Ellos oran y siguen adelante
“Siendo el potente grupo del sacerdocio que somos, seamos hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores. Oremos, y después vayamos y hagamos”.
Mis hermanos, me siento honrado por el privilegio de hablarles esta noche. ¡Qué alegría ver este magnífico Centro de Conferencias lleno de hombres jóvenes y mayores que poseen el sacerdocio de Dios. El saber que grupos similares están congregados por todo el mundo me infunde un tremendo sentido de responsabilidad. Ruego que la inspiración del Señor guíe mis pensamientos e inspire mis palabras.
Hace muchos años, cuando cumplía una asignación en Tahití, conversé con el presidente de misión Raymond Baudin acerca del pueblo tahitiano, conocido como el pueblo más marinero del mundo. El hermano Baudin, que habla francés y tahitiano, pero poco inglés, trató de describirme el secreto del éxito de los capitanes de barco tahitianos. Me dijo: “Son asombrosos. Aunque el clima sea terrible, aunque las naves estén agujeradas y quizás no tengan ningún aparato de navegación aparte de sus sentimientos interiores y las estrellas, ellos oran y siguen adelante”. Repitió esa frase tres veces. Esa declaración contiene una lección: debemos orar y después actuar. Las dos acciones son importantes.
La promesa del libro de Proverbios nos infunde valor: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”1.
Sólo tenemos que leer el relato de Primer Reyes para apreciar de nuevo el principio de que al seguir el consejo del Señor, al orar y después actuar, el resultado beneficia a todos. Allí leemos que había una sequía severa en la tierra, seguida de hambruna. Elías el Profeta recibió del Señor lo que le debe haber parecido una instrucción asombrosa: “Vete a Sarepta… he aquí yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente”. Cuando hubo encontrado a la viuda, Elías declaró: “Te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso, para que beba.
“Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar, y le dijo: Te ruego que me traigas también un bocado de pan en tu mano”.
La respuesta de ella describió su lastimosa situación, ya que le explicó que estaba preparando una última mísera comida para ella y su hijo, y que después morirían.
Qué inverosímil debe haberle parecido la respuesta de Elías: “No tengas temor; vé, haz como has dicho; pero hazme a mí primero de ello una pequeña torta cocida debajo de la ceniza, y tráemela; y después harás para ti y para tu hijo.
“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.
“Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días.
“Y la harina de la tinaja no escaseó, ni el aceite de la vasija menguó”2.
Si yo les preguntara cuál es el pasaje del Libro de Mormón que más se lee, pienso que sería el relato de Primer Nefi acerca de Nefi, sus hermanos, su padre y el mandato de obtener de Labán las planchas de bronce. Quizás la razón sea que la mayoría de nosotros, de cuando en cuando, prometemos leer de nuevo el Libro de Mormón, y usualmente comenzamos con Primer Nefi. En realidad, esos pasajes ilustran en forma hermosa la necesidad de orar y después ir y hacer. Dijo Nefi: “Iré y haré lo que el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres sin prepararles la vía para que cumplan lo que les ha mandado”3.
Recordamos el mandamiento; recordamos la respuesta de Nefi y recordamos el resultado.
En nuestra época, hay muchos ejemplos de las experiencias de los que oran y después van y hacen. Les contaré el relato conmovedor de una buena familia que vivía en la hermosa ciudad de Perth, Australia. En 1957, cuatro meses antes de la dedicación del Templo de Nueva Zelanda, Donald Cummings, el padre, era presidente del distrito de Perth. Aunque contaban con pocos recursos económicos, él, su esposa y su familia estaban decididos a asistir a la dedicación del templo. Comenzaron a orar, a trabajar y a ahorrar. Vendieron el único auto que tenían y juntaron todos sus peniques, pero una semana antes del viaje, todavía les faltaban 200 libras más. Recibieron dos regalos inesperados de 100 libras cada uno, y apenas alcanzaron juntar el monto requerido. Puesto que al hermano Cummings no le dieron permiso de faltar al trabajo, decidió renunciar.
Por tren cruzaron el amplio continente australiano y llegaron a Sydney, en donde se unieron a otros miembros que también viajaban a Nueva Zelanda. El hermano Cummings y su familia fueron de los primeros australianos que se bautizaron por los muertos en el Templo de Nueva Zelanda. También fueron de los primeros miembros del lejano Perth, Australia en recibir su investidura en ese templo. Oraron, se prepararon y después fueron.
Cuando la familia Cummings regresó a Perth, el hermano Cummings consiguió un nuevo y mejor empleo. Aún servía como presidente de distrito nueve años después cuando tuve el privilegio de llamarle a ser el primer presidente de la Estaca Perth Australia4. Creo importante mencionar que ahora es el primer presidente del Templo de Perth, Australia.
En la película Shenandoah hay una frase que inspira: “Si no lo intentamos, no lo haremos; y si no lo hacemos ¿para qué estamos aquí?”
Ahora contamos con más de 60.000 misioneros regulares que sirven al Señor en todo el mundo. Muchos de ellos están escuchando esta noche y viendo esta sesión del sacerdocio de la conferencia general. Ellos oran y después hacen, confiando en el Señor respecto al lugar al que se les envía y confiando en su presidente de misión respecto al lugar donde sirven dentro de la misión. Entre las muchas revelaciones referentes a su sagrado llamamiento hay dos pasajes que son mis favoritos. Ambos se encuentran en Doctrina y Convenios.
El primero está en la sección 100. Recordarán que José Smith y Sidney Rigdon habían estado lejos de sus familias por un tiempo y estaban preocupados por ellas. El Señor les reveló esta confirmación, la cual consuela a los misioneros en toda la Iglesia: “De cierto, así os dice el Señor a vosotros, mis amigos… vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder”5.
El segundo es la sección 84 de Doctrina y Convenios: “Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”6.
Es inspirador el servicio misional que dio Walter Krause, que vive en Prenzlau, Alemania. El hermano Krause, cuya dedicación al Señor es legendaria, tiene ahora 92 años de edad. Como patriarca, ha dado más de mil bendiciones patriarcales a miembros que viven en muchas partes de Europa.
Habiendo quedado sin hogar después de la Segunda Guerra Mundial, como fue el caso de muchos, el hermano Krause y su familia vivieron en un campamento de refugiados en Cottbus y comenzaron a asistir a la Iglesia en ese lugar. Inmediatamente fue llamado a dirigir la Rama Cottbus. Cuatro meses después, en noviembre de 1945, con el país aún en ruinas, Richard Ranglack, el presidente del distrito acudió al hermano Krause y le preguntó qué pensaba de ir a la misión. La respuesta del hermano Krause refleja su dedicación a la Iglesia. Él dijo: “No lo tengo que pensar. Si el Señor me necesita, iré”.
Salió el 1° de diciembre de 1945 con veinte marcos alemanes en el bolsillo y con un trozo de pan seco. Uno de los miembros de la rama le había dado el abrigo de su hijo que había fallecido en la guerra. Otro miembro que era zapatero le regaló un par de zapatos. Con ello y con dos camisas, dos pañuelos y dos pares de calcetines, salió a la misión.
Una vez, a mediados del invierno, caminó desde Prenzlau hasta Kammin, un pequeño pueblo de Mecklenberg, donde cuarenta y seis personas asistieron a las reuniones. Llegó esa noche después de caminar seis horas por caminos, por senderos y finalmente por campos arados. Poco antes de llegar al pueblo, llegó a un lugar muy grande, blanco y plano, por lo que pudo caminar más fácilmente, y al poco tiempo llegó a la casa de un miembro a pasar la noche.
A la mañana siguiente, el guardabosque tocó a la puerta del miembro y preguntó: “¿Tienen un invitado?”
“Sí”, fue la respuesta.
El guardabosque dijo: “Entonces vengan a ver sus huellas”. El campo grande y plano por el que había caminado el hermano Krause era en realidad un lago congelado, y poco antes el guardabosque había hecho un agujero grande en medio del lago para pescar. El viento había cubierto el agujero con nieve de tal forma que el hermano Krause no podía ver el peligro. Sus huellas indicaban que, sin que se hubiera dado cuenta, había pasado a la orilla del agujero y se había dirigido directamente a la casa del miembro. Con el peso de la mochila y de sus botas de hule, ciertamente se habría ahogado de haber dado un solo paso en dirección a ese agujero que no alcanzaba a ver. Después comentó que ese acontecimiento había causado una gran conmoción en el pueblo.7
El hermano Krause ha dedicado su vida entera a orar y después a ir y hacer.
Si alguno de nosotros nos sentimos ineptos o dudamos de nuestra habilidad de responder al llamado de servir, recordemos esta verdad divina: “Para Dios todo es posible”8.
Hace poco me enteré del fallecimiento de James Womack, el patriarca de la Estaca Shreveport, Louisiana. Sirvió por largo tiempo y bendijo a muchas personas. Años atrás, el presidente Spencer W. Kimball nos relató al presidente Gordon B. Hinckley, al élder Bruce R. McConkie y a mí una experiencia que tuvo al nombrar a un patriarca para la Estaca Shreveport, Louisiana. El presidente Kimball describió cómo había entrevistado, buscado y orado para conocer la voluntad del Señor respecto a la selección. Por alguna razón, ninguna de las personas sugeridas era la indicada para la asignación.
Avanzó el día y comenzaron las reuniones vespertinas. De repente, el presidente Kimball se volvió hacia el presidente de estaca y le pidió que nombrara a cierto hermano sentado hacia el fondo de la capilla. El presidente de estaca respondió que era James Womack, y el presidente Kimball dijo: “El Señor lo ha elegido a él para ser el patriarca de la estaca. Por favor pídale que se reúna conmigo en la sala del sumo consejo después de esta reunión”.
El presidente de estaca Charles Cagle se sorprendió, porque la apariencia física de James Womack era inusual: había sufrido terribles lesiones de combate durante la Segunda Guerra Mundial, había perdido ambas manos y parte de un brazo, así como la mayor parte de la vista y el oído. Cuando regresó, nadie quiso admitirlo en la facultad de Derecho, aunque terminó en tercer lugar de su clase en la Universidad del Estado de Louisiana.
Esa noche, cuando el presidente Kimball se reunió con el hermano Womack y le informó que el Señor lo había designado para ser el patriarca, hubo un largo silencio en la sala, y después el hermano Womack dijo: “Hermano Kimball, entiendo que un patriarca tiene que colocar las manos sobre la cabeza de la persona a la que bendice. Como puede ver, no tengo manos para colocar en la cabeza de nadie”.
El hermano Kimball, con su bondad y paciencia, invitó al hermano Womack a ponerse de pie detrás de la silla donde estaba sentado el hermano Kimball y le dijo: “Ahora, hermano Womack, inclínese hacia adelante y vea si alcanza mi cabeza con los muñones”. Para deleite del hermano Womack, pudo tocar la cabeza del hermano Kimball, y exclamó: “¡Lo puedo alcanzar! ¡Lo puedo alcanzar!”
“Claro que me puede alcanzar”, respondió el hermano Kimball. “Y si me alcanza a mí, alcanzará a cualquier persona a la que bendiga. Probablemente sea yo la persona más baja que se siente delante de usted”.
El presidente Kimball nos informó que cuando se presentó el nombre de James Womack a la congregación, “las manos de los miembros se levantaron con ánimo con un voto de aprobación lleno de entusiasmo”.
Se recordaron las palabras del Señor al profeta Samuel cuando David fue señalado para ser el futuro rey de Israel: “…el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”9.
Hermanos, no importa qué llamamiento tengamos, no importa qué temores o ansiedades tengamos, oremos y después vayamos y hagamos, recordando las palabras del Maestro, a saber Jesucristo, que prometió: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”10.
En la Epístola de Santiago se nos aconseja: “…sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”11.
Siendo el potente grupo del sacerdocio que somos, seamos hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores. Oremos, y después vayamos y hagamos.
En el nombre de Jesucristo. Amén.