hogar.
Consideramos que es noble ser madre y que es un gozo ser mujer.
Nos deleitamos en prestar servicio y en hacer obras buenas.
Amamos b vida y el aprendizaje.
Defendemos b verdad y b rectitud.
Apoyamos el sacerdocio como b autoridad de Dios sobre b tierra.
Nos regocijamos en bs bendiciones del tempb, comprendemos nuestro destino divino y nos esforzamos por alcanzar b exaltación.
En calidad de presidencia, nos regocijamos por esta declaración, aprobada y auspiciada por la Primera Presidencia y por el Quórum de los Doce, la que establece claramente los principios de actitud y de acción que nos llevarán a cada una de nosotras a la presencia de nuestro Padre Celestial. A medida que apliquemos estas enseñanzas en forma individual, llegaremos al árbol de la vida, tal como lo esperaba nuestro padre Lehi. En 1 Nefi 8:12 leemos:
“Y al comer de su fruto, mi alma se llenó de un gozo inmenso; por lo que deseé que participara también de él mi familia, pues sabía que su fruto era preferible a todos los demás”.
Nosotras, al igual que nuestro padre Lehi, tenemos la esperanza de que a medida que avancemos por el camino de la vida, participaremos en forma personal del fruto que se encuentra en el Evangelio de Jesucristo y experimentaremos el gozo que rebosará nuestra alma con mayor fe, esperanza y caridad. Examinemos juntas algunas de esas cualidades y la fomaa en que pueden afectar nuestra vida.
Como hermandad mundial, estamos unidas en nuestra devoción a Jesucristo, que es nuestro Salvador y nuestro Ejemplo.
Declaramos al mundo que no es por casualidad que abrazamos el Evangelio de Jesucristo; ¡es verdadero! La reflexión en ese gran plan pone esta vida en perspectiva.
Sabemos que hemos existido antes y que siempre existiremos; sabemos que hemos sido enviadas a la tierra a ganar experiencia y a probarnos a nosotras mismas. Las decisiones que tomemos son vitales si hemos de obtener la vida eterna y la exaltación. Sabemos que este estado es importante y el saberlo da significado, propósito y dirección a nuestra vida. Al final, todas deseamos aprender bien nuestras lecciones y regresar al hogar, a nuestro amoroso Padre Celestial.
Aceptamos al Salvador como el Hijo Unigénito de nuestro Padre Celestial. Sabemos que por medio de Él seremos redimidos y resucitados. Por lo tanto, “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo” (2 Nefi 25:26).
Tenemos fe, virtud, visión y caridad.
Al visitar diferentes partes del mundo, vemos a muchas hemianas de la Sociedad de Socorro que se aferran a la barra de hierro. Tenemos fe cuando vienen las tormentas de la vida y decidimos mantenemos limpias y puras al enfrentar las tentaciones.
Vemos una vertiente de caridad que brota del corazón de las hermanas a medida que buscan “el amor puro de Cristo” (Moroni 10:47).
Estamos consagradas al fortalecimiento del matrimonio, de la familia y del hogar y consideramos que es noble ser madre y que es un gozo ser mujer.
Entendemos que el hogar es la unidad básica creada por Dios para nuestro servicio y aprendizaje. De este entendimiento nace el cometido de lograr que el tiempo que pasemos con nuestra familia sea nuestra primera prioridad, y de mirar en nuestro interior para determinar cómo ser una mejor compañera. De estas reflexiones surgen actos de bondad, de amor y de perdón hacia nuestros cónyuges. Vemos mujeres que de verdad desean que sus hijos participen del fruto del Evangelio yendo a una misión y casándose en el templo, de modo que dedican tiempo a realizar noches de hogar significativas, a estudiar las Escrituras en familia, a orar y a asistir al templo con regularidad. La declaración será un recordatorio constante que nos ayudará a concentramos en nuestras responsabilidades más importantes.
Pero no todas las mujeres dan a luz a aquellos a quienes cuidan como madres.
El presidente Joseph F. Smith quedó huérfano a la temprana edad de 13 años; más tarde se le envió a una misión a las Islas Hawaianas. En la Isla de Molokai contrajo una fiebre muy alta y estuvo gravemente enfermo durante tres meses. Una maravillosa hermana hawaiana lo llevó a casa de ella y lo atendió con tanto amor como si fuera su propio hijo.
Muchos años más tarde el presidente Smith visitó las islas en calidad de Presidente de la Iglesia. Charles Nibley relata con ternura esa experiencia:
“Era hermoso contemplar el profundo amor, el afecto que llegaba hasta las lágrimas, de esa gente por él. En medio de todo ello, noté que alguien conducía a una mujer anciana, pobre y ciega, caminando tambaleante bajo el peso de unos noventa años; en la mano llevaba unas cuantas bananas apetitosas; era todo lo que tenía, eran su ofrenda. Iba diciendo el nombre ‘¡Iosepa, Iosepa!’. Instantáneamente, apenas la vio, él corrió hacia ella, la tomó en los brazos, la abrazó y la besó… acariciándole la cabeza y diciendo: ‘Mamá, mamá, mi querida y anciana mamá’.
“Y con las lágrimas corriéndole por las mejillas se volvió hacia mí y me dijo: ‘Charlie, ella me cuidó cuando era muchacho, estando enfermo y sin nadie que me atendiera. Ella me recibió en su hogar y fue una madre para mí”’ (Enseñanzas de los presidentes de la Iglesia, Joseph F. Smith, pág. 207).
Todas podemos extender nuestros brazos con amor hacia los demás y ofrecer dádivas de compasión y ternura que sólo brotan del corazón de una mujer.
Nos deleitamos en prestar servicio y en hacer buenas obras.
Hace varias semanas pasó un tornado por la ciudad de Salt Lake dejando devastación y destrucción a su paso. A la mañana siguiente, una presidenta de la Sociedad de Socorro, cuya propia casa sufrió daños considerables, tenía preparado un informe para sus líderes del sacerdocio para que se realizaran visitas y evaluaciones de la situación.
La alfabetización es una forma más de ayudar a otras personas a cambiar su vida para siempre. Una consejera encargada de educación [en los Estados Unidos] captó ese concepto e invitó a dos amigas a asistir a clases para aprender la forma de enseñar inglés como segundo idioma. Ahora están enseñando inglés a una maravillosa familia de trece miembros de Kosovo. La alfabetización ha sido una bendición tanto para ellas como para los alumnos.
Defendemos la verdad y la rectitud.
Alzamos nuestras voces para detener la ola de inmundicia y corrupción que representa una plaga en nuestra sociedad. Las hermanas que saben distinguir entre el bien y el mal permanecen firmes al lado del Señor, toman decisiones que las separan del resto del mundo al supervisar cuidadosamente a sus familias con respecto a los programas de televisión que miran, visten con modestia y evitan ver cualquier película que incite a la violencia o a la conducta inmoral.
Apoyamos el sacerdocio como la autoridad de Dios sobre la tierra.
En esta gran Iglesia vemos hermanas que reconocen las bendiciones del sacerdocio restaurado. Nos alegramos cada vez que se bendice a los bebés, se bautiza a los niños, cuando participamos de la Santa Cena, se nos aparta para un llamamiento en la Iglesia, y observamos a nuestros esposos dar bendiciones de padre. Estamos agradecidas por las bendiciones del sacerdocio que iluminan nuestra senda y nos brindan guía y esperanza. Nos alegramos por los dignos poseedores del sacerdocio y los apoyamos.
Nos regocijamos en las bendiciones del templo, comprendemos nuestro destino divino y nos esforzamos por alcanzar la exaltación.
Vemos hermanas que se regocijan en las bendiciones del templo; hermanas que buscan la forma de hacer convenios y los guardan, que efectúan la obra por sus antepasados y, de paso, encuentran que se alivianan sus propias cargas y se fortifica su fortaleza para resistir la tentación; hijas de Dios que entienden su destino divino, captan la visión de su potencial y se concentran en vencer sus debilidades.
Testificamos que cada una de nosotras tiene una función esencial, sí, una misión sagrada que cumplir como hija en Sión. Es un nuevo día, el amanecer de una nueva era. Es nuestro tiempo y es nuestro destino el alegrarnos a medida que llenamos la tierra con mayor bondad y ternura, mayor amor y compasión, como jamás se haya conocido antes. Es el momento de entregarnos al Maestro y dejarlo que nos guíe a campos fructíferos donde podamos enriquecer un mundo lleno de obscuridad y sufrimiento. Cada una de nosotras, no importa quiénes seamos ni dónde prestemos servicio, debemos erguirnos y aprovechar al máximo cada oportunidad que se nos presente. Debemos seguir el consejo del Señor y de sus siervos y hacer de nuestro hogar una casa de oración y un cielo de seguridad. Podemos y debemos profundizar nuestra fe al aumentar nuestra obediencia y nuestro sacrificio. En este proceso individual se producirá un milagro. La Sociedad de Socorro empezará a desarrollarse y a dar una mano de ayuda a millones de necesitados. Seguirá siendo una organización que lleve socorro y alegría. Y esto sucederá con una hermana a la vez. Nos uniremos en rectitud y participaremos en verdad del fruto del árbol de la vida. ¡Los frutos de nuestras labores pueden sanar al mundo y, a la vez, hermanas, nos sanarán a nosotras también!
Es mi humilde oración que cada una de nosotras salga de esta reunión con la determinación de dedicar su vida a Cristo. Les prometo que si lo hacen, tendrán toda la razón para regocijarse, porque el Señor “[morará] en medio de ti” (Zacarías 2:11). De esto doy testimonio, en el nombre de Jesucristo. Amén.